jueves, 7 de enero de 2016

OTRORA DELIBERACIÓN

Érase de un parlamento
Guido Sosola


Padecemos un socialismo tan real, como el que prevalece en Cuba o Corea del Norte, distanciados de esa curiosidad del pragmatismo que es China o Vietnam. El nuestro remite a una actualización del ensayo, muy a lo siglo XXI, pues, donde hubo lucha de clases y dictadura del proletariado como consignas, está hoy el temor de concebir y hacer la una para entronizar la yunta cívico-militar, con todas las ventajas que concede el ultrarrentismo, respecto a la otra: por ejemplo, a lo Chantal Mouffe, se gobierna en nombre de los indígenas, la violencia contra las mujeres, la contaminación ambiental o cualesquiera otras reivindicaciones sociales – agudas reivindicaciones sociales – consagrando la captura de la dirección del Estado por los pocos que puedan y lo consiguen,  subastarse las divisas que monopolizan.

Se dirá de un pesado  preámbulo para arribar a tres conclusiones rápidas: quizá estamos aportando otra modalidad para el derrumbe del socialismo real, frente a la experiencia europea de los ochenta y noventa del XX; posiblemente, no imaginamos antes la vía parlamentaria como expresión de esa modalidad; y hay dudas sobre la capacidad misma de quienes ahora representan la soberanía popular. Valga aclarar de antemano, dudas razonables y legítimas, nada maliciosas.

Valga la ilustración,  la crisis polaca se sinceró y condensó en un poderoso movimiento social que dio al traste con el régimen a través de Solidaridad, o la soviética manifestó las contradicciones del complejo militar-industrial en el contexto de una economía insustentable, dirimidas por sendos grupos de poder, añadido el golpe de Estado. En Venezuela, por ironía de la historia, después del brutal desprecio que generalizamos hacia el parlamento, a éste – proyectando los últimos acontecimientos – le corresponderá echar las bases y condiciones para una transición,  difícil por la naturaleza y complejidad inherente a la variedad de las agrupaciones, partidos y movimientos representados: porque abstractamente representan a la ciudadanía silenciada por todos estos años y, quiérase o no, ella se manifiesta a través de muy concretas organizaciones políticas que exponen determinadas orientaciones, ya que – también – se desdibujaron en términos ideológicos apelando al inevitable centro político.

Por un poco más de década y media, hubo un terrible desaprendizaje sobre el parlamento y sus prácticas, con la salvedad del primer lustro en el  que la Asamblea Nacional estuvo de alguna manera compuesta por experimentados dirigentes que, al siguiente, se redujo a favor de un oficialismo pletórico de burócratas. En los últimos cinco años queda pendiente una evaluación, la que no será política, sino histórica, porque – se dice - no hay tiempo para la polémica innecesaria.

El venidero quinquenio exige esa evaluación de los diputados de la oposición e – igualmente – del gobierno, para saber cuán lejos pueden llegar. En un caso, para profundizar en la transición y, en el otro, para resistirla renunciando hipotéticamente a la violencia que acabe con el propio parlamento.

Acá hubo una formidable escuela y tradición que, con sus incontables errores, hizo del Congreso Nacional la otra experiencia, alterna al país de las guerras civiles y escaramuzas. Por muy Gómez que se fuese o, precisamente, por serlo, cierto que sus senadores y diputados fueron serviles, pero jamás improvisados – incluso – para sostenerlo, exhibiendo un mínimo de talento y preparación para ello, como el oficialismo no logró al darle soporte – dizque – institucional a Chávez Frías y a Maduro Moros.

Llamado luego Congreso de la República, supimos de una membrecía  también diligente, estudiosa, de probadas habilidades políticas, vocacionalmente dispuesta a cumplir con sus responsabilidades. Érase un parlamento que, mal que bien, aún por disputas internas de los partidos que tan injustamente reclamaron su exclusiva dirección, con olvido de sus representados, toleraba a las minorías, clamaba por el respeto, cultivaba la palabra, tomaba la iniciativa legislativa, se envalentonaba seriamente con las denuncias, celaba las autorizaciones que les correspondían, llevaba la cuenta de las finanzas públicas, por muy díscolas que fueron no pocas conductas de los que abusaron de sus inmunidades.

Los tiempos y las condiciones cambiaron y, a la sombra de la transición, se exige una disciplina básica de 112 diputados que, insistamos, fueron proclamados y tienen el deber constitucional de juramentarse, porque – faltando poco – es la Asamblea Nacional la que califica a sus miembros y resulta inejecutable toda sentencia que pretenda desconocer la voluntad ciudadana inmediatamente después de las adjudicaciones realizadas por el organismo electoral. Empero, esa disciplina no está reñida con el esfuerzo que cada diputado haga de acuerdo con su consciencia, aunque sabemos que el proceso de selección de los candidatos opositores no fue el más idóneo, como lo hubiesen sido las primarias: el azar llevó a muchos a la nominación, pero lo hecho, hecho está.

Hecho está y, por las características que impone esa transición, con predominio del incansable juego táctico, no tenemos tiempo para lamentarnos. De modo que, a los diputados novatos de esta Asamblea Nacional, fundamentalmente, porque se supone que los reelectos alguna experiencia tienen, les recomendamos esmerarse por realizar su trabajo con paciencia (se trata de un maratón y no de cien metros planos, sin obstáculos), subordinarlo a nítidos objetivos políticos (sin engolosinarse por una dignidad institucional que la suerte concedió), y mirar hacia lo que fue el desempeño de antiguos senadores y diputados que brillaron al demostrar una entera vocación de servidores públicos.

Fotografía: Fachada sur del Capitolio Federal, Caracas, 1930. Curaduría:  Juan Manuel Fuentes Ramajo‎ (Caracas en Retrospectiva / Facebook).

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