jueves, 27 de julio de 2017

DEL VAPULEADOR, VAPULEADO



Del estado de destrozo al destrozo del Estado

Luis Barragán

Algo más parecido  a un reportaje que a un texto de opinión, quizá con asomo de un futuro ensayo, versamos sobre el reciente incendio de un vehículo automotor en la ciudad capital. Nada excepcional el video y las fotografías que nos remitieron, en el marco de una cruda represión, nos tienta a una breve reflexión sobre el actual Estado en Venezuela, deduciendo algunas de sus características. Y, por ello, reseñaremos los hechos, formularemos unas interrogantes, esbozaremos una cierta conceptualización, hasta arribar a tres conclusiones que quedarán pendientes en el tintero de bytes.

Un día y dos complementarios

El primer día, anunciándose apenas la tarde, en la avenida y calles adyacentes de un sector de Caracas de clases media descendiente y popular que alguna vez se dijo en ascenso, arrancó la protesta pública de los jóvenes que fueron enfrentados por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Espesor de gases tóxicos que tiñeron los edificios cercanos, barricadas frágiles y fogatas pretendiendo detener el disparo de proyectiles de los que nunca se sabe, hicieron rápida la noche con los escuderos más atrevidos ante la tanqueta y la ballena que, por momentos,  urgidas en otros sectores vecinos, procuraban aliviar al numeroso contingente de uniformados hastiados del ilimitado y nada marcial ejercicio de confrontación.

Teñidos ahora de obscuridad, pues, en una de las calles de edificios con balcones tapiados por láminas de cartón ya nada improvisadas, los particulares apagan todo bombillo que los ofrezca como el polígono ideal, quedando para la adivinanza el movimiento de los muchachos. Apenas, con la precaria estela de una molotov o por el impacto de una piedra de invisible trayecto, la GNB responde furibunda con sus artefactos hasta que se retira, cansada, apremiada para la misma faena en otros puntos del vecindario. Y, una o dos horas más tarde,  deja la avenida a la merced de los encapuchados.

Controlada  parcialmente la avenida hasta que regresen los uniformados que truenan sus alejadas motocicletas al escoltar el lento paso de los blindados, apenas iluminada por el esfuerzo de los residentes que perdieron hace mucho tiempo la esperanza por el alumbrado público, se confunden los héroes y villanos, con capuchas y láminas de endeble cartón o metal. Establecida la alcabala, peatones y conductores quedan expuestos a un robo sobre el alfombrado de los cartuchos percutados, vidrios y piedras, en un sorteo del que no se sabe de justos y pecadores.

La intermitente circulación de vehículos, dijo autorizar a un modesto conductor que zigzagueó hasta tropezar con una suerte de peaje y, nos refirieron, apenas avisado, mayor autorización tuvo de su juventud para bajarse y correr desesperado gritando y advirtiendo del asalto. En represalia, los encapuchados quemaron el carro atravesado que pronto levantó grandes hongos de humo más negro que la noche parpadeada por las llamas.

Transcurrieron aproximadamente 40 minutos antes de llegar varios motorizados de la GNB y coordinar a la ballena que, majestuosa herida en el pavimento, ensayó pacientemente dos o tres ángulos para disparar sus potentes chorros de agua que agigantaron los hongos hasta ahogar la candela. Apenas se movería el vehículos unos centímetros, debido al continuo impacto de los proyectiles líquidos que zarandeaban su intimidad, abollado en los costados, ensombrecido por algo más que los árboles que rebotaban las luces rojas y amarillas del blindado vapuleador.

 Antes de concluir la feroz asfixia del carro, llegó una unidad de los bomberos, cuya estación es cercana y, linterna en mano, cuidando de algún disparo accidental del mastodonte, lo revisaron ya como promesa segura de óxido y cenizas. A la medianoche, los vecinos dejaron pendiente el caso para tratar de descansar de tanta angustia acumulada.

Comenzando el día siguiente, cual mal tratado caso de acné, lució en medio de la avenida el vehículo de cuyo color nunca se supo, rodeado por uno que otro curioso, aunque – simultánea y tempranamente  - prendió la protesta en las adyacencias. Una larga jornada de varias horas, completó la escena del supuesto dueño del carro, por la dedicación que tuvo al detallarlo y extraer varias piezas, luego de varias cavilaciones indiferentes al ruido de los disparos,  en medio de una refriega que culminó con el literal intercambio de piedras entre los escuderos y la GNB que se quedó sin las acostumbradas municiones.

