domingo, 7 de septiembre de 2014

PASAJEROS SOMOS (5)


EL NACIONAL - Jueves 08 de Enero de 2009       Nación/9
El fantasma de Diógenes
Ramón Piñango

Con la publicación de El pasajero de Truman, novela de Francisco Suniaga, por fin el caso de Diógenes Escalante entra en la literatura venezolana. Sorprende que haya pasado tanto tiempo para que tan insólito episodio fuese trabajado por un escritor, a pesar de que constituye un drama, perfectamente shakesperiano, fascinante, que dice muchas cosas sobre un país. El excelente libro del novelista margariteño obliga al lector a reflexionar sobre asuntos complejos y apasionantes de la vida individual y los procesos sociales. Uno en especial parece particularmente insoslayable: la fragilidad de una sociedad cuando carece de instituciones; es decir, de patrones de comportamiento tan profundamente enraizados que ninguna persona o grupo puede actuar arbitrariamente, sea cual fuere el argumento que se utilice, para justificar su conducta.
En 1945, Venezuela vivía un proceso de cambio social intenso. Nuevos actores buscaban una mayor democratización de las estructuras de poder. La conflictividad política se agudizaba y ello alimentó en algunos la idea de la conveniencia de contar con un candidato que representase un amplio acuerdo, para así conjurar temores y la desconfianza. Así, emergió la idea de la candidatura de Escalante, un venezolano con una destacada carrera diplomática desde hace largos años residenciado en el exterior. Rápidamente se logró la convergencia de voluntades políticas alrededor de esta idea. Escalante regresó al país en agosto de aquel año, pero en corto tiempo se hizo patente su desquiciamiento. De repente, como un viento que inesperadamente cambia de dirección, pocas semanas después de que el avión enviado por el presidente Truman se llevase como a un fantasma al trastornado Diógenes Escalante, ocurrió el golpe de Estado contra el gobierno de Medina Angarita.
Para muchos ese golpe alteró una evolución positiva de la sociedad venezolana; para otros, significó, más bien, la aceleración de un proceso de cambio necesario que estaba siendo frenado por fuerzas retrógradas, restos del gomecismo. Aunque todavía se debata sobre este asunto, la verdad es que nunca se podrá llegar a una conclusión que a todos satisfaga. En esta discusión con frecuencia emerge la pregunta sobre qué hubiera pasado si Escalante no se hubiera desquiciado. Hay quienes creen que el país habría tenido una mejor suerte; otros que, de todas maneras, un poco más tarde tal vez, hubiese ocurrido el golpe de Estado o una convulsión política de similares consecuencias.
De nuevo es imposible llegar a conclusión definitiva sobre tan complejo asunto.

Lo que sí demuestra con claridad meridiana el caso de Diógenes Escalante es la gelatinosa debilidad de una sociedad cuyo destino depende de una persona, por muy sabia, ilustrada, iluminada o carismática que sea. A 63 años del incidente histórico marcado por la inesperada locura de un hombre que parecía ser providencial, parece que nuestras élites no han comprendido esto. El chavismo está perdido en una fe ciega en su líder, la cuarta república se ocupó más de ganar elecciones que de fortalecer instituciones clave como el poder judicial y la educación pública. Y hoy la oposición anda buscando un líder que compita con Chávez, antes que de armar una propuesta programática suficientemente convincente para buena parte de la población, sea cual fuere el líder que aspire a la Presidencia.
Cualquier persona puede desaparecer por locura, por asesinato o porque se hartó de la política. Por eso es incomprensible que hagamos depender el futuro de una nación de un ser humano, de un simple mortal, por muy eterno y poderoso que parezca. Aunque parezca increíble, eso es lo que estamos haciendo: buscando afanosamente un fantasma como el de Diógenes Escalante.

NOTA LB: 1) Trata de Diógenes Escalante, desde la perspectiva inevitable de Ramón J. Velásquez que aparece, innecesariamente, protagonizando la novela bajo otro nombre. Al respecto, si mal no recordamos, suscribimostiempo atrás un artículo. Por lo pronto, diríamos dos cosas: la una, nos parece un largo reportaje que mereció un mayor ejercicio literario teniendo en cuenta la profusión noticiosa de la época. Por otra, recordamos, un dirigente político tachirense de estos años recomendaba mucho leer la obra a sus colaboradores inmediatos, quizá para ratificar la identidad regional a la vez de enterarlos de sucesos que desconocían. Empero, por más reparos que puedan hacerse al libro, no cabe duda de su importancia en la bibliografía Venezuela que ha enflaquecido demasiado.  2) Escribía Antonio Arráiz en la edición de El Nacional del 7 de septiembre de 1945: "Confieso que me ha impresionado profundamente el drama de Escalante: es sin duda uno de los episodios más singulares en la historia contemporánea de Venezuela. Un hombre que ya pisa con seguro pie el peldaño de la silla presidencial y que siente, en torno suyo, compacta y firme a toda la nación que lo eleva a esa silla, ve desvanecerse de repente tan positiva esperanza". 3) Maye Primera Garcés publicó la biografía de Escalante, bajo el sello de El Nacional, por 2007. Gracias a un tío, pisó Caracas, desde su lejana Queniquea y, al conversar con Cipriano Castro, partió a Europa como cónsul. Prestó un prolongado servicio en el exterior, aunque con la tenaz delicadeza de no pisar callos con Castro, Gómez, López Contreras o Medina Angarita, ni con sus más cercanos colaboradores. La autora privilegia el contexto social y político de la Venezuela de entonces, quedándonos con las ganas de un examen a fondo: ¡cuánta documentación escalanteana estará por ahí esperando!

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