domingo, 4 de octubre de 2015

VEREDA DE PECES

De las razones de un debate
Luis Barragán



Comprensión de una etapa – Lo que se dice – Fuentes de una inquietud – Una juventud política – Lo que se hacía al decirlo – Efectos – A contracorriente Referencias metodológicas


“ ... Las ideas no están por azar en la
mente de los hombres. Y mucho menos en
la mente de los hombres políticos. Las
ideas responden a una realidad y a la
ubicación en esa realidad cuyo influjo
deben modificar, o mantener, según el caso”
Elías Pino Iturrieta [1]



Nota de exclusivo interés histórico, el 31 de octubre de 1965, al celebrarse la IV Asamblea Nacional de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), el país supo de un documento que marcó el historial partidista y el de las mismas juventudes políticas venezolana. “Una Juventud para el cambio” – el texto en cuestión – avaló la elección de Abdón Vivas Terán y Rubén Darío González, como secretario y subsecretario juveniles nacionales de COPEI.


Ejercicio de precisión, una mirada a los planteamientos realizados por la juventud socialcristiana en la década de los sesenta, nos lleva a un elenco de razones teóricas y sociales distinguiendo lo que se dijo (enunciados locutivos), la intención de lo que se dijo (enunciados ilocitivos) y los efectos de lo dicho (enunciados perlocutivos), apretando así los enfoques de Diego Bautista Urbaneja  [2]  y Fernando Vallespín [3] sobre la historia de las ideas políticas. El espacio disponible impide abundar en los ricos matices de una experiencia de la que no supimos personalmente, pero –de un modo u otro- sintió nuestra promoción generacional.

Comprensión de una etapa

El país se reencuentra al caer la dictadura de Pérez Jiménez. Emergen con desenfado distintos problemas y tabúes, como la corrupción administrativa, la represión del Estado, la tenencia de la tierra o la explotación petrolera, en el marco de una democracia naciente que moviliza a los más variados sectores, en la difícil implementación de la tan deseada “unidad nacional”. La conflictividad del sistema populista en construcción, en los términos expuestos por Juan Carlos Rey en su “Problemas socio-políticos de América Latina” (Ateneo, Caracas, 1980), inmediatamente dará cuenta –por una parte- de la violencia de izquierda y de derecha que severamente lo amenazan y –por otra- del consenso que encontrará garantías mediante iniciativas como el llamado “Pacto de Punto Fijo” (o, en propiedad, “Puntofijo”), precedido por el Avenimiento Obrero-Patronal y, más concretamente, el desarrollo de líneas políticas como la “Autonomía de Acción” de COPEI.


No menos importante será el debate sobre la libertad de expresión y, siendo un dato inevitable, el reordenamiento del contexto hemisférico. Lo cierto es que las circunstancias de la Venezuela de los sesenta obligaba a un exigente ejercicio de la militancia política de la que, posteriormente, no se sabrá por  el impacto psicosocial de las célebres bonanzas, entre otras causas.


Militancia que bien ilustra la juventud socialcristiana, portadora de un conjunto de creencias que, por entonces, constituían una novedad política por su naturaleza e implicaciones. Y es que sus indicios sociales y teóricos nos ubican en una etapa de abierta politización y creatividad, marcando pautas que inevitablemente contrastarán con el actual  desempeño de una entidad que no reclama ni –al parecer- quiere saber de  una significativa herencia histórica.

Lo que se dice

La propuesta comunitaria será el planteamiento estelar, acompañada de la polémica distinción de la propiedad privada como derecho natural y como derecho positivo. Las demandas políticas tendían a simplificarse a través de sendos proyectos históricos (sólo) en la medida que agudizaban las contradicciones existenciales del sistema.


