martes, 21 de enero de 2014

23-E (II)

23-E militar (esbozo)
Luis Barragán


De nuevo,  tendemos a reducir los consabidos eventos del 23 de Enero de 1958 a un golpe de Estado, siendo – por lo menos – escasas las referencias de profundidad en relación al ámbito estrictamente castrense de entonces. Una aproximación, no cabe duda alguna de su decisiva participación en el desenlace de la crisis, pero ella no ha gozado de la precisión alcanzada en  otros ámbitos, como el económico en el que, por cierto,  no contaba con  la  gravedad conquistada en las etapas inmediatamente posteriores, aunque la anunciase.

Tiene razón Ramírez Faría al asumir a la otrora entidad armada como un mundo “propio y poderoso en la vida nacional”, capitalizadas las transformaciones que experimentó a partir de 1945.  Actualizándola, encarnó la conocida tesis del gendarme necesario – a nuestro juicio – delegada en Marcos Pérez Jiménez, en el adicional contexto de un redimensionamiento de objetivos que pasaron por la preocupación e impulso de las industrias militares y una diferente visión estratégica, incidentes en la formación académica y en el programa de adquisiciones, según lo expuesto por  Rincón N.

El consabido alzamiento del primero de enero de 1958, sinceró no sólo el rompimiento de las tantas veces proclamada unidad interior de las Fuerzas Armadas, sino asomó el  otro período en sus relaciones con el poder civil que, referido por Machillanda, acepta sociológicamente un enfoque como mito, partido o grupo de presión, por no mencionar el imaginario clausewitziano, profesional o político-real que puede distinguirlas. Por lo pronto, suscribimos la idea de un equipamiento, modernización y profesionalización que la contradijo como soporte institucional de un  régimen ya emboscado por el plebiscito de diciembre próximo pasado, según la prédica doctrinaria que popularizó Vallenilla Lanz a través de sus notas de prensa.

El liderazgo de las Fuerzas Armadas también concursaba en el complejo y eficaz entramado de negocios de la dictadura pretoriana corporativa, según la caracterización de Irwin.  Marcando una distinción de ventajas entre la superior y la subalterna, coincidiendo con el cambio cualitativo de la oficialidad respecto a la década de los cuarenta,  provocó una inevitable  pérdida de la disciplina que le era inherente, comprometida cada vez más en tareas de represión que naturalmente se revirtieron, siendo objeto de un seguimiento, control y acoso de sus miembros.

El a veces incomprendido fracaso de una sublevación convertida en la comedia que tuvo por epicentro la ciudad de Los Teques, destino de los blindados que partieron desde Caracas, renunciando a Miraflores,  adquiere para Ramírez Faría visos de una “suerte de huelga castrense de brazos caídos” para forzar la renuncia de Pérez Jiménez.  Particular interpretación de un suceso que estratégicamente buscaba auspiciar el levantamiento de las unidades más fuertes de la ciudad capital, alegadas por el teniente coronel Hugo Trejo – su líder –  las limitaciones de que caracterizaron la intentona.

Indicativo de la dislocación que produjeron hechos tan sorpresivos, muy apenas amainados por el empeño gubernamental de ofrecer y celebrar el normal desarrollo del país accidentalmente trastocado, en el elenco de las detenciones que generó, destaca la del fiel general Hugo Fuentes, confundido con Trejo por la intercepción de una llamada telefónica. Los servicios de inteligencia, debido al hermetismo de los conjurados, no sólo se vieron imposibilitados de prever el acontecimiento, sino que traspapelaron a sus protagonistas.


Manifestación del gendarme necesario, la  institución armada sufrió de agudas tensiones  de las que muy luego se supieron,  a la expectativa de la sucesión presidencial más que del retorno a la democracia. Valga acotar, ya es tiempo de levantar la censura respecto a la  documentación castrense de entonces, si es que ha sobrevivido a los avatares de todas las décadas ulteriores, y, además, si fuere el caso, para saber de clases y fracciones de clase que explique su predominio, en los términos de Carranza, autor  ideológicamente cercano al régimen hoy prevaleciente en Venezuela.

