jueves, 17 de octubre de 2013

OCTUBRIEDAD (1)

EL NACIONAL - DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000 / SIETE DIAS
Historia de un golpe que sembró tempestades

El día en que Rómulo Betancourt se autoexpulsó de Acción Democrática
Esta historia se ha contado muchas veces. Es un cuento en el que no hace falta inventar nada, de tan rico y fantástico. Tiene encrucijadas en las que el pánico de un individuo, una arteria que se cierra o un disparo que se escapa desencadenan sucesos de alcance gigantesco. ¿Qué hubiera pasado si Diógenes Escalante no hubiera perdido la razón? ¿Cuál habría sido la historia del segundo medio siglo XX venezolano, si la aviación militar no se hubiera sublevado en la madrugada del 19 de octubre de 1945? Eso nunca se sabrá. Sólo queda recordar, y aprender.
La generación soliviantada
José Antonio Giacopini Zárraga siempre quiso ser militar. Su familia lo convenció para que estudiara Derecho, pero siempre permaneció cerca del ambiente castrense, sobre todo porque practicaba tiro y equitación, y así hizo muchos amigos en los cuarteles. "Me veían como un oficial sin uniforme'". Fue así como terminó involucrado: por amistad.
Giacopini, un experto en historia militar de Venezuela y actual asesor de Seconade, habla de un sustrato en las nuevas generaciones de oficiales que favoreció una actitud conspirativa. Primero, porque los oficiales de mediados del siglo XX eran producto de una institucionalización de la carrera militar, que terminó con los ejércitos caudillescos y autodidactas del siglo XIX y creó una fuerza armada bien educada, profesional, subordinada a los poderes nacionales. Luego, porque muchos de ellos habían viajado a Perú, Colombia o Estados Unidos a hacer cursos de especialización, y habían tenido ocasión de comparar la situación de los uniformados en Venezuela con la de sus vecinos. "Un teniente ganaba 16 bolívares diarios, igual que la cocinera de una quinta".
Así, muchos jóvenes oficiales comenzaron a plantearse la necesidad de mejorar su estatus, así como la de actualizar las condiciones del Ejército para enfrentar un eventual conflicto externo. Los militares que ocupaban los rangos medios, en los años 40, se habían criado en una Venezuela muy agitada, con intentonas golpistas, huelgas inéditas y rebeliones estudiantiles como la de 1928, en un clima muy crítico hacia el poder establecido y los herederos del gomecismo: Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Cuando entraron a la Escuela Militar, desde el campo civil, llevaban en sí la semilla, digamos, de la conspiración. Y algunos de ellos, como un tal Marcos Pérez Jiménez, habían sentido desde niños el inaplazable llamado del mando.
Eran tiempos en que la guerra civil en España y la Segunda Guerra Mundial hacían que se hablara mucho de temas militares. Una Era de botas, quepis y charreteras. Y en Venezuela contribuyó a sembrar tempestades. Al principio no pasaba de una murmuración entre amigos. Pero el zumbido no sólo subió de tono, sino que se organizó: en 1944, el entonces capitán Marcos Pérez Jiménez congregó a su alrededor a los oficiales formados en Perú, y luego a los otros "murmuradores", y armó la Unión Militar Patriótica, con cúpula de mando, exposición de motivos, juramentaciones (sin Samán de Güere) y hasta programa.
La cautela de Betancourt
En este punto del cuento empieza a gestarse el golpe. "A principios de junio de 1945, Pérez Jiménez fue a mi oficina y me preguntó si yo conocía a 'esa gente de Acción Democrática'. Le dije que sólo los conocía de oídas, pero que tenía la impresión de que eran activistas nacionalistas que hacían oposición y querían formas de gobierno más modernas. Pérez Jiménez me informó que habían hecho contacto con los adecos y se iban a reunir. Yo no quería un compromiso político, pero triunfó la mayoría".
