sábado, 31 de diciembre de 2016

COMPROMISO

El valor de la palabra
Cardenal BaltaCardozozar Enrique Porras
    
La última crónica del año debería estar dedicada al tradicional feliz año, pero las circunstancias que vive Venezuela obligan a una reflexión más seria. La peor crisis que ha vivido el país en toda su historia es la actual. Más allá de los padecimientos por un sistema socio-político-económico inviable, padecemos una crisis moral de grandes dimensiones. La convivencia humana a todos los niveles tiene su fundamento en normas de comunicación que generen confianza y credibilidad. El lenguaje, le da seguridad a la relación entre las personas si es igual para todos, sin ambigüedades. Es lo que llamamos verdad y transparencia.

Sirva de ejemplo, las apuestas en las peleas de gallos. La palabra dicha es un documento más creíble que si fuera notariado o registrado. Faltar a la palabra dada es un delito. Pues bien, esta norma se roto en el presente a nivel de quienes conducen el país, ya que todo se interpreta según la conveniencia del momento. La Constitución de la República se interpreta según las circunstancias. Los poderes públicos se legitiman por las elecciones, y constatamos que el Poder Ejecutivo reclama para sí la total legitimidad y se la niega al Poder Legislativo porque no está dominado por su parcialidad. La misma Carta Magna señala los tiempos de elecciones, revocatorios y consultas populares, y se inventan subterfugios para no cumplir con dicho mandato. La consecuencia es clara: el poder se legitima por el servicio a la gente, no por el usufructo del mismo, sin importar la vida y la dignidad de las personas.

La Conferencia Episcopal advierte: “Las recientes medidas de carácter económico y monetario implementadas por el Gobierno Nacional han agudizado la crisis que golpea a nuestra nación y a todos los ciudadanos. Las palabras del profeta Jeremías salen a nuestro encuentro para describir la situación que en estos días ha vivido nuestra gente: ‘Mi dolor no tiene remedio, mi corazón desfallece. Los ayes de mi pueblo se oyen por todo el país… Sufro con el sufrimiento de mi pueblo, la tristeza y el terror se han apoderado de mí’ (Jer. 8,18-19.21)”.

“Poner fuera de circulación, en este momento del año, el billete de más alta denominación (cien bolívares) y la manera apresurada de implementar la medida han causado graves molestias a toda la población y han provocado indignación, rechazo y violencia…. Los pobres, como siempre suele suceder, han sido los más perjudicados y los más indefensos con las decisiones tomadas”… “A nuestra gente, en particular los más pobres y excluidos, queremos hacerles sentir nuestra cercanía. Para ello, les invitamos a ser protagonistas de su propio desarrollo”… “A todos los dirigentes políticos, económicos y sociales, de cualquier signo y color, les invitamos a ponerse del lado del pueblo y a buscar, en sintonía con el mismo, soluciones que beneficien a todos”.

El valor de la palabra está en la sintonía entre lo dicho y lo hecho. Para los creyentes la fuerza de la Navidad está en que la Palabra se hizo carne, uno de nosotros, para fortalecer nuestra debilidad. Y esa palabra no ha fallado nunca. ¡Feliz año!

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/valor-palabra_632857
Cfr.
"El Quinó, un paraíso perdido": http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/quino-paraiso-perdido_73135

GOLEADA

EL UNIVERSAL, 31 de diciembre de 2016
Venezuela: ¡Feliz Año 1967!
José Luis Cordeiro

¡Feliz año 1967! Sí, feliz año 1967. Este no es un chiste malo de año nuevo, sino la triste realidad de la Venezuela actual, lamentablemente.

Venezuela comienza el año 2017 con el mismo ingreso por habitante que en 1967, en bolívares constantes. Los ingresos reales de la población no solo se han estancado, sino que han retrocedido a los niveles de 1967. ¿Cómo es posible que un venezolano en el año 2017 gane lo mismo que otro en 1967? ¡Esto significa medio siglo de desarrollo perdido!

En 1967, Venezuela era un país con un futuro promisorio, donde todo estaba por hacer. La economía crecía rápidamente y el país no tenía casi deuda externa, ni interna. El presupuesto público estaba balanceado y la inflación era tan baja que a veces llegaba a ser negativa (deflación). Medio siglo más tarde, Venezuela es un país con un futuro incierto, un gobierno autista, una economía rentista en crisis, una enorme deuda externa, una creciente y no contabilizada deuda interna, un gran déficit fiscal y la inflación más alta del mundo. ¿Qué ha pasado?

El fracaso económico (y se puede agregar también el fracaso político y social, además del gran fraude educativo) no ha sido por falta de recursos. De hecho, la pobreza sigue aumentado aunque el régimen actual ha recibido enormes recursos petroleros: más de 1.000.000.000.000 de dólares desde que el chavismo llegó al poder. ¿Dónde están todos esos “reales”? ¿Qué pasa con los presupuestos millonarios que solo han servido para crear más miseria? ¿Cómo se convirtió la Venezuela próspera y receptora de inmigrantes de 1967 en la Venezuela paupérrima y generadora de emigrantes de 2017?

En estas fechas de relativa tranquilidad, vale la pena reflexionar sobre lo mal que los venezolanos estamos comenzando este nuevo año. Cada año que pasa, a pesar de un supuesto repunte económico no sostenible, Venezuela retrocede en términos reales. Reflexionemos abiertamente sobre cómo ya perdimos medio siglo para que no perdamos también el siglo XXI. ¡Feliz año 1967!

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/venezuela-feliz-ano-1967_632477

CARA E'TABLA

CIUDAD CARACAS,  31 de diciembre de 2016
Maduro: 2017 será el año de nuestra Venezuela victoriosa
Jerani R. Flores Parra

El primer mandatario dijo que el nuevo año nos encontrará de pie
El presidente de la República, Nicolás Maduro, envió su mensaje navideño al pueblo de Venezuela a través de un video cargado de alegría, música y el tricolor de la bandera nacional.

En compañía del pueblo, de la primera combatiente Cilia Flores; así como de artistas nacionales, el primer mandatario deseó un Feliz Año Nuevo a todos los venezolanos, y decretó el 2017 como un período de victoria para el país.

“Mi deseo es que esta luz de amor decembrina nos alumbre todo el año 2017, que será el año de nuestra Venezuela victoriosa e indestructible. ¡Prendan la luz que es diciembre! ¡Feliz año a todos!”, expresó.

El presidente Maduro también manifestó en el audiovisual que el nuevo año encontrará al pueblo de pie, y recargado para continuar la batalla por la soberanía de la nación. “El nuevo año nos encontrará de pie, y recargado para continuar la batalla por nuestra soberanía. Venezuela seguirá protegida bajo el manto de amor de Bolívar y Chávez”, dijo.

“Cuando se acercan las 12 campanadas del 31 de diciembre el corazón se acelera en su sentir, pues sabemos que en cuestión de segundos nos daremos ese abrazo de Feliz Año, tan apretado como que si el mundo se fuera a acabar”, añadió el jefe de Estado.

Asimismo, a través de su cuenta en Facebook, Maduro transmitió a sus seguidores un mensaje de amor, unión y prosperidad.

Fuente:
http://www.ciudadccs.info/maduro-2017-sera-ano-nuestra-venezuela-victoriosa

TESTIMONIO

EL MUNDO, Barcelona, 31 de diciembre de 2016
 TIEMPO RECOBRADO
Sadoul y la Revolución
Pedro G. Cartango

Faltan ya sólo unos meses para que se cumpla el centenario de la Revolución bolchevique, probablemente el acontecimiento histórico más importante del siglo XX. La editorial Turner acaba de publicar un libro imprescindible para entender la llegada al poder de los sóviets. Su autor es Jacques Sadoul, un escritor y dirigente socialista enviado por el Gobierno francés a San Petersburgo en octubre de 1917 a seguir de cerca los acontecimientos revolucionarios. Los informes enviados a sus superiores son un testimonio único y pegado a los hechos, puesto que era el único diplomático europeo que tenía cercanía a Lenin y Trotsky, con los que hablaba casi a diario en el Instituto Smolny tras el asalto al Palacio de Invierno.

El interés de las misivas de Sadoul reside en que relatan en tiempo real el desarrollo del proceso revolucionario, los dilemas del primer Gobierno bolchevique y el ambiente de la calle en unos momentos de efervescencia política en los que parecía que el régimen de los sóviets podía derrumbarse con la misma facilidad que habían alcanzado el poder.

El protagonista central de las cartas es Trotsky, con el que Sadoul establece un vínculo amistoso que le permite mantener conversaciones diarias en las que el líder revolucionario despliega una gran energía para combatir a sus enemigos.

Leyendo este documento extraordinario, queda en evidencia que la conquista del poder por parte de los bolcheviques no hubiera sido posible sin la derrota militar del Ejército ruso en la Primera Guerra Mundial, que creó un profundo sentimiento de frustración. Cientos de miles de soldados habían desertado en el verano de 1917 y varios miles de oficiales habían sido asesinados por sus propias tropas.

