lunes, 29 de agosto de 2016

INCIPIT

Entrevista con Amos Oz
El laberinto de la identidad
José Gordon

Considerado el novelista vivo más importante de la literatura israelí contemporánea, Amos Oz ha explorado las formas de vida de su sociedad desde una óptica intimista y con notable penetración psicológica. Su propósito ha sido dar una imagen de la existencia humana que permita al lector adentrarse en la sensibilidad ajena para ver el mundo desde nuevas perspectivas.
A las 9:30 de la mañana el novelista Amos Oz nos recibe en su departamento de Tel Aviv. Llegamos al piso doce. Él mismo nos abre la puerta. A los 74 años tiene el cabello casi plateado. Su cuerpo denota un ligero cansancio; sin embargo, sus ojos grises mantienen la alerta y la agudeza de un maestro exigente y riguroso que no puede esconder del todo su calidez. Estamos reanudando un diálogo que comenzó en 1998 en Arad, un poblado en medio del desierto. En esa ocasión hablamos de su literatura y de sus perspectivas en torno al conflicto en Medio Oriente. Amos Oz fue el fundador del Movimiento Paz Ahora. En sus ensayos y novelas retrata la complejidad de un mundo que no se ajusta a nuestros deseos y en donde es fundamental abrirse a la mirada del otro. Al terminar esa entrevista para Canal 22, me invitó a tomar un café. Atardecía. Las luces de su estudio estaban apagadas. La oscuridad nos envolvió lentamente. Le dije que me parecía que tarde o temprano subrayaría el registro literario de una de sus primeras novelas en donde la vida se encuentra sutilmente interconectada. Amos Oz simplemente sonrió. Nunca habla de las obras en las que está trabajando. Un año después, publicó la novela El mismo mar, que describe la interrelación que trenza a todos los objetos con la luz y también plantea la conexión invisible de pensamientos que se da a pesar de la distancia. Al leer el libro en la Ciudad de México me tocó el turno de sonreír.
Mientras mi amigo y productor Froylán López Lavín instala las cámaras de Canal 22, nos asomamos al gran ventanal del departamento que hace que una pantalla delgada de televisión, de color negro —colocada en una pared aledaña—, se convierta en una especie de pecera ante el reflejo de la luz de un sol radiante que le da una sensación de agua oscura y verde. Le obsequio el libro Manual de zoología fantástica de Borges, ilustrado por Toledo, traducido al inglés. Me dice que conoce ya del trabajo de Toledo. Borges le apasiona. Al hablar de la exactitud de las palabras del escritor argentino, cita a un poeta israelí: “Natan Alterman dijo alguna vez que si por algún embrujo las matemáticas desaparecieran del mundo, la poesía sería llamada a sustituir las matemáticas”.
Hablamos de Rulfo. Por azar me encontré unos días antes con el íncipit de la novela Pedro Páramo en hebreo: “Bati el Komala ki amrú lí she bemakom hazé gar aví, ejad Pedro Páramo”. Se ríe con los ojos, con la musicalidad de la traducción. Me dice que la obra de Rulfo es inigualable. Amos Oz se levanta a buscar un libro en la pared opuesta a la televisión. Está llena de libros desde el piso hasta el techo. Vuelve con la traducción al inglés de El naranjo o los círculos del tiempo, de Carlos Fuentes. Me enseña con orgullo el epígrafe que seleccionó Fuentes: “Como los planetas en sus órbitas, el mundo de las ideas tiende a la circularidad”. Es una frase de Amos Oz de la novela Amor tardío.
Froylán termina de instalar el equipo. Nos sentamos ante las cámaras para reanudar un diálogo en torno a los poderes de la literatura. Conversamos sobre el laberinto de la identidad, sobre algunas claves de su cultura. ¿Es posible una espiritualidad secular? Me brinda sus apuntes sobre el trabajo que realiza como escritor para sumergir al lector en un mundo y lo que significa la mirada del arte.
