domingo, 13 de marzo de 2016

MANGO CON AGUJEROS

Ya no hay mango bajito
Luis Barragán


Forzado, quien no tiene dinero para la millonaria reparación del carro y la diaria inversión en un taxi, o arrojo para los aprietos en un vagón del metro y la soltura atolondrada del motoxista, debe aceptar los riesgos de una buseta. Las miradas son tan punzantes como disimuladas, en un ambiente generalizado de mutua sospecha, porque se sabe y sufre por los vendedores, mendigos y asaltantes ambulantes.

La joven del asiento vecino, cuyo respaldo era el de un moral repleto, soldado al costillar posterior, hizo un comentario de circunstancia que, inadvertidamente, devino conversación que cortaba la distancia. Cursante de geografía e historia, después de licenciarse en materia audiovisual, se nos antojó una preparación idónea para un futuro y competitivo desempeño profesional en el campo pedagógico, algo que celebró.

Cumple una jornada difícil que trenza los puntos cardinales de una ciudad lenta y peligrosa, desde el amanecer hasta que llega a casa cuando las calles se tiñen de una amenazante oscuridad, saldando cuentas con un estómago que vive las prisas de sus diligencias. Por curiosidad, quisimos saber de sus percepciones de la crisis que ella – inmediatamente - equipara a la personalidad misma de Nicolás Maduro.

Ya no hay mango bajito, nos dijo la muchacha que también dedica los fines de semana al escultismo. Está   consciente que debe prepararse académicamente para un futuro que será distinto, aunque la academia goce hoy de un descrédito alarmante para la mera supervivencia que ha impuesto un régimen que acabó con cuanto mango bajito o alto hubiese, derribando los propios árboles en una desesperada deforestación de la renta petrolera.

De 35 compañeros que se graduaron con ella de bachiller, apenas cinco continúan los estudios superiores, ocho están literalmente presos y, el resto, trabaja en lo que puede para sostener una paternidad que también puede llamarse precoz.  A la joven le tocó bajarse, pero – al dejar el móvil celular en el asiento – nos vimos obligados a bajar también y alcanzarla para luego tomar otra buseta, yendo de pie en la suma de todas las incomodidades: los gestos corporales y verbales de un par de reclusos – así se identificaron, ubicados al fondo del saturado pasillo – aconsejó bajarse de nuevo y, por tercera vez, retomar la ruta ya colmada de esa oscuridad que garantizan los postes y faroles de una ornamentalidad dudosa.

14/03/2016

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