viernes, 29 de noviembre de 2013

A PROPÓSITO DEL 62 ANIVERSARIO DEL FRAUDE PLEBISCITARIO

EL NACIONAL, Caracas, 13 de septiembre de 1998
PAPEL LITERARIO
El valor de los actos postreros
JESUS SANOJA HERNANDEZ

Rivas Dugarte, esta vez con la ayuda de Gladys García Riera, ha entregado otra valiosísima investigación acerca de escritores venezolanos de renombre. Primero fue la recopilación bibliográfica de Blanco Fombona, luego la de Picón Salas, más tarde la de Andrés Eloy Blanco y ahora es la que acertadamente ha denominado Fuentes documentales para el estudio de Mario Briceño-Iragorry. Materiales éstos donde muy poco falta para ser completos.
En la sección cronológica Rivas Dugarte y García Riera, profesora del Pedagógico que cuenta con investigaciones sobre Meneses y Teresa de la Parra, anotan en el año 1950: "Julio. Presenta por cuarta vez su renuncia a la Embajada de Bogotá, motivada a su desagrado con un régimen que venía incumpliendo el ofrecimiento de dar los pasos necesarios para el restablecimiento de la institucionalidad. La renuncia es aceptada".
Comenzaba así el último período en la vida de Briceño Iragorry: agónico en el sentido unamuniano, responsable en el sentido intelectual, ejemplificante en el sentido ético. Muy corto para tanta obra y pasiones tan abundantes. Fueron ocho años que saldaron cuentas con su país, saltando de la época colonial, a la que había examinado con amorosa dedicación, al presente de "la patria" sometida a la dictadura militar y a la dependencia cultural. Artículos, folletos y libros se acumularon en aquellos años 50 cuyo fin no logró ver, pero sí la caída del régimen al cual tanto atacó, yendo a las raíces de nuestra historia.
Muchas veces he citado expresión suya que, por lo demás, constituyó una definición de aquel acto de conciencia de 1950, luego ratificado con sus meditaciones de combate y destierro: "En el orden de la política, como en el orden teológico de la salvación, sólo valen los actos postreros". Y apuntaba yo en una de las oportunidades en que escribí sobre él, que dentro de su limitado, obsesivo y fecundo inventario temático, tal sentencia, incluida en La traición de los mejores, resumía el dilema del intelectual en los momentos de crisis, quiebras o rupturas.
Añadía yo que en quien estudió hasta sus socavones más profundos la formación de nuestra nacionalidad y supo simbolizar en Alonso Andrea de Ledesma el sacrificio solitario frente al extranjero pirata y depredador, en el Regente Heredia la piedad heroica y en Casa León el doloso tráfico oportunista y la antiheroicidad del reptante y envilecido, aquella frase adquiría un propósito no solamente acusatorio sino didascálico y aleccionador.
Briceño Iragorry se defendió de ciertas acusaciones que se le hicieron a raíz de su aceptación del cargo en Bogotá, al que, como se ha dicho, renunció. MBI regresó, no para callar, sino para dejar en la palabra escrita la prédica nacionalista de Alegría de la tierra y Mensaje sin destino y en la palabra hablada discursos como el que pronunció en el Nuevo Circo en 1952, cuando como candidato a la Constituyente por el DF, al lado de Jóvito Villalba, llamó a votar contra la dictadura militar y su parapeto electoral (FEI). Bueno es que hoy se sepa, no sólo que aquellas elecciones las ganó URD con su política unitaria y con valores como Briceño Iragorry, sino que tal triunfo fue desconocido por el golpe de Estado de Pérez Jiménez, dos días después. MBI optó por el exilio y durante seis años no dejó de combatir las aberraciones de la antipatria.
En diciembre de 1954, al salir de la misa en la Iglesia de las Jerónimas en Madrid, fue apaleado por esbirros de Pérez Jiménez, el mismo que desde La Moraleja atrae hoy la mirada de venezolanos sin memoria o que alegan haberla perdido a causa de la perversión de "los cuarenta años de democracia", fórmula acomodaticia para justificar un pasado irredimible y no aceptar el desafío del presente, que requiere imaginación, valor y, ante todo, resistencia a los proyectos autoritarios, cerrados al debate y a las rectificaciones. Acerca de aquel atentado, Briceño Iragorry escribió un artículo antológico, "Sangre en el rostro", publicado en El Tiempo de Bogotá y reproducido por Noticias de Venezuela en México.
En el destierro publicó obras llenas de humanismo, análisis de nuestra "crisis de pueblo" y páginas condenatorias de "la traición de los mejores" y de la corrupción oligárquica, desde Sentido y vigencia del 30 de noviembre hasta El fariseísmo bolivariano y la Anti-América, pasando por La cartera del proscrito y otros títulos de angustioso presente histórico.

