viernes, 26 de mayo de 2017

DE LA MÁS RECIENTE COMPRENSIÓN



Del previo derribamiento simbólico

Luis Barragán

Incomprendido el momento histórico, muchas veces lamentamos que, al colapsar su régimen, fuesen derribadas las estatuas de Antonio Guzmán Blanco en la Caracas del siglo XIX. Al observar los restos de “El Saludante” que avecindó el Capitolio  Federal y “El Manganzón” que sirvió de emblema a El Calvario, en el Museo John Boulton, concluíamos sobre la necesidad de preservar las piezas integras,    como testimonio y escarmiento de la afrancesada dictadura.

Un sentimiento parecido produjo el filme “Good bye, Lenin” de Wolfgang Becker (2003), conteste con el registro que hizo toda la prensa al caer el socialismo real. Nos parecía que el mantenimiento de las esculturas de éste y otros bolcheviques, como ocurriese también con la figura asfixiante de Stalin, recordaría por siempre los riesgos y peligros del retroceso político. Sin embargo, una distinta reacción nos ha ganado frente al derribamiento espontáneo y múltiple de los bustos, estatuas y otras figuraciones de Chávez Frías en la Venezuela actual que nos permite comprender los del XIX venezolano y XX euro-oriental.

Hay una inmensa rabia de la estafa política que representa el mesías del siglo XXI y su sucesor, en un país hambreado y censurado. Se trata de una extraordinaria necesidad de desahogarla frente a la represión sistemática y criminal de toda disidencia, imposible de canalizarla por la vía pacífica, por lo que ahora entendemos al venezolano que quiso por un acto inmediato borrar todas las amarguras que padecía al finalizar el guzmanato.

 Sobre todo, porque esa exaltación del barinés ha sido artificial, propia de una deliberada estrategia de confusión con la propia identidad nacional impulsada por sus exclusivos beneficiarios, los de las más altas esferas del poder que se atreven a algún natural y audaz agradecimiento por los privilegios concedidos. No existe un sentimiento genuino y arraigado de respeto al creador del desastre actual, benefactor de muy pocos en el inmenso paisaje de deterioro, miseria y pobreza que nos caracteriza.

No pretendemos promover la destrucción de obras o bienes públicos, pero sí de entender el motivo de un derribamiento simbólico del régimen que, justamente, precede a su efectivo reemplazo constitucional. Si fuere el caso, independientemente de las ideas que suscite, este mismo gobierno de casi dos décadas, estimuló y celebró el derribamiento, la mudanza sin paradero cierto y la destrucción arbitraria de las estatuas de Colón que se encontraban en Plaza Venezuela y El Calvario. Vale decir, convino en la destrucción de esas obras o bienes públicos, más públicos y duraderos que las consabidas estatuillas del pretoriano de una mayor eficacia que la contratación de una docena de sondeos de opinión.

22/05/2017:
Fotografía Luis Chacín, 2016, Museo J. Boulton.

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