sábado, 9 de agosto de 2014

PANEBARCO 10/10

El Nacional - Sábado 07 de Octubre de 2006     A/8
Misión Añagaza
Ramón Hernández

Ahora, que han desaparecido hasta los restos de escombros que unos pocos guardaban como recuerdo del Muro de Berlín --se deshicieron de ellos al constatar que no tendrían valor de uso ni de cambio-y que ha quedado al descubierto que eso que con mucho bombo se llamaba Academia de Ciencias de la URSS no era más que una farsa en la que se refugiaban una sarta de burócratas embaucadores, de científicos de pacotilla y no pocos saltimbanquis de la epistemología, asombra que en Venezuela se recurra como la gran novedad al marxismo-leninismo como método de estudiar la realidad social y económica, que equivaldría a utilizar un vaso de cartón mojado en asuntos para los que un carnicero usa un cuchillo de acero bien afilado.
Cuando la academia cubana descubrió en 1994, obviemos la tardanza, que habían sido engañados por la "inteligentzia soviética" y que todo lo que habían recibido como enseñanzas "marxistas" no eran más que distorsiones manualescas y chapucerías, su respuesta inmediata no fue asumir los daños directos y colaterales, sino mantener la mentira y con particular viveza caribeña, mira, tú, fueron transformando los cursos de marxismo-leninismo que se dictaban en las universidades y demás centros de estudios superiores para incorporar los CTS, que no es la fórmula de la energía atómica, pero sí la trocha que encontraron para, sin necesidad de autocríticas indignas, recuperar el camino de la seriedad científica. CTS significa ciencia, tecnología y sociedad, que es algo muy distinto a las arbitrariedades léxico-semánticas en las que se regodeaba F. Konstantinov en sus disquisiciones churriguerescas del materialismo dialéctico y sus derivaciones científico-prácticas.
La imaginación popular que no tiene límites, pero que siempre es superada por la realidad en las formas más estrambóticas y bizarras, inventó la historia de dos presos rusos que, siendo vecinos de calabozo, lograron establecer comunicación a través de un pequeño agujero en la pared. Por ahí hablaban sin límites y sin temores, y por ahí uno descubrió que el otro conocía Barcelona y tenía una capacidad increíble para describir las calles, los avisos luminosos, las faldas de las mujeres y su contoneo al caminar, las conversaciones que tuvo en lo bares y las distracciones que tropezó en los café. También que hablaba catalán y que no tenía problema en ensañárselo. Desde entonces, se dedicó a entender el significado de las palabras, su pronunciación, las especificidades gramaticales, las reglas y las excepciones.
Pronto pudieron comunicarse en la lengua aprendida y conversaban de asuntos muy pueriles pero también se enredaban en disquisiciones que salpicaban con Kant y también con Diderot. A los pocos meses, sin que nos toque explicar el laberinto de la justicia soviética, quedó libre. Sin nada que hacer y con la posibilidad de conocer Barcelona, hizo el viaje. En la estación del tren, tan pronto cruzó la primera palabra se dio cuenta que no lo entendían. Que aunque se afanaba en pronunciar despacio y articular debidamente vocales y consonantes, no lo entendían. Nadie lo entendía. Era más fácil encontrar quien entendiera su ruso que el catalán que con tanto éxito le había enseñado su compañero de prisión. Su decepción fue inmensa cuando entendió que eso que había aprendido no era catalán ni idioma alguno conocido, que había sido víctima de una broma cruel, que su amigo le había inventado una lengua, que le resultaba inútil, que era su único hablante.
Cuando se desplomó la Unión Soviética y la "academia" cubana tuvo que recurrir al resto del mundo sin intermediarios radicados en Moscú, cayó en cuenta de que había aprendido una jeringonza, pero no un método científico de interpretar la realidad, que si no se contaba con los rublos de Moscú, el materialismo dialéctico que "hablaba del tiempo y del espacio como elementos estéticos constituyentes de la realidad" no les servía para sembrar frijoles ni para la zafra de la caña; muchísimo menos para entender cómo la voluntad caprichosa podía anular todas las categorías contrarias a la explotación del hombre por el hombre a que se referían Marx y Engels en el Manifiesto comunista, pero también en el antiduring.
En lugar de reconocer el engaño, y hasta dar un salto adelante y reconocer las carencias teóricas y programáticas del marxismo, su inutilidad, el sociolismo cubano revitalizó su parasitismo estructural y sin amagos ni vergüenzas estableció su propia modalidad de ideología revolucionaria, que no necesariamente se le denomina castrismo en los libros de texto y difusión académica, sino por las siglas CTS. La mandarina pelada está.
La hipocresía y la viveza caribeña, que también encierra mucho miedo a los caprichos del aparato, hizo que el tradicional examen de filosofía marxista que en Cuba deben pasar todos los aspirantes a categorías docentes principales, así como el examen mínimo de filosofía para la obtención de grados científicos de doctor, en disciplinas tanto sociales como técnicas, se ha transformado en un examen de "problemas sociales de la ciencia y la tecnología", que ya se le conoce entre los profesores como CTS, sin más. Mientras, a Venezuela se mandan los profesores de marxismo-leninismo que no han podido aprender el CTS. Ay, Asalia, tanto leer a Mao para ahora tener que decir: "Ordene, mi comandante". Alquilo catecismo rojo.