Tardío auxilio de tanquetas y ballena, añadido el derribamiento de un poste de alumbrado público, tan ornamental que el condominio más cercano es el que ilumina un poco la calle,  la jornada fue avivada por consignas contra la dictadura. A un costado, la guerra medioeval de los jóvenes que no dejaron de asediar a los efectivos uniformados que imitaron y  probaron una jerga obscena de desafío, y, al otro, en la acera, el conductor en cuestión diligenciaba su caricatura de metal aplomado hasta desaparecer, dejando abandonado el murmullo de lo que fue un carro, faltándole una lápida, pues, al momento de suscribir esta nota, todavía no lo han retirado.

Veinticuatro horas más tarde, el lugar repitió la ya acostumbrada escena de desastre. Llegó el personal de retaguardia de un camión del aseo urbano, sin máscaras, uniformes y a mano limpia, para tender una maltratada sábana de plástico y recoger varios escombros y porciones regadas de basura, quedando el resto, sumado el poste pesado que hizo un trazo en el pavimento, para los vecinos voluntarios que limpiaron lo más que pudieron el espacio frontal de dos o tres edificios, temiendo por el vidrio para los niños y las mascotas, en un tercer día susceptible de repeticiones.

Ciertas preguntas

Un evento tan (a) anormal de las extensas horas que hacen un siglo XXI que nos llena de perplejidad, nos interroga continuamente. Y, como la punta de un hilo, promete otros horizontes para el análisis – a nuestro juicio – insuficientemente trillado de procurar el cambio necesario en Venezuela.

Hablamos de un sector de clase media en descenso, concursado por otro popular que aventuró tiempos atrás su ascenso, irremediablemente aliados en esta prolongada coyuntura impuesta por una dictadura que  ha dado alcance a todos. A simple vista, el grupo de los jóvenes escuderos procede mayoritariamente de una cercana barriada popular y, por su lenguaje y destrezas físicas, parecen mejor sintonizados para una confrontación violenta, contrastando con los residentes de la urbanización. Ahora bien ¿la escudería no constituye un fenómeno de integración social, más allá del aula de estudios? ¿No se ofrece como un muro de contención frente al populacho, fuente implacable de toda experiencia fascista? ¿Es reacia a toda infiltración gubernamental, propiciando su descomposición? ¿No ofrece también una determinada pedagogía de civismo, alentando la lucha por medios no violentos? ¿Podrá evolucionar organizacionalmente hacia un claro y estable compromiso político?

La mejor demostración de los medios pacíficos empleados que no, la absurda pretensión de dejarse golpear salvajemente,  está expuesta por una confrontación harto desigual, aunque – en el caso citado – por alguna razón no llegaron los grupos paramilitares a auxiliar a lo que entendemos por autoridades públicas. O ¿no hay más habilidad, ingenio y arrojo natural en una muchachada desarmada que el concedido por el entrenamiento militar o cuasi-militar tan deseado por el gobierno para justificar su guerra civil? ¿En qué medida el despliegue de la resistencia en el referido sector citadino, no emula   el defensivo de las bandas delincuenciales de los barrios restándoles el uso de las armas de fuego? ¿Expuestos a la luz pública, la GNB no palidece ante la muchachada que ha conocido y padecido los tristemente célebres operativos de las OLP? ¿Además de sentirse parte de un espíritu nacional de lucha, por muy ocultos que lleven el rostro, no hay un baremo de reconocimiento mutuo por el nivel de coraje que el solo ser escudero comporta? ¿El incidente del carro no es una excepción dado el inmenso testimonio que los jóvenes han rendido por todos estos meses?