Lenin fue el primero en darse cuenta de la oportunidad de acabar con la monarquía y derribar al Gobierno provisional de Kerenski, que fue incapaz de conectar con las aspiraciones de la mayoría de la población. Pero como se puede constatar en los textos de Sadoul, Lenin no tenía nada claro el rumbo de la Revolución ni las políticas para consolidar la toma del poder.

Fue, según sostiene Sadoul, la negativa de Francia y Gran Bretaña a ayudar militarmente a Rusia y los recelos de los aliados hacia el nuevo régimen lo que impulsó a Lenin y Trotsky a una deriva hacia el comunismo y la dictadura comunista.

La pregunta que surge de la lectura del libro es: ¿pudieron los acontecimientos desarrollarse de otra manera? Es difícil responder de forma concluyente, pero es cierto que hubo una ventana de oportunidad para que el régimen de los sóviets evolucionara a posiciones moderadas, aceptando una cierta libertad de mercado y el respeto a los derechos políticos. Muchos de los miembros del Gobierno de Lenin eran partidarios de alcanzar acuerdos con los mencheviques y otras fuerzas afines.

Visto desde nuestra perspectiva lo sucedido hace casi un siglo, la hipótesis de que la Revolución bolchevique hubiera podido tomar otro rumbo parece absurda. Pero no lo es. Ni la historia estaba escrita ni el estalinismo fue la consecuencia inevitable de las políticas de Lenin.

La lección que se extrae de las cartas de Sadoul es que el porvenir es imprevisible y que hay decisiones y circunstancias que pueden cambiar los acontecimientos. Si los soldados de Grouchy no se hubieran extraviado y Napoleón hubiera ganado la batalla de Waterloo, el mapa de Europa sería hoy probablemente muy distinto. No es posible prever el futuro porque existe el azar y muchos factores que resultan incontrolables. La historia es pura incertidumbre por mucho que a veces caigamos en la tentación de pensar en la racionalidad de lo real.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2016/12/31/5866c51522601d96528b45b6.html

LA PÓLVORA DE ESTOS LODOS

EL PAÍS, Madrid, 31 de diciembre de 2016
 TRIBUNA
¿Los mismos demonios?
Monika Zgustova

Como cada domingo, aquella tarde invernal de marzo de 1881, el zar Alejandro II se dirigió a la sala de equitación de San Petersburgo para pasar revista a la Guardia Imperial. Acudió a pesar del aviso del Ministerio del Interior que advertía de un ataque terrorista. Acabada la revista, decidió volver al Palacio del Invierno no por los bulevares céntricos donde con toda probabilidad actuarían los terroristas sino por el apartado canal de Catalina. Entre los pocos transeúntes que se atrevieron a salir a las calles barridas por el vendaval y la nieve discernió a un chico con una caja de bombones. Cuando el trineo imperial pasaba a su lado, el joven tiró su caja a los pies de los caballos; la fuerte explosión que se produjo a continuación lanzó al muchacho contra la barandilla del canal. El zar, ileso pero perturbado por el atentado, el sexto que sufría, bajó del trineo y tambaleándose se dirigió hacia el joven moribundo. Fue entonces cuando le alcanzó otra bomba que llevó a cabo lo que el muchacho de la caja de bombones no había logrado. El séptimo intento de regicidio triunfó.

La policía logró detener a los miembros de la banda terrorista. En Rusia a los radicales y terroristas se los llamaba nihilistas; el radicalismo lo aprendieron en sus años de estudios en Occidente. La palabra nihilista surgió por primera vez en la novela Padres e hijos, de Ivan Turguénev: su protagonista Bazarov era un representante del nihilismo, esa corriente de pensamiento tan cara tanto a los radicales como a la intelligentsia del siglo XIX que creían que había que destruir todo lo establecido, desde el orden hasta la escala de valores. Un nihilista no debía apegarse ni a su familia ni a los amigos, ni siquiera a la existencia misma porque para los nihilistas la vida, tanto la ajena como la propia, solo tenía valor si se sacrificaba por una causa justa: la de la destrucción.

Dostoievski escribió su novela Los demonios horrorizado por la muerte de un terrorista, Ivanov, asesinado por sus compañeros de lucha de la banda de Nechayev. El escritor decidió exhibir lo que era el terrorismo en una novela-advertencia que no solo abarcaría el caso del temido grupo: “Estos fenómenos no son marginales o aislados”, escribió, “por eso mi novela no ha copiado acontecimientos o descrito personas”. Efectivamente, como suele ocurrir con los artistas geniales, Los demonios se erige hoy en obra profética: presagia a la perfección los planteamientos y el funcionamiento de los movimientos radicales y terroristas del siglo XX, incluidos los anarquistas, los bolcheviques y demás. Dostoievski sabía bien de qué hablaba: tenía cuatro años cuando en 1825, en San Petersburgo, se produjo la Revuelta Decembrista, surgida de la nobleza, que llegó a convertirse en mítica; además, de joven, él mismo participó en el Círculo Petrashevski antes de que la policía derribara la congregación intelectual y enviara a sus miembros, también a Dostoievski, a Siberia.

Los demonios describe una ciudad amenazada por un grupo de radicales. Algunos se muestran ingenuos, confiados en un cambio social que traería la igualdad universal, ese eterno sueño ruso. Otros están poseídos por la sed de sangre y venganza; otros aún buscan una posición de poder y calculan las ventajas que su postura radical, que ansía descomponer todo lo establecido, les podría aportar. Dostoievski desenmascaró la fría crueldad, muy alejada de cualquier idealismo, con la cual actúan los cabecillas del grupo.

Sin embargo Rusia no supo valorar la clarividencia de Dostoievski. La intelligentsia, en su mayoría liberal, consideraba al grupo de Nechayev como una trágica excepción y creía firmemente en el futuro revolucionario ruso. El influyente crítico de la época, Mijáilovski, dijo que el libro, “esa horrible caricatura de la juventud revolucionaria”, no era digno del talento de Dostoievski. La Rusia que tanto ansiaba un cambio revolucionario rechazó Los demonios.

En la actualidad existen otros grupos que militan para abatir nuestra civilización, basada en el progreso gradual bajo el amparo de la democracia liberal. El islamismo radical se suele considerar como antimoderno y antioccidental; pero no hay que olvidar que sus raíces, y los de los demás grupos radicales, están hundidas en el pensamiento europeo. Entre los padres ideológicos de los grupos fanáticos, entre ellos los yihadistas, se pueden rastrear algunos intelectuales europeos. Como Jean-Jacques Rousseau, ese indignado que denunció la sociedad comercial con su corrupción moral y su desigualdad y propagó el retorno a lo primitivo, y fue el faro de la Revolución Francesa. Isaiah Berlin le describió como “uno de los más siniestros y al mismo tiempo formidables enemigos de la libertad en toda la historia del pensamiento moderno”. Entre los que le sucedieron hubo el inventor del socialismo utópico Charles Fourrier y el teórico del anarquismo Mijaíl Bakunin.

Los intentos de destruir una civilización basada en el progreso, que a los radicales les parecía hipócrita y fraudulenta, y liberarse violentamente del yugo de una sociedad desigual tuvieron su auge en Europa a principios del siglo XX. De allí creció el anarquismo y el anarcosindicalismo que tuvieron en jaque a sociedades enteras y presagiaron directamente a los totalitarismos y los grupos fundamentalistas de nuestros días.

Los terroristas de la actualidad encuentran que su postura es tan legítima y sublime como a multitudes de seguidores les pareció grandiosa la postura de Rousseau cuando enaltecía al hombre primitivo a quien la civilización solo podía corromper. También los radicales rusos morían encantados por su propia grandeza al asesinar al zar en nombre de la igualdad social y los jóvenes burgueses se llenaban de entusiasmo al aspirar el aire bélico de la I Guerra Mundial que, según ellos, debía acabar con el aire enrarecido del aburrimiento burgués, como muestra Stefan Zweig en El mundo de ayer. Arthur Conan Doyle, por ejemplo, escribía en 1914 que “al país no le iría mal una purga sangrienta”. De modo parecido, los militantes del ISIS perciben a Occidente como un vacío moral y espiritual y oponen a él su superioridad religiosa y la pertenencia a una hermandad.

Si los grupos terroristas rusos que lanzaron bombas contra el zar no fueron sino fenómenos fugaces, tampoco los yihadistas que organizan sus atentados en la actualidad durarán mucho tiempo. Sin embargo sus muy sangrientos castillos de fuego, armados desde Europa y Estados Unidos hasta el este de Asia, deberían hacernos pensar. Por un lado, no son tan ajenos a la cultura occidental como pudiera pensarse, y por otro, rechazando la violencia, nuestra reflexión no solo debería girar en torno al peligro que a causa de ella corre nuestra civilización democrática con su orden, su progreso y sus beneficios materiales, sino también en torno al hecho de que gran parte de la población mundial aspira a ese orden, progreso y beneficios sin tener la mínima esperanza de alcanzarlos jamás.
(*) Monika Zgustova es escritora. Su última novela es Las rosas de Stalin.

