domingo, 14 de julio de 2013

EL MENOS MAQUIAVÉLICO DE TODOS: MAQUIAVELO (6)

EL NACIONAL - Domingo 14 de Julio de 2013     Papel Literario/5
En busca de la certeza
El príncipe de Nicolás Maquiavelo es quizás la primera obra política que busca descifrar decisivamente esa naturaleza bipartita de la acción política
OSCAR VALLÉS

El 10 de diciembre de 1513, Nicolás Maquiavelo le escribe a Francisco Vettori, Magnifico oratori apud Summun Pontificem de Florencia, que ha escrito un opúsculo ­así lo llama­ con lo aprendido de esas íntimas conversaciones que últimamente ha tenido con los hombres más prominentes de la antigüedad. Lo ha bautizado con el título De Principatibus , y anuncia que busca examinar a través de sus páginas "qué es un principado, cuántas son sus clases, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden". Sin embargo, Maquiavelo pareciera esconderle a su compadre que entre sus líneas se encuentra una idea sumamente poderosa y muy subversiva para la época. Una idea sobre cómo lograr autonomía e independencia del poder ante los designios de la divinidad.
Nuestras concepciones políticas occidentales, al menos hasta la fecha de la carta, se habían distinguido por mantener unas especiales relaciones entre el poder y la divinidad. En esa relación, quienes ocupaban el poder procuraban estar bajo la égida de alguna divinidad, para superar grandes desafíos o evitar grandes fracasos.
Desde el punto de vista político, la divinidad representaba una valiosa fuente para reducir el amplio margen de consecuencias inesperadas, aunque sólo fuera mediante declaraciones de fe. La política se mueve en el terreno de la incertidumbre y el riesgo, y tener al lado una divinidad puede representar un gran auxilio psicológico cuando las "certezas" escasean.
El príncipe de Nicolás Maquiavelo es quizás la primera obra política que busca descifrar decisivamente esa naturaleza bipartita de la acción política. No se piense que su distinción entre principados eclesiásticos y hereditarios se remite a esa dualidad. Su distinción sólo indica que tanto el uno como el otro tienen un conjunto de reglas y prácticas que otorgan una gran certeza de cómo adquirirlos y mantenerlos.
La dupla poder-divinidad será crucial en aquellos principados nuevos donde no hay leyes, tradiciones ni costumbres que regulen la vida política.
Todo El príncipe , o casi todo, está dedicado a examinar la vida política en esos principados.
Como no hay reglas ni tradiciones, tampoco hay horizontes de futuro posibles a menos que los príncipes nuevos se lo aseguren. Maquiavelo está convencido por experiencia propia que el principal recurso que tienen esos príncipes es el conocimiento de la historia. La visión que tiene en mente sobre su presente italiano es una lucha por el poder intelectualmente fragmentario e impredecible.
Ante ese paisaje tan indescifrable, pensaba que los príncipes podrían conducirse con algún éxito si modelaban, por semejanza y analogía, los acontecimientos del presente con los historiados del pasado, emulando cuando corresponda las acciones históricas de los grandes políticos y legisladores. Una máxima gnoseológica que se inspira en una concepción sobre la naturaleza humana, los rasgos que juegan los umori de los hombres en ella, y la polibiana manera como se suceden los ordini en la historia.
Esas coordenadas que brinda la historia constituyen la base desde la cual Maquiavelo comenzará su indagación sobre la dualidad poder-divinidad. En la historia consigue una fuente de certezas que va complementando con una serie de materias que todo príncipe nuevo debe ejercer con maestría para afrontar los retos de su tiempo.
Prepararse en el arte de la guerra, beber la sabiduría de las vidas ejemplares de la historia, cultivarse para el ejercicio del poder, eran los recursos que permitían la perfección en el arte de la política. Maquiavelo denomina a esa perfección "virtud", restaurando el sentido neoclásico de virtú desprovisto de moralidad que Federico Chabod no se cansará de advertir. Como los clásicos itálicos de la antigüedad, el acento sobre el artificio que encierra la virtud, con su clara masculinidad vir virtutis como también destaca Quentin Skinner, expresa un radical cambio de perspectiva con respecto a la naturaleza del poder, su adquisición y su ejercicio. Ahora tutto nuovo principe tendrá un arte poderosísimo para conquistar y mantener principados. Pero, ¿bastará también para independizar al poder de su ancestral atadura con la divinidad? Esa dependencia