El poeta Octavio Paz escribió un libro llamado El laberinto de la soledad en donde describe algunos rasgos de la identidad cultural mexicana. En el libro Los judíos y las palabras, escrito junto con su hija Fania Oz-Salzberger, ustedes hacen lo mismo de cara a la cultura judía e israelí. Hablemos de las sensibilidades que se revelan mediante la literatura.
Pienso que leer literatura es la mejor forma de viajar. Si tú compras un boleto y vas a París, ves los edificios y los museos, los parques y los bulevares. Si tienes suerte, conversas con algunas personas en un café. Luego compras algunas tarjetas postales, tomas fotografías y regresas a casa, pero si en lugar de ir a París lees a Marcel Proust, entonces eres invitado no tan sólo a los monumentos y a los bulevares: eres invitado a pasar dentro de las recámaras de otra gente, dentro de sus cocinas, de sus cuartos; te vuelves parte de la otra cultura. Eso es lo que hace la literatura cuando está en su mejor expresión. Cuando leo a García Márquez soy de Macondo, de Aracataca, y cuando leo a Dostoievsky soy de San Petersburgo y cuando leo a Kafka, estoy en Praga. Así que, para mí, la mejor forma de viajar es leer un libro sobre otra cultura, otra gente, otro país y además es más barato.
Si realmente queremos conocer la cultura israelí, ¿qué es lo que nos revelaría la literatura?
Yo escribo —dice Amos Oz luego de internarse en su mundo— de manera muy cercana sobre lo que conozco mejor y lo que mejor conozco es la historia del pueblo judío y la historia de Israel. Soy hijo de inmigrantes que apenas pudieron escapar de Europa en los años treinta. Trajeron consigo una cultura europea y una cultura judía secular, no religiosa. En el libro Los judíos y las palabras hablamos exactamente sobre estas mezclas que ha tenido la cultura judía con el secularismo europeo, con influencias árabes, arameas, griegas y latinas, de este conglomerado que es la bendición del judaísmo.
De hecho, en lugar de hablar sobre vínculos sanguíneos, ustedes proponen que se trata de una cultura de vínculos textuales.
Fania y yo creemos que la línea de secuencias judías no es una línea sanguínea. No se trata de genes, no tiene que ver incluso con la sinagoga. Está relacionada con una gran colección de textos escritos a través de miles de años. Estos textos se vinculan entre sí de la misma manera que mis propias novelas y relatos se vinculan con la Biblia y con la Mishná y con todo el legado. Los textos son las pirámides judías, los textos son las catedrales judías, los textos para los judíos son lo que la Muralla China es para los chinos. Son lo que los judíos se han dado a sí mismos y al mundo: textos. Somos un pueblo de textos. Hablamos sobre textos, leemos textos en las fiestas cuando nos sentamos a cenar, leemos textos y discutimos los textos y cuando los judíos tuvieron que escapar de los progromos y de las persecuciones de un país a otro, en medio de la noche tuvieron que dejar todo pero se llevaron consigo a los niños y a los libros.
Los tesoros reales.
Sí.
De esta manera hay ciertas sensibilidades que son enfatizadas en esta cultura: una de ellas es la de proponer un juego de múltiples interpretaciones de estos textos. No se quedan fijos.
En los buenos tiempos la vida judía espiritual era un juego abierto de interpretación, contrainterpretación y reinterpretación. Todos tenían derecho a interpretar. Se esperaba de todo muchacho que cuando llegara a la edad de trece años y celebrara su bar mitzvá [su confirmación], dijera en la sinagoga un jidush [una novedad], algo original sobre el texto. No algo aprendido de memoria, no algo que se memorizó sino algo inventado. Esto era un tremendo aliento a la creatividad y a la originalidad.
Esto es lo que usted subraya cuando habla de esa posibilidad llevada al límite en el relato de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote”: uno reinterpreta el texto de tal suerte que uno escribe el mismo texto, pero es propio.
