viernes, 11 de julio de 2014

IDEA (S)

Juan Carlos Rey y el rigor de la ciencia política
Rafael Arráiz Lucca

El profesor Rey trabajó durante años en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela, allí entró de la mano del eminente estudioso Manuel García Pelayo, y tiempo después el propio Rey ocupó la dirección del Instituto que había creado el maestro. Sus aportes a la ciencia política son reconocidos de manera prácticamente unánime, de manera que a su voz le asiste una autoridad indudable. Hoy en día trabaja en IDEA (Instituto de Estudios Avanzados), después de haber cumplido con una larga jornada en la UCV, recinto del que es jubilado. Conversamos con él en su casa de San Antonio de los Altos, a la sombra de una biblioteca selecta, de discretas dimensiones, pero sin desperdicio.
¿Qué lo trajo por aquí, por qué llegó, por qué se vino?
Yo nací en San Sebastián el 16 de octubre de 1936, exactamente un mes después de que tomaran el poder las tropas de Franco. No viví en la República, sino que viví siempre con Franco en España.
Mi padre murió cuando yo tenía un mes, por un accidente. Mi madre se volvió a casar a los tres años y nos trasladamos todos a Madrid. No viví la guerra, pero viví la posguerra, fue una época de mucha necesidad y sobre todo recuerdo los cuentos de los horrores de la guerra. Los que no hemos vivido la guerra siempre fuimos educados en los cuentos de la atrocidad que había sido.
Mi familia era franquista, no fanática, pero verdaderamente franquista. Entonces vivimos en Madrid, ahí empecé a estudiar, y a mis padres les fue muy mal económicamente, aunque habían tenido antes una época económica muy buena. Entonces decidieron emigrar y mi padrastro, que es mi padre, porque es el único que prácticamente he conocido…
¿Cómo se llama?
Se llamaba Roberto Rivas. Él vino primero a Caracas, nosotros quedamos en Madrid esperando, mi madre vino a los dos años de estar él aquí y yo me quedé en Madrid porque tenía que acabar el bachillerato que estaba estudiando.
Hice sexto y séptimo juntos para poder venirme aquí, y después de esto hice lo que se llamó entonces la reválida o el examen que hacían en la universidad de todo el bachillerato general. Cuando aprobé eso, me vine a Venezuela inmediatamente a reunirme con mis padres.
¿En qué año llegó?
Eso fue en septiembre de 1952, un mes antes de cumplir dieciséis años. Llegué aquí con la idea de estudiar, pero la universidad estaba cerrada por el tiempo de Pérez Jiménez, entonces estuve un año sin poder hacer estudios, pero fue un año decisivo por varias razones. Como no podía estudiar me dediqué a leer, yo había tenido una formación totalmente franquista, había estudiado en lo que se consideraba el mejor instituto franquista de enseñanza media. Era un instituto que Franco había querido desarrollar para opacar la memoria de la «Institución libre de enseñanza», en el mismo local donde estaba la antigua institución, donde estaba la famosa Residencia de Estudiantes. Era un instituto laico en la medida en que se podía ser laico en tiempo de Franco: todo era católico.
Ése era un bachillerato absurdo. Era un bachillerato que tenía siete años y era igual para todos, no había Ciencias y Letras, todos teníamos que estudiar lo mismo, usted iba a estudiar Ingeniería, usted iba a estudiar siete años de Latín, tres años de Griego, siete años de Religión; usted iba a estudiar Humanidades, Letras, siete años de Matemática terminando por cálculo integral, derivadas, era una cosa absurda, no se distinguía nada, además era muy enciclopédico, sencillamente informativo, pero muy poco formativo, desde luego muy sesgado ideológicamente. Por ejemplo, yo recuerdo entre las cosas que estudiaba, para explicarle lo malo que era, lo informativo que era, Literatura e Iglesia, Poesía del siglo XVIII, los nombres de todos los poetas, lo que habían escrito el año tal o cual, pero no había leído ni una poesía de ellos.
Ése era el bachillerato y fui bastante buen alumno, quizás demasiado bueno y tenía mucha información, y no tenía vocación definida por nada, pero lo que me habían dicho, por lo que me habían persuadido en mi casa, era por la Ingeniería. Ingeniería era en la España de esa época, de los años 50, lo más prestigioso y, además, aseguraba el futuro económico de un muchacho de familia media.