Los oficiales Mario Vargas y Horacio López Conde promovieron el enlace con AD. La esposa de éste último conocía al médico independiente Edmundo Fernández, quien ofreció su casa en Campo Alegre para el encuentro entre la Unión Militar Patriótica y AD. Opinaba que AD podía ayudar con apoyo de calle a la hora de la asonada y a gobernar si ésta triunfaba. Finalmente, fueron Rómulo Betancourt y Raúl Leoni a conversar con Pérez Jiménez y algunos de sus compañeros. Edmundo Fernández no participaba; los dejaba siempre a solas. Hubo una segunda reunión que incluyó, además, a Luis Beltrán Prieto y Gonzalo Barrios. "Los cuatro adecos resolvieron congelar el conocimiento de lo que estaban haciendo; si el golpe fracasaba, asumían ellos sus responsabilidades personales y salvaban al partido. Ni Rómulo Gallegos ni Andrés Eloy Blanco sabían nada, ni la base. Incluso hubo adecos que el 18 de octubre salieron en defensa de Medina, como Octavio Lepage en la UCV, hasta que sus jefes le informaron de la verdad". Betancourt quería evitarle a AD "la raya histórica de participar en un golpe".
El episodio Escalante
En pos de un sucesor, Medina lanzó a mediados de 1945 la candidatura de Diógenes Escalante, tachirense también y embajador en Washington. Los cuatro jerarcas adecos propusieron a la Unión Militar Patriótica que abortaran la conspiración, pues con Escalante de Presidente no sería difícil conseguir las reivindicaciones que querían los inquietos militares. El problema fue que Escalante rechazó la candidatura, alegando razones de salud. Los adecos tuvieron que ir a Washington, y convencieron a Escalante con el argumento de que era el hombre-consenso, no sin antes aceptar la condición del embajador: ejercer la Presidencia sólo por dos años, durante los cuales hubiera una reforma electoral hacia el sufragio universal. Iba a mandar sólo para calmar las aguas, puesto que se temía que López Contreras recuperara el poder.
Escalante volvió al país y se aisló en el hotel Avila, con un círculo de amigos y parientes íntimos. El único que logró entrevistarlo fue Ramón J. Velásquez, reportero entonces de Ultimas Noticias, pero no sacó mayor cosa, así que lo que hizo fue investigar y hacer un retrato del pensamiento del candidato. Este quedó tan complacido que lo contrató como secretario privado. Así, Velásquez ocupó la primera fila como testigo del momento en que Diógenes Escalante perdió la razón.
A Escalante no le interesaba el fragor de la política. Una tarde, cansado del encierro en el antiguo hospedaje de San Bernardino, invitó a su secretario a pasear por Los Chorros. Le confesó, nostálgico, que quería visitar el Táchira. Velásquez celebró la idea y propuso inclusive armar un comando de campaña en el terruño común. Escalante le dijo que sólo quería ver a su gente y sus montañas, y le aconsejó nunca mezclar la política con los afectos.
Aquí se interrumpe el relato de Giacopini y entra la versión oficial. Esta dice que una mañana el presidente Medina se extrañó de que el puntual Escalante no hubiera llegado a un desayuno pautado, e hizo llamar a Velásquez. El periodista-secretario llamó al candidato, y éste, desde el hotel, dijo que no podía ir, sin más explicaciones. Medina intuyó que algo raro pasaba, y Velásquez también, así que se fue al hotel y halló a Diógenes Escalante, el candidato del gobierno y de la oposición, el hombre que evitaría un pronunciamiento militar, desesperado porque creía que le habían robado su ropa y su carro. Y todo estaba allí. Horas después, una junta médica determinaba que Escalante había sufrido un ataque de demencia y quedaba incapacitado para la candidatura.