Partimos de la generalización conceptual ensayada por Rafael Caldera, ejemplificada por una entrevista concedida a Ma. Elena Páez (El Nacional, 01/10/67) o un artículo de prensa donde  reclama las directrices de la Organización Demócrata-Cristiana de América (ibidem, 06/10/67), por no citar el programa presidencial (“Hacia la sociedad que queremos”), hasta llegar a formulaciones que tocan el marxismo (en su vertiente camilista), a través de un quincenario de breve duración como “Venezuela Urgente” y su principal prédica: la revolución sin signo. Más tarde, el Centro de Estudios Comunitarios publicará obras como “Pensamiento comunitario”, decisivo en nuestra otrora adscripción demócrata-cristiana, convertida Mérida en epicentro de una inquietud que se hará exclusivamente académica.

No hay mejor retrato de la aceptación  final de la tesis que el ofrecido por la  VI Asamblea Nacional Juvenil, realizada en 1970, aunque median las distancias entre la documentación expuesta por Rafael Isidro Quevedo y Delfín Sánchez, dos de los candidatos a dirigir a la organización, previo reconocimiento, adaptación y adscripción de los grupos anteriormente reacios a ella (El Nacional, 05/04/70), zanjada por el triunfo electoral interno de Julio César Moreno.  Se ha arraigado una visión tercerista que bien expresa José Rodríguez Iturbe: “Nosotros somos –digámoslo de entrada- radicalmente anticapitalistas y anticomunistas” (“El reto revolucionario”, Nueva Política, Caracas, 1969: 37),  sugerida la aceptación formal de todos los sectores internos de un mensaje que el tiempo (des) hilvanará.

Al tomar como referencia el pequeño ensayo de Rodolfo José Cárdenas, “Hacia la sociedad comunitaria” (El Nacional, 30/10/66),  apuntamos a las disputas juveniles provisionalmente resueltas, el peso político específico del autor y la importancia misma del medio empleado, en el marco de una competencia que el ajedrecista menos connotado sabrá intensa, variada y –a veces- sorpresiva, administrada la relativa ambigüedad de la propuesta.  Dirá de “detalles indefinibles  como todas las realizaciones que pertenecen al porvenir”,  comprensibles en una primera fase donde coexistirán las propiedades privada, cooperativa, estatal, mixta y comunitaria, seguida de otra de “alta socialización, racionalización y organización”, prevaleciendo la comunitaria: “sociedad eminentemente científica y tecnológica” empeñada en la democratización empresarial y la abolición de las diferencias artificiales de la sociedad burguesa.

Más allá o más acá, ha fondeado los ánimos de las corrientes ortodoxa (“araguatos”)  y heterodoxas (“astronautas” y “avanzados”), surgidas al calor de la IV Asamblea Nacional Juvenil de 1965, cuyos documentos hablan de un proceso continuo y mínimo de reflexión originado en 1958, con la discusión y aprobación de sendos Manifiestos.  Los medios de comunicación se hacen eco de las denuncias formuladas en el evento, invocada la democracia formal y los congresantes, concejales y legisladores que comercian con sus credenciales en la “quincalla vergonzante de la componenda” (“Una juventud para el cambio”, multigrafiado, Caracas, 1965), o afincada en  la contundente afirmación que trae el “Documento político” sobre el fracaso de la institucionalidad democrática (Tarcisio Ocampo, “Venezuela: ´ Astronautas´ de Copei. 1965-67”, CIDOC, México, 1968: 5/58). 

La nacionalización de la industria petrolera, la nueva división político-territorial o la penetración del populismo, sensibilizados por la invasión estadounidense a República Dominicana, figuran entre los papeles heterodoxos.  Caldera insistirá en  que “no podemos ofrecerle al pueblo nada que no podamos realizar”, con el peligro de  “lanzarnos por el camino de una literatura tremendista” (ibidem: 4/17 s.), y proclamará los principios que tres años más tarde concitarán el apoyo de todas las corrientes, concluida en San Felipe la V Asamblea Nacional Juvenil, luego de la expulsión de los sectores más intransigentes y radicales.  Valga consignar la posterior impresión que las ya maduras diferencias grupales suscitaría en el órgano oficial del PCV, destacando “cierta unidad” en sus actitudes anticomunistas (Tribuna Popular, 19 al 20/02/70).