Fuente:
http://elpais.com/elpais/2016/11/04/opinion/1478289136_607148.html
Ilustración: Raquel Marín.

O ... LESIÓN LEVÍSIMA

EL MUNDO, 31 de diciembre de 2016
Revolución o muerte
Jaime Ignacio del Burgo

Cuando estaba a punto de terminar el bachillerato en el Colegio de San Ignacio de Pamplona nos llegó la noticia de la caída de la dictadura en Cuba y la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana, hecho ocurrido el 9 de enero de 1959. Recuerdo la satisfacción de alguno de mis profesores, orgulloso de que el líder de la revolución hubiera sido antiguo alumno de los jesuitas. Valoraban sus sentimientos católicos y se dijo que había exhibido un rosario durante su victorioso desfile. Esto no es un hecho demostrado, pero sí lo es que el gran fotógrafo cubano Alberto Korda, autor del retrato del Che Guevara universalmente conocido, le fotografió por aquel entonces junto a un soldado revolucionario que portaba una gran imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.

El júbilo jesuítico pronto se trocaría en enorme decepción. Fidel Castro no tardó en mostrar su auténtica ideología: el marxismo-leninismo. Por eso persiguió sañudamente a la Iglesia Católica. Ordenó la expulsión masiva de sacerdotes, frailes y monjas. Nacionalizó todos los colegios de religiosos. Cerró los templos y prohibió las manifestaciones públicas de culto. Fusiló a dirigentes y fieles católicos por el mero hecho de serlo. A los pocos sacerdotes que permanecieron en la Isla les prohibió toda actuación pastoral. Emprendió una sistemática campaña de descristianización y promoción del ateísmo. Este negro panorama comenzó a cambiar en 1991 con la apertura de una cierta tolerancia religiosa. En 1998, el Papa Juan Pablo II viajó a Cuba, donde tuvo una acogida apoteósica, que presentó Fidel Castro como una legitimación de su régimen. En 2003 hice un viaje a Cuba, lugar de nacimiento de la madre de mi esposa. Tuvimos la oportunidad de conversar en privado con el cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, en la sacristía de la Catedral, después de la celebración litúrgica del domingo de Ramos. Nos reconoció que el viaje del Papa no sólo no había producido efectos positivos para la Iglesia, sino que tras su marcha la represión se había intensificado. Así, tal cual.

Fidel Castro dirigió al pueblo cubano el 12 de julio de 1957 el llamado Manifiesto de Sierra Leona. La Revolución prometía devolver la libertad a los cubanos en el caso de acceder al poder, con el compromiso de "celebrar elecciones generales" en el plazo de un año para elegir presidente y los demás cargos del Estado, las provincias y los municipios. Todo fue un gran engaño. Los cubanos llevan casi 60 años privados de la libertad y padeciendo una dictadura totalitaria atroz. El régimen presume de haber conseguido la igualdad, pero oculta que se trata de la igualdad en la miseria. En 1959, Cuba era el país más próspero de Iberoamérica, con una renta per cápita similar a la de España. Después de seis décadas de Revolución, el salario medio de los trabajadores es de 24 dólares (22 euros) ¡mensuales!

La izquierda europea siempre ha prestado un gran apoyo a los Castro. Ha aplaudido y aplaude lo que califican como grandes logros en educación y sanidad. Durante el viaje al que ya me he referido, pregunté a un taxista -a quien pagaba el Estado- qué tal era la sanidad. "Hay tres hospitales muy buenos para extranjeros", me contestó. Le aclaré que quería saber qué tal era la sanidad del pueblo. Su respuesta se me quedó grabada en la memoria: "Sí, es muy buena, pero cuando hay gasas no hay anestesia y cuando hay anestesia no hay gasas".

En ese mismo viaje visitamos a un heroico y meritorio sacerdote, cuyo nombre guardo en el anonimato para no perjudicar su seguridad. Nos hizo un relato estremecedor del malvivir de los cubanos. Le mostramos nuestra extrañeza por el hecho de que Castro consiguiera suscitar en la Plaza de la Revolución el fervor popular de cientos de miles de personas. Otro nuevo engaño, nos dijo: "Hay en cada manzana un comisario de la Revolución, que se encarga de pasar lista de asistentes. Al que falte sin causa justificada se le quita la cartilla de racionamiento, lo que le condena a la indigencia total por una temporada".

La Habana fue una ciudad fascinante. Hoy ofrece un aspecto decrépito, salvo su belleza natural con un mar y un cielo indescriptibles y las zonas de la Habana Vieja cuyas fachadas se han restaurado con la ayuda generosa de países "capitalistas". Sus calles son como un gran museo de vehículos antediluvianos, los "haigas" norteamericanos de los años 40. El atraso de las zonas rurales es clamoroso. Hay escasez de artículos básicos. Fidel Castro acusó a Estados Unidos de haber convertido a Cuba en un burdel norteamericano. Bajo la Revolución se desarrolló el más abyecto "turismo sexual".

En 1991 Cuba dejó de ser un Estado subsidiado por los soviéticos y con ello se acabó el espejismo de la Revolución. Hay 11 millones de habitantes y unos tres millones de emigrantes o exiliados. Su suerte no conmovió nunca al gran tirano ni a su privilegiado círculo. Un diplomático europeo nos contó que las copiosas e interminables cenas del "Comandante" se servían los manjares más exquisitos y se regaban con los vinos más caros del mundo.

Los cubanos no tienen libertad de asociación, expresión, manifestación, educación, etc. Ni siquiera gozan de libertad de movimientos. La justicia está al servicio de un régimen opresor y corrupto. ¿Es ético que pactemos con él mientras no ponga fin a la represión, libere a los presos políticos y se comprometa a emprender el camino hacia la democracia?

Tal vez la muerte del tirano abra nuevas expectativas para el cambio democrático. De momento sus sucesores parecen fieles al ideal de antaño: "Revolución o muerte". Entre nosotros, los neocomunistas y los liberticidas abertzales lloran la desaparición del tirano. ¿Acaso temen el fin de la tiranía?
(*) Jaime Ignacio del Burgo fue presidente de la Diputación Foral-Gobierno de Navarra, senador constituyente y diputado.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2016/12/31/5866a32ae5fdea9e238b4634.html
Ilustración: Sequeiros.

MEMORANDUM

EL PAÍS, 11 de diciembre de 2016
 Piedra de Toque
La muerte de Fidel
Mario Vargas Llosa

El 1 de enero de 1959, al enterarme de que Fulgencio Batista había huido de Cuba, salí con unos amigos latinoamericanos a celebrarlo en las calles de París. El triunfo de Fidel Castro y los barbudos del Movimiento 26 de Julio contra la dictadura parecía un acto de absoluta justicia y una aventura comparable a la de Robin Hood. El líder cubano había prometido una nueva era de libertad para su país y para América Latina y su conversión de los cuarteles de la isla en escuelas para los hijos de los guajiros parecía un excelente comienzo.

En noviembre de 1962 fui por primera vez a Cuba, enviado por la Radiotelevisión Francesa en plena crisis de los cohetes. Lo que vi y oí en la semana que pasé allí —los Sabres norteamericanos sobrevolando el Malecón de La Habana y los adolescentes que manejaban los cañones antiaéreos llamados “bocachicas” apuntándolos, la gigantesca movilización popular contra la invasión que parecía inminente, el estribillo que los milicianos coreaban por las calles (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”) protestando por la devolución de los cohetes— redobló mi entusiasmo y solidaridad con la Revolución. Hice una larga cola para donar sangre e Hilda Gadea, la primera mujer del Che Guevara, que era peruana, me presentó a Haydée Santamaría, que dirigía la Casa de las Américas. Esta me incorporó a un Comité de Escritores con el que, en la década de los sesenta, me reuní cinco veces en la capital cubana. A lo largo de esos 10 años mis ilusiones con Fidel y la Revolución se fueron apagando hasta convertirse en críticas abiertas y, luego, la ruptura final, cuando el caso Padilla.

Mi primera decepción, las primeras dudas (“¿no me habré equivocado?”) ocurrieron a mediados de los sesenta, cuando se crearon las UMAP, un eufemismo —las Unidades Militares de Ayuda a la Producción— para lo que eran, en verdad, campos de concentración donde el Gobierno cubano encerró, mezclados, a disidentes, delincuentes comunes y homosexuales. Entre estos últimos cayeron varios muchachos y muchachas de un grupo literario y artístico llamado El Puente, dirigido por el poeta José Mario, a quien yo conocía. Era una injusticia flagrante, porque estos jóvenes eran todos revolucionarios, confiados en que la Revolución no sólo haría justicia social con los obreros y los campesinos sino también con las minorías sexuales discriminadas. Víctima todavía del célebre chantaje —“no dar armas al enemigo”— me tragué mis dudas y escribí una carta privada a Fidel, pormenorizándole mi perplejidad sobre lo que ocurría. No me contestó pero al poco tiempo recibí una invitación para entrevistarme con él.

