domingo, 28 de mayo de 2017

DEL "PROSOPON" AL PRESENTE

La idea de Dios desde nuestra cultura actual
Marcos Rodríguez

En años pasados hicimos un pequeño repaso teológico sobre el dogma de la Trinidad. Este año me voy a dedicar a hablar simplemente de Dios. No es que sea más fácil, pero puede ser más útil.
Es verdad que la Biblia dice en las primeras líneas que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está fabricando a cada instante un Dios a su medida.
Es verdad que nunca podremos llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro conocimiento de la realidad, y ha cambiado nuestra manera de entender al hombre, será lógico que cambie también nuestra idea de Dios. El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios cada vez menos cosificado.
Todas las teologías surgieron de una experiencia personal y de una elaboración racional que siempre se hace desde una filosofía de la vida, determinada por un tiempo y una cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella y negarnos a buscar otras maneras de comprender a Dios.
Debemos superar la idea de un Dios “todopoderoso”, que tiene todo sometido bajo sus pies, y puede hacer y deshacer a capricho la realidad terrena. Un Dios al que debemos temer, porque guarda estrecha cuenta de nuestras fechorías.
Es falso el Dios que premia y castiga; en contra de lo que nos pide a  nosotros Jesús en el evangelio: “amad a vuestros enemigos”. Un Dios que premia a los amigos y manda al infierno a los enemigos, no tiene nada de extraordinario; eso mismo hacemos todos los seres humano.
No es cierto que Dios  nos pida humillación y sacrificios, sobre todo cuando hemos fallado. Falso un Dios que está al acecho para ver lo que hacemos, y según nuestras obras, reaccionará Él después.
En realidad, siempre que nos atrevemos a decir Dios es… estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Estoy cada vez más convencido de que el ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen haberlo atrapado en sus intrincados conceptos.
Hoy podemos comprender que Dios no se identifica con la creación, pero tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la Vida como algo separado del ser que está vivo. No podemos imaginar lo divino separado de todo ser creado, que, por el mero hecho de existir, está traspasado de Dios. En los últimos tiempos muchos pensadores llaman a esa conexión inextricable, “no dualidad”.
Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de  ciencia. Dios es acto puro y lo que hace se identifica con lo que es. Lo está haciendo todo de una vez, por lo tanto no puede empezar a hacer algo o dejar de hacer lo que está haciendo.
El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos que le caen en “gracia”. No es el Dios de los buenos, de los piadosos, de los religiosos ni de los sabios. Es el Dios de los excluidos y marginados, de los enfermos y tarados; incluso de los irreligiosos inmorales y ateos.
Esta es una verdad que nos cuesta mucho aceptar a “los buenos”. El evangelio no puede ser más claro al respecto: “las prostitutas y los pecadores públicos os llevan la delantera en el Reino de Dios.
El Dios de Jesús no aporta nada a los buenos que ya están salvados, pero llena de esperanza a los malos que necesitan salva­ción. "No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". El mensaje de Jesús escandalizó, porque hablaba de un Dios que se da a todos sin que tengamos que merecerlo. Para todo el que se cree bueno, eso es una muy mala noticia.
Para nosotros, es sobre todo la experiencia que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó con todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en su época. Ese esfuerzo le costó la vida.
Jesús en todo momento quiere dejar claro, que su Dios es el mismo del Antiguo Testamento. Eso sí, tan purificado y limpio de adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente distinta.
La forma en que Jesús habla de Dios como amor-salvación para los hombres se inspira directamente en su experiencia personal.
Naturalmen­te esa vivencia no hubiera sido posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de Jesús.
La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él mismo todo para Dios. Tomó concien­cia de la fidelidad de Dios y respondió vitalmente a esta toma de concien­cia.
Al atreverse a llamar a Dios "Abba", Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el Absoluto.  Descubrió el Absoluto, en cada una de sus criaturas, sobre todo en los oprimidos.
La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la permanente acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. El reconoci­miento de nuestra limitación es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Él es el único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe.
Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento, es fuente de una inesperada humanidad. La experiencia personal de Dios será el camino para la manifestación de la más alta humanidad.
Esta idea de Dios supone un salto sobre la idea del Antiguo Testamento. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su “alianza”, y reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la cumplen, los reprueba y castiga.
En Jesús, Dios actúa de modo muy diferente. Él es don absoluto e incondicional. Él es ágape y se da totalmente. Es el hombre el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana.
En las últimas décadas, los científicos en general han dado un vuelco en la manera de afrontar el problema de Dios. Del rechazo frontal de los últimos siglos, se ha pasado a la consideración de que la ciencia no lo explica todo, ni mucho menos. Detrás de todos los avances increíbles, sigue estando el misterio de los orígenes y de por qué la realidad es como es y no de otra manera. A pesar de todo, seguimos sin poder explicar el origen del universo, la vida, la inteligencia, etc.
Pero sería completamente falso el creer que Dios está ahí, porque lo necesitamos para explicar la realidad. Sería seguir en la dinámica de los seres del Paleolítico. Precisamente porque no necesitamos a Dios para cubrir nuestras necesidades materiales, estamos en mejores condiciones para encontrar al verdadero Dios.       
Hoy se está debatiendo un tema interesante sobre Dios. ¿Es Dios persona? La mayor dificultad para hablar de Dios como persona, la encontra­mos en el mismo concepto de persona que lejos de ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos y profundos cambios de sentido.
Desde el "prosopon" griego, traducido al latín por “persona”, y que era en el origen la máscara que se ponían en el teatro para que “resonara” la voz; pasando a significar el personaje que se representaba. Al final terminó significando el individuo físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia subjetiva, es decir, el núcleo más íntimo del ser humano.
En los últimos años se está hablando del ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de los próximos decenios. Si el hombre está anhelando lo transpersonal, es ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que limita el propio ser.
La clásica definición de Boecio [individua sustantia, racionalis natura], es un poco ridícula, porque pretende aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad propia del hombre.
Dios no puede ser un "tú" en el mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la realidad que posibilita el encuentro con un tú; es decir, sería como ese tú ilimitado que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. Pero a Dios nunca se le puede experimentar directa­mente como tal tú, sin el rodeo del encuentro con un tú humano.
No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario teísta (nos quedaríamos sin lenguaje sobre Dios), sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo lenguaje sobre Dios. Toda nuestra vida religiosa quedará afectada por estas ideas que acabamos de exponer, desde la oración hasta la esperanza en la vida futura.
Meditación-contemplación
La mejor pista nos la da Jesús: “yo y el Padre somos uno”.
Bien entendido que esto lo dijo como ser humano.
Jesús sigue siendo Jesús y Dios sigue siendo Dios,
pero toda diferencia ha desaparecido.
…………………..
En su evangelio, Juan pone en boca de Jesús, uno y otra vez:
”Yo soy…”
Es la definición que da Dios de sí mismo desde la zarza.
Lo que sustituye, en cada caso, a los puntos suspensivos
no tiene importancia.
Lo importante es que ha descubierto su ser.
…………….
Este es el único camino para conocer a Dios.
Descubrir que lo que Él es y lo que soy yo se identifica.
Solo si llego a descubrir lo que soy,
puedo llegar a vivir lo que es Dios.

Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-mt-28-16-20-MR.htm
Cfr.
Mons. Antonio José López Castillo:http://www.elimpulso.com/opinion/arquidiocesana-subio-al-cielo
Isabel Vidal de Tenreiro: http://www.elimpulso.com/opinion/buena-nueva-cuando-cristo-vuelva
Ilustración: Dalia Ferreira.

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