domingo, 24 de agosto de 2014

UN DÍA ...

Del (des) alumbrado (y Paz Castillo)
Luis Barragán


Callejuelas, veredas, calles y avenidas a oscuras. Preventivamente, ranchos, casas y edificios que procuran un potente bombillo o un encarecido reflector para aliviar un poco la situación. Los más ingenuos, piden con terquedad que los vecinos cooperen con la junta comunal para iluminar la zona de tránsito. Obligación y deber adicional, pues. Sin embargo, otros más lúcidos avisan que esa y otras cuotas se pagan: son los impuestos. Es el Estado el que las y los recoge, estando en el deber de alumbrar y resguardar. Por ello, tampoco la solución a largo plazo es sufragar a un vigilante o a la compañía que lo subcontrata, porque pagamos para que haya policía. Razón teórica y práctica en una rápida lección, debemos reclamarle al Estado que, ahorrándose energía, sube las tarifas: lo subsidiamos. Y la junta comunal queda desenmascarada, porque en vez de protestar, se comporta como lo que es: una sucursal del gobierno nacional que se encarga de aumentar y cobrar el alquiler a quienes habitamos el país.

Paz en el castillo de Fernando

Comenzando el bachillerato, frecuentábamos la vieja sede de la Biblioteca Nacional de grises deteriorados, mesas y sillas que hicieron del silencio su mejor resignación. Ficheros abigarrados que, por lo menos, no sufrieron de la ceguera recurrente de las actuales y vanidosas plataformas tecnológicas, completaban el paisaje el bullicio y la indisciplina imposibles de engavetar.

Alguien mencionó que el anciano de bastón, saliendo del fondo de la sala con el paso pausado de una misma arquitectura, era  poeta. Su nombre nos resultó familiar, pues se hospedaba con regularidad en la prensa de casa; y, en esa u otra ocasión, nos acercamos con la cautela de un adolescente que examinaba esa vestimenta admirable de los años acumulados: enderezó los anteojos y pronunció unas palabras amables, las que colgó en una sonrisa que se hizo gesto imperecedero.

Por un acto reflejo, tomamos el cuaderno de nota de nuestras lecturas. Estaba garabateado quizá Neruda, con alguna fotocopia de sus versos más largos y, prolongando más lo imperecedero, al ofrecérselo, estampó con mediano esfuerzo su autógrafo: Fernando Paz Castillo.

De no recordarlo mal, creyendo ganar su amor, obsequiamos la hoja a una muchacha que tampoco sabía quién era el poeta, aunque luego quisimos reforzar nuestro desprendimiento con los recortes de periódico calzados con su firma, acudiendo a la profesora de bachillerato que, ciertamente, lo conocía. Afición clandestina, pues era mal vista entre los jugadores de pelota-de-goma de los recesos con los que compartíamos el atrevimiento de una palabra obscena tras cada jugada, supimos por cuotas de la paz inmensa que reinaba en el castillo de Fernando, aunque esgrimía tambien versos inquietantes que despejamos con el tiempo.

Deseamos retenerlo en la memoria que ya entró en la etapa de sus inadvertidas travesuras, y –  un día,  destraspapelados – nos percatamos: “Un día ya no seremos todos .../ Acaso bajo los árboles apacibles de una plaza / de pueblo bañada por el sol, / que se ha quedado dormido entre sus ramas, / mientras los jóvenes de entonces se diviertan, / confidencialmente, casi sin decir palabras, / recordaremos nuestras vidas, /como quien recuerda una estrofa olvidada”.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/20297-del-des-alumbrado-publico-y-paz-castillo
Reproducción: Fernando Paz Castillo (1932).

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