Entonces llegué aquí y no pude estudiar Ingeniería, porque estaba la universidad cerrada, pero por una casualidad había un vecino de mis padres, un puertorriqueño que estaba en Venezuela exiliado, pues había sido expulsado de la universidad por independentista, y esta persona era estudiante de Ciencias Políticas y tenía una biblioteca bastante buena, y yo me hice su amigo, hablaba con él y me quedé fascinado por la política, por las ciencias políticas y me dediqué ese año a leer los libros de este señor y me quedé fascinado, entusiasmado.
Fue un año muy útil.
Exactamente. Recuerdo los libros que leí, que son libros clásicos de ciencias políticas, de historia, y de ahí una docena de libros de esa naturaleza, la Historia del liberalismo europeo de Laski, por ejemplo. Y entonces me dije: pero esto es lo que yo quiero hacer. Convencimos este amigo y yo a mis padres para que me mandaran a Puerto Rico a estudiar Ciencias Políticas, pero no pude ir porque las autoridades consulares de Norteamérica no me dieron la visa porque era español. Como no se abría aquí la universidad me fui a España, pero la ciencia política allá era una cosa muy mala, era una especie de derecho mal dado, era una mezcla de un poco de derecho, un poco de economía, un poco de historia, es decir, una mezcla de cosas. Dije no, hay que estudiar derecho que es lo que más se puede aproximar y lo que es más serio.
Empecé a estudiar en Madrid, en la Facultad de Derecho de Madrid, esperando que se abriera aquí y ese mismo año se abrió. Me vine después de estar en Madrid dos años.
Regresó en el 54.
A finales del 54, me dieron reválida de dos o tres materias, pero eso me sirvió para no tener que hacer la reválida de bachillerato y poderme inscribir directamente en la universidad, pero lo que yo quería estudiar era Ciencias Políticas. Ahí termina una etapa, llego a Venezuela a finales del 54, me inscribo en la universidad y empiezo a estudiar Derecho, era la época de Pérez Jiménez.
¿Y se gradúa en el 58?
No, en el 60, estuve cinco años exactos, aunque los primeros años tenía una o dos materias menos por la reválida, pero a mí la verdad es que el Derecho no me interesaba, sobre todo el Derecho Privado, a mí lo que me interesaba era todo el Derecho Constitucional y Administrativo, Filosofía del Derecho. Tuve mucha suerte en el primer año, porque el primer profesor que tuve de Derecho Constitucional fue Antonio Moles Caubet, que era una maravilla. Él es la persona con la cual he aprendido más Derecho Constitucional, una persona extraordinaria, una persona difícil, no era fácil como profesor, pero la sabiduría que tenía y la capacidad de formar al que tuviera interés eran extraordinarias. Tuve la suerte de que me dio Derecho Constitucional el primer año, Derecho Administrativo el segundo año y Derecho Administrativo el tercer año, o sea, estuve tres años con él. Además, Moles vivía en Las Fuentes de El Paraíso, donde vivían mis padres.
Eso le iba a preguntar, ¿sus padres seguían aquí?
Estaban aquí, mi madre era maestra y aquí dio clases en secundaria y también dio clases de comercio, materias de comercio, y mi padre era comerciante en España.
¿Ellos se quedaron en Venezuela o regresaron?
Aquí se quedaron y murieron aquí, mi hermana también murió aquí, hace bastante tiempo, porque le dio cáncer, se casó aquí, tengo sobrinas que tienen a la vez hijas. Siempre habían vivido en Las Fuentes de El Paraíso. Allí vivía Moles y muy cerca García Bacca.
¿Y al graduarse entra a dar clases en la Central y en el Instituto de Ciencias Políticas?
Como lo que me interesaba eran las ciencias políticas, resulta que en el 58, cuando cae Pérez Jiménez, la Facultad de Derecho decide fundar el Instituto de Estudios Políticos trayendo a Manuel García Pelayo. Lo trajo Moles. Él estaba en la Universidad de Puerto Rico. Había tenido una brillante carrera de joven en España y se consideraba un promisor futuro catedrático, que trabajaba Filosofía del Derecho, y cuando vino la guerra escogió la República, y eso fue la condenación de su futuro académico español, derrotado, fue a la cárcel, a un campo de concentración, estuvo poco tiempo porque no tenía implicaciones políticas y salió con la carrera futura destrozada. Se dedicó entonces a dar clases particulares para los que querían presentar oposiciones de diplomáticos, se ganaba la vida dando clases y haciendo traducciones, pero tenía la carrera cerrada en España.
