lunes, 8 de abril de 2013

ANDROIDE (S)

Síndrome Andrade
Luis Barragán


De Frijolito a Majunche, hay un largo recurrido de campañas electorales, caracterizadas todas por el ventajismo indecible del candidato oficialista que, además, ha ejercido simultáneamente el poder. Ésta sola circunstancia, unida a la grosera descalificación y desenfadada burla del adversario, constituye un capítulo inédito en nuestra historia contemporánea.

Todo el sobrepeso de los servicios y recursos petroleros del Estado, en una madeja inmensa de rutas que, seguramente, cuentan con sus correspondientes agentes de retención, se afincaron y afincan sobre el candidato de oposición. Nunca hubo argumentos de profundidad que esgrimir, y – menos – cuentas que rendir, en la inmensa y desleal hazaña de humillar, triturar y desfigurar a quienes osaran discrepar del gobierno y sintetizar sus mejores esfuerzos nominando una candidatura.

El planteamiento mismo de una alternativa, significó una importante amenaza y un riesgo personales, excepto el increíble esquirolato de Arias Cárdenas que la historia tiene por materia pendiente.  Una distinta candidatura presidencial, parlamentaria, edilicia, gremial y hasta para dirigir un club recreacional o junta de condominio,  cumplimentadas por la arrogancia y vanidad boliburguesa, ha asomado los peligros inherentes al desafío, por modesto que se crea.

Una rápida revisión de las campañas presidenciales en nuestro historial naturalmente republicano, ofrece incontables ejemplos de abusos del poder, pero también de una efectiva regulación y perfeccionamiento del proceso comicial que le permitió, valga subrayarlo, ganar a Chávez Frías en 1998, siendo inmediatamente reconocido.  Empero, hay una ya dramática diferencia entre el  también injustamente denostado puntofijismo, y las experiencias que le antecedieron y sucedieron: una mínima y convincente división de los órganos del Poder Público que, incluyó, un dato frecuentemente olvidado, que la fiscalía de cedulación estuviese bajo la responsabilidad de la oposición.

La de Capriles ha sido una brevísima e intensa campaña que ha debido enfrentar las miles de toneladas de dinero, la comodísima transportación aérea y terrestre, las millonarias horas de transmisión radial y televisiva, la inagotable edición de volantes y afiches, como la masiva, protegida y tarifada grafitería, además de los improperios inimaginables, del gobierno.  E, incluso, derrotado el PSUV que ha osado confundirse con el Estado, experimentará una crisis expansiva, sincerándose como un cascarón clientelar ante sus aliados, añadida Cuba, cuya supervivencia pende – asombrosamente – de la suerte de Maduro.

Recordamos a Ignacio Andrade que, por muy destacado burócrata que fuese, no era Joaquín Crespo, y, al vencer dudosamente al Mocho Hernández,  quien realizó una campaña electoral de tal calibre que se le tiene por modernizador en la materia, abrió las puertas a una literal apuesta que los venezolanos hicimos de nuestro destino. Muerto el caudillo,  como todo pusilánime que transita por el poder, empuñó el timón para arrojarnos a las mareas que jamás comprendió desde sus posiciones subalternas.

Hay indicios suficientes de una enfermedad que es la del prolongado ejercicio del poder, susceptible de arrastrarnos y precipitarnos a todos en un sorteo que, en el supuesto negado de un triunfo de Maduro, por una única y entera casualidad pudiera librarnos de una crisis ya existencial para los venezolanos.  Un vistazo a ésta y otras campañas electorales, nos advierte que Andrade ha regresado.

Fotografía: "El Reporter", Caracas, 1897.

http://www.noticierodigital.com/2013/04/sindrome-andrade/
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