martes, 23 de septiembre de 2014

COMUNIDAD, COMUNICARSE

San Mateo, 20: 1-16
Todos somos iguales para Dios
Marcos Rodríguez

Contexto
También hoy el evangelio va dirigido a la comunidad. Los primeros cristianos eran judíos, aunque poco a poco se fueron agregando paganos y de otras religiones. Cuando se escribió este evangelio, las comunida­des llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían  incorpo­rándose nuevos miembros. Los más veteranos, seguramente reclamaban privilegios, porque naturalmente habían conseguido una perfección que los neófitos no podían tener.
Esta parábola intenta advertir a los cristianos de su comunidad que no es ningún privilegio haber accedido a la fe antes que los demás. Este sentimiento de superioridad estaba muy arraigado en el pensamiento judío. Ellos eran los elegidos y los privilegiados. Dios no podía tratar a los demás como tenía obligación de tratarlos a ellos.
Hoy nos hemos saltado todo el capítulo 19 de Mateo. El contexto inmediato es muy interesante. Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro se destaca, una vez más, y dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros”.
Inmediatamente después viene el relato de hoy, que repite al final la misma frase, pero invirtiendo los términos; dando a entender que la parábola es una demostración de que la frase de marras se hace realidad, y que nadie debe hacerse ilusiones.
Las lecturas de los tres últimos domingos han desarrollado la misma idea, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 22 nos hablaba de la corrección fraterna, es decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 23 nos habló de la necesidad de perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia humana, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta con cada uno de nosotros.
Explicación 
El relato de hoy es una mezcla de alegoría y parábola. Esto hace más difícil una interpretación adecuada. Sabéis que en la alegoría, cada uno de los elementos del relato significa otra realidad concreta. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el mismo proceso lógico de la historia narrada.
Está claro, por ejemplo, que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario hace referencia a Dios mismo. Pero también es cierto que en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más”.
Quiere resaltar la  “injusticia” de pagar a todos los jornaleros el mismo salario. Desde la lógica humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que sólo Dios puede hacer.
Tal vez lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de “toma y daca” con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús, tiene que imitar a ese Dios, y ser totalmente desinteresado. Si tomásemos en serio esta advertencia, ¿Qué quedaría de nuestra religiosidad?
Tiene mucha miga la frase: “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos”. En realidad lo que nos está diciendo es que toda escala para valorar a los seres humanos, pierde su consistencia a la hora de ser valorados por Dios. Los criterios humanos son siempre insuficientes para enjuiciar el grado de pertenencia al Reino de Dios.
Aplicación
Debemos de ser muy cautelosos a la hora de interpretar esta parábola. Jesús no pretende dar una lección de relaciones económicas o laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene mucho sentido. Jesús está hablando de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana.
Que nosotros podamos imitarle es otro cantar. Desde los valores que manejamos en nuestra sociedad, imposible entender la parábola. Hoy todo el mundo trabaja para lograr desigualdades; es decir para tener más que el otro, estar por encima y así diferenciarse de él. Esto es cierto, no sólo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones.
Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos. Lo que propone la parábola es algo completamente distinto… Una vez más, el evangelio está sin estrenar.
Se trata de romper, en la comunidad, los esquemas en los que está basada nuestra sociedad que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad”.
Tampoco se trata de imaginar que los últimos se aplicaron a trabajar más duro que los demás, de tal manera que el propietario lo que paga son los resultados y no las horas de trabajo. Si pensamos así, hacemos polvo el verdadero sentido de la parábola, que pone precisamente el acento en la gratuidad del salario de los que no trabajaron lo suficiente para ganarlo.      
En realidad lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según sus obras.
Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos y tenemos que merecer la salvación. El don total de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo.
Hoy tenemos datos suficientes para ir incluso más allá de la parábola. Dios da a todos los seres humanos lo mismo, porque Dios se da a sí mismo y no puede partirse, la misma Escritura dice "Dios no da el Espíritu con medida". Dios no tiene partes. No tiene nada que dar, porque nada puede existir fuera de Él. Y si no tiene partes, se tiene que dar entero, es decir, infinitamente.
Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esta o aquella gracia. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Fijaos bien: si Dios pudiera en un momento determinado darme algo en orden a mi plenitud y no me lo diera, dejaría de ser Dios. Dios ni es, ni puede ser, cicatero.
Lo que tenemos que pedir es, que yo sea capaz de abrirme al don de Dios; no que Dios tenga que hacer algo, que no ha hecho porque está esperando mi comportamiento.
La obra salvadora de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total.
Jesús no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios, aceptando su salvación. No sigamos empeñándonos en meter a Dios por nuestros caminos. ¡Entremos de una vez por los suyos!
Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho.
Por desgracia, hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. Nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar y abrámonos a su don total, que es ya una realidad, aunque no lo hayamos descubierto.
El mensaje de la parábola de hoy es, en el sentido más estricto, evangelio, es decir, buena noticia: Dios es para todos igual; para todos es amor, don infinito. Cuando decimos para todos, queremos decir para todos sin excepción.
Los que nos creemos buenos, los que creemos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros. Caería por tierra toda nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o por lo menos, para que no nos castigue.
Esta idea de Dios tiene que ser la base de todo diálogo interreligioso. Si no aceptamos que todos somos iguales para Dios, será imposible que nos respetemos como iguales. La manera de dar respuesta al don de Dios, es lo que hace diferentes las religiones. Unas responderán mejor y otras peor, pero eso no tenemos que juzgarlo nosotros, sino Dios.
El evangelio propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles? Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería  una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.
Meditación-contemplación
“No te hago ninguna injusticia”.
No es fácil comprender desde nuestra lógica humana
las razones que tiene el amor
para actuar sin motivación aparente.
Debemos descubrir que el amor que Dios me tiene
nunca puede tener su fundamento en mí, sino sólo en Él.
…………………..
Esa actitud de amor que Dios manifiesta conmigo
es la que tengo que imitar yo para con los demás.
Esta es la clave de todo el evangelio.
No tenemos que amar para que Dios nos ame,
sino amar como Dios nos ama
y porque Él ya nos ama.
…………………
“Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”.
Para poder imitar a Dios, primero debemos conocerlo.
Lo que Jesús intenta una y otra vez en el evangelio
es llevarnos a ese descubrimiento del verdadero Dios.

Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-mt-20-01-16-MR.htm
Ilustración: Aldo Galli.

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