Fue la única vez que estuve con Fidel Castro; no conversamos, pues no era una persona que admitiera interlocutores, sólo oyentes. Pero las 12 horas que lo escuchamos, de ocho de la noche a las ocho de la mañana del día siguiente, la decena de escritores que participamos de aquel encuentro nos quedamos muy impresionados con esa fuerza de la naturaleza, ese mito viviente, que era el gigante cubano. Hablaba sin parar y sin escuchar, contaba anécdotas de la Sierra Maestra saltando sobre la mesa, y hacía adivinanzas sobre el Che, que estaba aún desaparecido, y no se sabía en qué lugar de América reaparecería, al frente de la nueva guerrilla. Reconoció que se habían cometido algunas injusticias con las UMAP —que se corregirían— y explicó que había que comprender a las familias guajiras, cuyos hijos, becados en las nuevas escuelas, se veían a veces molestados por “los enfermitos”. Me impresionó, pero no me convenció. Desde entonces, aunque en el silencio, fui advirtiendo que la realidad estaba muy por debajo del mito en que se había convertido Cuba.

La ruptura sobrevino cuando estalló el caso del poeta Heberto Padilla, a comienzos de 1970. Era uno de los mejores poetas cubanos, que había dejado la poesía para trabajar por la Revolución, en la que creía con pasión. Llegó a ser viceministro de Comercio Exterior. Un día comenzó a hacer críticas —muy tenues— a la política cultural del Gobierno. Entonces se desató una campaña durísima contra él en toda la prensa y fue arrestado. Quienes lo conocíamos y sabíamos de su lealtad con la Revolución escribimos una carta —muy respetuosa— a Fidel expresando nuestra solidaridad con Padilla. Entonces, este reapareció en un acto público, en la Unión de Escritores, confesando que era agente de la CIA y acusándonos también a nosotros, los que lo habíamos defendido, de servir al imperialismo y de traicionar a la Revolución, etcétera. Pocos días después firmamos una carta muy crítica a la Revolución cubana (que yo redacté) en que muchos escritores no comunistas, como Jean Paul Sartre, Susan Sontag, Carlos Fuentes y Alberto Moravia tomamos distancia con la Revolución que habíamos hasta entonces defendido. Este fue un pequeño episodio en la historia de la Revolución cubana que para algunos, como yo, significó mucho. La revaluación de la cultura democrática, la idea de que las instituciones son más importantes que las personas para que una sociedad sea libre, que sin elecciones, ni periodismo independiente, ni derechos humanos, la dictadura se instala y va convirtiendo a los ciudadanos en autómatas, y se eterniza en el poder hasta coparlo todo, hundiendo en el desánimo y la asfixia a quienes no forman parte de la privilegiada nomenclatura.

¿Está Cuba mejor ahora, luego de los 57 años que estuvo Fidel Castro en el poder? Es un país más pobre que la horrenda sociedad de la que huyó Batista aquel 31 de diciembre de 1958 y tiene el triste privilegio de ser la dictadura más larga que ha padecido el continente americano. Los progresos en los campos de la educación y la salud pueden ser reales, pero no deben haber convencido al pueblo cubano en general, pues, en su inmensa mayoría, aspira a huir a Estados Unidos, aunque sea desafiando a los tiburones. Y el sueño de la nomenclatura es que, ahora que ya no puede vivir de las dádivas de la quebrada Venezuela, venga el dinero de Estados Unidos a salvar a la isla de la ruina económica en que se debate. Hace tiempo que la Revolución dejó de ser el modelo que fue en sus comienzos. De todo ello sólo queda el penoso saldo de los miles de jóvenes que se hicieron matar por todas las montañas de América tratando de repetir la hazaña de los barbudos del Movimiento 26 de Julio. ¿Para qué sirvió tanto sueño y sacrifico? Para reforzar a las dictaduras militares y atrasar varias décadas la modernización y democratización de América Latina.

Eligiendo el modelo soviético, Fidel Castro se aseguró en el poder absoluto por más de medio siglo; pero deja un país en ruinas y un fracaso social, económico y cultural que parece haber vacunado de las utopías sociales a una mayoría de latinoamericanos que, por fin, luego de sangrientas revoluciones y feroces represiones, parece estar entendiendo que el único progreso verdadero es el que hace avanzar la libertad al mismo tiempo que la justicia, pues sin aquella este no es más un fugitivo fuego fatuo.

Aunque estoy seguro de que la historia no absolverá a Fidel Castro, no dejo de sentir que con él se va un sueño que conmovió mi juventud, como la de tantos jóvenes de mi generación, impacientes e impetuosos, que creíamos que los fusiles podían hacernos quemar etapas y bajar más pronto el cielo hasta confundirlo con la tierra. Ahora sabemos que aquello sólo ocurre en el sueño y en las fantasías de la literatura, y que en la realidad, más áspera y más cruda, el progreso verdadero resulta del esfuerzo compartido y debe estar signado siempre por el avance de la libertad y los derechos humanos, sin los cuales no es el paraíso sino el infierno el que se instala en este mundo que nos tocó.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/12/09/opinion/1481282434_957974.html
Ilustración: Fernando Vicente.
Cfr. De la utopía a la libertad: https://www.youtube.com/watch?v=G6Zgq6voolo&t=1502s

viernes, 30 de diciembre de 2016

FIN DE AÑO



Vamos a empinarnos en las luchas cívicas para salvar la vida del pueblo venezolano

"La responsabilidad del gobierno, el mismo en casi veinte años, en todo este desastre,  está complementada por los errores de los sectores de la oposición que, por ejemplo, debieron permitir el reemplazo efectivo y oportuno de todos los rectores del CNE, en lugar de quejarse ahora como viejas plañideras que desesperan por un mago y una chistera para calmarse”, advirtió el diputado Luis Barragán (Vente Venezuela).

“Al principio, generoso y promisor, concluye el año con la agudización de una crisis humanitaria tan injusta, reforzada por la criminal conducta del régimen. Como sostuvimos en la sesión plenaria de la Asamblea Nacional que debatió sobre la responsabilidad política de Nicolás Maduro, constitucionalmente destituible, nos encontramos en medio de una guerra civil no declarada, la cual ha impulsado para sostenerse en el poder a cualquier precio. Basta con apreciar las tasas anuales de muertes violentas y prematuras, la escasez e inexistencia de los alimentos básicos y los medicamentos indispensables, la masiva e involuntaria migración,   e, incluso, la desaparición de los más tradicionales medios impresos, como ensayarán la regulación de los redes sociales, que  apunta a una profundización de la censura y del bloqueo informativo.  Y, confirmándonos en el Estado Cuartel para la realización delictiva del socialismo rentístico, Miraflores anuncia la adquisición de nuevas armas  rusas y chinas, confiscándole las divisas   a los venezolanos hoy condenados a  sobrevivir, cuyas negociaciones tienen  una poseen una radical opacidad de acuerdo a los estándares internacionales, además de validar una presunción generalizada sobre el lavado de capitales ilícitos que está detrás de la consabida manipulación de los billetes de cien bolívares”.

Prosiguió el coordinador de la fracción parlamentaria de Vente Venezuela: “La obvia responsabilidad del régimen en todo este desastre, es necesario decirlo, ha sido complementada por los errores de los sectores de la oposición que, por ejemplo, concurrieron al diálogo incondicional, ojalá no deliberados, aunque es legítima la sospecha de complicidad. Un balance político de 2016, inexorablemente apunta a esos errores que son propios del diseño ventajista de una mesa de la unidad que no la caracteriza – precisamente – una práctica democrática que se corresponda con la prédica.  Por ello, además del coraje en el que ha insistido María Corina Machado, urge la restructuración, la ampliación y el relanzamiento de una unidad que sea eficaz y convincente, comprometiendo a todos los sectores políticos y sociales bajo las banderas de una transición democrática que no espera. Preparémonos para gobernar, desde una plataforma legítima, representativa y participada, capaz de sostener esa transición sobre un mejor talento político que sólo lo concede la recta consciencia, la honestidad del proceder y la transparencia de ideas y convicciones. No debemos improvisar más, sujetos a caprichos y ocurrencias que fácilmente se amarran a oscuros intereses”.

Finalmente, señaló el  diputado Barragán: “Mayor angustia tiene Nicolás Maduro con su constitucional destitución que los parlamentarios con una inconstitucional disolución, a pesar de los nervios que algunos colegas deslizan en los medios. Sabiéndonos portadores de la verdad de un pueblo que no pierde la esperanza, vamos a empinarnos en 2017 en nuestras luchas cívicas, siendo el único camino para la salvación de la vida que es innegociable”.

