domingo, 3 de abril de 2016

VACIÁNDOSE DEL EGO, QUEDA EN ÉL LO QUE HABLA DE DIOS



En Jesús no pasó nada, el cambio se dio en los discípulos
Marcos Rodríguez

Lo que los textos del NT quieren expresar con la palabra resurrección, es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es mucho más  profundo que la creencia en la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido.
Fue la manera más convincente de trasmitir la vivencia de lo que Cristo fue para los primeros seguidores, después de la desoladora experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren trasmitir es la experiencia pascual de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a ellos su misma vida. Éste es el mensaje de Pascua.
Como todos los años leemos este mismo evangelio y ya lo explicamos el año pasado, vamos a referirnos hoy al aspecto general de la experiencia pascual.
Los exegetas han rastreado los primeros escritos del NT y han llegado a la conclusión de que la cristología pascual no fue ni la primera ni la única forma de expresar la experiencia que de Jesús tuvieron los discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se dieron entre los primeros cristianos, antes o al mismo tiempo de hablar de resurrec­ción.
En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatoló­gico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitiva­mente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús el Ungido, como dador de salvación última sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección.
Otra cristología que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la compren­sión de Jesús. Esta cristolo­gía es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez.
Una tercera cristología, que no se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios hace llegar a los seres humanos para que encuentren su salvación.
Con el tiempo, todas estas maneras de entender a Cristo, fueron concentrándose hasta cristalizar en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar de una manera convincente la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte.
Sin embargo incluso la cristología pascual más primitiva, tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada en una primera instancia, como exaltación y glorificación del humillado injustamente, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente.
La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe.  Más bien fueron una forma de comunicar una vivencia que va mucho más allá de lo que pueden expresar fenómenos perceptibles por los sentidos. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío, se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar con imágenes vivas la experiencia pascual.
Esa vivencia no se logró de la noche a la mañana, sino que fue fruto de un proceso interior en el que tuvo mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida.
En ninguna parte del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno constatable por los sentidos, están de antemano abocados al fracaso. Todo intento de discusión científica sobre la resurrección es una estupidez.
Cuando decimos que no es un hecho “histórico”, no queremos decir que no fue “Real”. El concepto de real, es más amplio que lo sensible o histórico. Aquí el racionalismo nos juega una mala pasada.
En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar toda su manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante conocer cómo llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuanta que en los momentos de dificultad todos le abandonaron a su suerte. Ese proceso de “iluminación” de los primeros discípulos se ha perdido. No sólo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque ese mismo proceso tiene que realizarse en nosotros si queremos entrar dentro de la dinámica de la experiencia Pascual.
Con el concepto de resurrección se quiere expresar la idea de que la muerte de Jesús no fue el final. Su muerte no fue la meta, sino que su meta fue la Vida. Una Vida en Dios. La misma Vida de Dios, como dice el mismo Juan: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”.
Vaciándose del "ego", queda en él lo que había de Dios. No cabe mayor glorificación. “Aquilatar” el oro, quiere decir que se le van quitando las impurezas. 12, 18, 22; hasta llegar a 24 quilates que es oro puro, no le queda nada de la mezcla, ya no se puede ir más allá. Este vaciamiento no supone la anulación de la “persona”, sino su potenciación.
Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El ser humano era una realidad indivisible (no un compuesto de alma y cuerpo como en la filosofía griega), pero se distinguían varios aspectos ascendentes: hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu.
En la medida que los aspectos que le limitan disminuyen, aumenta lo que hay de plenitud. El hombre tiene que ascender desde la carne al espíritu.
Las apariciones a los doce (comunidad) son el fundamento de la credibilidad de los apóstoles y lo que justifica la misión de predicar a todos los pueblos. Quiere decir que ellos no se sacaron de la manga ese objetivo, sino que fue un encargo expreso del mismo Jesús. Todas las apariciones narradas en los evangelios responden al mismo patrón básico: cinco elementos que conforman un esquema teológico y nos dan la clave de interpretación:
a) Una situación dada. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos.
En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Cristo. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte.
b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan, no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos se les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o aspiraciones. La experiencia se les impone desde fuera desde una instancia superior.   
c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que trata de llevarles a su plenitud de vida.
d) Hay un reconocimiento, que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás era más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptar la nueva realidad.
e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunidad, no es ocurren­cia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo.
Si aplicamos este esquema teológico a la narración que hemos leído hoy, encontraremos una riqueza de significados que va mucho más allá de una crónica de sucesos. Lo específico de este relato es que tematiza de forma exagerada la duda. Se hace recaer sobre una persona concreta, pero sólo para escenificarla y que llegue mejor el mensaje. De hecho, la duda previa al reconocimiento, está presente en todos los casos.
Meditación-contemplación
“Dichosos los que crean sin haber visto”.
La respuesta de Jesús a Tomás parece pertinente,
pero no tiene ninguna lógica interna,
porque Tomás ve al hombre Jesús y confiesa al Hombre-Dios.
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Yo quiero ser ese “incrédulo”,
que hace la confesión sobre Jesús
más profunda, más absoluta, más rotunda y más sublime.
Lo que afirma no se deduce de lo que ve ni de lo que toca,
sino que es la expresión plástica de toda una experiencia pascual.
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Sin experiencia, puede haber creencia, nunca fe.
Más allá de todo lo que he oído y aprendido sobre Jesús,
tengo que tratar de descubrirle vivo y dándome esa misma Vida.
Se trata de la misma Vida de Dios, que él tenía en vida.

Fuente:
Cfr.
José Martínez de Toda (15/04/2012): http://www.jesuitas.org.co/homilia.html?homilia_id=75
Ilustración: Pablo Palazuelo. 

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