Entonces, se debió ir de España hacia el año 50, pero se fue a Buenos Aires donde estuvo muy poco tiempo, no estaba muy conforme, ni tenía allí una posibilidad de carrera universitaria, y le ofrecieron un puesto permanente en la Universidad de Puerto Rico y aceptó, y en Puerto Rico estuvo cuatro años, pero García Pelayo había escrito libros importantísimos como era, por ejemplo, su Derecho Constitucional Comparado, que se le considera un clásico todavía.
Se fue a Puerto Rico, pues, y estuvo cuatro años y entretanto cae Pérez Jiménez, la Facultad de Derecho decide formar un Instituto de Estudios Políticos, como primer paso para crear luego la Escuela de Estudios Políticos. A través de Moles se contactó a García Pelayo y se lo trae aquí. García Pelayo viene aquí a finales del 58, y en cuanto vi que se abrían los cursos me metí en todos los seminarios que daba García Pelayo y naturalmente me conoció.
¿A usted no le pasaba por la cabeza regresar a España?
Sí.
Porque no tenía problemas políticos propiamente.
Absolutamente no, eran problemas económicos, mis padres se vinieron aquí como se decía a «hacer América», pensando que íbamos a ser ricos, no fueron nunca ricos, llevaron una vida de clase media…
Pero una buena vida.
Sí, y pudieron educarme a mí. Entonces ellos pensaban siempre que algún día íbamos a volver a España, pero cuando en la medida en que, en el caso mío, uno se va socializando con el país, acostumbrándose, interesándose incluso por la política como fue en mi caso, llega un momento en que, sin decidirlo, uno tiene claro que no va a volver.
¿Y no ha pasado temporadas largas allá?
Pasé una temporada de un año cuando tuve un problema de depresión, estuve muy mal psíquicamente, eso tuvo que ver con mi primer matrimonio y pasé un año allí y al año me vine.
La España que usted deja no tiene nada que ver con la de hoy.
Absolutamente nada.
¿Tiene tiempo que no va?
Sí, ahora tengo como diez años que no voy.
¿Y cómo observa usted el proceso político español, esa transición, cómo le parece que la resolvieron?
Ellos la resolvieron de maravilla. Yo juraba que eso no iba a tener éxito, quizás porque conozco a la gente muy a fondo y conozco a la gente que ha hecho la guerra de un bando y del otro, que son igual de bárbaros, son igual de salvajes. Claro, lo que pasa es que uno decía, ese país no puede tener una convivencia democrática, pero afortunadamente me equivoqué.
Realmente ese proceso fue asombroso, yo también confieso que cuesta trabajo entender cómo salió tan bien en ese momento.
Ahora que estamos hablando de españoles, ¿conoció a García Pelayo?
No, no lo conocí.
¿A Nuño?
A Nuño lo conocí mucho.
Tanto él como García Pelayo eran personas interesantísimas, inteligentísimas, pero lo menos cívicas del mundo, incapaces de tener civilidad con otros. Todos ellos eran así.
¿Incluso García Bacca?
No, García Bacca no era así. Moles era el «bon vivant» de los burgueses, liberal en el buen sentido de la palabra, pero todos ellos eran de carácter fortísimo, hostiles.
Y acerca de la ciencia política en España, ¿ha seguido su desarrollo, hay algunos autores que le parezcan interesantes?
Digamos que se han modernizado, porque estaban muy mal, las ciencias políticas en España estaban en cero. Había buenos historiadores de la política, unos muy buenos, fuera totalmente de lo que es la realidad, incluso con respecto a Europa. Ahora se ha modernizado, ya hay algunos autores que pueden presentarse sin tener vergüenza en el contexto europeo, nunca tienen el desarrollo que tienen, por ejemplo, en Estados Unidos, pero ahora está a un grado moderno.
¿Y aquí hemos tenido dificultades en los últimos tiempos o el desarrollo de la ciencia política aquí está bien, en general?
Hay que pensar que aquí empezó de cero, porque lo que había era Derecho, Derecho Público.
Son apenas cuarenta años.
Sin duda que García Pelayo fue decisivo y yo creo que sí ha mejorado muchísimo. Cuando uno ve mi currículo, las cosas que yo he escrito, muchos se extrañan de la cantidad de temas que he escrito, estaba todo por crear, ahora no, ahora de cualquier cosa hay una bibliografía, no sólo extranjera, que antes era americana nada más, ahora hay una bibliografía importante venezolana.
¿Quiénes comenzaron trabajando con García Pelayo?