 El automóvil convertido en fogata, como el derribamiento de un poste público por la ballena que transitó una calle que le fue tan inadecuada, retrata muy bien el estado de destrozo al que nos condujo el régimen, pero también el destrozo del Estado. ¿Por qué no concurrieron a tiempo las unidades de los bomberos tan cercanos al lugar, dejando que  la ballena impactase con sus chorros al vehículo? ¿No existen diferencias entre el empleo de los medios bomberiles que impidan la propagación adicional de gases tóxicos y el meramente policial que no repara en la vecindad de los edificios  repletos de niños y ancianos? ¿Quién asegura que el remedio no pudo ser peor que la enfermedad, pudiendo la explosión alcanzar dimensiones superiores, sumado el sistema eléctrico de la avenida, cuando se ha descuidado un área tan vital como el de la defensa civil, a favor de una inversión masiva en armas y equipos antimotines? ¿Por qué la recolección de la basura la hace un personal público desprovisto de máscaras, una unidad y equipos apropiados, seguramente de empleo precario, mientras deben completarla los vecinos que pagan puntualmente sus impuestos? ¿Esta ambientación de peligro, deterioro, riesgo, incuria, amenaza, abandono, vandalismo, no es el más propicio para un régimen que se esfuerza en nuestra demolición moral?

Indicios

Años atrás, intentando atisbar una orientación definitiva del tal socialismo del siglo XXI, consideramos su sustentación en el lumpen-proletariado, mediante un texto originalmente publicado en el diario El Nacional de Caracas (http://lbarragan.blogspot.com/2012/09/invertebracion.html). Los hechos parecen corroborar aquellos supuestos,  por lo que, las sostenidas acciones de protesta ciudadana, ilustran una fortísima resistencia a la propia desarticulación social ensayada obstinadamente por lo que, finalmente, ha sido reconocida como una dictadura. Acotemos, en sus orígenes y desarrollo, la misma revolución cubana no alentó tamaña sustentación y, aunque la prédica persiste en el proletariado, en cuyo nombre ejerce, los mecanismos de control social no tienen por fundamento – digamos – el descontrol o la anarquía.

Socialismo venezolano que, por cierto, no ha aportado ni aportará documento, estudio o consideración alguna sobre las clases sociales en Venezuela, siendo, por ejemplo, Roberto Briceño-León, un preocupado actualizador de la materia. Una economía (y sociedad) rentista como la nuestra, en el curso de un inevitable y trágico cambio, por lo menos, desafía las nociones más elementales del marxismo clásico y, en consecuencia, muy poco puede disertarse sobre el colaboracionismo y la traición de clase, como ocurrió después de 1958, de acuerdo a la literatura profusa de entonces.

 Demasiado distante de las condiciones y estragos actuales, es nuestra hipótesis, quizá prospere una versión del “Espíritu del 23 de Enero”,  obedeciendo también a un esfuerzo subyacente y no menos desesperado, de rearticulación social que permita la confluencia del Country Club y de La Charneca, como ante se emblematizaba la conjunción de esfuerzos.  Dependerá esencialmente de los partidos, gremios y demás expresiones de la sociedad civil organizada que logren reivindicarse como tales, pues, resulta notorio, la ciudadanía ha superado al liderazgo establecido de la oposición que sólo surfea los acontecimientos.

Señalamos, el deterioro más extremo parece garantizar la definitiva implantación de una dictadura que ha hecho lo propio con el Estado y, a la vista el caso del vehículo quemado, añadidas sus circunstancias que, por repetidas, pasan por debajo de la mesa, derivando en tres graves aspectos.

Conclusiones provisionales

En efecto, por una parte, militarizada la sociedad y sus problemas, no existe Estado en la medida que un burdo incendio depende de un vehículo blindado de represión, siendo de nuevo prescindibles los bomberos, cuya estación se encontraba muy cercana al lugar de los hechos. Por lo demás, el especializado cuerpo bomberil labora en precarias condiciones, desequipado, con salarios y protección social muy pobres, sin que exista diferencia sustancial con los recolectores públicos de basura y el resto de los venezolanos.

 Por otra, no hay una mínima garantía de orden público, pues, luego de las protestas, en lugar de restablecerlo de acuerdo al sentido común, las fuerzas represivas dejan a la merced de la delincuencia a los ciudadanos, como escarmiento. Nada descabellada luce la idea para acentuar el castigo y desprestigiar las jornadas cívicas que resultan violentadas por la dictadura, susceptibles de la infiltración durante y después de la faena, premiando al hampa común por la cooperación que pueda brindar.

Finalmente, capturado por un elenco inescrupuloso que lo ha destruido con ayuda de sus pares cubanos, la reconstrucción y  rearticulación misma del Estado en Venezuela, es otra prioridad urgente. La refundación del Estado Constitucional naturalmente obliga a la reivindicación de sus elementos existenciales que se convierten en las cenizas simbolizadas por la fogata de un vehículo.

23/07/2017:
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