30/12/2016:
Gráfica: Junto Dip. Gaby Arellano, AN.

jueves, 29 de diciembre de 2016

PROPÓSITOS

EL UNIVERSAL, Caracas, 27 de diciembre de 2016
Consejos para el nuevo año
Antonio Pérez Esclarín

Para vivir cada día más felices en el nuevo año que está próximo a comenzar y no dejarnos dominar ni atormentar por los graves problemas que vivimos, les ofrezco estos sencillos consejos:

1.- Cuando te despiertes por la mañana respira hondo, sonríe, y dale un aplauso a Dios. Se lo merece. Proponte vivir todo el día con una actitud positiva, sin permitir que nada ni nadie te nuble el corazón y te quite la alegría y la paz. No te dejes contaminar ni derrotar  por los violentos, los amargados y los rencorosos.

2.- No te desesperes por todo lo que no funciona bien a tu alrededor. No merece la pena que te enfades, y, además, con los enfados no se arregla nada. Cambia el entrecejo por la sonrisa, que es el principal maquillaje en el rostro. No hay nadie tan pobre que no pueda darla, ni tan rico que no la necesite. Piensa que, en cierta forma, el humor es el amor con h.

3.- Proponte ser un regalo para todas las personas con las que hoy te encuentres. Que de tu conversación salgan más animadas, más esperanzadas, más felices. Míralos con los ojos del corazón para ver sus cualidades y potencialidades más que sus errores y defectos.

4.- Procura hacer del mejor modo posible, con entusiasmo e ilusión, todo lo que tengas que hacer. Busca la excelencia en todo lo que dices y haces. Que de tus labios no salga una sola palabra agresiva u ofensiva. Lleva siempre en los labios una palabra de esperanza, en tus manos un gesto de paz, en tus pies un alivio para los que están en las orillas.

5.- Crea en torno a ti un espacio ecológico donde se respeten especies tan raras y en vías de extinción como la reconciliación, la tolerancia, el respeto, la sensibilidad, la honestidad, el cariño, la generosidad, el perdón.

6.- Dedica tiempo para estar contigo, para descansar. Te lo mereces. No cruces deprisa el camino del corazón y haz fiesta. No te esclavices al celular,  a la computadora ni al televisor. Tómate un tiempo para leer, para cultivar el espíritu, para reflexionar, meditar y orar.

7.- Abre tus manos para compartir la vida: abraza, acoge, ayuda, acaricia, aplaude los triunfos ajenos, pero nunca los insultos y ofensas. No las cierres nunca en puño que golpea o hiere. Siempre queda algo de fragancia en la mano del que ofrece rosas.

8.- Proponte ser especialmente amable con esa persona que te cae mal, que te ofendió, que piensa distinto a ti. Responde con cariño sus ofensas. No permitas que su violencia te contamine.

9.- Detén la mirada para aprender a contemplar el misterio que se oculta en una sonrisa, en el vuelo de un pájaro o de una mariposa, en una flor. Los vestidos de las modelos más despampanantes o el traje de gala de Miss Universo no tienen nada que ver con la espléndida e inimitable belleza de una flor.

10.- La vida es un viaje y cada cual decide su destino. Puedes ir a la cumbre o al abismo. Puedes hacer de tu vida un jardín de flores o un estercolero. No dejes que la amargura, la violencia o el rencor te salpiquen y te roben la calma. Si otros eligen ofender, maltratar, negar la vida, elige tú bendecir, ayudar, alegrar.

11.- Si quieres ser feliz, dedícate a hacer felices a los demás. Las dos cosas más importantes en la vida, que son el amor y la felicidad, sólo se consiguen dándolas.

12.- Nadie puede cambiar solo a Venezuela. Pero puede hacer que en su familia, en su trabajo, en su comunidad, haya más egoísmo o más solidaridad, más alegría o más tristeza, más respeto o más violencia. ¿Quieres que cambie Venezuela? Empieza por cambiar tú

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/consejos-para-nuevo-ano_632111

LENGUAJE QUE ENMASCARA

EL PAÍS, Madrid, 17 de noviembre de 2016
 ANÁLISIS
‘Posverdad’, palabra del año
Rubén Amón

El Diccionario Oxford ha entronizado un neologismo como palabra del año y como nueva incorporación enciclopédica. Se trata de la post-truth o de la posverdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
La definición es una manera de describir el contratiempo y hasta la conmoción que han supuesto el Brexit o la victoria de Donald Trump. Dos posverdades en la medida en que una y otra noticia han sobrepasado cualquier expectativa ortodoxa o racional, reflejando por añadidura la miopía de la clase política en sus iniciativas plebiscitarias o el escaso predicamento de los medios informativos convencionales en su esfuerzo de sensatez editorial. Es una verdad que Trump ha ganado las elecciones. Y es también una posverdad o una metaverdad, precisamente porque no se hubiera producido sin las variables de la emoción, de la creencia o de la superstición.
Se diría que el Diccionario Oxford necesita verbalizar las conmociones políticas del año. Ninguna tan gruesa como la derrota de Hillary Clinton, aunque la sorpresa ya presentaba los antecedentes de la salida de Reino Unido de la UE o del fracaso del referéndum de las FARC en Colombia.
Todos los ejemplos plantean la relevancia de las cuestiones emocionales. Se votaba más con las vísceras y el instinto que con la razón o la lógica, de tal manera que el Diccionario Oxford considera necesario acuñar un término a medida, como el año pasado sucedió con el emoji o emoyi, neologismo de fonética japonesa, e ideograma a disposición en el teclado de cualquier móvil inteligente al que se recurre para simplificar un discurso.
La posverdad se antoja una definición más ambiciosa en sus resonancias orwellianas y en el reconocimiento de un hueco semántico que discrimina la verdad revelada de la verdad sentida. La prueba está en que la concepción del neologismo, entre otros argumentos, proviene de un editorial publicado en The Economist que ya insinuaba el desenlace de las elecciones americanas a propósito de la emoción . "Donald Trump es el máximo exponente de la política 'posverdad', (...) una confianza en afirmaciones que se 'sienten verdad' pero no se apoyan en la realidad”.

Puede sentirse como una verdad que Pedro Sánchez ha sido la víctima de una conspiración del IBEX sin que la realidad lo demuestre, del mismo modo que Mariano Rajoy adquirió la naturaleza eterna del plasma por haberlo utilizado en una ocasión. La posverdad, por tanto, puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una sociedad.
Estamos en tiempos de posverdades por la proliferación de las teorías de la conspiración, aunque el uso regular del término proviene de un libro que el sociólogo norteamericano Ralph Keyes publicó en 2004: Post-truth. Se refería a las apelaciones a la emoción y a las prolongaciones sentimentales de la realidad, si bien fue un colega y compatriota suyo, Eric Alterman, quien revistió la idea de un valor político, tomando como ejemplo la manipulación que habría ejercido la Administración Bush a raíz del trauma del 11-S, precisamente porque una sociedad en situación de psicosis iba a resultar mucho más sensible y fértil a la inoculación de posverdades. Más aún cuando se trataba de restringir libertades o de emprender iniciativas militares, empezando por la posverdad de las armas de destrucción masiva.
La diferencia, ahora, consiste en que el Diccionario Oxford no sitúa la posverdad como un arma a disposición de la clase política dominante, sino como un poderosísimo y descontrolado recurso de los súbditos. Trump y el Brexit serían expresiones inequívocas de rebelión al sentido común.
Ha sido disputada la “victoria” del neologismo porque la sociedad editora del Diccionario Oxford había llevado a la fase final hasta nueve términos anglosajones nuevos. Entre ellos, el adulting (comportarse como un adulto en tareas mundanas), el woke (alerta usada en EEUU en referencia a una injusticia social), el latinx (persona de origen latino) y el brexiteer, cuya definición alude a los partidarios del Brexit.

