jueves, 12 de noviembre de 2015

VARIOS DE LOS TECHOS

EL NACIONAL - SÁBADO 04 DE AGOSTO DE 2007    PAPEL LITERARIO/3  
Intelectualidad, especialización y establecimiento cultural en la Venezuela de Punto Fijo
Arturo Almandoz (1960) es un destacado ensayista, que se ha especializado en la ciudad y en la reflexión sobre lo urbano. Sus libros han sido reconocidos con varios premios, entre ellos el Premio Fundarte de Ensayo (1993), el Premio Municipal de Literatura (1998), el Premio Teoría y Crítica de la IX Bienal de Arquitectura, entre otros

Grupos y vanguardias disidentes. La pesquisa por las fuentes del imaginario urbano en Venezuela después de 1958 remite, por un lado, al renacimiento político y cultural enmarcado en el Pacto de Punto Fijo, así como al desarrollo de un rico Estado que se hacía paternalista y hasta represivo, a la vez que buscaba la pacificación. En este sentido, cabe primeramente recordar que la caída de Pérez Jiménez propició la irrupción en Venezuela de grupos intelectuales que reflejaban las más diversas inquietudes del convulsionado mundo de la guerra Fría y la revolución cubana.
Alguna atención exigen esos grupos, para entender el contexto cultural e ideológico en el que se produjeron los imaginarios de la Venezuela urbana, especialmente en los primeros lustros de la restauración democrática.
Si bien venía reuniéndose desde finales de la dictadura en el café Iruña, de Reducto a Municipal, Sardio (1958-1961) emergió como el grupo germinal de la restaurada democracia, el cual dio cabida a diferentes géneros de poesía, narrativa y ensayo; entre sus miembros se contaron escritores y profesores universitarios como Salvador Garmendia, Guillermo Sucre, Adriano González León, Rodolfo Izaguirre, Ramón Palomares, Gonzalo Castellanos, Antonio Pasquali, Héctor Malavé Mata, Francisco Pérez Perdomo, Oswaldo Trejo y Elisa Lerner. Si bien Sardio se proclamaba orientado a "un humanismo político de izquierda", las más jóvenes facciones que hubo de generar se perfilaron de corte más radical. Integrado por Rafael Cadenas, Jesús Sanoja Hernández y Manuel Caballero, entre esas facciones estuvo Tabla Redonda (1958-1961), la cual exigía "del creador un compromiso personal activo, más no panfletario, con la realidad del país", que era ya en buena medida la de una sociedad urbanizada .
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La Revolución Cubana había acentuado el carácter crítico, contracultural y disidente de otros grupos que conformaron esa parte de la vanguardia artístico-literaria de los sesenta, conocida como "izquierda cultural venezolana"; aquí se alineaban El Techo de la Ballena (19611968), que acogió a González León e Izaguirre, y cuyos controversiales "homenajes" plásticos estuvieron liderados por Carlos Contramaestre y Juan Calzadilla.
Búsquedas más rigurosas y experimentales desde el punto de vista formal fueron emprendidas por escritores como Carlos Noguera, José Balza y Luis Alberto Crespo, en las revistas En Haa y LAM. Si bien hubo mutaciones ideológicas y migraciones de miembros entre esos grupos, puede decirse con Arráiz Lucca que El Techo de la Ballena y Tabla Redonda se orientaron a la izquierda, mientras que en Sardio militaron originalmente los que reconocían más factibilidad en el proyecto democrático venezolano .
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Después de burlarse del establecimiento político y literario del país –de Betancourt a Gallegos y Andrés Eloy– esos grupos terminarían abandonando el radicalismo de izquierda, una vez que la Revolución Cubana dio sus primeras muestras de autoritarismo y represión, asimilándose desde entonces a la plataforma cultural de un Estado que procuraría la pacificación de la guerrilla. Así por ejemplo Sardio, que después del café Iruña solía reunirse en otros locales de Sabana Grande, adonde acudían también las figuras forjadoras de la música moderna en Venezuela, como Inocente Carreño y Antonio Estévez, o escritores nacionales consagrados, como Picón Salas y Liscano; también recibían el estímulo de luminarias de paso por o residentes en Caracas, como Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier. En decantada lección de veterano vanguardista, este último les recordaba que los jóvenes suelen tener razón en lo que afirman, pero no en lo que niegan, consejo que "bajó los humos de Sardio", según recuerda González León como parte de una historia que es todavía oral en buena medida.
Hombres de letras y especialistas. Frente a las estéticas innovadoras y disidentes de la volátil literatura que siguiera en Venezuela a la caída de Pérez Jiménez, el establecimiento intelectual de la restauración democrática construyó un aparato institucional para la profesionalización de la cultura, el cual terminaría sirviendo también de plataforma para la intelectualidad contestataria. Antes de su temprana muerte en 1965, bajo la égida de Picón Salas se promovieron la Asociación Pro-Venezuela y el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba, 1964), que logró congregar a buena parte de la otrora disidente intelectualidad de la generación del 28, enriquecida ahora con el imaginario de la gesta opositora a la dictadura.
En el marco del pluralismo político que siguiera al Pacto de Punto Fijo, escritores y creadores como Rafael Caldera, Miguel Otero Silva, Luis Beltrán Prieto Figueroa, José Luis Salcedo Bastardo, Pedro Díaz Seijas y Alejandro Otero, entre otros, pasaron a integrar ese establecimiento cultural democrático.
En un proceso que no deja de ser paradójico, la institucionalización y profesionalización intelectuales en la Venezuela de Punto Fijo fueron paralelas a la extinción del humanista integral, cuyo saber proteico y cultura erudita se desintegraron ante la especialización cognitiva y discursiva fomentada desde las universidades y otros medios profesionales. Ese reemplazo es también predicable del mundo hispano de la segunda posguerra, donde hombres de letras y polígrafos de las más diversas tendencias, del arielismo al positivismo, fueran sustituidos por especialistas y académicos durante el segundo tercio del siglo XX. Es un transvase del saber, la cultura y los conocimientos que magistralmente captara Vargas Llosa al retratar al "hombre de letras" que Alfonso Reyes fue. "Tenemos magníficos creadores, nuestras universidades cuentan con profesores eminentes, sin duda, grandes especialistas en algunas o acaso en todas las disciplinas, y en las revistas y diarios abundan los periodistas que dominan los buenos y malos secretos de su profesión. Pero lo que ha desaparecido es ese personajepuente que antaño conjugaba la academia con el diario, la sabiduría universitaria con la inteligibilidad del artículo o el ensayo que llega al lector común. Reyes u Ortega y Gasset, Henríquez Ureña, Azorín, Francisco García Calderón fueron exactamente eso. Y, por eso, gracias a escritores como ellos la cultura mantuvo una cierta unidad y contaminó a un cierto sector del público profano, ese que hoy ha dado la espalda a las ideas y se ha refugiado en las adormecedoras imágenes".
