sábado, 11 de mayo de 2013

NOTAS SOBRE EL FASCISMO (22)

El Nacional - Domingo 11 de Septiembre de 2005     A/9 Opinión
Fascismo del siglo XXI
Ricardo Bello

No tenemos Asamblea Nacional, ella se ha vuelto una instancia más del Poder Ejecutivo y las discusiones políticas que deberían tener lugar en su seno, han retrocedido hasta el ámbito privado, vulnerando toda posibilidad de influenciar los planes del Presidente. Algunos diputados de la oposición incluso reconocen que no vale la pena asistir a sus sesiones.
Observamos simultáneamente a los intelectuales del régimen, basta con leer ciertas columnas publicadas en Últimas Noticias, atacar la existencia misma de una sociedad civil no alineada con las ambiciones del chavismo. ¿Por qué? El origen de la sociedad civil, de acuerdo con dos de sus mejores investigadores, Jean Cohen y Andrew Arato, puede ubicarse en las discusiones practicadas por la sociedad de la ilustración durante el reinado del Estado absolutista en Francia.
Los debates se realizaban, a falta de una esfera pública adecuada (una Asamblea Nacional o un Parlamento independiente) en los cafés y restaurantes de la época.
Y aunque podríamos definir, tal como Hegel lo hacía, al Estado como el nivel más alto de organización social posible, debemos recordar que la sociedad civil tiene el rol de mediar entre los ciudadanos y el gobierno, entre la Polis y el Oiko, entre lo público y lo privado. A juicio de Hegel el Estado penetra en la sociedad civil (lo publico en lo privado) a través de los órganos de represión (llámense policías o jueces) y la sociedad civil hace el esfuerzo de penetrar o influir en las decisiones del Estado a través del Poder Legislativo, la instancia por excelencia donde se hace visible la opinión pública: la esfera pública de Habermas.
Al menos la mitad del país no le reconoce ese rol a la actual Asamblea Nacional.
Y muchos tienen una palabra para definir esta situación: fascismo. Es un calificativo duro que en circunstancias normales ameritaría una discusión en la Asamblea Nacional, pero al no darse allí, los medios de comunicación se han tomado la tarea de crear el espacio necesario para ventilar tales asuntos.
Los medios, periodistas y escritores son hoy, tal como lo fueron durante la época de Voltaire, la esfera pública sin la cual es inconcebible la vida democrática.
Regresemos al fascismo. Laurence W. Britt publicó en la revista Free Inquiry Magazine, órgano de la organización Council for Secular Humanism, un interesante artículo que nos permite cuestionar la veracidad del calificativo de fascista otorgado al régimen del presidente Chávez. Britt, después de estudiar y analizar a siete gobiernos abiertamente reconocidos como fascistas (la Alemania Nazi, la Italia de Mussolini, la España de Franco, Salazar en Portugal, la Grecia de Papadopoluos, el Chile de Pinochet y Suharto en Indonesia) llega a una conclusión.
Todos ellos tenían catorce hilos conductores en sus agendas políticas.
Podemos tomar ese artículo —” Fascism Anyone” — como un cuestionario y ver si podemos aplicarlos al régimen venezolano y llegar a conclusiones similares. Teodoro Petkoff, por ejemplo, afirma con vehemencia que no estamos en una dictadura, y está en lo cierto, pero vale la pena, de todas maneras, verificar las constantes descritas por Britt.
En primer lugar, el fascismo se caracteriza por un gran despliegue nacionalista, con la correspondiente alabanza de emociones que rayan en la xenofobia y el gran rol que cumplen los militares en el frenesí patriótico. En segundo lugar, la identificación de enemigos o chivos expiatorios como causa unificadora y que terminan siendo acusados de todos los males del país; estos enemigos son incriminados como terroristas, explica Britt, y se crean campañas de opinión dirigidas a enfrentarlos como tales. En tercer lugar, la supremacía de los militares en la élite política que gobierna al país y en el trato privilegiado que reciben los integrantes de las Fuerzas Armadas con relación a cualquier otro sector de la nación. Cuarto, la obsesión con la seguridad nacional y la investigación abierta a todas las actividades sociales a fin de detectar comportamientos no patrióticos (aquellos no identificados con los valores de la élite que gobierna). Quinto, el enfrentamiento con los sindicatos independientes.
Sexto, el desdén frente a los intelectuales y las artes, puesto que la libertad intelectual y artística llega a ser considerada enemiga de los ideales patrióticos y la seguridad nacional. Séptimo, la obsesión con el crimen y el castigo provoca el desvanecimiento de los linderos entre los crímenes “normales” y las faltas políticas; la denuncia y acusación de la acción de los criminales y traidores es utilizada como excusa para fortalecer el poder y el control policial. En octavo lugar, Britt identifica a la corrupción galopante como a una de las características del fascismo, al modo como el círculo de poder propicia la creación de una élite económica dentro sus propias filas, beneficiándose de los recursos del Estado. En noveno lugar están las elecciones fraudulentas: control de la maquinaria electoral, intimidación del posible voto opositor y destrucción o inhabilitación de las peticiones legales que pudieran perjudicar a la élite en el poder. En décimo lugar, desdén por los derechos humanos. Y por último, la preponderancia de valores masculinos, el control de los medios de comunicación, la protección de corporaciones multinacionales, en particular las que hacen negocio con el Estado y permiten nuevas formas de control social; y una identificación a ultranza del régimen con ciertos valores religiosos que lo lleva a acusar a sus enemigos de partidarios del demonio o de fuerzas oscuras. Hágase la pregunta y sea sincero, ¿reconoce usted algunas de estas características en el actual régimen venezolano? Y después pregúntese por el tipo de Asamblea Nacional que le gustaría tener y quienes deberían ser sus integrantes.

Composición: Erik Johansson.

No hay comentarios:

Publicar un comentario