viernes, 29 de julio de 2016

TERAPIA DE CHOQUE

EL UNIVERSAL, 29 de julio de 2016
La psicología del tirano
Mariano Nava Contreras

La literatura siempre ha explorado el problema del poder, es decir, el misterio y el milagro por el cual el hombre obedece al hombre, o mejor dicho, las razones y pasiones por las que unos hombres someten su voluntad a la de otro. En cierta forma, la historia de la literatura, y especialmente la griega, puede leerse como una exploración de las relaciones que se tejen en torno al problema del poder, la psicología del poder, que no es otra cosa que la política. Por eso es que literatura y política siempre han estado tan estrechamente unidas. Y por eso también la literatura, lo saben los tiranos, es y siempre ha sido tan políticamente peligrosa.
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Otras disciplinas han querido también acercarse a este problema. Quién podría negar los aportes que han hecho la filosofía, la economía o la sociología; pero ninguna aproximación aspira enfocar el problema desde toda la complejidad humana como lo hace la literatura. En el caso de los griegos, su literatura comienza como un estudio (así puede leerse y efectivamente ha sido leído) acerca de las complejas relaciones humanas que se tejen en torno a un hecho eminentemente político: la toma de una rica y estratégica ciudad por parte de una coalición de ejércitos y caudillos. Lo interesante es que, en la ficción narrativa, la invasión tiene una razón mitológica, y por tanto más profundamente humana: el amor de la mujer más bella del mundo. La Ilíada cuenta, pues, una peripecia que se enraíza en el hecho esencialmente político, pues ¿qué puede ser más político que la negación de la política misma, es decir, la guerra? Por otra parte, la fusión del plano divino con el humano se verifica, también, a través de un catalizador político. El héroe homérico es un semidiós, hijo de Dios y mortal, pero los reyes son, ante todo, “alumnos de Zeus”, diotrephés. Sus decisiones y sus obras llevan la impronta de un orden cósmico y eterno.
Lo que opera para el colectivo opera también para el individuo. Si la poesía épica estudia las relaciones de poder que surgen a la sombra de la guerra, muchos poemas líricos pueden ser perfectamente leídos como estudios sobre la configuración psicológica del que detenta el poder, y también del que se lo disputa. Nacida en tiempos de revueltas y revoluciones, la poesía lírica descubre por primera vez el yo poético, pero esta enunciación poética será, no podría ser de otro modo, de un profundo contenido político. Ahí está la elegía de Teognis, que denuncia la corrupción y decadencia de una ciudad dominada por los peores ciudadanos. Ahí las de Solón de Atenas, en sabio legislador que busca construir un régimen más justo y equitativo; pero también las canciones de Alceo, queriendo animar a sus compañeros contra Mírsilo, tirano de su natal Mitilene. Con la lírica, el problema del poder se convierte, por primera vez, en un drama subjetivo.
Que el poder es algo subjetivo lo explicó Spinoza mucho tiempo después, y es algo que tuvieron que aprender dolorosamente Edipo y Creonte, tiranos de Tebas de Beocia. El uno se empeñó en averiguar la identidad del asesino de su padre, que resultó ser él mismo, lo que ocasionó su propia caída. El otro se propuso mantener el control de la ciudad por encima de sus afectos familiares, lo que produjo su desgracia. Ambos intentaron separar al gobernante del hombre y pagaron un alto precio. Hay un texto filosófico que recupera toda esta tradición de indagaciones acerca de la psicología del poder. El Hierón o acerca de la tiranía de Jenofonte es considerado un diálogo menor, aunque toca asuntos capitales. La conversación se produce entre Hierón, tirano de la rica y poderosa ciudad de Siracusa, y Baquílides, acaso el mismo poeta de Ceos, los estudiosos no terminan de ponerse de acuerdo. El diálogo busca contrastar al hombre de poder con el hombre de la palabra y de la belleza. Baquílides quiere ir al grano, y comienza preguntando a Hierón si, ya que ahora es un tirano y antes fue un individuo normal, puede explicar las diferencias entre la vida del uno y la del otro. Ambos pasan revista, uno a uno, a los placeres sencillos de la vida, a los que el tirano, a causa del poder y la soledad, no tiene acceso: la amistad, al amor, las riquezas, los honores. El tirano vive, dice el diálogo, una suerte de infierno cotidiano en el que no puede confiar en amigos ni en familiares, los cuales podrían traicionarlo en cualquier momento. Por ello se refugia en soldados mercenarios que podrían venderlo más todavía. Su estado anímico natural es, pues, el miedo: “El tirano, cuando da muerte a alguien es porque sospecha o sabe que está conspirando. Pero no puede alegrarse mucho ni menos presumir de su hazaña, pues una vez que ha matado a quien temía, no por ello se sentirá más confiado, sino más vigilado aún. Así, el tirano libra constantemente una guerra sin fin”.
El Hierón de Jenofonte supone la consolidación de un tema de estudio que, lo sabemos, no deja de darnos motivo de reflexión.

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