Se vuelve original porque uno no tan sólo lo reescribe. Cuando uno lo reescribe lo reinventa, lo vives de nuevo. Ves las imágenes con tus propios ojos, no con los ojos de Cervantes; escuchas los sonidos con tus propios oídos no con los oídos de Cervantes; percibes los olores con tu propia nariz no con la nariz de Cervantes. Recreas el Quijote. Esta es la idea de Pierre Menard de Borges y pensamos que esto es una buena forma de entender de qué trata la tradición judía.
Hay algo muy importante que usted dice: estas sensibilidades son enfatizadas en la cultura judía y en la cultura israelí, pero no son chovinistas porque pertenecen a todos. Son universales, pero son enfatizadas en esta cultura.
Son accesibles a todos porque son textos. No son templos ni monasterios, no son claustros. Son textos, y todos pueden acercarse a ellos, los pueden leer directamente en hebreo o en su traducción, pero también están llenos de argumentaciones. Nuestra civilización es una civilización de duda y debate. La idea es que todos son rabinos. No es por nada que los judíos nunca han tenido un Papa, ni podrían tenerlo. Si cualquier ser humano se llamara a sí mismo o sí misma el Papa de los judíos, todos se le acercarían, le darían una palmada en la espalda y le dirían: “Hola, Papa, yo no te conozco y tú no me conoces a mí, pero mi abuelo y tu tío solían hacer negocios juntos en Minsk o en Casablanca y por lo tanto por favor guarda silencio por sólo cinco minutos y déjame decirte de una vez por todas qué es lo que realmente Dios quiere de nosotros”.
Todos tienen derecho a expresar duda y todos son alentados a debatir. Aquí en Israel, cada fila para tomar el autobús en Tel Aviv, o en Jerusalén, puede fácilmente prender una chispa y volverse un apasionado seminario callejero con completos extraños que esperan el camión debatiendo sobre política e historia y moralidad y religión y el verdadero propósito de Dios. Mientras están en desacuerdo entre sí sobre la política, y el bien y el mal metafísico, se meten a codazos al primer lugar de la fila. Esta es la cara mediterránea de Israel. Como lo he dicho en muchas ocasiones, esta sociedad viene de una película de Fellini y no de una cinta de Ingmar Bergman. Podrán hallar un reflejo de ello en mis novelas, en mis relatos.
Otra de las sensibilidades que son enfatizadas es un olfato que detecta rápidamente lo justo y lo injusto al mismo tiempo.
Sí. El sentido de la justicia es lo que hace que Abraham, en la historia sobre el destino de la pecadora ciudad de Sodoma, esté en desacuerdo con Dios. Primero negocia con Dios como un astuto vendedor de carros de segunda mano: cincuenta hombres justos, tal vez cuarenta hombres justos, treinta, veinte, tal vez diez. Cuando pierde el debate, no cae de rodillas y pide perdón por el atrevimiento de haber discutido con Dios, no; gira los ojos hacia el cielo y dice: “¿Puede el juez de toda la Tierra no hacer justicia?” —Amos Oz pronuncia en hebreo esas palabras—: “Hashofet kol haaretz lo yaasé mishpat”. Esto quiere decir que tal vez tú seas Dios, el señor del universo, pero no estás por encima de la ley; podrás ser el legislador pero aun así no estás por encima de la ley; podrás ser el ejecutivo principal del universo pero aun así no estás por encima de la ley. La ley está por encima de ti. Este es un concepto básico de la tradición judía en los buenos momentos. El judaísmo ha tenido malos momentos, tiempos de estancamiento, de aislamiento, tiempos de jerarquías y autoritarismos, pero en los buenos tiempos había este debate perpetuo sobre la justicia y demanda de justicia, acompañada de sentido del humor.
Desde la Biblia hasta Woody Allen.
La literatura judía —Amos Oz sonríe— en todas las generaciones está llena de humor y frecuentemente se trata de un humor que se muerde a sí mismo. Nos reímos de nosotros mismos, de lo que somos. La naturaleza del chiste judío es frecuentemente: “Yo soy raro pero tú también eres raro”.

Fuente:
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?art=16760&publicacion=792&sec=Art%C3%ADculos

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