Fuentes de una inquietud

Las faenas de construcción de una experiencia diferente obligan a la justificación de la democracia misma en sintonía con los problemas cruda y esencialmente planteados. La rivalidad política supone un básico esfuerzo de comprensión de lo que acontece,  adquirido un cierto sentido plenario y fundacional de la militancia que autoriza  la inquietud ensoñadora.

La enseñanza social de la Iglesia Católica ha echado piso gracias a la labor emprendedora de un sacerdocio que llegaba a los jóvenes y los obreros, por obra de los círculos de estudio y otras iniciativas que incluían al laicado organizado. Juan XXIII despertará entusiasmo en la ruta que completará Pablo VI, señalando un precedente en la recepción de las encíclicas en Venezuela de acuerdo a Jesús Sanoja Hernández (El Nacional, 04/04/67).

El Concilio Vaticano II constituye un desafío para el redimensionamiento del compromiso político cristiano, aunque la realidad advierte de otros acontecimientos más próximos y encontrados que urgen de respuestas. De un lado, la subversión leninista fuerza al conocimiento y superación de los postulados propiamente marxistas, desembocando –a veces- en un anticomunismo feroz y –otras- sucumbiendo a sus atractivos, no sin generar la búsqueda extraordinaria de un tercerismo que Anatoli Shulgovski  creerá emparentado con el socialismo utópico cristiano de Fermín Toro en Venezuela o de Manuel Murillo en Colombia (Revista América Latina, Progreso,Moscú, 1982, Nr. 3/51: 59). Y, por el otro, encontramos el reto de una opción aparentemente más débil, la liberal, que reporta una creciente influencia en el medio universitario gracias a la – relativamente representativa -  prédica de Arturo Uslar Pietri, sintetizada en su “Hacia un humanismo democrático” (FND, Caracas, 1965). Por consiguiente, privarán los retos políticos e ideológicos más inmediatos, estando en trámite la noticia de la venidera etapa postconciliar y su acento pastoral,  el reencuentro con el pueblo de Dios y la asunción del mundo moderno, conforme a la caracterización de  Baltazar Porras Cardozo (El Globo, 04/07/96).

Numerosos cuadros de la juventud socialcristiana acceden a una bibliografía predominantemente francesa: Maritain, Mounier, Lebret, Teilhard de Chardin, Lepp, Suavet y Perroux o los protagonistas de las “Semanas Sociales” como Folliet, Lacroix o Remond,  en competencia con los italianos Sturzo, La Pira o De Gásperi, incursionando algunos en Fromm. Los textos chilenos emocionan y un sector específico de la juventud promueve uno crucial: “Desarrollo sin capitalismo. Hacia un mundo comunitario” de Julio Silva Solar y Jacques Chonchol (Nuevo Orden, Caracas, 1964), sin olvidar la precursora edición castellana de Paulo Freire.

Al correr los años, terciando en la polémica de Joaquín Marta Sosa y Abdón Vivas Terán, José Ma. García Escudero deslindará la política de una “actitud de fe” (Revista Summa, Caracas, Nr. 42 de 1971).  Apuntemos la enorme  dificultad de innovar el pensar y el hacer políticos en forma simultánea, subrayando lo ideológico como un proceso en “ebullición” o en “elaboración” que guarda exacta correspondencia con lo dicho por Jacques Maritain en torno al Ideal Histórico Concreto, “una imagen prospectiva significando el tipo particular y específico de la civilización que tiende a una cierta edad histórica”, jamás realizado como término, sino en “vías de realización y siempre por realizar” (“Humanismo integral”, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1966: 132 y 195).

Una juventud política

La razonabilidad social la hallamos en una militancia de clase media, principalmente universitaria, capaz de organizarse políticamente y de ofrecer un proyecto cuya elaboración está vedada a los sectores que beneficia. Los problemas de la juventud remiten a un contexto cada vez más global, aunque exhiben rasgos muy particulares que –de un lado- los ejemplifica  fenómenos como el de las “patotas” y hasta una desviación de naturaleza neonazista (Alicia Briceño: Momento, 03/10/65; y también las investigaciones adelantadas por el comisario Molina Gásperi: El Nacional, 01/06/66), y –por el otro- reclama una atención más sistemática de los especialistas, como el foro realizado en la UCV por febrero de 1965 (J.F. Reyes Baena: El Nacional, 12/09/79).

