domingo, 15 de octubre de 2017

CRISIS HUMANITARIA

Por ejemplo, Cayito y José
Luis Barragán

En una etapa no tan remota, la televisión local abrió las puertas de los hogares a una variedad de personas que también explicaban nuestra cotidianidad. Puede decirse, se sentaban en nuestra mesa a la hora del almuerzo y, ya en la noche,  en el sofá, nos entretenían e informaban, cerrando el espacio noticioso  con los hechos deportivos e internacionales, más la predicción del tiempo.

Cayito Aponte y José Visconti, fueron huéspedes recurrentes en casa. El uno,  extraordinario comediante y cantante lírico, mientras que, el otro, no menos extraordinario periodista que hizo de los eventos deportivos  ocasión para transmitir un terco mensaje de optimismo y cordialidad. Sin embargo, ahora vuelven a escena, a través de las redes sociales, pues, hospitalizados, respectivamente urgen de una intervención quirúrgica y de unas pastillas para la hipertensión arterial.

Significativo, la trayectoria de ambos cubre, incluso, el período dilapidador de las grandes bonanzas petroleras que emboscaron a Venezuela, pero siempre fueron personas serias, meritorias, respetadas y también comedidas ante el éxito alcanzado. Y, ahora, se encuentran en tan difícil trance, como el resto de la ciudadanía, amasados justos y pecadores respirando el  precipicio, entrampados en esta otra etapa saudita, la del siglo XXI aturdido por el grosero populismo y derroche gubernamental.

Identificados por las circunstancias, seguramente previsivos, la crisis de varios años acabó con los ahorros de toda una vida e, hipoteca aparte, no lograrán vender el apartamento o la casa, adquiridos con sacrificio y transparencia, para cubrir emergencia. Aquí ya nadie compra ni vende con facilidad un inmueble, pues, sumado el arrendamiento, el socialismo en curso desconoce de facto el derecho de propiedad privada, estremecida dramáticamente la economía que no autoriza la más modesta y limpia transacción.

Tratándose de dos personas tan prestigiosas y reconocidas, arrinconadas por momentos tan duros, nos es difícil indagar en torno a la situación de los ciudadanos comunes y anónimos que, por cierto, desesperan y desesperamos por unas pastillas – las de la tensión – de una modesta marca y precio que, devoradas por el mercado negro que afianza su cotizada escasez con el ya natural aliento y complicidad del régimen, nos condena a una injusta realidad. Por ello, rechazado el descalabro como hábito, debemos superar esta dictadura: así de sencillo.

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