miércoles, 31 de mayo de 2017

VIEJOS HOMBRES, IDEALES Y PROCEDERES



Érase las trampas constituyentes

Guido Sosola

Antes que los indicadores económicos y sociales nos abismaran, ya habíamos experimentado un importante retroceso con la asamblea constituyente de 1999, a pesar de las apariencias. Cierto, el texto resultante cuenta con muy importantes avances al lado de otras regresiones, combinando sendos elementos democráticos con otros que francamente no lo son, pues el reconocimiento a la participación efectiva cohabita con el silencio no menos eficaz que permite confundir el ejercicio simultáneo de la autoridad civil y la militar en un mismo funcionario, como no ocurría con la carta precedente, cuyas consecuencias hoy son harto conocidas.

Evitando entrar en pormenores respecto a aquella larga y también traumática jornada constituyente, enunciemos tres hechos irrefutables: hizo de la sola sanción y promulgación, una promesa descomunal e inmediata de felicidad; el mayor porcentaje de sus sesiones lo dedicó a reforzar al gobierno de Chávez Frías, acelerando e improvisando la aprobación en primera y segunda discusión del proyecto constitucional; e, irremediable, apeló a las serias elaboraciones que hizo la COPRE y la Comisión de Reforma Constitucional presidida por Caldera. Aclaremos, con todas sus bondades y fallas, es necesario defender la Constitución de 1999, requeridos de una normativa fundamental para la convivencia social.

Agreguemos,  es más estúpida que falaz la pretensión oficialista de desautorizar moralmente, a quienes no respaldaron el proceso constituyente y su resultado, e indefendible la tesis de otro proceso,  más allá de los mecanismos de enmienda o reforma de actualización que pueda suscitar. En propiedad, descaradamente actualiza la desesperada urgencia del poder establecido por prolongarse a cualquier precio.

La historia venezolana ofrece una buena muestra de la constituyente como instrumento dictatorial al trampear incesantemente a una población amilanada o diezmada, ensordecida por la pobreza, la desnutrición y las enfermedades.  No por casualidad, en el curso de una cada vez más aguda crisis humanitaria, antes impensable al calor de los pozos petroleros,  a Maduro Moros se le ha ocurrido apelar a un expediente tan manoseado reencontrándolo con la estirpe de una vieja tiranía que, por lo menos, insistamos en el detalle, gozaba de extraordinarios juristas para la ocasión.

Entre Castro y Gómez,  por el mecanismo constituyente o su asunción por el parlamento, reformándola en los aspectos que les eran indispensables, la Constitución fue el libreto de una ópera bufa: en 1900 es convocada la constituyente que parió la Constitución de 1901,  un congreso constituyente la de 1904, el Congreso Nacional la de 1909, un Congreso de Plenipotenciarios la de 1914, el Congreso Nacional la de 1922, 1925, 1928, 1929 y 1931. Acaso, la más desfachatada treta fue la de inventar una invasión del antiguo socio, Castro, en 1913 para evitar el relevo  presidencial correspondiente, por lo que, pisoteando la de 1909 que impedía la reelección, Gómez ideó y promovió un tal Congreso de Plenipotenciarios que hizo otra a su entera medida. Empero, no es posible abusar de las comparaciones, pues, si bien Maduro Moros representa fielmente la continuidad de los obscuros intereses creados en el patio, durante este XXI, la más espesa sombra proviene de otros que se han colado por la puerta maldita de la globalización que vela por sostener a sus garantes, excepto – como se ha filtrado – la dictadura cubana que le recomienda abandonar lo que eran las tradicionales trampas constituyentes para tratar de sobrevivir con los viejos hombres, viejos ideales y viejos procedimientos.

31/05/2017;

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