Se reanudan los fuegos
El PDV de Medina precisaba llenar con urgencia el vacío y lanzó a su ministro de Agricultura, Angel Biaggini. Según Giacopini, Venezuela "no estaba preparada para un presidente civil; el mejor candidato era el general merideño Juan de Dios Celis Paredes". Pero lanzaron a Biaggini. Gente del PDV que se sentía desplazada le hizo la guerra sucia; aumentó el temor a que López Contreras tomara el poder. Los conspiradores incorporaron al jefe de estudios de la Escuela Militar, Carlos Delgado Chalbaud. Pese a que algunos se oponían a derrocar a Medina, planeaban actuar a finales de noviembre. No podían esperar a los ascensos de enero, mucho menos a las elecciones de 1946. En la madrugada del 15 de octubre, alguien cuyo nombre Giacopini se niega a revelar, los delató a Medina. Un oficial cercano al Presidente les susurró que habían sido descubiertos. Así que Pérez Jiménez y los suyos, incluyendo a los conjurados de Maracay y de la Armada, acordaron el martes 16 la consigna: "A la primera detención de uno de nosotros, los demás lanzan el golpe de Estado".
Comenzó la cuenta regresiva. Los futuros golpistas reanudaron el contacto con Betancourt, en casa de la madre de Delgado Chalbaud. No le dijeron que el movimiento estaba descubierto, sino que era difícil controlar la impaciencia de algunos de los implicados, y quisieron saber cómo podía su gente ayudar cuando la cosa estallara. Betancourt no se atrevió a comprometer a la base, pero en la noche del 17, en un mítin en el Nuevo Circo, el líder adeco dio un anuncio indirecto del golpe. "Sabía que estaba parado sobre un barril de pólvora, y ante la sorpresa de todos, anunció que AD estaba preparada para asumir el poder por la puerta grande".
Ese día hubo un intento "bastante disparatado" de detener a Delgado Chalbaud. El general Ruperto Velasco, director de Guerra, fue el encargado. Hombre más dado a declamar que a empuñar un arma, improvisó una cena de gala, a lo Judas, a la que asistieron Delgado Chalbaud y los conspiradores de la Escuela, con la mayor cautela. Velasco se embriagó; los conjurados, sin embargo, se cuidaron de la copa, y rehusaron luego prolongar la parranda en la Caracas nocturna, con lo que se salvaron de la detención.

Quien no se salvó fue el mayor Pérez Jiménez. Lo detuvieron en la mañana del 18 de octubre, junto con Julio César Vargas, y lo llevaron al cuartel Ambrosio Plaza. Velasco, amanecido, regresó a la Escuela para volver a intentarlo con Delgado Chalbaud, con tan mala suerte que lo encontró muy bien apertrechado. Delgado Chalbaud, cerrando filas con varios oficiales rebeldes y Edito Ramírez (a quien Giacopini considera el cerebro de todo, junto con Pérez Jiménez), detuvo al director de Guerra y levantó toda la Escuela.
Entonces, Mario Vargas avisó a Celestino Velasco, y éste tomó Miraflores y sus adyacencias, el ministerio de Guerra y Marina y la Radio Militar. Hizo 145 prisioneros, entre ellos monseñor Jesús María Pellín, Eleazar López Contreras, Arturo Uslar Pietri, Mario Briceño Irragorry y Jóvito Villalba. Maracay, donde estaban la aviación y el grueso de las fuerzas, se unió al golpe. Fue la señal para el plomo grueso.
El sitio de Miraflores
Giacopini se asomó a la esquina de Pineda y creyó que el golpe era el de López Contreras, pues sólo veía a lopecistas y medinistas correr hacia Miraflores. Pero cuando se acercó al palacio comprobó que su gente estaba dentro, y se les unió. Allí había armas y municiones suficientes para pelear por muchos días. Los rebeldes dispusieron su armamento y organizaron la defensa.