Fuente:
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/16/actualidad/1479316268_308549.html

ABISMO

EL PAÍS, Madrid, 23 de diciembre de 2016
 ANÁLISIS
Así caen las repúblicas
Paul Krugman

Mucha gente está respondiendo al auge del trumpismo y los movimientos xenófobos en Europa leyendo historia, en concreto, la de la década de 1930. Y hace bien. Hay que estar deliberadamente ciego para no ver los paralelismos entre el auge del fascismo y la actual pesadilla política.
Pero la década de 1930 no es la única época de la que podemos aprender algo. Últimamente he leído mucho sobre el mundo antiguo. Al principio, tengo que admitirlo, lo hacía por entretenimiento y para refugiarme de las noticias, que empeoran a cada día que pasa. Pero no he podido evitar fijarme en los ecos contemporáneos de algunos capítulos de la historia de Roma, y más concretamente, en el relato sobre la caída de la República Romana.
Y he descubierto lo siguiente: las instituciones de la república no protegen frente a la tiranía cuando los poderosos empiezan a desafiar las normas políticas. Y la tiranía, cuando llega, puede prosperar aunque mantenga una apariencia de república.
En cuanto al primer punto: la política romana conllevaba una competencia feroz entre hombres ambiciosos. Pero, durante siglos, esa competencia estuvo limitada por ciertas normas aparentemente inquebrantables. He aquí lo que cuenta Adrian Goldsworthy en En el nombre de Roma: “Por muy importante que fuese para un individuo alcanzar la fama y mejorar su reputación y la de su familia, ello siempre debía estar supeditado al bien de la república... Ningún político romano decepcionado recurría a la ayuda de una potencia extranjera”.
Estados Unidos era así antes, con senadores ilustres que afirmaban que debíamos “frenar en seco la política partidista”. Pero ahora tenemos un presidente electo que pidió abiertamente a Rusia que lo ayudase a difamar a su oponente, y todo indica que el grueso de su partido estaba y está conforme con ello. (Un nuevo sondeo pone de manifiesto que la aprobación de Vladimir Putin entre los republicanos ha crecido aun cuando —o, más probablemente, precisamente por ello— ha quedado claro que la intervención rusa desempeñó una función importante en las elecciones de EE UU). Ganar las luchas nacionales es lo único que importa, olvídense del bien de la república.
¿Y qué le pasa a la república como consecuencia de ello? Es famoso el hecho de que, sobre el papel, Roma nunca dejó de ser una república para convertirse en un imperio. Oficialmente, la Roma imperial seguía gobernada por un Senado que, dadas las circunstancias, se remitía al emperador (cuyo título inicialmente significaba únicamente “comandante”) para todo lo que importaba. Puede que no estemos yendo por el mismo camino exactamente —aunque ¿podemos estar seguros de ello?—, pero ya ha empezado el proceso de destrucción de la esencia democrática al tiempo que se mantienen las formas.
Piensen en lo que acaba de pasar en Carolina del Norte. Los votantes han tomado una decisión clara, y han elegido a un gobernador demócrata. La legislatura republicana no ha invalidado abiertamente el resultado —no esta vez, en cualquier caso—, pero, a efectos prácticos, le ha arrebatado su poder al gobernador, y se ha asegurado de que la voluntad de los votantes no tenga peso real.
Si sumamos cosas así a los intentos constantes de privar del derecho al voto a los grupos minoritarios, o al menos disuadirles de que voten, tenemos los cimientos de un Estado monopartidista de facto: uno que sigue fingiendo que existe una democracia, pero que ha amañado el juego para que el bando contrario nunca gane.
¿Por qué está pasando esto? No pregunto por qué los votantes blancos de clase trabajadora respaldan a políticos cuyas políticas los perjudican (volveré sobre ese asunto en futuras columnas). Mi pregunta es más bien por qué a los políticos y los funcionarios de uno de los partidos ya no parece importarles lo que antes se consideraban valores estadounidenses fundamentales. Y seamos claros: este es un problema republicano, no algo que “los dos bandos hacen”.
¿Y qué impulsa ese comportamiento? No creo que sea algo puramente ideológico. Los políticos que supuestamente defienden el libre mercado están descubriendo que el capitalismo basado en el amiguismo funciona bien siempre que los amigos sean los correctos. No guarda relación con la lucha de clases; la redistribución de la riqueza de las clases baja y media entre los adinerados está presente en todas las políticas republicanas modernas. Yo diría que el ataque contra la democracia se debe simplemente al arribismo de los burócratas de un sistema aislado de las presiones externas mediante unas circunscripciones electorales manipuladas, una lealtad partidista inquebrantable y cantidades ingentes de ayuda económica de los plutócratas.
Lo único que les importa a esas personas es acatar la disciplina del partido y mantener el dominio de este. Y sí, a veces, parecen consumidas por la rabia contra cualquiera que cuestione sus actos, y bueno, así es como responden siempre los piratas cuando se los acusa de piratería.
Todo esto deja clara una cosa: que la enfermedad de la política estadounidense no empezó con Donald Trump, como tampoco la enfermedad de la República Romana empezó con César. Los cimientos de la democracia hace décadas que se están erosionando, y nada garantiza que alguna vez sea posible restaurarlos.
Pero si albergamos alguna esperanza de redención, tendremos que empezar por admitir lo mal que está la situación. La democracia estadounidense se encuentra al borde del abismo.
(*) Traducción de News Clips.

Fuente:
http://economia.elpais.com/economia/2016/12/21/actualidad/1482348147_335235.html

UNA SEMILLA

EL UNIVERSAL, Caracas, 11 de diciembre de 2016
Voces desde Cuba
Carlos A. Romero

Carmelo Mesa-Lago ha publicado un nuevo libro titulado “Voces de Cambio en el Sector no Estatal Cubano". (Madrid, Iberoamericana, 2016). Con la generosa ayuda de cuatro jóvenes investigadores, el reconocido economista nos brinda la oportunidad de conocer los resultados de una de las medidas más importantes que ha tomado la dirección de ese país en estos años. Con ella se permite el trabajo de los cuentapropistas con negocios propios, los usufructuarios de las tierras estatales, los socios de cooperativas y los especialistas en compraventas de viviendas.
Con la denominada “Ofensiva Revolucionaria” en 1966, desapareció la iniciativa privada en la isla, dando paso a una economía sin mercado y al caos en la producción y el consumo. Desde esa magra fecha no se observaba en Cuba una reforma tan amplia y que prometiera tanto, en un momento en el cual todo parece languidecer. A través de la técnica de entrevistas, se tomaron las muestras a un grupo de personas involucradas en estas iniciativas, a fin de analizar algunas tendencias similares y algunas diferencias, que como un todo, reflejan los logros y los desaciertos de una política gubernamental que el mismo Mesa-Lago ha advertido previamente, no termina de madurar.
Falta mucho por recorrer. El sector privado todavía es marginal, la burocracia ahoga los esfuerzos de la gente emprendedora, el contrabando y las remesas se reconocen como algo cotidiano, se carece del financiamiento apropiado, no es fácil conectarse con Internet y con otras redes sociales, es difícil conseguir las materias primas y los insumos para fortalecer y expandir los negocios y en algunos casos, un número importante de ellos han cerrado sus puertas de manera definitiva. Sin embargo, los autores de esta publicación demuestran con rigurosidad cómo se ha sembrado una semilla, en un momento en el cual una sociedad asfixiada por tantos años de penurias ha empezado a moverse y que hoy lucha por volver a nacer.

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/voces-desde-cuba_630551

EBRIEDADES

EL PAÍS, Madrid, 01 de diciembre de 2016 (SIC)
 TRIBUNA
¿Qué es el populismo?
Bernard-Henri Lévy