El doble proceso de urbanización y expansión educativa con el saldo de una mayor movilidad social, expresará fielmente al país que ha salido de la dictadura. Según el Instituto de Estudios de América Latina (IEPAL), COPEI cuenta con una influencia extraordinaria en las clases media, con predominio de la alta, y medianamente en la obrera y campesina del interior (“Venezuela: hacia una integración democrática”, Arte, Caracas, 1965).  La ampliación de sus bases sociales contrastará con el partido de las décadas anteriores,  reorientado el discurso fundamental.

El movimiento estudiantil está en todo su esplendor,  convertidos los socialcristianos en la primera fuerza individual de estratégicos establecimientos, como la citada universidad, a juzgar por las cifras de Orlando Albornoz (“Ideología y política en la universidad latinoamericana”, Societas, 1972: 234). E, incluso, siguiendo al mismo autor, ofrecen la posibilidad de un escenario político nacional que compensa la actitud antipartido generada en el ámbito (“Estudiantes y política en América Latina”, Monte Avila, Caracas, 1968: 225 s.).

Estaba legitimada la existencia de las juventudes políticas y, específicamente, la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC) había sobrevivido al desmantelamiento de la Juventud de Acción Democrática (preocupando a cronistas como Juan David González: La Esfera, 21/03/60), al desvanecimiento de Vanguardia Juvenil Urredista y al sacrificio de la Juventud Comunista en la aventura guerrillera. Aquélla, realizaba sus comicios internos aproximadamente cada dos años y no votaba en el máximo cuadro de conducción del partido, promediando sus dirigentes más destacados la veintena de edad  y en el marco de una organización con líderes que no alcanzaban la cincuentena, cuyas modestas dimensiones tendían presumiblemente a facilitar las relaciones interpersonales.

La aparición de tres tendencias en su seno dibuja una dinámica que otras entidades similares no ofrecían, adicional a una ambientación mística derivada de la lucha de calle e ilustrada en los variados cantos o himnos, siendo el más conocido el de Régulo Arias Moreno. Luce significativa la promoción de Rubén Darío Santiago a la subsecretaría juvenil nacional, proviniendo de los cuadros obreros. Por lo demás, es evidente el optimismo generacional que se ensaya como una opción frente a cierta actitud en boga que se dice no progresista ni cristiana, sino simple penetración del marxismo: “Somos, pues, los integrantes de la Juventud Revolucionaria Copeyana, los únicos que con puridad pueden llamarse representantes de esa generación política del 58, de la generación de la libertad” (Rodríguez Iturbe, op. cit.: 186  y 202).

Lo que se hacía al decirlo

Surgieron iniciativas destinadas a la formación de los cuadros, como el IFEDEC y el Instituto Pro-Pueblo Jacques Maritain. Gonzalo Alvarez destacará la labor realizada por el llamado Grupo de Arquitectura, la editorial y librería “Nuevo Orden”  y el papel desempeñado por Julio González en la promoción de las ideas (Revista Momento: 16/06/67, cuyos argumentos serán repetidos anónimamente en la Revista Semana: 01 al 08/05/69). Se mencionan iniciativas impresas como la revista Vértice, amén de otros medios que directa o indirectamente manifestaron la preocupación por el estudio.

Los “cuadros pensantes” de la organización, a juicio de Enrique Jubes, lo conformaron Arístides Calvani, Hilarión Cardozo, Rodríguez Iturbe, el Padre Cardón,  Alvaro Páez Pumar (implementador de los cursos de formación por correspondencia), Enrique Pérez Olivares, Joaquín Marta Sosa,  José Curiel, Abdón Vivas Terán y Rodolfo José Cárdenas.  Coincidiendo parcialmente,  Joaquín Pérez-Ordaz R. (El Globo, 13/03/01), incluye a González, José Vitale, Pedro Bello, Nestor Coll, Saúl Rivas, no sin insistir en la brillantez de Marta Sosa. Y es que la relación de los jóvenes con el partido exigirá de puentes virtuosos, sirviendo de baremo al reconocimiento dirigencial, sin que olvidemos un importante sesgo tremendista: Cárdenas, por ejemplo, exhibía en su despacho la fotografía de Lenin en la Plaza Roja, vecina a  la de Teilhard (El Nacional, 29/10/67).