En la Escuela Militar se perfiló otra corriente también merecedora de una mayor atención histórica y politológica, hipotéticamente equivalente a la Junta Patriótica. Ciertamente, versamos sobre una oficialidad sin tropa que tuvo el mérito de percibir e identificar las diferentes manifestaciones subversivas, intento el acontecimiento definitivo, amén de contactar a la dirigencia civil como ocurrió a finales de 1957 cuando el teniente José Luis Fernández – miembro del cuerpo docente – enlazó con Oscar Centeno Lusinchi, cuya farmacia fue escenario de numerosos encuentros de ambos sectores.

Descartado la aprehensión o el magnicidio, con motivo de un público acto inaugural, prontamente maduraron las contradicciones en el seno de la oficialidad.  No era fácil cumplimentar los resultados del plebiscito, abriéndose también el juego de las ambiciones.

Indicado por Schaposnik, constituyó una política de Pérez Jiménez la de racionar las municiones básicas, concediendo únicamente las indispensables a los comandos tácticos, y, como deducimos, la de cortejar a las Fuerzas Armadas e imponer la férrea  autoridad jerárquica,  simultáneamente. No descartemos la ventaja de una constante promoción profesional que incluía las facilidades para realizar sendos cursos de perfeccionamiento en el exterior, dado el contexto de la llamada Guerra Fría que así lo aconsejaban.  Sin embargo, después del aludido alzamiento,  ya no daría tiempo para reformular una agenda que se hizo súbita y asombrosamente intensa al pisar  1958.

Para el 2 de enero, hay un primer paro de la prensa y manifestaciones concretas de malestar en la Marina de Guerra. El 3, ya se evidencia el descontento popular que los debilitados partidos políticos aguijonean  – reivindicándose -  con una decidida, tenaz y común voluntad, como no lo lograron en tiempos anteriores. Y, para el día siguiente, medio millón de volantes  enfatizan la calle con el ánimo de preparar la conclusiva huelga general contra la dictadura, surgiendo un manifiesto de título revelador en torno a la división de las Fuerzas Armadas, tan supeditadas al ministerio de Relaciones Interiores y a la Seguridad Nacional: “Pueblo y Ejército Unidos contra la Usurpación”.

Para el día 5, son numerosos los oficiales detenidos, como los manifiestos anti-gubernamentales suscritos por los gremios estudiantiles, profesionales, obreros, etc. El 9, por cierto, declinando algunas personalidades invitadas, hay un cambio del Gabinete Ejecutivo, militarizados siete despachos y la gobernación del Distrito Federal.

El jefe del Estado Mayor, general Rómulo Fernández, le ha exigido a Pérez Jiménez la salida de Vallenilla Lanz como ministro de Relaciones Interiores y la de Pedro Estrada como director de la Seguridad Nacional, en un pliego de peticiones aceptado  que lo catapulta al ministerio de la Defensa. No tardará el dictador en llamarlo  a su despacho, donde pernoctaba,  a través del Jefe de la Casa Militar, Alberto Paoli Chalbaud,  junto a Roberto Casanova, requerido – además – de la información que ha de brindar sobre el coronel J.M. Pérez Morales, predestinado a la agregaduría militar en Brasil,  pero es detenido y remitido a Santo Domingo, vía La Carlota: Pérez Jiménez y Luis Felipe LLovera Páez  escenifican el “diálogo de la agonía”, en un despacho presidencial preñado de susurros.

El presidente de la República  ha reservado y asumido personalmente la cartera de Defensa, celebrado el contra-golpe preventivo que descartó inmediatamente la sucesión en cabeza de sus predilectos, y para el 10 de enero  protestan alrededor de cinco mil personas en el centro de la ciudad capital, escenificándose duros combates con la policía en los sectores populares. Otros gremios y personalidades, incluyendo al sector empresarial, avalan los nuevos manifiestos empuñados sobre el asfalto que espera todavía por la masiva intervención militar para desolarlo.

