martes, 7 de julio de 2015

AL RITMO DE LISCANO

De la triangulación liscaniana del rock
Luis Barragán

"La vida no es soportable sin una posibilidad de
renovación, en su duración limitada. Quizás,
la gran neurosis contemporánea se deba al alejamiento de
esa práctica renovadora más próxima al Chamanismo y a
los ritos de pasaje de los llamados salvajes, que a
las terapias psicológicas y a los mitos milenaristas
revolucionarios sin penetración al nivel del
espíritu"
Juan Liscano (*)

A mediados de la década de los ochenta del XX, en el curso de un extraordinario debate, inimaginable en el nuevo siglo, apareció “Reflexiones para jóvenes capaces de leer” de Juan Liscano (Publicaciones Seleven Caracas, 1985), quien ya es centenario.  Contextualizada la juventud por las agudas tensiones contemporáneas, abordó específicamente el rock como una vía de domesticación y enriquecimiento del disenso, espectáculo de una alta rentabilidad y dudoso valor musical,  descoyuntador del cuerpo, finalmente sumergido en un rito maléfico y solipsista.

Consecuente el autor con su  larga e intensa  prédica, como bien lo observó Roberto Lovera De-Sola (El Nacional, Caracas, 13/01/1986),  por cierto, de los pocos sobrevivientes de una generación de críticos que marcó pauta en el país, felizmente calificado por Augusto Mijares (EN, 18/05/78), no hizo concesiones con una época de la que se declaró en franca rebeldía. A contracorriente, todo un hábito del pensar y proceder liscaniano, no temió al debate con una juventud también ganada por los “ángeles exterminadores”, acuñación hecha por Jean Marabini (RPJCL: 25-37), prosiguiendo una vieja inquietud  (EN, 19/06/69), atentatoria contra la civilización.

Contextualización

Exterminadores representados - en el decenio citado – por Michael Jackson, objeto adicional y no menos estelar del libro, cuya personalidad “borderline” trata específicamente (RPJCL: 107-112), inspirado en un título alusivo de Eloy Silvio Pomenta, medita desenfadadamente para apuntar al capitalismo culpable. Ficción de eternidad, hedonismo, drogas, desexualización, crematística, narcisismo, entre otros, son  algunos de los aspectos que enmarcan al rock. Sin embargo, polemista de vocación, no temió al intercambio de ideas, con propios y extraños, aún luego de editada y distribuida la obra, a través de la diaria prensa en momentos auspiciosos, porque – además –el llamado decreto del 1x1 estaba en la mesa de una activa opinión pública (valga la coletilla, dato hoy prácticamente desconocido), considerado como excesivo – a guisa de ilustración – por R. Caín Márquez C. en carta al periódico (EN, 05/11/85), o epistolarmente aplaudido al beneficiar a  todos los géneros, por  Francisco Alpino (EN, 11/11/85).

Guillermo y Reinaldo Galavís suscriben una misiva para Liscano (EN, 06/11/85), aludiendo al cuestionamiento que hace de la saturación anglosajona en la musicalización radial,  y acusándolo de ignorar la distinción entre el rock y la música-disco, Los estudiantes universitarios “para su debida información”, defienden al rock como “medio de expresión de los problemas sociales, políticos y económicos que se han manifestado en las masas populares de las diferentes culturas del mundo”, celebrando el decreto al darles la oportunidad a las nuevas agrupaciones que realizan “esfuerzos faraónicos” por grabar y radiarse, aunque - por añadidura - tengan que “soportar a personas que hacen crítica (SIC)  inflexibles y destructivas que no nos dejan ascender y que nos siguen pegando bajo”.

Después, Liscano responde que el rock es el mismo con sus variaciones, las cuales conocen los jóvenes remitentes (“… Al fin al cabo, son músicos. Yo no”), enfatizando la crítica en cuanto medio de expresión, “indefectiblemente combinado con las drogas”; las estrellas que denuncian a la sociedad capitalista, empleando costosísimos automóviles de exclusivo diseño y gozando de los estupefacientes en sus lujosas mansiones; y, emblematizado por Estados Unidos y Gran Bretaña, concluye que  todo esto es trágico y forma parte del desquiciamiento de nuestra época”. Está de  acuerdo con el decreto favorable al desarrollo del rock nacional, negando que su crítica fuese un “golpe bajo”, para confesar: “Manifiesto públicamente que el rock no me gusta ni como música ni como expresión del frenesí enfermo de nuestra época, que me harta oír cantar siempre en inglés, que el sonido de los instrumentos eléctricos me desagrada, que detesto los amplificadores graduados a los niveles ensordecedores de ese género, pero que tantos disgustos nunca podría cobrarlos a golpes, ni altos ni bajos” (EN, 12/11/85).