El surgimiento de decisivas tendencias en la JRC, propicia para toda suerte de especulaciones, está avalado por la férrea adscripción y acatamiento de los postulados de la organización o a su abierta y pública discusión, suscitando problemas disciplinarios. Documentos como “Una juventud para el cambio” y “Materiales para una discusión que concluya en el trazamiento de una política correcta para la JRC”, no se entienden sin las abundantes declaraciones y artículos, como los de Marta Sosa sobre la propiedad y Vivas Terán sobre la industria petrolera que acarrearán sanciones expresas o tácitas (Bohemia, 19/06/66).  Oswaldo Alvarez Paz, sucesor en la secretaría juvenil nacional, dirá compartir las tesis de avanzada de Vivas Terán, reiterando el respeto y la necesidad de expandir la propiedad privada (El Nacional, 10/06/66 y Bohemia, 26/06/66): aquél venía de presidir la federación de centros de la Universidad del Zulia y éste alcanzaría la vicepresidencia de la federación de la Universidad Central, en medio de una campaña que se resintió por la confusa medida adoptada, infiriendo así la sustentación real del liderazgo en pugna.

Aparecerán dos obras de considerable impacto por la fuerza de sus argumentos y  el lenguaje empleado: “El combate político” de Rodolfo José Cárdenas (Doña Bárbara, Caracas, 1965) y  “El reto revolucionario” de Rodríguez Iturbe, ya citado. No exageramos al  incluirlos entre los clásicos venezolanos  que, en su momento, tuvieron una resonante incidencia, acaso cercana a “Checoeslovaquia, el socialismo como problema” de Teodoro Petkoff o “Del buen salvaje al buen revolucionario” de Carlos Rangel, en los extremos de una literatura política que hoy extrañamos.

Efectos

Los planteamientos ideológicos expresan las naturales disputas políticas externas e internas. El foro televisado con Robert Kennedy los protocolizará ante el país, aunque Carlos Ramírez McGregor, director de un importante semanario, diga de “dirigentes jóvenes, viejas ideas” (Momento, 12/12/65), o un órgano legal de la insurgencia marxista hable de “una farsa no bien montada” (Qué Pasa, 15/12/65). Recordemos lo observado en aquellos años por Juan Páez Avila sobre las líneas editoriales establecidas en torno a los problemas y vicisitudes de la juventud, en un trabajo realizado para el Instituto de Investigaciones de la Prensa (UCV), luego reeditado por la Universidad de Carabobo.

Se decía que los planteamientos y actos jotarrecistas esbozaban un viraje hacia la extrema izquierda (Bohemia, 14/11/65), debido a las no escasas connotaciones socialistas de la documentación heterodoxa y la inusitada relevancia política adquirida a propósito de la visita del senador estadounidense que superó todas las expectativas (El Mundo, 29/11/65), permitiéndole demostrar su franqueza, llaneza y puritanismo frente al panel estudiantil (Rafael Valera: Elite, 15/06/68).  No obstante, lucirán claras y frontales las manifestaciones de rechazo a la subversión castrista que “so-pretexto de un caudal doctrinario marxista leninista (ha) devenido ciertamente en equipos de asalto donde es difícil precisar que influye más o que los caracteriza”, como refiere “Una juventud para el cambio”,  vivenciada la diaria y directa y difícil defensa de la democracia en liceos y universidades. Además, mayor sospecha y desconfianza cobrarán declaraciones como las del presidente de la Asociación Venezolana de Ejecutivos (AVE), Iván Lamberg, al afirmar: “... Cuando no queda otra alternativa sino entre la libertad y el orden, el orden es preferido para llenar el deseo previo de la libertad”  (El Nacional, 02/11/65.

