domingo, 30 de octubre de 2016

ENSAYOS SOBRE LA PROCACIDAD

EL NACIONAL, Caracas, 30 de octubre de 2016
Sobre héroes y rufianes
Raúl fuentes 

Agnieszka Holland es una realizadora polaca con una interesante filmografía en su haber, de la que cabe mencionar cintas como Total Eclipse (Vidas al límite, 1995), que explora la relación homosexual entre Rimbaud y Verlaine, Europa Europa (1991), ganadora de un Globo de Oro y nominada al Oscar como mejor guion adaptado– en 1985 había sido postulada por la Academia para optar al premio de mejor película extranjera por Bittere Ernte (Amarga Cosecha) y lo fue otra vez en 2011 por In Darkness (En la oscuridad)– o la muy sui géneris Copying Beethoven (Copiando a Beethoven, 2006); también le debemos la realización de algunos episodios de las aclamadas series The Wire y House of Cards. A esta señora, que trabajo con Andrzej Wajda en Danton (1982) y Krzysztof Kieślowski en Tres colores: Azul (1993), entregó HBO la batuta para que orquestase su primera gran apuesta europea, Hořící keř, miniserie en tres capítulos que gira en torno a la inmolación de Jan Palach.
Quizá el encargo de la subsidiaria de Time Warner se fundamentó menos en el currículo de la cineasta, que en el haber sido testigo excepcional de los sucesos narrados en el drama televisual –con la licencia ficcional que suelen permitirse los guionistas de historias «basadas en hechos reales»–, pues cuando ocurrió el suicidio «a lo bonzo» del joven estudiante de arte, la Holland estudiaba –merced, acaso, de los «intercambios culturales» acordados entre los países signatarios del Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua (Pacto de Varsovia) –—, en la Academia de Cine y Televisión de Praga y, además, vivió y compartió la impotencia, estupor y frustración de los checos frente a la intervención soviética de 1968 –200.000 soldados (600.000, según fuentes occidentales) y 2.300 tanques de la URSS, Alemania Oriental, Bulgaria y Polonia– que puso fin a la «Primavera de Praga», ese período en el cual se instrumentaron esperanzadores programas de liberalización política y modernización económica liderados por Alexander  Dubček, y secundados por Ota Šik, con miras a la instauración de un «socialismo con rostro humano». La «tercera vía» (expresión acuñada por Šik, no fue producto de «desviaciones reformistas», sino de la necesidad de flexibilizar un modelo que no por bueno para los rusos debía serlo para los checoeslovacos. Por eso, contó con el entusiasta respaldo de la juventud y los intelectuales. Por eso mismo, no gustó a Leonid Brézhnev ni al PCUS. De allí las botas y blindados de la contra OTAN. Y el sacrificio de Palach. De allí también un esclarecedor ensayo de Teodoro Petkoff, Checoeslovaquia, el socialismo como problema, que cogió calle internacional y fue anatematizado por Pravda y repudiado por la ortodoxia ñángara.
Burning Bush, algo así como Arbusto en llamas, fue el metafórico nombre en inglés con el que se comercializó la miniserie. No sé cómo la llamaron en español. Antorcha humana nos parece lo apropiado.  Palach no fue rara avis; dos compatriotas, Jan Zajíc y Evžen Plocek, estudiantes como él, siguieron su ejemplo, lo que exasperó a la policía y, por supuesto, al partido comunista que lo injurió, acusándole de escenificar un «falso suicidio» que le salió mal. La madre y el hermano de Jan rechazaron tal difamación y recurrieron a una abogada, Dagmar Burešová (Con la instauración de la democracia llegó a ser ministra de justicia) –verdadera protagonista de la serie–, que intentó un juicio, dictaminado de antemano, contra un alto cargo del gobierno por deshonrar su memoria. Cualquier parecido con nuestra realidad judicial es mera coincidencia.
En Polonia, por decisión propia y con anterioridad a los checos, ardió Ryszard Sywiec en un evento en el que estaban presentes las principales autoridades del país. El hecho, silenciado entonces, salió a la luz conjuntamente con todas sus vergüenzas, miserias y horrores, cuando el comunismo se derrumbó; en Irlanda, en 1981, una prolongada huelga de hambre puso fin a la existencia de una decena de militantes del IRA.
Aquí, sin que el redentor se conmoviera, una acción similar precipitó el fallecimiento, en agosto de 2010, del agricultor Franklin Brito. Y es que cuando los autoritarismos aprietan las clavijas de la represión, solo restan medidas desesperadas. Se podría discutir si inmolarse por una causa –libertad, justicia, equidad– es gesto santo o pecaminoso, pero de manera alguna cuestionar su quijotesca heroicidad. En la República Checa, Palach es nombre eternizado en parques, avenidas y en una cruz de bronce incrustada en la plaza Wenceslao, lugar donde se encendió la llama condenatoria de la invasión.
Se preguntará el lector por qué le importunamos con este misceláneo memorial, obviando que en Venezuela ha muerto, lenta e inexorablemente, el Estado de Derecho y ha sido sepultado con un coup d'État producto de la conchupancia entre gobernadores feudatarios (milicos todos, excepto el operador político, Tareck Zaidan el Aissami Maddah) y jueces venales (sin competencia en materia comicial) con un árbitro electoral avasallado a un impresentable capitán, un rencoroso loquero y un grupete de generales bachaqueros, convenientemente apadrinados, que matizó de verde oliva la conjura para quebrantar el orden constitucional. ¿Por qué? Sí, por qué incordiamos al paciente lector con esta retahíla de encomillados y bastardillas dejamos de lado que, a pesar de la vaticana bendición, el sesgo ignaciano y los pomposos saludos a la bandera de la concordia izada en Margarita, no habrá diálogo que valga ni tiene objeto perder tiempo ensayando enderezar las ramas de un árbol ingénitamente choreto. A quien así y con justicia nos inquiera, respondemos que el cuento se nos antoja pertinente porque el canal Sony anuncia el inminente estreno de El Comandante, culebrón por entregas «basado en la vida de Hugo Chávez con una alta dosis de romance, espionaje, traición y heroísmo».
¿Serán románticas la necrofilia de su majestad el eterno y la procacidad del te-voy-a-dar-lo tuyo, Marisabel? Con su fisgonear en vidas ajenas y las delaciones y felonías con que consolidó su asalto al poder se pueden rodar millones de pies. El heroísmo, pensamos, es condición reservada al ciudadano que, «harto ya de estar harto», hace historia y se lanza a la calle porque no se cala más a su engendro. O al centenar de presos políticos, víctimas del terrorismo madurista y el fundamentalismo castrense. Pero ¿qué le vamos a hacer si los empresarios del show business no diferencian entre héroes y rufianes, mientras puedan ganar dinero con epopeyas de comiquita?

Fuente:
http://www.el-nacional.com/raul_fuentes/heroes-rufianes_0_947905360.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario