lunes, 11 de julio de 2016

MALABARES



De una crisis artificial de Estado

Luis Barragán


Ridícula paradoja de nuestra contemporaneidad, los pecaminosos propulsores de las intentonas de 1992, luego – enfermizamente -  endilgan el grave pecado a los demás. Hoy, no existe opinión, gesto o escaramuza adversa que no la califiquen de golpista, aún cuando ellos propicien las condiciones y produzcan los hechos que sus leguleyos remendarán como la más prístina expresión del Estado de Derecho.

Excepto los consabidos eventos de abril de 2002, el régimen está muy lejos de afrontar las situaciones duras y extremas que soportó la renaciente democracia venezolana en los años sesenta del XX. Eventos sobre los cuales, por cierto, pesan fuertes sospechas y una ya sempiterna duda razonable, porque jamás se ha conocido íntegramente la verdad, como siempre la deseamos los venezolanos y que autorizan, por ejemplo, a un destacado politólogo mexicano, como César Cansino, en el prólogo a una obra del merideño José Antonio Rivas Leone, a sugerir la prefabricación de un complot que pronto conviertió al victimario en víctima.

Fueron numerosos los hechos sangrientos a los que tuvieron que responder aquellos gobiernos que insistieron en medirse electoral y puntualmente, provenientes de la derecha e izquierda, sombrosamente confluyentes en varias oportunidades, que mojarían los pantalones de los actuales gobernantes, los mismos que cegaron la vida de cuarenta y tantos jóvenes, civiles y desarmados, por 2014.  Por citar el caso más benigno, no imaginamos a Maduro Moros lidiando con una invasión como la de Jesús María Castro León por el Táchira en abril  de 1960, cuando ya se había alzado como ministro de la Defensa en julio de 1958.

Ocurre que, convenientemente banalizado el golpe de Estado y su propia tentativa, la invocación misma – doctrinaria y práctica – de la vigente Constitución de la República, se convierte en una magna conspiración para la ocasión. Y, por supuesto, reductio ad absurdum, la crisis de gobierno derivada naturalmente de las realidades que impetuosamente cursan, intenta solventarse a través de una crisis de Estado, convertida la política en un riesgoso y morboso malabarismo.

Crisis artificial, pues, pretendiendo aislar a la Asamblea Nacional con motivo de los actos que son de Estado, como los del 5 de julio, una fecha nada secundaria, ordenando a la Fuerza Armada una exclusiva escenificación junto al mandatario revocable, nos conduce  a una caricaturización de la misma crisis. Insólita trampa, urdida desesperadamente – la  otra  paradoja – por quienes fueron constituyentes de 1999, hoy es necesario aseverar que no hay crisis alguna de Estado, real y palpable, aunque el malabar irresponsable pueda conducir a ella.

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