Entrevistado por Euro Fuenmayor, por esos días,  ratifica las posturas asumidas (EN, 09/11/85), acaso, suficiente compensación para quienes todavía no leen su libro. Versando sobre la identidad nacional, moralmente avalado por sus significativos y decisivos aportes, desde mediados de los cuarenta, distingue entre la dependencia y la transculturización que, nos permitimos inelegantemente citar, constituyó el trazo conceptual de nuestro modesto ensayo relacionado con la literatura y el rock (https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero30/jbalza.html).

Interrogado por Patricia Guzmán, tampoco hallamos una consideración musical del sobresaliente movimiento apasionadamente refutado: “No niego – aclara Liscano - que el rock es un hijo pródigo del jazz, ni que existan grandes composiciones de rock, yo no discuto sobre el género. Quiero discutir sobre el fenómeno de los festivales de rock, sobre sus implicaciones con la droga, sobre el ritual demoníaco que esto conlleva, sobre el culto a la tecnología, porque si la juventud quiere un destino nuevo no lo va a definir por ese camino, a través de la adoración de la electrónica y la tecnología contemporánea que no lleva a otra parte que a la bomba atómica" (EN, 10/12/86).  Autorizada la digresión, ya en esa época la informática y sus programas, toda una novedad en Venezuela, irrumpían hallando a defensoras como la profesora Judith Sutz (EN, 06/01/86), en un proceso que después tratará Irene Plaz Power en su rica tesis doctoral, “La informática en la sociedad venezolana” (UCV, Caracas, 1993), propicio para aproximarnos a una particular contribución liscaniana: “Nuevas tecnologías y el capitalismo salvaje” (Fondo Editorial Venezolano, Caracas,   1995).

Descontextualización

Ahora bien,  traspapelada la data, jamás olvidamos la sentencia emitida por  Zubin Mehta, precisamente, visitante de la Caracas de los ochenta: los músicos de rock no pueden llamarle colega. La sugestiva opinión pesa, despojado el género de las extravagancias de una época, al parecer, definitivamente superada, pues, igualmente concebido como una afición de salón, desconociéndolo como una suerte de rito de pasaje que también lo fue con una variedad insólita de ingredientes (no en vano, la psicodelia extrema o la mismas visitas de Los Beatles a La India), ha madurado el tiempo para descubrir y esbozar sus valores estricta y posiblemente musicales.

Aceptemos no sólo que los grandes ídolos del rock envejecieron, traicionando aquel remoto y absurdo culto a la temprana juventud, inscrito en lo que se dio en llamar la protesta industrializada,  sino que desarrollaron una tal autosuficiencia que los hizo exhibirse como genios incuestionables de la música. Hubo quienes repararon a tiempo en el error, aplicándose al estudio y hasta la investigación para una evolución  que se hizo comercialmente sustentable, más allá de la simple espontaneidad: por si fuese poco,  el género fue concebido  -  nada más y nada menos – como toda una filosofía de vida,  capaz  de esconder un profundo e irónico conservadurismo.

Liscano jamás se propuso penetrar, considerar y valorar la intimidad musical del rock, privándonos de esa oportunidad quizá porque estimaba suficientemente obvios y contrastantes sus gustos y preferencias personales, no se consideraba como el musicólogo adecuado, o rápidamente lo atrapó la crítica social, política e ideológica.  El asesinato de John Lennon, por citar un caso, a nuestro juicio, un militante superfluo contra la guerra, ovacionado por composiciones importantes y nada más que interesantes, no mereció del ensayista sino   el acento de una contradicción entre la “disidencia y disconformidad, y los beneficios crematísticos del capitalismo”, encaminándose – con razón – hacia  Mario Benedetti o Gabriel García Márquez que, en La Habana o en Managua, se queja de la información con fines ideológicos contrarios a la prensa soviética o nada dice de la invasión a Afganistán (EN, 22/01/86).

Sentimos que la banda de Liverpool aportó magníficas melodías y elaborados arreglos que la empinaron respecto a los más cercanos competidores de su tiempo, así como un tímpano más atento puede concluir que una banda   innovadora y efímera como Ladies W.C., superó a los grupos venezolanos que disfrutaron de una superior fama. Sostenemos, esa atención puede trastocar el natural e inevitable gusto por el rock en una búsqueda y hallazgo de valores en otros géneros que, al superar el prejuicio, convierten al jazz o a la música académica en alternativas valederas: probablemente, el venezolano  Gerry Weil (http://www.rockhechovenezuela.com/B1/la-banda-municipal.html), otrora tipificación de la subcultura “hippie”, ejemplifica mejor la derivación varias veces aludida por Gregorio Montiel Cupello (entre otras fuentes, http://www.elmundo.com.ve/noticias/estilo-de-vida/desconectado/%C2%BFjazz-rock-o-rock-jazz-.aspx).

