domingo, 29 de marzo de 2015

TESTIMONIO AJENO

Mi testimonio
Luis Barragán


Apenas ahora, iniciándose la Semana Mayor, hemos tenido la ocasión de leer “Mi testimonio” de Juan José Caldera (Los Libros Marcados, Caracas, 2014), gracias al amable préstamo de Iván Colmenares. Prologado por Rafael Tomás Caldera, quien sugiere la existencia de “caudillos civiles” (7),  rápidamente transitamos el largo itinerario político de un referente inevitable de la Venezuela contemporánea, que – a modo de ejemplo – se vio forzado a allanar la Universidad Central de Venezuela para inmediatamente restablecer su autonomía (124 ss.), por cierto, provechosa para los más vehementes detractores que hoy la acorralan; demostró agudas y firmes habilidades políticas al gobernar en dos oportunidades, negada en ambas una mayoría parlamentaria; relevó al alto mando militar en una riesgosa  y afilada circunstancia (158), aunque hizo de los estudios de opinión una razón de principios para aspirar a la segunda candidatura presidencial (152), o privilegió a su hijo coordinador del principal partido de gobierno (176), en lugar de las consultas regulares que hacía con la dirección colegiada del que fundó al ocupar Miraflores por primera vez. Vale decir, apunta a situaciones muy concretas y visibles que, susceptibles de una polémica a la que no se teme, contrasta con el burdo panegírico en boga.

Quizá porque pertenecimos a otra tradición militante en la democracia-cristiana venezolana, fueron excepcionales las veces que accedimos a Rafael Caldera, quien infundía un respeto reverencial ahora poco visto. Tuvo razón – nos enteramos – el profesor que desaconsejó al doctorando empeñado en realizar la tesis sobre el yaracuyano, pues, el nivel académico en cuestión requiere de la larga madurez que el tiempo concede, a la luz de los documentos y reflexiones que previamente lo faciliten, pero no menos cierto es que éstos tardan demasiado en aparecer con la consistencia de una obra muy bien escrita, como la de Juan José Caldera.

El viejo Caldera exhibió credenciales que actualmente extrañamos, dirimidas por la instantaneidad mediática que dice relevarlos de la añeja profundidad que conoció a través del sostenido testimonio, preparación, motivación y experiencia que lo autorizan – digamos – históricamente.  Distintas vicisitudes tejieron su trayectoria pública, siendo difícilmente refutable su vida personal,  desde el recio activismo gremial y político de un estudiante de excelente promedio (152), estigmatizado por la célebre visita que le hizo – junto a otros imberbes compañeros – a Leoncio Martínez (65 ss.), asediado al ingresar apenas al cuerpo docente de la universidad que lo formó, dictando una cátedra que culminó con la jubilación; obstaculizado el ejercicio de una diputación que no se dejó escuchar en la famosa reforma de la ley petrolera de 1943 (42 ss.); cumplida la prisión que le permitió leer completamente la Biblia (30 s.); fundido con el partido que ayudó tanto a crear y que, muy luego, compréndase de una forma u otra, abandonó.

El autor de marras, sustentado en los archivos muy bien organizados del padre, entendemos, que incluye hasta la lista de los hijos y mujeres que cuidadosamente llevó Juan Vicente Gómez (Manuel Caballero: “Gómez, el tirano liberal”, Monte Ávila Editores, Caracas,1994: 30), apenas evoca algunos documentos inéditos, como el primer discurso público del viejo, de grata y fácil recordación para sus hijos (41);  la diaria anotación que llevó de su juvenil e importante cita de Roma (54 ss.), aunque no ofrece detalle alguno de la discusión;  de la carta privada de Rómulo Betancourt para Eva de Liscano (91), o la de Rafael Caldera para el líder arubeño Henny Eman sobre COPEI (155).  Presumimos que el Presidente Caldera concibió y redactó sus memorias políticas, siendo tan ordenado y meticuloso, añadida la publicación de sus archivos, pero también instruiría sobre la mejor ocasión para ello, imponiéndose la necesaria prudencia de los herederos que guardan y custodian tan valiosa documentación, conformes con dejar sus testimonios – que, sistematizando las fuentes conocidas, es el del padre – tal como constatamos con el trabajo de Rafael Tomás Caldera para la meritoria compilación de “La Venezuela perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos” (UPEL, Caracas, 2014: 247-268). Por lo demás, recordemos, el mandatario nacional gustaba de escribir sus propios discursos (175), por lo que abundarán las piezas manuscritas o mecanografiadas que esperan los historiadores con paciencia.

Inevitable mención, Juan José Caldera revela la inexistencia de un proyecto constitucional que el propio Chávez Frías admitió (97). Habrá otras y extensas vicisitudes que nos debe el autor, pues, también ocupó la escena política cuando Venezuela abrió improvisadamente las puertas del siglo XXI, apostando por el bueno a conocer de hacer caso a la sentencia popular.

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinioncultural/22146-de-qmi-testimonioq

No hay comentarios:

Publicar un comentario