sábado, 18 de noviembre de 2017

BATIBURRILLO

En la muerte de Guacarán
Tomás Straka

En aquel tiempo –finales de los años 80s y con ellos de los sueños de la modernidad venezolana- el Gustavo Herrera era un liceo que aún mantenía muchas de su viejas glorias: se podía escoger el deporte a practicar en educación física (incluyendo natación), había cursos de fotografía, con laboratorios para revelado; alumnos europeos de intercambio (en mi salón tocó una belga); se practicaba el más completo policlasisimo, de modo que conmigo estudiaba la hija de un diputado y la de la bedel, un motorizado y un par de niñas ricas; y un montón de inmigrantes provenientes de los lugares de América Latina a los que hoy van los venezolanos, pero desde los que entonces se buscaba refugio acá (en mi salón había, que me acuerde, dos cubanas, una argentina, una uruguaya, una mexicana, una ecuatoriana, que era mormona o algo así y se la pasaba hablando de su novio gringo; y un par de colombianas). También era un liceo en el que existía un nutrido grupo de muchachos que sólo soñaban con sacar notas altísimas para entrar a la Simón Bolívar y de allí saltar a PDVSA o a una de las muchísimas transnacionales que estaban en Caracas; en muchos casos (no, claro, todos) eran jóvenes cuyas referencias estaban únicamente en los Estados Unidos (creo que ahí fue cuando decidí no oír música en inglés, lo que cumplí por muchos años) y que básicamente se sentían superiores al resto de los mortales. Por supuesto, a muy pocos les interesaba la política, el arte o cualquier cosa más o menos intelectual. En la desaparición de aquella realidad de los 80s que hoy suena idílica, esta actitud estúpida de la clase media jugó un papel muy importante. A aquella educación privilegiadísima la veíamos como algo normal y sentíamos más bien menosprecio de quienes la hacían posible (hablo de los políticos y funcionarios), la mayor parte por sifrinos y unos cuantos por comunistas, o algo parecido.
Era el Gustavo Herrera un liceo sólo para los dos últimos grados del bachillerato, en el que confluían muchachos de un montón de sitios; pero en el 85 u 86 se cerró un liceo que quedaba, creo, por Sebucán, el Andrés Mata, y sus alumnos fueron enviados al Gustavo. Así comenzaron a abrirse secciones de 1° a 3er año, unos “carajitos”, vistos por encima del hombro por quienes teníamos ya camisa beige. Entre esos nuevos alumnos estaba Adrián Guacarán. Aún era una celebridad, porque todos recordábamos su imagen cantándole al Papa. Era un estudiante pésimo, aunque no mal tipo. Sobrevivía cantando en un liceo en el que más o menos había que quemarse las pestañas, ya que se le disculpaban cosas porque no había acto en el que no participara. Al liceo nos venían a dar conferencias, llegaban invitados, y para esas ocasiones siempre estaba Guacarán. No fuimos amigos, pero sí lo traté en la etapa en la que cultivé la amistad de los peores alumnos del liceo. No sé si graduó. Tal vez se fue para uno de esos colegios privados para malos estudiantes que había por montones… porque sí, era una época en la que nos reíamos de los que se iban a un privado y no aguantaban el trote de un buen Liceo Público. Una vez, años más tarde, vi en la televisión que estaba de vendedor en un mercado.

Guacarán acaba de morir. Y de morir, según se cuenta, por una complicación renal a la que nuestro desastre del sistema de salud no tuvo cómo responder. En su momento, su canto fue expresión de una Venezuela exultante, aunque ya en declive. Lo conocí en el último trecho de esos años, en aquel liceo que hoy suena de maravilla. Por eso, de algún modo, con él se cierra completamente ese ciclo para mí. El niño de la esperanza muere en el marasmo de la desesperanza.
Todos tenemos culpa en alguna proporción. Es en esa clave, y no en la plañidera de ¡qué vaina este país! ¡Cómo nos jodió el chavismo!, como debemos verlo. Especialmente si se trata de alguno de los que entonces eran “apolíticos” (así se hacían llamar) y ahora, muy probablemente, está dando consejos de ciudadanía desde el exterior. No hay que ver su muerte desde la superioridad, sino desde nuestro fracaso. No el de los más pobres, o los chavistas, que también lo ha sido; sino desde nuestro propio, estruendoso, enorme fracaso. Tal vez al reconocerlo hallaremos un camino para dejar de fracasar.

Fuente:
https://www.facebook.com/tomas.straka.9659/posts/10155319130244296
Imágen: La empleada por el autor del texto en Facebook.
Captura de pantalla: Respuesta de LB al texto aludido.
Cfr.
https://lbarragan.blogspot.com/2017/11/cantara-junto-wojtyla.html

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