sábado, 2 de diciembre de 2017

INCESANTE HISTORIA, INCESANTE

EL PAÍS, Madrid, 2 de diciembre de 2017
TRIBUNA
Negrín: elogio de un hombre odiado
Aurora Nacarino-Brabo
 
Corría mayo de 1937 y Azaña acabó de decidir el nombre de quien sería el último presidente del Gobierno republicano. Largo Caballero había dimitido tras los “sucesos de Barcelona”, que habían dejado 400 muertos y mil heridos. Eran tiempos difíciles para la República y Juan Negrín habría de lidiar con ellos.
El hasta entonces ministro de Hacienda se había formado principalmente en medicina, aunque posteriormente había estudiado química y economía. Negrín tenía claro que las opciones de victoria republicana pasaban por la maximización de los recursos del Estado, que habrían de garantizar la provisión de armas y municiones al ejército, pero también los suministros necesarios para el mantenimiento de la población civil en las zonas leales, menos productivas y más pobladas que las áreas bajo influencia sublevada. A las dificultades militares se añadían el oportunismo desleal de nacionalistas, anarquistas y colectivistas.
Negrín, perteneciente a una familia de comerciantes de Las Palmas, era un hombre ilustrado que hablaba seis idiomas. Se había formado en Alemania y era catedrático desde los 30 años. Aunque era un socialista moderado, un simpatizante del SPD alemán favorable al mercado (fue el primer suscriptor en España de The Economist), a las libertades individuales y contrario al comunismo, su relación con el PCE no era hostil. De él se ha dicho que quiso entregar España a Stalin y, sin embargo, no guardaba simpatía a la URSS. De hecho, la familia de su primera mujer, que era rusa, había perdido sus propiedades y se fue al exilio tras la revolución de 1917.
Digo su primera mujer porque Negrín acabaría separándose. Nunca dejó de atender las necesidades y el bienestar de su exesposa, incluso cuando ella se esmeró en propagar falsas acusaciones de infidelidad. Uno de sus hijos, también médico, confirmaría años más tarde que su madre tenía “una personalidad esquizoide con tendencias paranoicas”. Poco después de su ruptura matrimonial, Negrín conocería a su gran amor, Feliciana López, que lo acompañaría el resto de su vida.
El peso creciente de sus competencias políticas obligó al doctor a abandonar su carrera científica, decisión que lamentarían sus alumnos, pues Negrín, además de científico, fue un profesor muy querido por sus estudiantes, entre ellos el futuro Nobel Severo Ochoa. Ochoa alcanzó la gloria científica lejos de nuestro país, después de que Negrín hubiera facilitado su salida de España durante la contienda civil en una maniobra diplomática arriesgada: su pupilo solicitó que lo enviaran a Alemania, una potencia enemiga.
No fue el primero ni el último que obtendría un salvoconducto de Negrín para salir de España. El doctor se implicó para que decenas de personas pudieran partir al exilio, entre ellas intelectuales, científicos, sacerdotes o profesionales a los que su ideología conservadora o su fe católica habían puesto en peligro. También ordenó la excarcelación de Serrano Súñer, cuando se encontraba preso y enfermo en la cárcel Modelo de Barcelona.
Asimismo, Negrín intercedió por muchos presos anónimos en las infames checas controladas por elementos sindicales y partidistas, en ocasiones arriesgando la vida. Después conseguiría clausurarlas y restaurar el orden en la retaguardia. Los que lo conocieron coincidieron en señalar el arrojo del doctor, que no dudaba en visitar las zonas más expuestas del frente de batalla para insuflar ánimo a los soldados republicanos, conocidos como los “cien mil hijos de Negrín”. Dos de ellos eran, además, hijos suyos en sentido literal: Juan y Rómulo Negrín servirían en el cuerpo de carabineros y en la aviación de combate, respectivamente.
Pero quizá sea el “oro de Moscú” la razón por la que más se conoce a Negrín. Aunque circulan leyendas que involucran al último presidente de la República en su desaparición, la realidad es prosaica. Al comienzo de la guerra Negrín ordenó sacar todo el oro del Banco de España para evitar que cayera en manos de los sublevados en caso de que tomaran la capital. Los registros de depósitos y movimientos de ese oro, perfectamente documentados, fueron devueltos al Estado español por uno de sus hijos. Hasta la última peseta se había invertido en conseguir suministros que permitieran sostener civil y militarmente a la República, casi siempre a los precios abusivos que establecía Stalin, debido a la falta de otros apoyos internacionales.
Durante mucho tiempo Negrín estuvo convencido de que la República podía ganar la guerra, pero sabía que esa opción dependía de una intervención aliada en España. Incluso cuando su optimismo y su salud se fueron apagando, el doctor se esforzó por aparentar fortaleza moral ante los suyos. Cuando Prieto andaba derrumbándose por las embajadas internacionales y Azaña ya había perdido la fe, Negrín insistía en que una nueva guerra mundial estaba a punto de estallar en Europa, y que este conflicto obligaría a una intervención aliada en España.
También se ha acusado al doctor de prolongar innecesariamente la guerra para sufrimiento de los españoles. De poner en marcha, junto al general Rojo, uno de sus más leales y brillantes colaboradores, campañas militares que no suponían ningún avance republicano. Eran batallas que pretendían distraer y ralentizar el avance enemigo sobre Madrid, pues, a partir de 1938, la estrategia republicana habría de centrarse en ganar tiempo. Negrín no tenía duda de que no cabía pactar una paz sin represalias con Franco, aunque buscó sin descanso una salida internacional negociada que reflejó en sus famosos “13 puntos”.
La historia se encargó de vaciar de sentido la acusación del sufrimiento innecesario. Cuando se consumó la traición de Casado que entregó la República a los sublevados, tuvo lugar la temida represión franquista, que historiadores como Antony Beevor han cifrado en 350.000 muertos. La última obsesión de Negrín antes de que la República colapsara había sido la organización de las evacuaciones masivas, así como la provisión de barcos que trasladaran a México los fondos necesarios para financiar el exilio. A finales de ese mismo verano de 1939 se desataría el conflicto en Europa que Negrín había vaticinado. Para entonces, el doctor ya se encontraba lejos de España, con la salud muy frágil. Difamado por todos y expulsado de su partido, moriría en París en 1956.
El PSOE rehabilitaría su figura en 2009, a la luz del trabajo historiográfico de investigadores como Santos Juliá, Ángel Viñas o Enrique Moradiellos. Este último nos ha legado una descomunal obra biográfica del doctor, un retrato mortificante de un hombre de talento desmedido, comprometido, hiperactivo, esperanzado. Y, finalmente, solo, enfermo, traicionado, derrotado. Conocer su vida es conocer un poco mejor la historia de España.
(*) Aurora Nacarino-Brabo es politóloga.

Fuente:
Ilustración: Enrique Flores.

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