sábado, 28 de junio de 2014

POPULISMO (3)

EL NACIONAL, Caracas, 14 de junio de 1998
Cómo será el próximo Presidente
Luis Britto García

1
En Venezuela la diferencia más palpable entre régimen y régimen es la alternación entre fases maníacas y depresivas de un mismo populismo verdadero. Comencemos por Cipriano Castro. Discursero, valseador, siete machos, pipí de oro, en nueve años escasos de gobierno el compadre encarceló banqueros, expulsó compañías asfalteras, encarceló periodistas, contrajo deuda, acabó con los caudillos locales, y resistió el bloqueo de Inglaterra, Prusia e Italia al grito de "La planta insolente del extranjero ha hollado el suelo sagrado de la Patria".
2
A cada maníaco lo sucede el populista depresivo que se merece: ¿qué no era populista el Benemérito? Saque usted la cuenta: refranero, mujeriego, gallero, iletrado, encarcelador de periodistas, devorador de condumio andino, clausurador de universidades. Pero como lo populista no quita lo depresivo, Gómez además era: enemigo del tuteo, amigo de los empresarios extranjeros y callado al extremo de que sus discursos completos se resumen -en orden alfabético- en el Anjá y el Umjú. Valido de tan preclaras dotes el Benemérito nos mandó veintisiete años de una depresividad tal, que al fin de ellos estaba pagada la Deuda pública.
3
Ya habrá comprendido el astuto lector que los gobernantes maníacos o depresivos, como las desgracias, nunca llegan solos. Al estilo de las llaves hípicas o los hits musicales en las radio, vienen ligaditos. Más depresivo que El Benemérito resultó Gómez II, es decir, el general Eleazar López Contreras: recomendó Calma y Cordura, suspendió garantías, encarceló periodistas, reprimió huelgas, tiroteó manifestantes, encarceló opositores y gracias a todas esas actividades quedó como Precursor de la Democracia, ya que tales iniciativas son muy propias de todo Precursor, cuando no de toda Democracia.
4
La doble depre gomecista-lopecista abre paso a la inevitable fase maníaca inmediata que inaugura Isaías Medina Angarita, también general, aunque no lo parecía. Dio libertad de prensa y de partidos, andaba solo por la calle, se rascaba con los poetas opositores y en su mensaje de Año Nuevo decía que "en esta noche, en ningún hogar venezolano se llora por mi causa". Prosiguió la exaltación con Betancourt, quien tenía verba multisápida, censura de prensa sicofante, batidas de pipa conchupantes, condumio guatireño, oratoria jacobina y empresarios rockefellerianos.
5
Demasiado. El péndulo de la historia nos largó otro doble tequichazo depresivo, que cortó en flor la apenas alboreante presidencia de Gallegos, para instalarnos a Delgado Chalbaud, un coronel que sabía de arte abstracto, cantaba les feuilles mortes y tenía cara de mártir desde chiquito. Culminó la melancolía con Pérez Jiménez, quien encarcelaba periodistas, le ponía matrícula a las universidades, leía estadísticas en televisión y hacía desfilar a los empleados públicos y a la Virgen de Coromoto al compás de banda militar.
6
La inmediata fase maníaca del populismo fue inaugurada por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, con las siguientes connotaciones de bochinche: su gobierno sale de una insurrección popular; lo llaman Guolfan, besa viejitas, usa liquiliqui, toca cuatro y subsidia a los desempleados. No se le queda atrás su ligadito Betancourt: llora al asumir el mando, transfiere el subsidio de los desempleados a los empresarios, dispara primero y averigua después, cierra universidades, encarcela periodistas, se le encoge el corazón al oír los disparos en la alta noche, ni renuncia ni lo renuncian, dispara primero y averigua después y se embriaga con el licor capitoso de la epopeya ¡Una guará!
7
La guachafita encuentra su afrentoso tatequieto en la siguiente década, enlutada por el populismo depresivo de los ligaditos Raúl Leoni-Rafael Caldera. Mudo el uno y pico de plata el otro; calvo el uno y engominado el otro; fundador de Teatros de Operaciones el uno y cerrador de universidades el otro; dador de créditos para empresarios el uno y protector de magnates el otro; censurador de periodistas el uno y censurador de cuanto Dios crió el otro, el profundo respeto que nos merecen no quita que igual fastidio nos produjeran las bodas colectivas inspiradas por el uno y la prohibición de El último tango en París excogitada por el otro.
8
Tras aquél soponcio de diez años, el país estaba maduro para el sálvese quien pueda del Dúo Dinámico Carlos Andrés Pérez -Luis Herrera Campins. Jamás sabremos si era más maniático que populista el que brincaba charcos, endeudaba al país, creaba Maravenes y Lagovenes, censuraba periodistas y regalaba barcos para países sin mar; así como nunca distinguiremos si era más populista que maniático quien inauguraba galleras, endeudaba el país, proyectaba entregas de Golfo, censuraba periodistas, indultaba parientes hampones, incendiaba archivos e inventaba Días de Parada aldeanos, refranes sanchopancescos y superministros perintanfláuticos.
9
El Viernes Negro abrió un paréntesis (ojalá que fuera sólo un paréntesis) depresivo, ocupado de inmediato por El Presidente que es como Tú, suponiendo que Tú llores en cámara, sonrías nerviosamente entre palabra y palabra, censures periodistas, reconozcas Deuda Externa ilegal y te dejes engañar por la Banca. Así como Rómulo y Luis Herrera dominaban el difícil arte de suscitar la inventiva, Jaime tenía el don de provocar pena ajena.
Resumo la historia inmediata, por conocida. La coronación de Pérez es un arrebato maníaco que naufraga en la depresividad terminal de quienes siguen. Gracias a ellos sabemos que Presidente repetido vale por dos y que lo malo, si largo, dos veces malo.
Para conocer nuestro futuro político no hay entonces que consultar las encuestas, sino los siquiatras. El mandatario no es la enfermedad, sino el síntoma.

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