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Aunque no sea el protagonista de reflexión aquí, pedimos seguir un momento más de la mano de Reyes, a quien Octavio Paz también viera en El laberinto de la soledad (1950), como el "Literato" por excelencia: "el minero, el artífice, el peón, el jardinero, el amante y el sacerdote de las palabras. Su obra es historia y poesía, reflexión y creación".
Obviamente no todo hombre de letras o intelectual puede parangonar la colosal estatura del mexicano; pero lo que deseo hacer notar es que, además del sentido de integración cultural, genérica y académica que ya le atribuyera Vargas Llosa al hombre de letras, el autor de El labe rinto... también predica de aquél un estilo de discurso que refleja una manera de pensar; por eso "leerlo es una lección de claridad y transparencia. Al enseñarnos a decir, nos enseña a pensar". Con ello nos enfatiza Paz la importancia de un estilo que en Reyes alcanza cotas eximias, difíciles de igualar por todo intelectual, a pesar de lo cual la posesión de un estilo puede verse como indicador del hombre de letras o intelectual sobre el que una investigación como la nuestra sobre la ciudad imaginaria ha querido concentrarse, por más difícil y exquisito que pueda ser visto al tratar de convertirlo en criterio de selección.
Alta cultura, intelectualidad y universidad Buscando correspondencia con la palestra venezolana, puede decirse que la formidable erudición de los doctores del gomecismo, así como las diletantes pero polivalentes inquietudes intelectuales de las generaciones del 18 y 28, cederían terreno a especialistas de las crecientes facultades de la Central y otras universidades nacionales; ello conllevando cambios en la temática, la estructura y el registro del ensayo, que con frecuencia se tornó un discurso más especializado y monográfico. Si a comienzos de los sesenta se contaba todavía con las obras multiformes de escritores como Picón Salas, Gallegos y Díaz Sánchez, después de cuyas desapariciones Uslar y Liscano asumieron el rol de conciencia nacional hasta finales del siglo XX, todos ellos se vieron acompañados desde finales de la década por miembros de la que Rodríguez Ortiz ha llamado "generación del 58": Orlando Araujo, Ludovico Silva, Guillermo Sucre, José Balza, Guillermo Morón, Francisco Rivera, José Manuel Briceño Guerrero, Manuel Caballero, entre otros cuya producción intelectual fue en buena medida generada desde la especialización universitaria .
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De manera que, sobre todo después de la restauración democrática de 1958, nos enfrentamos a una etapa muy difícil de registrar en lo concerniente al ensayo urbano, porque se profesionalizó, diversificó y especializó la producción intelectual que antes estaba reunida en la "alta cultura", en el sentido
"Puede decirse que la erudición de los doctores del gomecismo, así como las inquietudes intelectuales de las generaciones del 18 y 28, cederían terreno a especialistas de las crecientes facultades de la Central y otras universidades nacionales"
"La institucionalización y profesionalización intelectuales en la Venezuela de Punto Fijo fueron paralelas a la extinción del humanista integral"
que todavía planteara Picón Salas como ideal a comienzos de los años cuarenta. Como bien lo ha reconocido Rodríguez Ortiz, ya para los sesenta los humanistas venezolanos quedaron en el recuerdo frente a los discursos especializados de los expertos, por lo que "tratar sobre educación, política, el ser en cuanto ser, la explosión demográfica, las injusticias sociales o la locura citadina, pertenecen a territorios particulares y el público confía más en el experto que en el hombre genérico en trance de meditación universalizadora". En esa misma dirección, al preguntarse recientemente "Quiénes son los intelectuales", también Arráiz Lucca –exponente de este proceso de profesionalización cultural, alimentado por la cantera creativa– señaló que el renacimiento democrático desde 1958, con su consecuente masificación educativa, estableció en Venezuela una "relación cada vez más estrecha entre el recinto académico y el intelectual", a la manera como ha funcionado en países anglosajones y germanos desde el siglo XIX .
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En cierta forma, Arráiz Lucca tiende a reducir el ámbito intelectual al universitario; pero desde este último, Daniel Mato ha recordado una interesante distinción. A diferencia de aquellas sociedades "metropolitanas", donde los scholars dedicados a las ciencias sociales y las humanidades pueden desarrollar sus prácticas casi exclusivamente desde las universidades, todavía en América Latina, por razones que van de las coyunturas políticas a las restricciones económicas, la producción y actividad intelectuales trascienden los recintos académicos .
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Además de no reducir o reemplazar al intelectual por el académico en términos de sus foros o ámbitos de ejercicio, se nos recuerda así que aquél no ha desaparecido en tanto voz autorizada; pero creo que hay otros rasgos que añadir a esta sana distinción, por lo que concierne al tipo de discurso y su alcance. La obra del intelectual tiene una divulgación o proyección comunitaria mayor, en el sentido de llegar al gran público, más allá del especializado; y tal impacto le viene, además de su usual presencia en los medios de comunicación masiva, por estructurarse a través de un discurso creativo, especulativo y/o reflexivo.
De esta manera, si bien debe haber superado el diletantismo del que con frecuencia adolecieron las aproximaciones previas a la especialización universitaria, el valor divulgativo de la obra del ensayista contemporáneo no debería competir con, sino derivarse de un respaldo científico o especializado, cuya expresión más técnica se reservaría empero a las publicaciones científicas tipo journal; de manera análoga, tampoco deberían ser excluyentes los roles del académico o experto, por un lado, y el intelectual, por otro, ya que son posiciones que pueden cambiar según los foros o medios en los que se estén debatiendo las ideas. En este sentido y por fortuna, la cotidianidad e inmediatez de la ciudad siempre han concitado los más diversos registros discursivos a su alrededor, lo que ha hecho que sigan clamando por ella las voces del intelectual y el especialista, aunque ambos sean a veces la misma figura.

