sábado, 19 de septiembre de 2015

MÁS VALE TARDE QUE NUNCA

Érase un espía
Guido Sosola


A principios de los ochenta del siglo pasado, Pedro Estrada le echó una gran vaina a Alfredo Tarre Murzi, pues, lo aseguró como confidente o espía del régimen perezjimenista. Si mal no recordamos, se lo dijo a Agustín Blanco Muñoz que redondeó la faena de sus célebres entrevistas con la del policía convertido en símbolo de la muerte y represión, ya reforzado poel magnífico papel que hizo Gustavo Rodríguez para la telenovela “Estefanía”.

La revelación produjo un gran escándalo y el temible Sanin, en una de sus mejores entregas, satirizó la versión (El Nacional, Caracas, 19/08/1983). Estaba por recibir – literalmente – la paliza que atribuyó al entonces presidente Lusinchi,  tiempo después, pero – mientras tanto, en el fragor de la campaña electoral en la que promovió a Caldera, el de la Venezuela entera que dijo que lo necesitaba, los adecos celebraron el dato, extendiéndose un manto de duda en medio de la polémica.

Érase un espía, pues, como también se dijo de los guerrilleros que pasaban por Miraflores, el Palacio Blanco o el ministerio de Relaciones Interiores, por persona interpuesta, a recibir su tajada de la partida secreta en los difíciles años sesenta y, luego, admitida la derrota, en el reajuste de los setenta. Prueba alguna se exhibía, pero se elevaba la convicción propicia para que, en un acto de venganza, algún viejo y alto funcionario, revelara un nombre por la certeza del soborno o por las simples ganas de joder: aceptemos, por más ácido que fuese el debate, que sepamos, a nadie  se aventuró en tamaña temeridad.

Por cierto, pudiera ocurrir hoy. En la sede del Legislativo ha sugerido el gobierno el favor concedido a determinados dirigentes de la oposición que inmediatamente callan, otorgando, pero – consabido – la delación significa el rompimiento de un suerte de pacto o contrato de caballeros, si cabe el término, propio del avatar político (se dirá).  Sin embargo, hay un básico convencimiento en torno al colaboracionismo que puede afectar a justos y pecadores, porque – nos inquieta - ¿si el gobierno difama o calumnia al más firme de sus adversarios, cómo solventar el problema?

Claro, el actual régimen es revanchista por vocación y cuando sepa que ya ha llegado su hora terminal, en lugar de recoger las evidencias, las dejará regadas por doquier. E, incluso, recordamos a un joven y muy notorio dirigente juvenil de la Coordinadora Democrática, merecedor de sendas entrevistas de prensa, estelarmente dominicales,  prontamente apagado con el triunfo de Chávez Frías en el conocido revocatorio, del que se dijo fue beneficiario de numerosos contratos gubernamentales.

El caso está en que Tarre Murzi tuvo que cargar con el bacalao de esa infidencia de Estrada y, aunque tuvo destacados defensores en la efímera prensa diaria, no hubo testimonios contundentes como el que ahora arroja Héctor Rodríguez Bauza en su libro de memorias, por fortuna, publicado gracias a la colaboración de los amigos más cercanos que lo saben un actor importantísimo de nuestra historia contemporánea.  Apuntó el reputado líder peceuvista: “Quisiera desenmascarar la falacia de Luis Piñerúa Ordaz según la cual Alfredo Tarre Murzi era agente de la dictadura. Fui a comienzos de enero con el camarada y médico Jesús Enrique Luongo Font a ver a Alfredo Maneiro quien estaba enfermo. Él vivía con Evelyn Capriles en Bello Monte. Al salir me encontré con un camarada acompañado de Alfredo Tarre Murzi, quien iba a plantearle a Maneiro el deseo de entrevistarse con Guillermo García Ponce, su amigo de juventud. Le habían informado que él era integrante de la Junta Patriótica, con la cual deseaba entrar en contacto. Previa consulta lo llevé a hablar con Guillermo. Con esto quiero destacar que si Tarre Murzi hubiese sido agente de la dictadura, podría haber entregado a la policía a los integrantes de la Junta Patriótica y del Frente Universitario, a los que prácticamente tuvo en sus manos, precisamente en días bastante críticos para el gobierno” (“Ida y vuelta de la utopía”, Editorial Punto, Caracas, 2015: 187).

Probablemente, Piñita fue el más bullicioso en torno a la novedad que le metió gasolina a la candela, propio de una habitual polémica ahora insospechada, pero la suerte de una publicación que tardó demasiado, como la de Héctor, endereza el asunto: más vale tarde que nunca. Quedará como una curiosidad para el historiador de estos tiempos, retándolo al hallazgo de un testimonio superior al que rotundamente deja un autor libérrimo de toda sospecha, a pesar de las ambigüedades y deslices que, al principiar los cincuenta, las hemos leído, estampó Tarre Murzi en sus artículos de El Heraldo respecto a la Junta Militar de Gobierno, por lo demás, inherentes a una época que no debemos descontextualizar.

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/23830-erase-un-espia
guidososola@yandex.com
Reproducción: Momento, Caracas, nr. 606 del 25/02/1968.

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