domingo, 31 de julio de 2016

MEMORIA Y TOTALITARISMO

Memoria política
Luis Barragán


Convertido en una característica fundamental del régimen, el ejercicio de la memoria política no encuentra cupo en medio de nuestras angustias, por muy reciente que se diga los hechos. Por todos estos años, ha avanzado un proceso inadvertido hacia el olvido de los asuntos públicamente compartidos que autoriza o dice autorizar la sola versión oficialista de las personas, el mundo y las cosas.

Culturalmente, nos ha predispuesto a solventar únicamente las urgencias de un presente que  enferma, cuyo agotamiento agradecemos para encarar los otros apremios que el sector gobernante – incluso – idea e impone. La historia reciente y remota, convertida en una superstición que lleva a la pérdida de una identidad común, simplemente “empava” en el nuevo siglo que, por definición, se presenta como una sucesión temeraria de acontecimientos.

A propósito de los comentarios que suscitó una obra publicada uno o dos años atrás, en la que Héctor Rodríguez Bauza recuerda una vida política que quizá ahora no tenga equivalente alguno, por los hechos y las reflexiones variadas y sucesivas que  la tejieron, un amigo de semejante itinerario, ya retirado del parlamento, nos comentó que no se atrevía a redactar sus memorias, porque no fueron tan atractivos y novedosos los hechos y las reflexiones que protagonizó, además de no contar con los recursos económicos para publicar un libro.  Inmediatamente lo desmentimos, pero – igual – reparamos que el desánimo no se debe sólo a la quiebra del mercado editorial venezolano, sino al convencimiento de un esfuerzo inútil que muy pocos agradecerán.

El amigo en cuestión que, por muchos años ocupó también la primera plana de los periódicos, frecuentando las emisoras radiales y televisivas, cuya modestia – por lo menos – lo hace testigo de hechos de trascendencia colectiva, lidia con un voluminoso archivo en casa que también debe explicar, aunque – por contraste –  hay otro, en parecidas condiciones, que insiste en sus columnas semanales para abultar el propio. ¿Cuál es el destino de ese testimonio? ¿Por qué desecharlo? ¿Habrá universidades que en el futuro intenten reconstruirlo, reconstruyendo las evidencias mismas que pueden y ya se pierden? ¿No habrá posibilidades de legislar para facilitar esa reconstrucción, generando las condiciones apropiadas?

La memoria política es la víctima inicial de todo régimen totalitario, pues, sin ni siquiera acometer la empresa de destruir directamente las evidencias, deja que el tiempo obre ferozmente para deteriorlas y pulverizarlas: bibliotecas y hemerotecas públicas dan cuenta de la importante pérdida de grandes colecciones también filmográficas. Nos parece, hoy nadie tiene idea de lo que fue realmente la era prefidelista en la Cuba que sufren,   porque naufragó esa memoria para dejar espacio al dogma dictatorial y, muy escasos todavía, fueron los testimonios de una dirigencia que, para mal o para bien, debió dejar un legado.

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