Lucen crecientemente favorables las perspectivas electorales, al igual que la sensibilidad e interés hacia la JRC. Se comentará el parcial descontento de Caldera con los resultados de la IV Asamblea Nacional Juvenil,  apreciada la intensa promoción que significó unida a su escogencia como individuo de número de la Academia (Bohemia, 28/11/65).

Versiones encontradas se dan cita en 1968: Germán Borregales denunciará a los verdes como facilitadores de la implantación del comunismo en Venezuela, identificando a los portavoces en su “Copei, hoy, una negación” (Garrido, Caracas, 1968), y Ramón Díaz los calificará de fascistas (Semana, 27/09 al 04/10/68). Discreparán  Uslar Pietri y Jorge Olavarría en torno al programa presidencial (El Nacional, 08 y 09/09/68). Olvidaron la observación de Carlos Rangel: “El izquierdismo socialcristiano inquieta a algunos empresarios, pero otros, convencidos que algún tipo de socialización es inevitable, están dispuestos a asirse de COPEI como de una tabla de salvación” (Momento, 21/01/68).

Ahondará la polémica en los comienzos del primer gobierno de Caldera, sin que sorprenda Orlando López, subsecretario juvenil nacional, al afirmar a secas que “somos socialistas” (El Nacional, 21/09/70). La lenta y, a la vez, rápida decantación de posiciones igualmente sabe de la cancelación y el diferimiento. Al proponerse la JRC celebrar un congreso ideológico que incluye la invitación al ministro de Educación del régimen de Velasco en Perú,  Luis Herrera reclama su posposición hasta que el partido haga el suyo (Elite, 22/01/71), como en efecto lo hizo, pero quince años después y sin deparar sorpresas.

La realidad del poder impone los parámetros y, en  todo caso, a guisa de ejemplo, nos servimos de Domingo Alberto Rangel cuando afirma que “derrotar a COPEI, el partido que defraudó a la más alta burguesía por sus veleidades reformistas, era empresa millonaria”  (“Elecciones de 1973: El gran negocio” Vadell Hermanos, Valencia, 1974: 60). Quizá por descuido de sus editores gubernamentales, Steve Ellner ha tenido el coraje de reconocer una propensión hacia la izquierda del primer gobierno de Caldera (“El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto”, Tropykos – Centro Nacional de Historia, Caracas, 2011: 91 ss., 135), contrariando la fácil satanización de estilo.

La juventud socialcristiana cerraba un ciclo caracterizado por la innovación de un discurso que hallaba audiencia en el sistema político, suscitaba una más consistente promoción de sus cuadros y alentaba una mística que tardaría en desaparecer. Las circunstancias objetivas, resueltas las amenazas existenciales cernidas sobre el sistema, contribuyeron al capítulo final, aunque también las experiencias de gobierno confirmaron las flaquezas en la formación teórica y práctica de una militancia extraviada ya en la Venezuela de las megabonanzas.

Asistiremos a una diversa evolución de “aragüatos” y “avanzados” en el seno del partido, mientras salen (y regresan), voluntaria e involuntariamente,  figuras descollantes de los “astronautas”: el marxismo será puerto inmediato de sus inquietudes, a veces guevarista y otras gramsciano. Marta Sosa rendirá un elocuente testimonio a Dinorah Carnevalli, en un libro que –por cierto-  fue objeto de nuestras modestas observaciones críticas  (El Globo, 23/12/92; y Economía Hoy, 26/01/93) : “Con toda probabilidad, si el astronautismo hubiese nacido hoy, cuando tanta agua ha corrido bajo el puente y tantos aportes intelectuales han llegado al campo de la política, de la politología, de la economía, ya quizás nosotros tendríamos respuesta en fuentes distintas a la marxista ...  Estamos a principios de los sesenta, donde el avance ideológico y la cultura política, era poco menos que precaria”  (“Araguatos, avanzados y astronautas. Copei: conflicto ideológico y crisis política en los años sesenta”, Panapo, Caracas, 1992: 135).

