domingo, 8 de noviembre de 2015

ADEMÁS, FUMADOR EMPEDERNIDO

Éranse dirigentes de trayectoria
Guido Sosola


Hubo y hay dirigentes de trayectoria, mas nunca desconocidos: ésta es una condición incompatible  con el oficio político (trátese de partido, gremio, vecindario o cualesquiera otras instancias ocupadas de los asuntos comunes). Ensayemos un par de nociones que, al variar, son útiles y provisionales, para confirmar otra decisiva y definitiva.

Digamos, por una parte, hubo y hay dirigentes de alto y bajo perfil según el carisma, el fácil relacionamiento, la vanidad y la literal suerte de suscitar la atención de los medios. De un modo u otro, los conocemos de acuerdo al  ámbito en el que nos desenvolvemos, a veces, sorprendidos porque la calidad no guarda una relación proporcional al conocimiento u, otra circunstancias, el agraciado tiene unas facetas más destacadas que otras.

Por otra, el dato esencial es el de la trayectoria, porque los hay también sobrevenidos, improvisadores y hasta arribistas, capaces del más burdo oportunismo,  frente a los que conocedores, responsables y pacientes, pudorosos a la hora de aspirar y asumir un papel determinado: a  éstos les importa retroalimentarse con la comunidad que les compete, fuese de modestas, medianas o grandes dimensiones, mientras que, a los otros, expresando solamente un interés en juego, aunque contradiga las convicciones que los sostengan o digan sostenerlo, se empinan sobre ella para obviarla. A juzgar por este siglo XXI de dudoso tránsito, la crisis política tiene su origen y clave en el reconocimiento y aplauso del dirigente huérfano de trayectoria.

Apenas, fue noticia el ahora extinto y consabido residente, convirtiéndose desde un primer momento en objeto de una generalizada curiosidad. Inventada o no, la tarea queda para los historiadores, careció de la debida trayectoria pública y, al parecer, la profesional fue harto ordinaria: el país apostó a ciegas por él, consagrada la infeliz fórmula de “caras nuevas”. Y es que – tampoco – nada de sabía del grueso de los inéditos elencos del poder, excepto los que fueron noticia por los alzamientos de 1992, por una remota militancia también variopinta, la relativa clandestinidad de las incursiones de ultraizquierda, o la curul provisoria de 1999. Por cierto,  legitimando al elevado porcentaje de los dirigentes sin perfil alguno, contaron con la dirigencia de La Causa Radical.

La sociología política de la última década y media advertirá que, del lado oficialista, el desempeño burocrático, obvio y por excelencia, porque no hay estrella fulgurante en el firmamento continuista – de vieja o reciente data – que no haya cumplido una mediana o alta función de Estado, con las ventajas consiguientes. Y, con un muy reducido saldo de sobrevivientes, provenientes de las antiguas lides, del otro, está la oposición que nos saturó de las “caras nuevas”, más de las veces con el consentimiento estratégico gubernamental.

Nos viene a la memoria el caso de Raúl Leoni, quien comenzó a aparecer esporádicamente, por lo menos, en un magazine caraqueño de mediados de la década de los veinte de la centuria pasada, socialmente cumplimentados sus logros académicos, hasta que, luego,  la censura obró para quien presidió la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), por los consabidos sucesos de la legendaria generación. En una pequeña o grande dimensión, el país lo fue conociendo con el paso de los años o, mejor, de las décadas y, a pocos o a muchos, jamás sorprendió con sus ideas y procederes.

Leoni fue un dirigente de bajo perfil que, sin mellar en modo alguno un liderazgo que, vimos, cuajó en la universidad, tuvo por principal característica una modestia que lo llevó a delegar el discurso protagónico de las jornadas estudiantiles de 1928 en un par de noveles cursantes, como Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt, contrariando la costumbre gremial, como hoy no lo haría nadie. Especializado en el derecho laboral, llegó al ministerio del Trabajo con la revolución de 1945 (quien diga que no fue una revolución, por favor refute a Sócrates Ramírez), presidió el Congreso Nacional luego de 1958 y, no mojando pero sí empapando, logró la nominación de su partido y se convirtió en presidente de la República.

Por cierto, fumador empedernido, desarrolló un estilo de gobierno contrastante con el presente y, no siendo objeto de la presente nota, convengamos en que sus oponentes más acérrimos por siempre han intentado satanizarlo. Acá no nos ocupa evaluar su gestión, sino hacer énfasis en la inmensa ventaja que existe de saber de los dirigentes que, de un modo u otro, están expuestos al escrutinio público con el paso del tiempo, corroborando aquello del más vale malo conocido que bueno por conocer.

Éranse dirigentes de trayectoria pública, no forjados en la hermandad y el compadrazgo de una Escuela Militar, de un minoritario e invisible partido, en las oficinas de un ministerio o de una planta de televisión, como hemos sufrido en los últimos lustros. Con ellos, sabemos a qué atenernos; y, con los otros, reincidiremos en una rifa.

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/24395-eranse-dirigentes-de-trayectoria

Breve nota LB: ¿La tesis es que, para mal o para bien, lo importante es saber a qué atenerse? Por no ejemplo, el "Mocho" Hernández o Cipriano Castro fueron absolutamente desconocidos hacia finales del siglo XIX? ¿El liderazgo antisistema debe ser sorpresivo? Nos permitimos complementar el texto de Guido Sosola con la cita siguiente:


Observa Alberto Navas Blanco en “El comportamiento electoral a fines del siglo XIX venezolano” (UCV, Caracas, 1998): “Pese a lo poco agraciada figura presidencial de Andrade, lo respaldaba un sólido curriculum político; apadrinado primero por el general Venancio Pulgar y luego, con la revolución legalista de 1892 por el propio Joaquín Crespo; el general Andrade se abrió las puertas de los más altos cargos públicos: diputado y senador al Congreso Nacional, presidente de los estados Lara, Falcón y Miranda, así como gobernador del Distrito Federal, también ocupó los Ministerios de Obras Públicas y de Instrucción Pública. Conocedor de Europa y estudiado en Estados Unidos, no se trataba de ningún improvisado político, más bien para la óptica de los intereses políticos y sociales dominantes, una figura con experiencia y probada fidelidad personal a Crespo, con el atributo de la tolerancia para con los opositores que posteriormente, le enajenaría la confianza del círculo íntimo del mismo Crespo” (pp. 56 s.).

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