A todas estas, el presidente de la República creía que las detenciones marchaban con éxito. En la Escuela Militar, Delgado Chalbaud ordenó al capitán Simón Arenas Revenga ir a confirmarle la toma a Celestino Velasco en Miraflores, pero Arenas, en cambio, acudió a informar de la rebelión a Medina. Este creyó que Miraflores no había caído, puesto que tenía consigo al emisario que debía dar la señal en palacio. Sólo con su chofer y dos edecanes, el Presidente llegó a Miraflores y encontró su puerta cerrada. El capitán Nucete, quien se había unido al golpe, le dijo a Medina que estaban sublevados y que mejor huyera, para evitar "un acontecimiento desagradable". No se capturó a Medina, como tampoco a su hermana, que vivía enfrente de Miraflores y a quien los rebeldes protegieron en todo momento, cuenta Giacopini.
Medina recorrió rápidamente la ciudad y evaluó el estado de la asonada. Hizo del cuartel Ambrosio Plaza -donde estaba prisionero Pérez Jiménez- su base de operaciones. Envió a la Policía de Caracas, formada por reservistas y ex militares, a recuperar Miraflores, que según Giacopini era de todos modos "un baluarte intomable", e hizo desplazar varias compañías para sitiar la Escuela Militar.
Cayó la noche y los combates no disminuían. Por la Radio Militar se distorsionaban las órdenes de Medina y se informaba a los golpistas dónde debían concentrar el fuego. Mientras tanto, el cuartel San Carlos iba derecho al caos. En su interior había gente de ambos bandos; Medina comisionó a dos coroneles para apresar al capitán rebelde Evelio Rojas Castro antes de que levantara el cuartel, cosa que consiguieron, mas cuando salían del San Carlos los enfrentó la guardia de prevención, en un intercambio en el que nadie sobrevivió. Dos compañías leales llegaron a hacerse del viejo fuerte y hubo una "carnicería, una matazón". Justo cuando se calmaron los ánimos, a un prisionero se le escapó un disparo y volvió la locura: los soldados disparaban a ciegas y mucha gente cayó sin necesidad.
Cuando en la mañana del 19 llegó la aviación militar, desde Maracay, para auxiliar a los rebeldes, según las órdenes que recibían los pilotos por la Radio Militar, sus efectivos no tuvieron más que sobrevolar el San Carlos, así como el cuartel Ambrosio Plaza. Los sobrevivientes del San Carlos temieron por un bombardeo que encendiera el repleto polvorín del cuartel, y huyeron. Fue la señal que esperaba el Destino, que no era medinista. Una poblada civil saqueó las armas del arsenal y se encaminó a Miraflores, donde, sin que nadie se lo pidiera, se enfrentó a la Policía, a la que la gente, incluso en 1945, siempre ha visto como el enemigo. Hasta entonces, la Policía había mantenido muy ocupados a los tomistas de Miraflores. Bajo el fuego doble de militares y civiles, optó por rendirse.
En ese instante, ya Isaías Medina Angarita había escuchado los aviones sobre el Ambrosio Plaza. Entendió que había perdido Maracay y capituló, al mediodía del 19 de octubre.
Abrazos en la humareda
En Miraflores, Giacopini presenció la honrosa rendición de la Policía y la llegada de sus amigos Rafael Caldera, Juan José Mendoza y Lorenzo Fernández, quienes le pidieron que les informara de todo cuanto había pasado. Agotado por dos días de combate, Giacopini quedó con los socialcristianos en hacerlo en otro momento. Esa noche, en la quinta Punto Fijo de Caldera, éste le preguntó a Giacopini cuál de los golpistas ganaría el liderazgo. Cuenta Giacopini que su apuesta fue muy clara: Marcos Pérez Jiménez.
¿Dónde estaban los adecos? Hay que recordar que los verdaderos implicados eran sólo cuatro. Hubo un momento en que Carlos Delgado Chalbaud, ante el baño de sangre que se estaba desarrollando, propuso interrumpir la asonada. Mario Vargas lo impidió, pero la posibilidad de claudicar llegó a oídos de Rómulo Betancourt, quien rápidamente escribió una carta de expulsión de Acción Democrática contra él mismo, por haberse involucrado en el golpe que creyó fallido. Luego se enteró de la verdadera situación y convocó al CEN para diseñar un plan, con miras a conformar la Junta Revolucionaria de Gobierno que se constituyó en la noche del 19.
Según Giacopini, lo que ocurrió el 18 de octubre de 1945 no fue una revolución. Fue un golpe dado por jóvenes militares que querían una Fuerza Armada más fuerte y moderna. El sesgo ideológico vino después, con la participación de los socialdemócratas en la Junta Revolucionaria de Gobierno. Pero pronto se hicieron insoslayables las brechas entre adecos y uniformados y llegó un día en que la historia volvió a sacudirse, el 24 de noviembre de 1948, en el que José Antonio Giacopini Zárraga tuvo una importante participación. Pero, como dice Michael Ende, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Tres balances
Para Jesús Sanoja Hernández, la a veces llamada Revolución de Octubre no fue un acontecimiento del todo estéril. "Apenas tomó el poder la Junta Revolucionaria de Gobierno, vino el impuesto especial a las petroleras y se inició un proyecto constituyente, que en octubre de 1946 ya tenía una Asamblea para redactar una nueva constitución (la de 1947), con representación obrera, femenina y eclesiástica, y mayoría de AD, que junto con los sindicatos se fortaleció mucho en esos años". Recuerda el veterano periodista y profesor universitario que la Junta permitió el nacimiento de Copei y URD, inició una reforma agraria de impronta comunista, creó la Flota Grancolombiana de navegación y organizó el estudio de Guayana que años más tarde permitiría la explotación hidroeléctrica.
Pedro Pablo Aguilar coincide en señalar que el 18 de octubre abrió para las mayorías la posibilidad de participar en la política venezolana, además de que creó los partidos modernos, y que entonces los cambios generaban mucho entusiasmo. Pero visto desde hoy, "la balanza tiende más bien a inclinarse hacia el lado negativo, puesto que dio a las Fuerzas Armadas un peligroso poder de decisión sobre la vida nacional, que incluso determinó los sucesos del 23 de enero de 1958".
Que las consignas del movimiento fueron cumplidas en su integridad es la opinión de alguien tan vinculado a Acción Democrática como lo es Simón Alberto Consalvi. "La constitución de 1947 abrió el juego democrático; se reivindicaron los derechos venezolanos sobre el petróleo venezolano; hubo una reforma educacional profunda que, es cierto, ponderó la cantidad por sobre la calidad, según las prioridades de entonces; y se repartieron muchas tierras a los campesinos". Consalvi señala errores que, dice, hay que revisar para no volver a cometerlos. "El camino de la reforma agraria no es simplemente dar más y más hectáreas; además, los partidos se anquilosaron, creyendo que con haber logrado los objetivos de ese momento podían durar para siempre, sin crear nuevos proyectos".
Las milicias rojas

Uno de los tantos aguerridos sitiadores de Miraflores durante la noche del 18 de octubre de 1945 fue Luis Miquilena. Entonces cacique del sindicalismo de transporte, con influencia en los agricultores de Aragua, Miquilena comandaba junto con Gustavo Machado una de las dos alas en que se había divido el PCV, legalizado ocho días antes del golpe. Los comunistas apoyaban a Medina, así que cuando reventó la asonada, se unieron de inmediato a la defensa del Presidente. Dice la leyenda que Miquilena trató, en vano, de coordinar con unos republicanos españoles un acto que tal vez hubiera alterado el desenlace: lanzar calle abajo, hacia el palacio, dos camiones en llamas repletos de gasolina.
Según Giacopini Zárraga, años después del episodio Gustavo Machado le contó que en pleno combate había llamado al presidente Medina para ofrecerle 8.000 hombres del PCV, dispuestos a dar la vida "contra la reacción"; es decir, contra los golpistas de derecha. En la versión del extinto líder comunista, Medina Angarita le respondió: "Machado, le habla un hombre en el momento tal vez más trascendental de su vida: quédese tranquilo''.

Fotografías: Ataque y Cuartel San Carlos. Damas comparten con soldados. Prensa de la época. Cortesía de Caracas en Retrospectiva.

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