En horas posteriores,  asciende el contralmirante Wolfgang Larrazábal como comandante de la Marina en la que ha anidado en demasía el malestar, agitándose la universidad y los liceos al compás de los comités cívico-patrióticos que se conforman, hasta llegar al cívico-militar que ha insuflado la Junta Patriótica. Detenciones llamativas, como la de Arturo Uslar Pietri, ejemplifica la animosidad que surge y  vincula a los más diversos sectores que alcanza el interior del país, recibiendo  las delegaciones de una  Junta Patriótica decidida a la huelga general para el día 21.

La liberación de los sacerdotes que colaboran con el diario La Religión, añadido J.M. Hernández Chapellín,  confirma la postura que la Iglesia Católica ha asumido más nítidamente desde la Carta Pastoral que suscribiera en mayo de 1957.  Antes impensables, detenciones que explican una postura probablemente discutida en reuniones como la más reciente de la Conferencia Canónica.

La prensa se para y los establecimientos comerciales cierran, con los toques de corneta y el tañido de las campanas de las iglesias que, a nuestro juicio, maliciosamente, Vladimir Acosta tilda de oportunista. Una anécdota de Tamayo Suárez ilustra la predisposición reinante en el seno de la entidad armada, pues, el coronel Carlos Luis Araque llamó al teniente coronel Miguel Ángel Nieto para indagar sobre la postura del comandante Carlos Gómez- Calcaño, y Nieto responde: “Oiga, Araque,  no es Gómez-Calcaño quien anda en actividades subversivas, soy yo quien está sublevado”.

Informado de las adversidades que agudizan la Marina y la Guarnición de Caracas, la noche del 22 Pérez Jiménez decide huir.  El desbordamiento de las calles, movilizada la dirigencia partidista con la inequívoca decisión de propulsarla,  constituye un dique para las tensiones militares que genera la sucesión, optando por el oficial de mayor rango y antigüedad, Larrazábal, por cierto, ajeno a la gestación política del suceso, y a quien el coronel Carlos Pulido Barreto, tiempo después, descalificará mediante un documento público.

La alta oficialidad de las distintas fuerzas delibera en la sede de la Escuela Militar de La Planicie, intentando el criterio común que le es necesario, restándole consistencia a la simple fórmula de un golpe de Estado que, por si faltara poco, ya depende de la intensa movilización política y social de la calle que no puede aplastar de un cañonazo.   Pérez Jiménez acató el consejo de no enviarle el batallón Bolívar al lugar donde confluyen todas las tendencias militares que saben de la imposibilidad de un golpe de mano, añadido Pulido Barreto,  quien – apuntemos –pudo tentarlo en el  momento en el que fue el oficial de  más alta jerarquía que tuvo las fuerzas y el control del Palacio de Miraflores.

La asamblea apuesta por el oficial de más antigüedad y jerarquía  para presidir una Junta Militar, ciertamente, aunque no la podrá finalmente imponer, trastocada en Junta de Gobierno con una naturaleza y características quizá insospechadas. Señala Ramírez Faría: “Derrocar a MPJ no iba a resultar la acción fulminante que se había contemplado. Y quizá resultó mejor que así fuera. Un golpe estrictamente militar, es decir, sin aporte alguno de la población civil, a lo mejor hubiese desencadenado años de enguerrillamiento y de rivalidades entre jefes militares ambiciosos, entre las diversas ramas de las fuerzas armadas, y quizás hasta entre unidades poderosas”.

Peculiar suceso  para las Fuerzas Armadas, ya que – en su seno – las corrientes favorables al status quo inmediatamente se repliegan, buscando el reacomodo frente a las tendencias contrapuestas,  como las representadas por J.M. Castro León y Hugo Trejo.  La insurgencia civil da muestra del calibre alcanzado,  propiciando la salida de la inicial Junta Militar de los oficiales Roberto Casanova y Abel Romero Villate, reemplazados por los empresarios  Blas Lamberti y Eugenio Mendoza, aunque no logra disipar completamente la desconfianza hacia los partidos. 