Según el populismo (primer teorema), el pueblo sabe lo que quiere. Y, cuando quiere algo (segundo teorema), siempre tiene razón. Falta (postulado) que realmente sea él quien lo quiere. Falta también (corolario) que nada obstaculice esa legítima pretensión.
En otros términos, el populismo dice al mismo tiempo: confianza ilimitada en los recursos y en la capacidad del pueblo, y desconfianza hacia todo aquello que podría interpretar, desvirtuar, diferir la justa expresión de ese pueblo que, librado a sí mismo, libre de obstáculos, tiene buen criterio por naturaleza.
¿Interpretar? Los intelectuales, las élites. Y por eso el populismo es siempre un antintelectualismo, una reacción contra las élites.
¿Desvirtuar? La maledicencia. La hipocresía política. Y por eso, de Tsipras a Le Pen, de Trump a Mélenchon, el populismo siempre recurre al lenguaje vivo contra el lenguaje vacío, al lenguaje crudo, truculento, contra la lengua supuestamente muerta, constreñida por los tabúes, de lo políticamente correcto.
¿Diferir? Las leyes. El derecho. Las instituciones. La razón en el puesto de mando. La política. Todos esos ornamentos, esos suplementos redundantes e inútiles, esas formas vacías, cuyo único efecto será siempre, dicen y repiten los populistas, ahondar un poco más en la diferencia, un filósofo del siglo XX habría dicho la différance o, simplemente, la distancia entre el pueblo y sí mismo, entre su sana y santa voluntad y su expresión desvirtuada.
Hay políticos buenos y malos, dicen.
El populista será implacable a la hora de fabricar alteridad y de generar enemigos
Están los que actúan de común acuerdo con el mundo del vacío y los que han sabido desvincularse de él.
Y lo propio de quien ha sabido hacer tal cosa es haber conjurado esa enfermedad que lo distancia del cuerpo social; es estar en contacto directo con los rencores, y también las esperanzas, de lo que los romanos llamaban, no el populus, sino la turba; es estar en contacto directo, también, con las fluctuaciones de esa turba tal y como se expresan, día tras día, a través de la enfermedad de los sondeos.
Ah, los sondeos...
Cuando aparecieron los sondeos, algunos dijeron: un instrumento más en manos de los poderosos que van a escudriñarnos, a evaluarnos, a manipularnos.
Pero los más lúcidos —¿y por desgracia, los populistas estaban entre ellos?— respondieron: al contrario, es la opinión pública la que triunfa; ella la que, en adelante, llevará la voz cantante; ¿qué Gobierno podría ignorarla?, ¿cómo no tener en cuenta una voluntad popular tan sabia, constante e incesantemente medida?
Y he aquí que los roles se invierten: la Opinión arrogante, el Príncipe humillado; la Opinión en los graderíos, el Príncipe en el estadio; el Pueblo rey, pues es él quien presiona, acosa y atemoriza al Príncipe, y el Príncipe recientemente rebajado.
Otro filósofo de la misma época, Michel Foucault, describió los mecanismos del poder tomando como modelo el panóptico de Bentham, ese centro invisible a partir del cual un amo, ausente, escudriña el cuerpo social: nadie lo ve, pero él ve a todo el mundo; es estructuralmente invisible, pero esa misma invisibilidad hace visible a la sociedad; y es esta visibilidad la que, al final, nos hace tan totalmente controlables.
El populismo ha dado la vuelta al dispositivo: pueblo invisible, poder visible; un pueblo que se escabulle, un poder conminado a mostrarse; ya nadie ve al pueblo, pero él ve todo el tiempo a sus amos (en los periódicos, en Twitter y en Facebook, en los programas de la señora Le Marchand, en los falsos debates, ajenos a toda voluntad de veracidad, que se organizan en nuestros días); de forma que, si el secreto del poder está en la mirada, el populismo es una de las fórmulas más elaboradas del poder en la Edad Moderna.
Con los sondeos los papeles se invierten: la Opinión arrogante, el Príncipe humillado
¡Ah, si pudiéramos reemplazar de una vez las elecciones por los sondeos!, piensa el populista.
Si pudiéramos transformar la república en concurso televisivo; las elecciones, en plebiscito; la audiencia, en audímetro; si pudiéramos terminar con el pueblo y coronar al “gran animal” de Platón o a esa plebe que, según los sofistas, debía reemplazar al demos.
¿La plebe? El verdadero pueblo.
¿El audímetro? ¿El plebiscito? Modos de una única sustancia: la sociedad concebida como un cuerpo pleno, deslumbrado por el espectáculo de su propia presencia.
Hay una psicología del populismo: el narcisismo de los individuos, ebrios de sí mismos y de su suficiencia.
Una fisiología: ese no sé qué abotargado, autosatisfecho, ahíto que encontramos en todos los Trump, Berlusconi y Le Pen varios (padre e hija).
Una metafísica: la idea de una voluntad general causa sui, anterior a toda palabra y, más aún, a todo contrato, una voluntad natural, soberana y naturalmente buena con la que volver a conectar a poco que se sepa eliminar los filtros y mediaciones que la oscurecen.
El populista será inevitablemente nacionalista: ¿el nacionalismo no es el camino más corto para ir hacia una comunidad libre de todo filtro o mediación?
El populista será implacable a la hora de fabricar alteridad y de generar enemigos: pues, si no, ¿cuál sería el medio de imaginar esa presencia en sí? Si no se dota de una exterioridad masiva y obsesivamente denunciada, ¿cuál sería el medio para reunir su propio cuerpo en una identidad recuperada?
El populismo es una propedéutica del odio, de la exclusión y, en definitiva, del racismo: véase el discurso antinmigrantes de Hungría a Estados Unidos, de Polonia a Rusia.
¿El populismo? La enfermedad senil de las democracias.
Decimos “populismo”. Y es el nombre, finalmente único, de la reacción de las democracias al pánico que les gana y a la desbandada que las amenaza.
Sálvese quien pueda: la última palabra de los populistas.
(*) Bernard-Henri Lévy es filósofo.


Ilustración: Eva Vázquez.
Fuente:
http://elpais.com/elpais/2016/12/01/opinion/1480600428_619998.html

miércoles, 28 de diciembre de 2016

TODA UNA HAZAÑA: LEER

EL NACIONAL, Caracas, 26 de diciembre de 2016
Libros: Thomas Mann
Nelson Rivera

Se titula Relato de mi vida, pero es el texto de un hombre que evita hablar de sí mismo. Y para cumplir con la exigencia, traza unas notas melodiosas y superficiales. Una pizca sobre sus padres, otra sobre el ambiente idílico en el que creció, en otra menciona al niño que escribía comedias y las representaba, junto a sus hermanos, en el espacio del hogar. Como si estuviese realizando el perfil de alguien lejano y afable: una prosa suave y predecible, de alguien que no padeció los rigores de descubrir el lado hostil del mundo. Un Thomas Mann un tanto decorativo, doméstico, flemático, desde siempre alentado por los vientos de la fortuna.

El joven, en principio interesado en la poesía y el ensayo, más adelante encuentra su cauce en la narrativa. Sus primeros tanteos reciben elogios. No le falta trabajo. Entre sus amistades tiene, por ejemplo, a dos hermanos: mientras uno pinta su retrato, el otro interpreta el violín. Cuando piensa en aquellos años, no titubea: aquel era “el mejor Munich que ha habido jamás”. Leer a Schopenhauer y a Nietzsche le marca (debo anotar aquí que sus ensayos sobre ambos, que forman parte de una recopilación recién traducida con el nombre de Textos críticos, son cautivadores y ejemplifican su capacidad para trenzar narrativamente los distintos planos de su pensamiento). Cuando recuerda a Nietzsche escribe: “El primer efecto que provocó en mí fue una sensibilidad, una clarividencia y una melancolía de índole psicológica, cuya naturaleza yo mismo apenas consigo discernir con claridad, pero que en aquella época me hizo sufrir de una manera indescriptible”.

El uso de la palabra “sufrir” es inusual en este relato. Incluso en los momentos en que narra los suicidios de sus hermanas, la cautela se impone. La elegancia de su escritura, la lejanía que exuda el hombre realizado, las frases que lentamente aparecen y deslumbran (“lo significativo no es otra cosa que lo lleno de relaciones”), ganan la partida a la tentación de cerrar el libro. Lentamente, el ensayo cambia de rumbo: sin romper con lo somero-biográfico, con la autobiografía que se resiste a ser contada, Mann se interna en la reflexión sobre parte de su obra: el pudor y el autoelogio que copan las primeras páginas –hablo de un ensayo de no más de unas 60 páginas-dan paso a los procesos de Tonio Kroger, Los Buddenbrook, Consideraciones de un apolítico, Confesiones del estafador Félix Krull, alguna escueta consideración de La montaña mágica, y algo más. En estos raptos está, me parece, lo mejor del libro.

Mann distingue entre la sensibilidad agitadora y la indicadora, para suscribirse a la segunda. En ella encuentra su simpatía con el dolor, que abarca una confesada ofuscación por su época (“Acaso como ningún otro había yo experimentado en mi propio cuerpo, en violentos conflictos, como la época forzaba a pasar del plano de lo metafísico e individual al plano de lo social”). No se engaña: habla de la dualidad humana como estímulo vital para el creador. Esa dualidad es la que incita al hombre a preguntarse por su esencia. A buscar, más allá de la comodidad de lo inmediato, en el alma y en el tiempo. Mito y psique son inseparables, aun cuando la ciencia intente distinguirlas. Mann señala –y se pregunta también- si su obra está o no inscrita en esa tradición. Esa tradición constituye una legitimidad.

La distinción del Premio Nobel, lo confiesa, no le sorprendió. La afirmación de “se encontraba en mi camino”, no sería un enunciado de la vanidad, sino de algo que precede a todo reconocimiento: el de ser portador de un destino, “que yo contemplo de una manera totalmente humana, sin hacer muchos aspavientos”. Mann se veía a sí mismo reservado, elegido para las colosales tareas literarias que realizó. La complacencia de lo cumplido: esa es la respiración que se escucha en el fondo de este relato, escrito para recapitular lo mejor de lo vivido y no para hurgar en las grietas del alma.

La edición de Relato de mi vida ofrece más: un texto de Erika Mann, El último año de mi padre, metódica relación que permite atisbar a Thomas Mann en su cotidianidad, en un tiempo donde su salud se resquebraja. La profusión de detalles termina por construir un retrato de múltiples dimensiones. El libro cierra con un material de lujo: la Cronología y bibliografía de Thomas Mann, elaborada por Andrés-Pedro Sánchez Pascual, esqueleto sin fisuras de la producción editorial del gran escritor.

