domingo, 2 de agosto de 2015

DÍJOSE (Y DÍCESE)

Decir una revolución
Luis Barragán


Convengamos, una adecuada interpretación del presente requiere de la perspectiva histórica. Creyendo agotadas las noticias en torno a  lo ocurrido en el lejano  1945, el hallazgo de fuentes inéditas o el reordenamiento de las ya disponibles, intentando una novedosa versión de los sucesos, puede arrojar luces sobre el siglo XXI que tarda en llegar, por los menos, con las promesas que los venezolanos nos hicimos: Sócrates Ramírez y su “Decir una Revolución: Rómulo Betancourt y la peripecia octubrista” (Academia Nacional de la Historia – Fundación del Banco del Caribe, Caracas, 2014), nos ha iluminado con una “peripecia [que va] más allá de la intención de velar el episodio de las armas” (101).

Dilucidando un fenómeno tan contrastante,  aborda los hechos del 18 de Octubre y todo el proceso que generó, tal como lo entendieron y asumieron sus propulsores y adversarios, añadidos los más radicales, precisando los tiempos o ciclos. Principalmente Soriano, Arendt  y Marcuse, le conceden la indispensable acuñación teórica para concluir que lo ocurrido fue una revolución (57 ss., 97 ss., 109).

La “novedad lingüística y simbólica” (95), irrumpió en la vida venezolana cobrando una significación distinta al convencionalismo forjado por las escaramuzas y guerras civiles. De una pormenorizada documentación,  sentimos que quedó mucho más en el tintero de bytes para abundar en las oposiciones (207 ss.) y, trascendiendo al propio Betancourt,  en la autocomprensión de Acción Democrática y las Fuerzas Armadas, los sujetos revolucionarios posteriormente en pugna.

Hubo alguna disidencia interna en el partido oficialista, como la suscitada por la elección directa de gobernadores que encontró el entusiasmo transitorio de  varios constituyentes de la bancada y, aunque finalmente suscribieron la Constitución, sin reparo alguno, fueron sancionados por el partido (126 ss.). Sin embargo, no puede interpretarse la medida disciplinaria como una purga que, masiva y dolorosa, experimentaron otras revoluciones en lares y circunstancias históricas muy diferentes: quizá pudo precisar el origen de un cierto entusiasmo utópico entre la militancia que muy luego originó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fundado en lo que también inventarió como los errores y timideces  del Trienio.

La obra permite el reencuentro gratificante con un lenguaje político superior al actual, paradójicamente eficaz en un país predominantemente analfabeto y rural, incluyendo la oratoria de Betancourt (245) y de toda una época. Lamentablemente, esta otra centuria lo desconoce, conformes con las heces verbales de todas las aceras políticas e ideológicas.

De acuerdo al objeto de la investigación, las fuentes hemerográficas citadas son las que tuvieron relevancia para Betancourt y sería interesante que, en un futuro, las ampliara para la necesaria aproximación a la cultura de la época que, entre otros recursos, permitan tejer el imaginario social que auspició y facilitó el fenómeno.  Y, al mismo tiempo, negó y frustró  las nociones que procuraron sus opositores, como las del propio Partido Comunista.

Conocedor, ducho y coherente, el guatireño exhibe el talento y  la paciencia del estratega en ámbitos difíciles y, así, en su “dinámica reflexión-acción” (169), nos parece magnífico el capítulo relacionado con el petróleo y la distinción entre Betancourt y Uslar Pietri. Semejante a la sección dedicada al clientelismo político – potencial o efectivo – dibujada por las cartas en solicitud de favores (193 ss.) que abonan a una característica betancouriana como es la de intentar “… tener bajo control, incluso personal,  innumerables situaciones” (247).

Obra bien escrita (algo casi excepcional),  el joven y prometedor investigador supo internarse en la complejidad de los archivos personales que cuesta demasiado tenerlos, mantenerlos y resguardarlos frente a los avatares de la vida misma, dejando Betancourt tan importante legado. Hay otros reservorios documentales urgidos de inventariar y recuperar que, desafortunadamente, terminan en los remates de libros – acaso, sobreviviendo al detal – como nunca lo imaginaron los actores políticos de un tiempo que ayudaron a construir.

Impreso en papel noble, aunque de tinta débil, preferimos el ejemplar algo pesado e incómodo, pero duradero. Celebramos las notas literalmente al pie de página y de una extensión resueltamente didáctica, capaces del detalle quirúrgico para el análisis.

Para la discrepancia y la coincidencia, Ramírez ha colocado la vara más alta a la hora de referirnos a los acontecimientos de Octubre, presuntamente trillados. Suele ocurrir, en medio de la crisis editorial que nos aqueja, hay versiones que soslayan algunos avances, ya que no responden a algunos y más o menos recientes señalamientos, como – por citar un par de casos – que el ministro titular de Guerra y Marina de Medina Angarita, fuese un militar de escuela o que los sueldos de la oficialidad no eran bajos hacia mediados de los cuarenta.

Ahora, decimos encontrarnos en medio de una revolución que no es tal, sino la imposición de un modelo y el forzamiento de un imaginario propios de la década de los sesenta del XX. Atrapados en esta centuria, quizá involuntariamente el autor de maras nos da buenas pistas para versionar, además, la superación de la tragedia.

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2015/08/decir-una-revolucion/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1100197
Reproducciones:
- "Don Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta Revolucionara de Gobierno, regresa a Miraflores, después de su primera salida", escribe Alberto Brun. En la gráfica, junto a Ricardo Monilla (Presidente de Guárico) y Adolfo Pinto Salinas (miembro de Acción Democrática). Élite, Caracas, nr. 1047 del 27/10/45.
- "Esta gráfica fue tomada el viernes 19 a mediodía, cuando se rindió a la revolución el Cuerpo de Seguridad Pública. Estaba terminado el movimiento y Rómulo Betancourt se asomó al balcón del Ministerio de Guerra y se dirigió a la multitud reunida en la esquina de Miraflores para pedir que los civiles devolvieran las armas y ayudaran a mantener la calma en la capital". Así escribe Alberto Brun para su reportaje intitulado "La revolución de Venezuela relatada por sus principales protagonistas", con fotografía de Avilán. Élite, Caracas, nr.  1058 del 03/11/1945.
- "El Presidente de la Junta Revolucionaria, Rómulo Betancourt, trabajador infatigable, aparece en momentos de dictarle al taquígrafo de Miraflores, el cordial 'catire' Lleras Codazzi". Escribe R. del C., en su reportaje "Cómo se vive en Miraflores". Élite, Caracas, nr.  1050 del 17/11/1945.
- Transmisión del poder a Rómulo Gallegos. Élite, Caracas, nr. 1168 del 20/02/1958.

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