lunes, 29 de junio de 2015

HÁBITAT DE LAS IDEAS

EL NACIONAL, Caracas, 29 de junio de 2015
Libros: Adam Sharr
Nelson Rivera

Cabaña de madera, planta de seis por siete metros, clavada en una ladera. Zona montañosa en la Selva Negra alemana: el lugar que Heidegger buscó y construyó en 1922: allí, por casi cincuenta años, en cortas o largas temporadas, se encerró a escribir: una pequeña casa rural, tosca, concentrada. La cabaña de Heidegger. Un espacio para pensar (Editorial Gustavo Gili, España, 2015) comenta el lugar, ingresa en la pequeña edificación, cuenta su historia y se aproxima a la relación del filósofo con el sitio, que tuvo a visitantes como Jaspers, Husserl, Hans-Gadamer, Lowith y Celan (la edición incluye fotografías de Digne Meller-Marcovitz y una que Karl Lowith hizo en 1921, donde Husserl y Heidegger conversan al aire libre).
“Todtnauberg” es el nombre de la aldea, ubicada en Baden. A más de 1.100 metros por encima del nivel del mar, las estaciones se hacen sentir. Sharr habla de “dramatismo meteorológico”: un punto de Alemania adecuado para un pensador que, a su vez, era un caminante y un competente esquiador.
Hasta donde se sabe, a Elfride Heidegger se debe el empuje y el que la cabaña se haya construido. La pareja o la familia iban allí de vacaciones, pero también en cortos períodos: Heidegger, por ejemplo, escribió parte de Ser y tiempo en aquella austera estancia. También él debió cortar leña, encender el fuego y mantenerlo, salir y buscar el agua que acumulaban en un tronco ahuecado. La mesa en la que Heidegger escribía a mano estaba ubicada bajo una ventana, desde donde se puede mirar hacia los Alpes.
Para Heidegger ese paisaje tenía algo providencial, superior. Adam Sharr, profesor de arquitectura, vuelve a los numerosos textos en los que el filósofo escribió sobre el lugar. “Me voy a la cabaña, y me alegro mucho del aire fuerte de las montañas; a la larga uno se arruina con esta cosa suave y ligera de aquí abajo. Dedicaré ocho días a trabajos con la leña, y luego escribiré de nuevo”. Heidegger era tajante para decir que él no miraba al paisaje, porque él pertenecía al mismo, provenía de allí. No era un esteta ajeno. Más todavía: su trabajo como pensador estaba inscrito en aquella realidad natural. “Y este trabajo filosófico no discurre como los lejanos estudios sobre algo excéntrico. Permanece justo en medio del trabajo de los campesinos. Cuando el mozo de la granja arrastra su pesado trineo y lo guía, cargado a tope con troncos de haya, hacia abajo en la peligrosa bajada hacia su casa; cuando el pastor, con el pensamiento absorto y el paso lento, lleva su rebaño, ladera arriba; cuando el granjero en su establo prepara las incontables placas de madera para su tejado, mi trabajo es de la misma clase. Está íntimamente enraizado en la vida de los campesinos y relacionado con ella”.

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