domingo, 28 de mayo de 2017

¿RUPTURA O CONTINUIDAD?


De la sofocante extemporaneidad

Luis Barragán

Pocas veces ocurre, el primer y aún más distraído vistazo genera inquietud, autorizando los otros que llevan a una más pausada reflexión. Suponemos que toda novedad artística lo es, cuando suscita una poderosa o cierta desazón e, inadvertidamente, contribuye a una interpretación de las realidades que suelen confundirnos.

Navegándolas al azar en una noche de lidia con el insomnio, inmediatamente volvimos al motivo gráfico que tecleó nuestra curiosidad en las redes. Recortada la silueta de una tanqueta cotidiana con su inequívoco cañón, sobre el breve paisaje de una empinada barriada popular, supimos de la más reciente versión de una extemporaneidad que nos sofoca.

No tardamos en saber de Pepe López, gracias a una breve orientación de Nicomedes Febres, las limitadas imágenes reportadas por Google y una directa comunicación con el artista al servirnos de una tecnología que parecía imposible   más de dos décadas atrás. Advertimos una faceta de su obra que, al actualizarla, nos actualiza con el país que presumimos por siempre de un fácil e inmediato  reconocimiento.

Extendida y convertida en regla la marginalidad urbana hasta cuestionar el propio sentido de las palabras, parece dejar atrás etapas como la del aluvión de las vivas formas geométricas que ha hecho escuela en Venezuela, concediéndole también una identidad,  o la de los utensilios del aseo doméstico que trastocan la cotidianidad en una repentina y sugestiva excepción.  Ahora, nos interpela con la eficaz sencillez de un misil gráfico, socialmente resistidos al inevitable post-rentismo que ha hecho de la violencia su mejor lenguaje en el – antes – insospechado siglo XXI que nos tiene por precarios inquilinos.

Muy pocos escapan del indecible deterioro de nuestra calidad de vida, encarcelados por el hampa – además – organizada, relegados por un salario real de subsistencia, resignados a una vivienda cada vez más frágil, aquejados por eso que llaman los expertos la incongruencia de estatus. Cerca de nuestro propio domicilio personal, pendientes de alguna refriega de proyectiles de algo más que lacrimógenos que pueda afectar a una urbanización venida a menos, apreciamos desde el balcón la cada vez más lenta e incierta remodelación de un esquinero pent-house que aspira a una planta adicional para la prole que ha crecido, teniendo por trasfondo el desarrollo acelerado de una barriada que pareciera el resultado de una feria gratuita de cabillas y cemento enquistada en lo que fue la respetada zona de un parque nacional, menos de cinco o seis años atrás.

La terrible silueta recortada adquiere el encaje de una granada de mano, una pistola, una Kaláshnikov ya de escolar familiaridad, o se abanica francamente con una inerte figura humana en la punta del copado cerro, incurriendo  en el audaz y aparentemente absurdo injerto de una escultura clásica contra el paisaje de los “ranchos” mil veces abigarrados que se empinan aferrados a la colina también utópicamente antisísmica. Entendemos, el código por excelencia es el de las viviendas de paredes no frisadas, despobladas o con el inexistente indicio de la vivacidad de una motocicleta o de un jeep que las surque, silentes y resignadas al viento: encaramamiento de encaramamientos, el dato estético adquiere otra significación que lo aparta o quizá le da una sorprendente continuidad a la obra de Meyer Vaisman, cronista infalible de los años del esplendor petrolero.

El idioma es el de la violencia, cruce de un centenar de dialectos para la angustia rutinaria, a la que Jenny Guerrero Tejadas avistó con una fuerza identitaria que hoy las circunstancias dicen legitimar (http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/28992/1/articulo8.pdf).   Y esto,  por el sostenido discurso del poder establecido, cuyas concreciones naturalmente indignan a López, denunciándolo con las armas de las que dispone.

 Un discurso que, por cierto, no soporta el análisis marxista de clase, habida cuenta del tal socialismo de esta otra centuria, ni la recurrentes disertaciones que apuntaban a las televisoras en manos privadas, hoy en la práctica todas estatizadas. Celebrada la muy arriesgada captura y devolución del violín destrozado a Willy Arteaga, por el contingente militar,  en medio de una faena represiva de la protesta ciudadana, el discurso es propio  del empleo de la fuerza bruta y de su lenguaje, inscrito en una cultura de la muerte, de la agresión y del cinismo militante.

Proveniente del mundo de  la sastrería, el término “beskope” o sus variantes “made to measure” y “su misura”, avisa de una técnica de elaboración artística que, al aspirar un fiel reflejo de la presente etapa histórica, puede finalmente emblematizarla.  Suerte de anticuerpo, acaso un remedio homeopático, al representarla, la violencia tropieza con un lenguaje alternativo que ojalá prospere: únicamente el arte puede lograrlo.

29/05/2017:

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