con lo divino estaba enclavada en el imaginario político. Ganar o perder una batalla era un asunto donde intervenían los dioses, llámense Ares o Marte. Sin embargo, el triunfo o el fracaso político, dioses mediante, le daba a los príncipes un atenuante indiscutible cuando correspondía considerar las consecuencias de sus actos. Más aún si sus actos de gobierno están no sólo mediados, sino mandados por consideraciones divinas. Los antiguos griegos acudían a Delfos a consultar el oráculo, quien tenía la potestad de vetar incluso una decisión de la asamblea de ciudadanos, máxima instancia política de la ciudad. La interpretación de las sagradas escrituras y de los documentos canónicos por parte del clero, hacían lo propio en muchas deliberaciones políticas, cuando los príncipes solicitaban consejo y erudición. El problema maquiaveliano aquí nunca fue "separar" la política de consideraciones morales, mucho menos religiosas.
Su preocupación aquí es previa y más filosófica. Es examinar si la divinidad puede cumplir la vieja promesa de fiabilidad como fuente de certezas en la política, como si puede cumplir la virtud.
"Y dado que el hecho de convertirse en príncipe es fruto de la virtud o de la fortuna, parece en principio que una o la otra mitigue en parte muchas de las dificultades", dice Maquiavelo.
Ese "parece en principio" es lo que pretende indagar. Lo hace desde la historia y con la historia. Los grandes fundadores y legisladores de estados "se ve que no eran deudores de la fortuna sino de la oportunidad, la cual les proporcionó la materia en la que poder introducir la forma que les pareció más conveniente. Sin esa oportunidad la virtud de su ánimo se habría perdido, y sin dicha virtud la oportunidad habría venido en vano". Lo de la materia y la forma es una extraordinaria referencia a la influencia filosófica neoclásica del humanismo cívico. La oportunidad es lo que precisamente la virtud nos permite identificar y aprovechar.
Lo místico y misterioso de la divinidad está en la fortuna .
La fortuna renacentista es una diosa pagana representada en los grabados renacentistas con una rueda de carreta conteniendo hombrecitos en posiciones de ascenso y descenso que representaban el éxito y el fracaso, movidos por una hermosa mujer, ya sea por sus propias manos o por una palanca, según su capricho y voluntad.
También con un hombrecito sentado sobre una rueda de hilar en su mano izquierda, alada como si de un ángel se tratara, en algunos mazos de Tarot. Esos grabados le hacían real homenaje. Según Maquiavelo en su tiempo muchos creen que esa diosa gobierna los asuntos del mundo, "hasta tal punto que los hombres a pesar de toda su prudencia, no pueden corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno". Incluso confiesa que "pensando en ello de vez en cuando me he inclinado en parte hacia esa opinión". Una temprana confesión que no dejaría lugar para mantener a la virtud como la condición fundamental del éxito político. Sin embargo, frente a la injerencia de la diosa en los asuntos humanos no tenía ninguna prueba que la negara. Sin embargo, ¿qué hacer con los monumentos políticos virtuosos que la historia nos brinda, para admirar e imitar? Maquiavelo nos recuerda a Copérnico quien se encontrará con un dilema similar en astronomía. Así como el segundo cambió la tesis geocéntrica por la heliocéntrica para que la bóveda celeste pudiera confirmar sus cuidadosas observaciones, el primero hizo lo propio con la determinación de la divinidad, desplazándola sin más pruebas que la firmeza de su sabiduría política. "No obstante, para que nuestra libre voluntad no quede anulada, pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control". Ese giro copernicano le permitirá repensar mejor una y otra vez el papel que juega la virtud del príncipe. Su conclusión sobre este asunto alcanza niveles de herejía. No bastará que un príncipe haga buen uso de la mitad de sus acciones, sino que debe someter a la Fortuna para que su otra mitad también obedezca a sus propósitos políticos. La autonomía e independencia ante la divinidad es casi completa. Ya no habrá atenuantes divinos para justificar fracasos y derrotas mortales. Una idea que nació hace 500 años gracias al empeño de un florentino en comprender esa antigua tradición, dejando así el camino preparado para una nueva concepción ética de la responsabilidad política, que inspirará a la modernidad en toda su extensión hasta nuestros días.

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