Necesario esfuerzo de equilibrio al iniciar la transición, cohabitan oficiales que después desempeñarán roles tan dispares como peligrosos. Volvemos a Ramírez Faría, autor libre de toda sospecha reaccionaria:  “Los puestos de mando no sufrieron modificaciones. Hubiera sido un grave riesgo para el mantenimiento de la autoridad del Estado, para la vida misma de la sociedad, haber intentado cambios radicales y bruscos. A mayor abundamiento, en la confusión reinante, nadie era partidario de semejantes cambios”.

En el restablecimiento del orden institucional, no cupieron Casanova, Romero Villate, Tamayo o el propio Fernández, quien pretendió esgrimir sus tardías  credenciales  como opositor al régimen depuesto. Sobrevendrá un proceso duro y difícil de reacomodo en la corporación castrense, afrontando desafíos que esa y la otra  oficialidad quizá nunca imaginó.

Referencias: Acosta, Vladimir (2011) “23 de enero de 1958: Derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez”, en:  https://www.youtube.com/watch?v=MTfFgGwWMUg   ; Carranza, Mario Esteban (1978) “Fuerzas Armadas y Estado de Excepción en América Latina”, Siglo XXI, México; González Abreu, Manuel (1997) “Auge y caída del perezjimenismo”, UCV, Caracas; Irwin, Domingo (2013), en: “El incesto republicano”, Nuevos Aires, Caracas; Machillanda, José (2010) “Del profesionalismo militar a la milicia”, Italgráfica, Caracas;    Matute-Bravo, Mario (1997) “Ginger y Fred, Abel Romero Villate”, 2001, 29/01; Plaza, Helena (1978) “El 23 de Enero de 1958”, Garbizu & Todtmann, Caracas; Ramírez Faría, Carlos (1978) “La democracia petrolera”, El Cid, Buenos Aires;  Rincón N., Freddy (1982) “El Nuevo Ideal Nacional y los planes Económico-Militares de Pérez Jiménez 1952-1957”, Centauro, Caracas;  S/a (1957) “Conferencia Canónica del Episcopado Patrio”, La Religión, Caracas,  11/06;  S/a (1965) “¿Qué se hicieron los militares del 18 de Octubre?”, Momento, Caracas, 31/10; Sánchez, Laura (1992) Entrevista a Hugo Trejo, en: http://www.radiomundial.com.ve/node/227505; Schaposnik, Eduardo C. (1985) “La democratización de las Fuerzas Armadas Venezolanas”, ILDIS-FGB, Caracas;  Tamayo Suárez, Oscar (1963) “Cómo fue derrocado Pérez Jiménez”, Élite, Caracas, 07/09; Vallenilla Lanz, Laureano (1955 ) “(RH)Editoriales de ‘El Heraldo’”, El Heraldo, Caracas.

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1409435.asp

 

Post scríptum LB: Quizá porque está en sus confines, luce imposible hallar una iconografía mínima o completa de los derrotados el 23-E, incluyendo aalgunos de los victoriosos. Barridos de la memoria colectiva, en la que apenas despuntan dos o tres nombres de los victoriosos, obliga a las viejas publicaciones para encontrar las imágenes de quienes fueron o pudieron ser lo suficientemente familiares en la Venezuela de la década de los cincuenta. Incluso, se nos antoja inexplicable, Venezuela Analítica recurre a la oferta googliana, reiterando una de las gráficas más cotizadas, desaprovechando las que les enviamos.

En la muestra tenemos, entre otros, a  Rómulo Fernández,  Hugo Fuentes (de quien se dijo presidía el partido OPINA a mediados de los sesenta),  Hugo Trejo; Oscar Tamayo Suárez; Antonio de La Rosa. Éstas y otras gráficas que siguen,  las tomamos de  Élite, Caracas, 1980 del 07/09/63; Momento, Caracas, nr. 485 del 31/10/1965. Agregamos una muestra adicional:

Teniente-coroneles Miguel Ángel Nieto Bastos, Comandante de las Fuerzas Armadas de Cooperación, y Adolfo Ramírez Torres  (El Nacional, Caracas, 28/01/1958)
(Últimas Noticias, Caracas, 28/01/1958)

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