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Pasajes de ésta y las siguientes secciones introductorias fueron presentadas dentro de la ponencia "Claves para una revisión urbana de novela y ensayo venezolanos, 1960-1980", I Coloquio Venezolano de la International Association for Dialogue Analysis (IADA), Caracas: IADA, Facultad de Humanidades y Educación, Comisión de Estudios de Postgrado, Universidad Central de Venezuela, abril 21-23, 2005.
(2)
José Ramón Medina, Noventa años de literatura venezolana (19001990). Caracas: Monte Ávila Editores, 1993, pp. 261-262; Yolanda Segnini, Historia de la cultura en Ven ezuela. Caracas: Alfadil Ediciones, 1995, p. 68. Varias referencias siguientes se apoyan en estas obras.
(3)
Rafael Arráiz Lucca, "Las tareas de la imaginación: la cultura en el siglo XX venezolano", en Enrique Vitoria Vera (comp.), Venezuela: balance del siglo XX.
Caracas: Universidad Metropolitana, Decanato de Estudios de Postgrado, 2000, pp. 11-65, p. 45.
(4)
Así lo señaló Adriano González León en la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas, Fundación para la Cultura Urbana, Caracas, junio 29, 2004.
(5)
Mario Vargas Llosa, "Hombre de letras", El Nacional, Caracas: febrero 20, 2005, p. A-11.
(6)
Oscar Rodríguez Ortiz, Paisaje del ensayo venezolano.
Maracaibo: Universidad Cecilio Acosta, 1999, pp. 86-88.
(7)
Rafael Arráiz Lucca, "¿Quiénes son los intelectuales?", El Nacional, Caracas: septiembre 1, 2003, p. A-6.
(8)
Daniel Mato, "Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder", Relea. Revista Latinoa mericana de Estudios Avanzados, No. 14, Caracas: Centro de Investigaciones Posdoctorales (Cipost), mayo-agosto 2001, pp. 19-61, pp. 44, 46.

Fotografía: Daniel González.Techo de la Ballena: Rodolfo Izaguirre, Mary Ferrero, Adriano González León y Capoulican Ovalles 

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