EL NACIONAL, Caracas, 27 de septiembre de 1998
Cuenta de Libros
ALEXIS MARQUEZ RODRIGUEZ

A cien años de su nacimiento, el pensamiento de Mario Briceño Iragorry cobra cada día más actualidad y vigencia. A él podríamos atribuir también aquellas palabras que José Martí dijo de Cecilio Acosta: ``Previó y postvió''. Estudió el pasado, porque en él buscaba los signos que le permitiesen leer el porvenir, presente para nosotros, y aún lo que está por ocurrir en el futuro.
Vivió para escribir. Cartas, artículos, discursos y, por supuesto, libros fueron su diaria rutina, dondequiera que estuviese: en Trujillo, Mérida o Caracas, en Costa Rica o Colombia en funciones diplomáticas, en España o Italia durante su exilio bajo el terror perezjimenista, en algún otro país de manera circunstancial, siempre su oficio principal, y su pasión fue escribir. Y en todo lo que escribió dejó huella de perennidad y perdurable vigencia.
Hoy queremos destacar dos temas en que esa actualidad cobra especial relevancia. Uno es su denuncia del imperialismo. Su defensa de la soberanía nacional, tratásese del territorio, de las riquezas nacionales, de las tradiciones o de la cultura propias, fue constante. Su libro Alegría de la tierra es un hermoso elogio de la tradición alimenticia venezolana, a base de productos de nuestro suelo privilegiado, frente a su desplazamiento por costumbres y productos gastronómicos extraños a nuestro paladar y a nuestra economía.
En su infatigable denuncia de la penetración imperial fustigó sobre todo el cabrón criollo, que hace la cama al invasor: ``Más que el extranjero que aprovecha circunstancias de favor, nuestro azote nacional ha sido el pitiyanqui entreguista, el cagatinta farandulero que hizo el bufón en la fiesta de los intrusos, el andresote alquilado al interés de los contrabandistas de la dignidad nacional. Contra ellos, en Venezuela y en toda América debe ser implacable la actitud de los patriotas que aspiran a ver recuperado algún día el decoro de la gran Patria americana''. (``Dimensión y urgencia de la idea nacionalista''). ¨Habrá falta insistir en la tremenda actualidad de estas palabras, ahora que conceptos como soberanía, patriotismo y dignidad nacional se tienen por obsoletos y dinosáuricos?
Reléanse libros como El caballo de Ledesma , Mensaje sin destino , Introducción y defensa de nuestra historia o Alegría de la tierra , entre muchos otros, y se verá cuánto hay de cierto en lo que aquí decimos.
Queremos destacar también la denuncia, por Briceño Iragorry, de la dictadura de Pérez Jiménez. El fue víctima directa del terror perezjimenista, que lo alcanzó aún a la distancia del exilio, en Madrid, cuando fue agredido brutalmente por unos sicarios del déspota, un domingo, a las puertas de la iglesia de las Jerónimas. Fueron muchas las páginas que Briceño Iragorry escribió para mostrar a Venezuela y al mundo las miserias de aquella torpe y despiadada tiranía. Y su denuncia y testimonio cobran especial importancia por tratarse, no de un político resentido ni de un comecandela vociferante y comunistoide, sino de un escritor meritísimo y de un católico militante, cuya respetabilidad puede medirse por haber sido el escogido por la iglesia, en 1952, para decir el discurso de clausura de III Congreso Mariano Nacional, en Barquisimeto; lo cual no le impidió censurar la complacencia y complicidad de la jerarquía oficial del catolicismo venezolano con la vesánica dictadura.
La valiente posición antiperezjimenista de Briceño Iragorry tiene hoy especial valor, ante la glorificación que algunas personas, con evidente cinismo e inmoralidad, pretenden hacer de la dictadura, por contraste con los vicios y defectos de nuestra maltrecha democracia.
En el libro Mensaje sin destino y otros ensayos , Volumen 126 de la Biblioteca Ayacucho, los interesados pueden leer las más hermosas y aleccionadoras páginas del ahora centenario Mario Briceño Iragorry.

