domingo, 22 de diciembre de 2013

ESCAPULARIOS AJENOS

Manipulación y extemporaneidad
Luis Barragán


Nos identificamos profundamente con las posturas de Francisco I, al que hemos descubierto progresivamente, un dato inevitable, en medio de la vastedad del desafío de actualización del mensaje cristiano. No obstante, como suele ocurrir en este y otros casos, es necesaria la precaución, pues, también se convierte en presa fácil de determinados intereses de poder, como ocurre en Venezuela.

A título de inventario, soslayando circunstancias concretas que no desean explicar, como la audiencia concedida a Henrique Capriles, el régimen venezolano aprovecha el filón anticapitalista de las críticas del Papa, por lo demás, consecuente con la Enseñanza Social de la Iglesia. E, incluso, un ilustrador respetado como Peli, quien desde hace rato ha cruzado las fronteras del burdo panfleto sectario, lo convierte en portavoz del comunismo que, dejando que los hechos hablen poco a poco, teme tanto en denominarse exactamente como lo que es.

Un recurso tan simplista, de soporífero cuño propagandista, es propio de los regímenes que intentan administrar preventivamente ciertos fenómenos que escapan de sus dominios, amortiguando el probable impacto de sus impredecibles consecuencias. Peor todavía, un recurso que expresa la demoledora maquinaria publicitaria, intimidatoria y hasta demencial, que pretende resignificar términos tan caros como el amor, vapuleándolos hasta el colmo de la alienación que ni Erich Fromm podría aliviar. Sin embargo, nada gratuita es la entrega de otras ilustraciones en las que Bergoglio carga con el supuesto argumento.

En efecto, en una de ellas, lo fuerzan como identificador del problema real: no es el marxismo, sino el capitalismo. Y los nada inocentes trazos pueden incursionar e incursionan, en los suburbios emocionales del lector que jurará la sentencia con una dignidad de encíclica.

Podemos coincidir en un diagnóstico de la actualidad, pero ese marxismo guevarista, típico de la década de los sesenta, procura a todo trance relevarnos del siguiente paso. Vale decir, legitimándolo, está tan mal la cosa que justifica cualquier reemplazo, incluyendo – y Venezuela lo demuestra – la franca y desvergonzada extemporaneidad de un marxismo de guerra fría, de categorías inmóviles, acrítico hasta la pared del frente.

Sumemos un par de contrapuestas vicisitudes, pues, por una parte, apenas ascendió a la dirección vaticana, inmediatamente expusieron al argentino como un eximio colaborador de las viejas dictaduras, callando cuando surgieron testimonios que lo desmentía. Y, por otra, apropiándose del mensaje que dice darles una legitimidad moral, al disidente del régimen lo colocan en la acera contraria de los dos mil años de vida eclesial que pretendidamente ocupan.

Acá, se impone la sabiduría popular por aquello de más papistas que el Papa. No existe escrúpulos a la hora de intentar confiscar la creencia ajena, rellenando las enflaquecidas consignas con otros escapularios.
Ilustración: Dalia Ferreira.

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