En el primer grupo estaban dos personas que trajo de España García Pelayo: Francisco Rubio y Pedro Bravo. Francisco Rubio volvió a España, y ha sido presidente del Tribunal Supremo de Justicia, ha sido catedrático y es una persona muy prestigiosa allá. Había algunos venezolanos como Demetrio Boersner en Relaciones Internacionales y estuvo Ramón Escovar Salom, pero se llevó mal con García Pelayo.
Luego empezamos a entrar algunos muchachos. Uno que entró conmigo fue José Brito González, venezolano, que también tenía mucho interés por las ideas políticas. Bastante después vino Humberto Njaim, que había estudiado en la UCAB y luego se había ido a Alemania, yo creo que Njaim vino aquí en el 65.
Y después creo que entraron Andrés Stambouli, Ricardo Combellas y Diego Bautista Urbaneja.
Todos ellos entraron siendo yo integrante del Instituto. Les examiné a ellos, yo era un profesor como cualquier otro, pero García Pelayo nos ponía a nosotros a seleccionar, a hacer las pruebas de admisión.
Y entonces usted desarrolla su vida académica, de investigador, en el Instituto, se jubila y pasa a IDEA.
Exactamente.
¿Quién lo invita a ir a IDEA, Luis Castro Leiva o Ernesto Mayz Vallenilla?
Luis nos lleva a mí, a Mayz y a Carlos Cruz Diez.
¿Luis había sido alumno suyo?
No. Yo conocí a Luis cuando él acababa de regresar de hacer sus cursos en París, que eso debió ser en el 65, si mal no recuerdo, y era muy amigo de Rogelio Pérez Perdomo, quien me lo presentó. Todo el mundo me hablaba muy bien de Luis, yo no lo conocía, recuerdo que al principio tenía una cierta prevención, que fue inmediatamente disipada con el comportamiento de Luis, no sólo por su comportamiento humano, sino por su inteligencia. Luis es la persona que a la edad que tenía entonces, 25 años, o algo así, a mi más me ha impresionado por su inteligencia, sin exageraciones.
Entonces le conocí y como teníamos muchos intereses filosóficos y políticos comunes, estábamos siempre comentando, intercambiando ideas, y ayudándonos mutuamente. Luego se fue a Inglaterra a hacer el doctorado, tuvimos siempre muy buenas relaciones y cuando regresó e ingresó a IDEA a través de Raimundo Villegas, que fue quien lo llevó, me pidieron a mí y a otras personas recomendación, claro, hicimos grandes elogios y entró Luis. Yo le decía a Luis que veía mal lo de IDEA, no veía la viabilidad de eso. Recuerde que era un proyecto de los Villegas con Luis Herrera Campíns, y cuando vuelven los adecos se pensó que iban a acabar con IDEA, pero llegaron a un arreglo, y el acuerdo fue nombrar a Luis presidente de IDEA. El problema es que era un Instituto que tenía una oligarquía que manejaba eso, la oligarquía eran los profesores titulares que eran vitalicios…
¿Los Villegas?
Los tres hermanos Villegas, más la esposa de uno de ellos, y unos amigos de los Villegas, y los adecos no querían eso. Entonces, parece que el arreglo fue nombrar a Luis presidente y cambiar la estructura interna metiendo profesores que no fueran Villegas y no fueran copeyanos. Entonces parece que el acuerdo que hizo Luis con Carmelo Lauría fue meternos a Mayz Vallenilla y a mí, contando con que los Villegas iban a votar a favor de nuestra incorporación, y así fue.
¿IDEA ha pasado por momentos difíciles?
Es que el proyecto de IDEA en un país en las condiciones de Venezuela es difícil, quizás si hubiera seguido toda la época de la bonanza petrolera, sin límite, podía llegar a algo, pero es muy difícil en un país que no tiene tradición intelectual.
Por cierto, hace poco leí un ensayo suyo muy bueno en SIC, donde demuestra la existencia de un golpe de Estado el 11 de abril, me pareció muy interesante. ¿Eso forma parte de un libro?
No, no, eso forma parte de mi preocupación constante por lo que está pasando en Venezuela. Me ha interesado muchísimo el proverbio «vox populi, vox dei» porque es un proverbio muy antiguo, se repite, y además le digo así, entre nos, que yo creo que tiene algo de verdad, tiene al menos una pizca, una punta de sal de verdad. Y el libro que estoy escribiendo parte de allí para revisar la historia de la Venezuela de los últimos cuarenta años.
Pues lo esperamos, hace falta.

Fuente: http://prodavinci.com/2009/07/13/desarrollo/juan-carlos-rey-y-el-rigor-de-la-ciencia-politica/

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