domingo, 21 de abril de 2013

INÉDITO

EL UNIVERSAL, Caracas, 21 de abril de 2013
La espeluznante elocuencia de un episodio
La vergüenza del funesto 16 de abril, heraldo de un mensaje que debería causar pavor y repulsa
ELÍAS PINO ITURRIETA

Han sido días cargados de sensaciones, de mensajes y conductas de todo tipo, un bombardeo capaz de conmover a los más indiferentes. Es difícil detenerse en uno solo de esos pormenores a través de los cuales se refleja la realidad que nos conmina con sus tirones implacables, pero apenas uno de ellos, en términos singulares, me ronda en la cabeza y se niega a desaparecer. No puedo borrar su impacto debido a que lo considero capaz de reflejar la redondez de una situación experimentada en términos generales. Los lectores seguramente atesorarán el recuerdo de otro tipo de contingencias, no es para menos en medio de la crisis que sufre la sociedad. Pero supongo que, como en mi caso personal, partiendo de la manera descarnada que tuvo de mostrarse no han dejado de advertir la conducta que paso a considerar como un camino para la comprensión del todo.
Me persigue, en efecto, la escena protagonizada el día 16 del presente mes por el presidente de la AN, ciudadano Diosdado Cabello, frente a los diputados de la oposición. Para que ejercieran su derecho de palabra, resolvió que antes debían responder una insólita pregunta. "¿Reconoce usted a Nicolás Maduro como presidente legítimo de la República?" Esa fue la demanda. De la respuesta dependía que los miembros del Parlamento que se sientan en las curules de la oposición, ejercieran la representación del pueblo que los eligió. Los interrogados se quedaron atónitos, paralizados ante la inesperada inquisición. Jamás en la historia de Venezuela, pero quizá tampoco en el depósito de sus recuerdos de situaciones sucedidas en los anales de los países democráticos, se habían enfrentado ante un desafío de semejante índole. No reaccionaron a cabalidad ante el requisito, quizá por imaginar el predicamento de verse, antes de tomar el micrófono, postrados como penitentes ante el juez que los retaba, pidiendo ante el confesionario el perdón del pecado de las macabras dudas que inocula la serpiente de la autonomía de la razón, o el curioso ojo que, de tanto mirar, cae en el yerro de descubrir lo que le está vedado. Pero los paralizados no fueron los diputados únicamente, sino también todo el que pudo presenciar una afrenta así de gigantesca, un agravio tan desmesurado de los principios elementales del republicanismo que, tal vez por elemental recato, ni siquiera llegó a desembuchar en su época -vergüenza ante oídos ajenos-, un sujeto como Eustoquio Gómez.
¿Quién le da autoridad al presidente de la AN, para cercenar los derechos de los diputados? Ninguna fórmula proveniente de la legalidad. ¿A cuáles principios puede acudir para llegar a la demasía? Ni siquiera en el caso de que el candidato a quien custodia hubiera obtenido una clamorosa victoria, puede encontrar fundamento su atropello. Muchos menos cuando, partiendo de la observación de los hechos sucedidos en el proceso electoral, existen fundadas dudas sobre sus resultados. ¿Por qué ignora a los votantes que eligieron a los parlamentarios cuya voz impide ahora? Porque le da la gana, simplemente, porque tiene la voluntad de arrebatar como Jalisco; porque, si no, te atienes a las consecuencias y punto. Sea como fuere, únicamente la arbitrariedad y la prepotencia de quien cambia las regulaciones por el capricho y el entendimiento de la realidad por los intereses de la facción que representa, permiten explicar el episodio. El hecho de que actuará así el ciudadano Cabello, a la vista de todos, en el seno del Parlamento y como parte de una situación de violencia que condujo a la agresión física de dos representantes de la oposición, señala el rumbo de oscuridad y salvajismo por el cual se pretende conducir a la sociedad.
Ningún diputado de su bancada lo llamó a la cordura. No se sabe de nadie del gobierno que objetara el atrabiliario proceder. "Así es que se gobierna", han dicho algunos. ¿Por qué? El ciudadano Nicolás Maduro hace lo mismo desde el 14 de abril. Los dos, pero también toda la cúpula del PSUV, en lugar de entender los cambios sucedidos en la sociedad, en lugar de sentir cómo se les escurre de los dedos el capital político que amasaron en los últimos lustros, en vez de preocuparse por el derrumbe de lo que en la víspera parecía una fortaleza, en vez de mostrar cautela ante el estrago que han provocado, en vez de buscar las maneras para salir de un evidente estado de postración y precariedad que no sólo les incumbe a ellos, sino a toda la colectividad, proclaman la bendición de una voluntad popular que no los asiste de veras y la detestación de quienes se han atrevido a proponer senderos distintos. Para ellos el 14 de abril no pasó nada, que no fuera la ratificación del proyecto político iniciado por el desaparecido presidente Chávez. Para ellos la sociedad no clama ahora por la modificación de su rumbo, sino, llena de felicidad socialista, por dejar las cosas según han estado en los últimos quince años, en las mismas manos pulcras y eficaces contra cuya permanencia atentan los mandamientos del odio. Por eso los diputados de la oposición no pueden hablar, sin jurar antes por las bondades de la revolución, pero tampoco los ciudadanos comunes y corrientes. Por eso se anuncian cárceles y represalias masivas que apenas se habían perfilado en los últimos tiempos, pero que solamente esperan la señal de los jefes para formar parte de la rutina. De lo contrario nos hubiéramos ahorrado la vergüenza del funesto 16 de abril, heraldo de un mensaje que debería causar estremecimientos de pavor y repulsa.

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