EL NACIONAL, Caracas, 26 de septiembre de 2002
El ideario educativo en Mario Briceño-Iragorry
Valmore Muñoz Arteaga

A don Rafael Ramón Castellanos

En la actualidad, cuando un fuerte sector educativo se ve amenazado por la retrógrada visión del mundo del Gobierno de turno, considero necesario y pertinente traer a la dinámica social el pensamiento de una de las voces más claras del siglo XX venezolano. La palabra ductora de Mario Briceño–Iragorry, así como la de otras voces antiguas de nuestra tierra, representa un acicate para las concepciones que pretenden establecerse en el sistema educativo nacional, pero que en modo alguno representan el verdadero sentir venezolanista.
En la obra de Mario Briceño–Iragorry, aunque no se manifieste algún proyecto educativo de forma orgánica; sí plantea una serie de conceptos que pueden funcionar como guías para la construcción de uno mejor que el actual. Conceptos que, ligados a los del gran patrimonio pedagógico nacional pueden constituirse en la columna vertebral de una gran proyecto de transformación social, tan anhelado por este pueblo maltrecho y herido en su espíritu colectivo.
Hay un aspecto sumamente interesante abordado por Briceño–Iragorry en su discurso pedagógico y que plantea en su Caballo de Ledesma: “Debemos enseñar a las nuevas generaciones, no el inventario de nuestros pocos aciertos, sino las caídas que han hecho imperfecta nuestra obra personal y, consiguientemente, han impedido que ésta aflore con acento redondo en el campo colectivo”. El maestro trujillano entiende que las nuevas generaciones deben ser ayudadas para construir su propio destino desde la superación de los errores pasados.
Por ello se hace imperativo concebir una profunda conciencia nacionalista que busque su fuente nutricia en las venas de nuestras fuerzas cívicas y civilistas, subyacidas, en escombros, en lo más profundo de la conciencia social. Esta conciencia nacionalista tendría que fomentarse en la alimentación de una nueva conciencia moral. Para Briceño–Iragorry, el pueblo necesita y desea que se le enseñe más que letras, conductas; cuyas bases más sólidas sean las luces de la moral, venidas a menos por el viscoso populismo sectario de los últimos 44 años de intento democrático. “En la creación de la conciencia moral se debe desterrar cualquier inclinación individualista y adoptar principios y convicciones que tengan como epicentro la promoción de una vida social fundada en la convivencia armónica” (Pedro Rosales Medrano).
Convivencia que nace de dos valores caros a la doctrina cristiana: caridad y tolerancia; virtudes que hacen vida y se sostienen en las instituciones educativas que hacen de la fe en Cristo pilar de su funcionamiento. Virtudes corroídas por los nuevos patrones de conducta que demarca la modernidad, vicio universal que intenta destruir la sensibilidad humana.
Insiste Briceño–Iragorry en la idea de que “la cultura tiene que verse en la manera de funcionar el Estado”. El Estado está en la obligación insoslayable de brindar los medios necesarios para el perfecto funcionamiento del sistema educativo. Una atención que debe ser prestada no sólo al sector público sino al privado, y entendiendo que el buen desarrollo del primero no se cimienta destruyendo o subyugando al segundo. El Estado tiene la obligación de auspiciar la transmisión de la totalidad de las manifestaciones del pensamiento universal; más aún cuando ésta afirma la libertad y la dignidad humana.
Podríamos pasar horas enteras analizando el tema educativo en la obra de Briceño–Iragorry, y las pasaremos, pero es importante que todos los sectores de la vida nacional vuelvan para orientarse desde la palabra fecunda de los fundadores de la Patria. Fundadores que forjaron su obra con la pluma y la tinta de las virtudes civilistas y que se encuentran sumergidos en la ignorancia de una historia que parece sólo entender de sables y rifles. El bolivarianismo y el nacionalismo se demuestra desde actitudes verdaderamente bolivarianas y nacionalistas...

Fotografía: Mario Briceño-Iragorry, depositando su voto para la Constituyente de 1952, aunque expulsado del país a la semana siguiente. El Nacional, Caracas, 29/11/1958.

"Mensaje sin destino" (MBI): http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/30551/1/articulo14.pdf

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