El rock, recurrente y penosamente caracterizado por la pobreza de sus letras, nos atrae – deducimos -   por su ritmo, melodía y timbre, fundamental elemento éste que le da distinción e identidad propia de una etapa del progreso tecnológico que culturalmente nos condicionó. Observación que subyace en la ensayística de Liscano, conduce a una apuesta por la libertad que puede deparar grata sorpresas, pues, si fuere el caso, hallamos composiciones e interpretaciones tanto o considerablemente más “ácidas” y genuinas en el folklore y todas sus variantes,  en el jazz clásico y sus ulteriores como portentosas mezclas, o en los períodos barroco, romántico, moderno o contemporáneo de la música académica. Además, géneros estos susceptibles de la reflexión, importante para explicarnos gustos y tendencias, trazan las limitaciones que el musicólogo puede atisbar prontamente en el rock.

Dijimos, un natural e inevitable gusto, pero no exento de las comprobaciones que le conceden su adecuado lugar. Célebres ejecutantes del rock estuvieron amparados por el timbre de sus instrumentos, dependientes de la producción: una guitarra eléctrica trabaría el despliegue talentoso de Narciso Yépez o Alirio Díaz, como la guitarra acústica sinceraría a Jimmy Page o a Alvin Lee.

Ciertamente, se dirá de géneros distintos que no impide reconocer el riff o pasaje memorable de un Mark Knopfler, Jimmy Hendrix o Steve Howe, como tampoco ha de impedir el descubrimiento de Agustín Barrios Mangoré, en sus propias manos o en las de John Williams o Ana Vidovic.  Empero,  limitado el propósito de estas notas, por lo pronto, podemos  aseverar que ese gusto o disgusto natural e inevitable, por caras predisposiciones, no debe anclarnos en el rock, denostarlo por enteras razones sociológicas o hasta cohibir su definitiva superación: es el triángulo explícito e implícito que dibujó y legó  la meditación liscaniana, si se quiere, inconclusa.

Acotaciones necesarias

Ejercicio de precisión, la obra de Juan Liscano retrata la libertad y riqueza de una polémica escasamente emulada en la nueva centuria.  Empobrecida hoy  la sección epistolar de los grandes diarios impresos, suficientemente compensada por los medios digitales, reconozcamos que muy pocos de los reconocidos y consagrados intelectuales de la hora tienen el necesario tino y humildad para afrontar la discrepancia, añadidos los mismos y anónimos discrepantes.

La prensa que nos ha servido de muestra, corrobora muy bien el otro período republicano que vivimos, pues, entre legos y especialistas asiduos a la noticia, Inocente Carreño dejaba su testimonio en el teclado de Chefi  Borzacchini (EN, 20/01/86), como si faltase un detalle. Uno de varios periódicos que abanican múltiples materias, resueltamente competitivos con todas las fallas que puedan anotarse.

La discusión fue posible, porque el disenso explica toda su obra escrita de Liscano.  Y, acaso, desde una cierta perspectiva del personalismo cristiano, específicamente teilhardiana, su  principal preocupación y combate fue el totalitarismo, fuese en la versión crematística y hedonista estadounidense o en la estatista, ideológica y política soviética. (RPJCL: 18 s.).

No olvidemos, el polemista cultural lo fue, al mismo tiempo, político y queda pendiente evaluar sus posturas, sumada la de los últimos años en  la vida de Liscano, quien integró  el llamado grupo de “Los Notables”.  Finalmente, de confuso título (“Venezuela va hacia el socialismo”), conseguimos un texto de rutina en el que ataca la simplicidad,  el pseudomarxismo, el mesianismo, el capitalismo de Estado, luego de un rápido balance histórico del continente (EN, 27/12/84): no quisiéramos imaginar cuál hubiese sido su respuesta actual,  frente a la ruindad generalizada, la (auto) censura y el bloqueo informativo, como el simulacro de un régimen de inocultable inspiración castro-comunista.

(*) "Descripciones". Monte Ávila - Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1983: 12 s.

Reproducción:  Élite, Caracas, nr. 1226 del 03/03/1951.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultural/23030-de-la-triangulacion-liscaniana-del-rock

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