*Relato de mi vida. Thomas Mann. Traducido por Andrés-Pedro Sánchez Pascual. Hermida Editores. España, 2016.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/libros-thomas-mann_72580

EL NACIONAL, Caracas, 5 de diciembre de 2016
Libros: Luciano Concheiro
Nelson Rivera

Una imagen: libro desprendimiento de una estela del pensamiento contemporáneo. La estela a la que me refiero es la que incluye un ramillete de notables pensadores: arcos que se desplazan de Reinhart Koselleck a Jean Baudrillard, de Paul Virilio a Gilles Lipovetsky, de Franco Berardi a Byung-Chul Han, de Giorgio Agamben a Slavoj Zizek, y otros numerosos. De hecho, en la contratapa de Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante, se cuenta que Luciano Concheiro, el jovencísimo autor del libro (nació en 1992), ha sido traductor de Berardi, Hardt y Zizek, lo que anuncia sus preferencias intelectuales. Concheiro es un prosista antisistema, que tiene entre sus referencias el autodenominado Comité Invisible. Un estudioso que destila candor.

Uno de los ejes, quizás el más revelador, se interna en los vínculos estructurales entre capitalismo y aceleración. Pensar la aceleración hace evidente la lógica intrínseca de circulación del dinero: reducir su tiempo a cero. Lograr las mayores ganancias en el menor tiempo posible. El objetivo: que cada segundo adquiera un creciente valor monetario. A ello están dirigidos los empeños de la Innovación: que productividad, rentabilidad y eficiencias se alcancen con menores costos y en lapsos más inmediatos. El sistema anhela liquidar la pérdida de tiempo. El resultado es un auge de la obsolescencia: cada vez se alcanza más rápidamente (y, quizás, a diario aumentan los objetos y las realidades que se vuelven obsoletas). Más: la obsolescencia se programa. Es posible que el portátil en el que escribo estas líneas contenga un chip oculto que, en hora y día programado, la apague de forma irremediable y me obligue a comprar una máquina nueva.

Esta aceleración tiene lugar en cada uno de nosotros: no disponemos de tiempo. Vivimos bajo asedio de lo que nunca alcanza. Su disparador es el consumismo: nada nos satisface. Las identidades se construyen a partir de lo que se compra y desecha. Hay una valoración que deriva de lo que se adquiere y se adquirirá. El consumo es una espiral en constante aceleración. Así, el consumismo perfecto es el que desaparece mientras se ejecuta. Concheiro lista los conciertos, el cine y los festivales como ejemplos de esto (quizás habría que preguntarse si el auge de la gastronomía no está en relación con este salto de un consumo al siguiente, y al siguiente, y al siguiente, y así, impelidos por el deseo de probar cada forma comestible).

La política como menú del día a día; la secuencia de escándalos mediáticos que desaparecen apenas han surgido; las capas de olvidos en que se depositan los asuntos públicos; el mercado como imperativo que configura las ideas en circulación; el cansancio como el factor neto que la productividad arroja a la esfera personal (La sociedad del cansancio, el libro de Byung-Chul Han, es imprescindible al respecto); lo efímero de los intercambios humanos; la precariedad del sujeto en la sociedad; lo incierto de sus opciones en el futuro; la modificación del cuadro de patologías y fármacos que afectan a la inmensa mayoría; son, una a una o en conjunto, inseparables de la aceleración, de las experiencias que ella genera.

Si la revolución no es ya posible, una vez que el siglo XX las volvió feroces maquinarias de destrucción; si la democracia despolitiza y no es capaz de producir soluciones; si las luchas no son sino ilusos anhelos de regreso a un ya imposible Estado de bienestar; si las reacciones políticas resultan en ejercicios de impotencia y escasa imaginación; es posible que “la resistencia tangencial” (que no resistencia pasiva ni desobediencia civil) sea un modo de escapar de la aceleración, para ubicarnos o vivir “transitoriamente fuera de él”. En ello consiste la invitación de Concheiro, su propuesta.

En los cínicos griegos o en el taoísmo, pueden hallarse los fundamentos de esta resistencia tangencial al turbocapitalismo. Ella no es asociable a los movimientos promotores de lo slow, la resistencia fundamentada en la lentitud –tal como sugiere Concheiro, al proclamar la lentitud se entroniza el poder de la aceleración–. Sería el instante, su cultivo, su contingencia, su aprovechamiento, el fundamento de una filosofía práctica, no esbozada como ruptura sino como bisagra: “El instante entendido como una temporalidad radical, como una experiencia temporal que eficazmente resiste a la aceleración, no es un fin en sí mismo ni una solución, es una estación: un mientras tanto. Es lo que tenemos por ahora, pero no asumamos que es todo lo que tendremos”.

*Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante. Luciano Concheiro. Editorial Anagrama. España, 2016.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/libros-luciano-concheiro_14041

EL NACIONAL, Caracas, 28 de noviembre de 2016
Libros: Ismaíl Kadaré
Nelson Rivera

La muñeca amplifica los territorios en los que Ismaíl Kadaré (Albania, 1936) hace uso de la alegoría. En su enorme obra narrativa, las turbulencias de lo colectivo, las ocupaciones a las que ha sido sometido el pueblo albanés, el asedio y los padecimientos que han convertido en víctimas de las guerras a personas y familias, han sido ofrecidas al lector en la forma de elaborados repertorios alegóricos. Una de sus novelas más emblemáticas opera como un potente faro del conjunto de su obra: en El palacio de los sueños, un poder dirige a una milicia de cerebros que se ocupa de la tarea de conocer y controlar los sueños de los ciudadanos. En La muñeca encuentro una ramificación que no le conocía hasta ahora: narración de carácter autobiográfico, centrada en la madre del escritor. Un Kadaré inclinado al espacio personal.

Ligera como una muñeca de papel, muy temprano, Kadaré se percata de que su madre es distinta. No calza con las características que los demás repiten. “Al principio, de manera confusa, después cada vez con mayor nitidez, comprendí que los atributos que casi nunca faltaban en los versos y canciones dedicadas a las madres: la leche, el pecho, la fragancia, el calor maternales no me resultaba fácil encontrarlos en la mía”. Narrar le resulta en un método para invocarla y comprenderla. Lo hace con un sedoso sentido del humor. Se lee La muñeca con una sonrisa al borde de los labios.

Con el paso del tiempo, la dificultad se despeja (o eso parece): hay umbrales que le resultan infranqueables. A los 17 años la casan con un hombre al que apenas ha entrevisto. Eso forma parte del orden del mundo en el que vive. Su familia tiene abolengo, pero la de los Kadaré, aunque venidos a menos, también. Como es previsible, las dos familias rivalizan. Las diferencias, numerosas, se alimentan de forma recíproca. “En ninguna de las dos mansiones se mencionaba este hecho, como si hubieran pactado que cada clan mantuviera su propia máscara. Bajo la máscara de aparente frugalidad, encubrían los Dobi su riqueza. Y lo mismo hacían los Kadaré: bajo su máscara de falsa grandeza encubrían lo contrario: su pobreza”.

Cuando la joven va a vivir a la casona de los Kadaré (casona a la antigua donde hay un calabozo), es tomada por un malestar del que nunca se recuperará: no le gusta el edificio. En el palacete enorme se asfixia. La tensión con su suegra es inmediata. Se inicia una “guerra fría” que se prolongará en el tiempo. La abuela de Kadaré lucha con su inteligencia y un carácter de fama. La madre, miembro de una familia numerosa, cuenta con hermanas, criados y recursos económicos. En la casona habitan los malentendidos, los silencios tensos. El padre de Kadaré, cosa que agita los recuerdos del hijo escritor, no se pronuncia. Permite que la tirantez predomine.

Kadaré recuerda al Kadaré de la primera juventud: arrogante, quizás sarcástico, frío observador del mundo. Cuenta aquí sus primeras incursiones literarias, sus estudios literarios en los que el régimen comunista dictaba clases en contra –sí, en contra– de Joyce, Kafka y Proust, emblemáticos de la literatura que no debía escribirse.

El tiempo pasa. La suegra ha fallecido. La pobreza se hace sentir. El palacete ha quedado atrás. Se ven impelidos a vivir en un angosto apartamento en Tirana, la capital de Albania. Kadaré tiene títulos universitarios y es un autor que ya goza de reconocimiento. Su disgusto hacia el régimen le crea un especial vínculo con su padre. Habla de los días en que conoció a Helena, con quien se casaría (Helena Kadaré fue la primera mujer que logró publicar una novela en Albania). Los años transcurren, pero la perplejidad que le genera su madre no disminuye. La muñeca parece acrecentar su incomprensión del mundo. En alguna parte de su relato, Kadaré confiesa que alguna vez pensó en que la ingenuidad de la adolescente de provincias cambiaría con la vida en la capital. Pero no fue así: a medida que la madre envejecía, la ingenuidad aumentaba. “Tan pueril y a la vez tan sin edad”.

La muñeca. Ismaíl Kadaré. Traducción: María Roces González. Alianza Editorial. España, 2016.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/libros-ismail-kadare_708