EL NACIONAL, Caracas, 16 de octubre de 1997
El grado cero del pensamiento
Roberto Hernández Montoya

En estos adioses del siglo se ha puesto de moda la muerte de las ideologías. Vemos con la irónica compasión de Borges por los heresiarcas a todos aquellos que se contorsionan con ideas fijas, tutelares y absolutas. No estaríamos como en la Edad Media, cuando había quien sostenía que saltar en la tumba de cierto santo movilizaba como nada la fisiología del espíritu, para no hablar de la circulación sanguínea. Otros que María no era virgen y que Cristo tuvo una porción de hermanos. Por ideas así mataban o se hacían matar. Con frecuencia ambas cosas.
Cuando comenzó esta Democracia había un espectro político bastante didáctico: la izquierda era el Partido Comunista de Venezuela, la derecha Copei, Acción Democrática la izquierda "con vaselina" (Rómulo dixit). URD quedaba como enigma único, al buen tuntún de los lances de Jóvito Villalba, su líder total. Comodín de la política, premonitorio del presente, Jóvito era un profeta. Ahora, niños, ya saben quién es el epónimo del Parque del Oeste. De resto la gente se decidía por un partido u otro segén su visión ante la historia de Venezuela, si aplaudía a los liberales o a los conservadores de la Guerra Federal, si creía en Dios o no y cómo. Tanto fue así que cuando Rómulo sumió a AD en la tradición retrógrada que tanto combatió, los jóvenes indignados, Domingo Alberto Rangel, Jorge Dáger, Américo Martín, se fueron un rato a la guerrilla, a matar o a hacerse matar por las ideas traicionadas. Se aliaron con Teodoro y Pompeyo. Luego vino la "democracia con energía" y con ella esta entropía ideológica. Candidatearse ahora es decir "ese hombre sí camina", "yo tengo la voluntad", "­palante!", que son ideologías más bien deficitarias.
En realidad no ha muerto ninguna ideología. Lo que ha menguado es el marxismo. Y ni tanto, porque ahí está Fidel. Las demás están intactas. No he visto al Papa disolver el Vaticano ni a los ayatolas decir que ya no creen en las cosas esas. La secta Moon es tan poderosa que la expulsan a pesar de sus inversiones básicas. Hay gente que se suicida por acudir a una cita con una nave espacial estacionada tras un cometa. Gente que mata por Euzkadi. No estamos en ese mundo de ciertos intelectuales exquisitos que dicen no creer en nada, aparentemente admiradores de Borges, que han construido una estética sobre su incompetencia absoluta en todo, hasta para escribir, pintar o componer, que se supone que es lo que saben hacer. Están como los demás: en la ideología de la desvergüenza, en la que no se oponen visiones del mundo sino acciones de facto. Así será de desheredado el debate que el único que empuña una ideología es el Movimiento Bolivariano.
Tal vez sea mejor así, como sugiere Janet Kelly. Si aunque sea hubiera un candidato como lo esbozaba José Ignacio, que no hablara tanto y tapara unos baches o hiciera funcionar tuberías. Quizás ese candidato es Irene, que solo produce pasión entre quienes la adversan por bonita y por mujer y entonces dicen la tontería de que es tonta. Es una lástima que una beldad no produzca pasión entre sus admiradores. Es inconcebible que en el contexto político cerrado de Venezuela un candidato cimarrón gane las elecciones y se las respeten. Pero si no va a ser apasionante sería al menos divertido que ganara Irene.
rhernand@analitica.com

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