Sobran los testimonios de prensa de varias décadas, emblemáticos de una tenaz lucha de Vivas Terán por lograr la conversión del partido, añadidos los señalamientos y denuncias por motivos que, a muy largo plazo, contribuyeron a su colapso.  Por cierto, COPEI constituye un fenómeno bastante particular en el concierto de los partidos, con una prolongada coexistencia de tendencias tácitas y explícitas que todavía amerita de un estudio consistente, acaso esbozada por una circunstancial nota de Manuel Rojas Poleo (Sanoja Hernández):  "Partido dialéctico Copei, donde Abdón y Oswaldo escenifican la lucha de los contrarios" (El Nacional, Caracas, 12/07/86).

A contracorriente

No hay mejor lugar para el pasado que el pasado mismo, lo que sugiere un esfuerzo de interpretación incontaminada: suelen trasladarse mecánicamente las categorías del presente a un tiempo en  el que, a veces, tímidamente se anunciaban [4]. Hay una importante experiencia histórica acumulada que exige una reinterpretación más allá de las predisposiciones que generaron, dominantes aún, mas no debemos reemplazarlas por las actuales, por las actuales cada vez más banales: necesitamos de adecuados criterios para mirar hacia el atrás ya transitado, urgidos de otros superiores para transitar el adelante impostergable y, faltando poco, indelegable.

Ciertamente, hoy, otras son las voces y las emociones. No obstante, adquiere relevancia el carácter y el alcance de la adscripción a un determinado mensaje que solía superar los linderos del partido político en los momentos de su definitiva formalización, como fue el caso de COPEI, y en el marco obligado de un sistema en construcción, dato suficiente para comprender los bemoles de un compromiso que intentaba explicar y modificar el todo y a la mayor brevedad posible. Nos referimos a una militancia de sentido pastoral que ahora probablemente no tenga  equivalente en cuanto a las razones teóricas y sociales que la distinguieron en las citadas décadas.

Militancia que, en definitiva, estuvo dispuesta a nadar a contracorriente –como dijo Maritain- en procura de un porvenir, más allá o más acá de los remolinos y las tormentas que dijo domesticar el período dinerario de una sociedad mil veces apesadumbrada  al sentarse sobre la tumba de un específico modelo de desarrollo.  Otras son las realidades que ameritan del testimonio eficaz de los cristianos, inevitablemente roto – puede llamarse -  el convencionalismo copeyano.

Referencias metodológicas

[1]     “Las ideas de los primeros venezolanos”.  Fondo Editorial Tropykos, Caracas, 1987: 91 s.
[2]     “Consideraciones sobre metodologías en la historia de las ideas políticas”. Revista Politeia. Universidad Central de Venezuela. Caracas. 1976, Nr. 5.
[3]     “Aspectos metodológicos en la Historia de la Teoría Política”, en: AA. VV. “Historia de la teoría política”. Alianza Editorial. Madrid. 1995, tomo I.
[4]    “La preocupación por ´situar´ los textos del pasado dentro de las convenciones del habla propias de la época contrasta curiosamente con la correspondiente falta de indagación intersubjetivas y preconcepciones que informan nuestra misma capacidad de reflexión actual”. Ibidem, p. 45.

Reproducciones: La IV Asamblea Nacional de la JRC (1965), según Justo Molina (Momento, Caracas), y legada del candidato a la FCU-UCV, Abdón Vivas Terán, para una asamblea en las elecciones de 1966, según ¿Dimas? (El Nacional, Caracas). No se entiende la citada convención y su hstórico documento, sin otras dos circunstancias: a finales del mismo año, el programa televisivo con Robert Kennedy para protocolizar las posturas, y - al año sigue - reafirmación del liderazgo estudiantil.

Fuentes:
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/23986-de-las-razones-de-un-debate
http://www.entornointeligente.com/articulo/7089429/VENEZUELA-De-las-razones-de-un-debate

Breve nota LB: A objeto de afinar nuestras notas aniversarias, buscamos infructuosamente el texto original en los archivos de analitica.com, publicado en 2002 o en 2003. Y decidimos reajustarlo.
Para una cronología de la época: http://lbarragan.blogspot.com/2015/10/cronologia-1965.html 

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