domingo, 17 de marzo de 2013

REABOVEDAMIENTO

EL NACIONAL - Domingo 17 de Marzo de 2013     Papel Literario/5
Lamiendo al Libertador
TOMÁS STRAKA

Cuando Deborah Castillo llega arrobada ante la efigie del Padre de la Patria, entorna los ojos posesa de su veneración, va volviendo sus gestos como los de Santa Teresa en éxtasis, se acerca poco a poco, con timidez al principio, con más seguridad después, y por fin comienza a besarlo una, dos, tres, diez veces, en cada embestida más resuelta, más intensa, más excitada, hasta que no puede más, ya es una ráfaga, una estampida, saca la lengua y empieza lamerlo, lo recorre, llega a su propio éxtasis; está demostrando su amor o, en todo caso, representando el amor que dice profesar toda una sociedad. Si el culto es la manifestación externa de una forma de amor, de hacerse uno con el otro ­re-ligar­, entonces la cópula espiritual, la del alma que en su noche oscura se entrega al esposo celestial, o la cópula carnal, esa del amor se corona con la compenetración entre dos, es una forma posible, aunque extrema, de rendirle culto a un héroe nacional. Sobre todo cuando se trata de uno como Bolívar capaz de producir la mejor ­y tal vez en términos de su registro­ primera literatura erótica de la nación: quien le escribió a su amante que "quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mi por todos los contactos", evidentemente sabía de las cosas del amor, de sus fluidos, de la cópula que implica esa unión superior.
¿Es Deborah una mística al estilo de Santa Teresa, a quien la flecha del ángel le generaba una mezcla de dolor y placer que la hacía gemir? ¿Es una bolivariana obsesionada por encarnar a Manuelita Sáenz y así unirse al Padre "por todos los contactos"? ¿La palabra e imagen del Libertador puede producir la transverbación? No lo sabemos, pero en todo caso representa un amor que van más allá de eso Santiago Key Ayala llamó "el culto palabrero", en el que se han derramado océanos de tinta y de saliva ­el culto que el mismo Bolívar advirtió en carta célebre: "con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el pretexto de sus disparates" ­ para llegar a pocas cosas, o al menos a pocas cosas buenas. El beso emancipador , como se llama la instalación que podemos ver en la exposición Acción y culto (Centro Cultural Chacao, del 27 de febrero al 14 de abril), estremece y seguramente ofenderá a algunos. Es audaz hasta el extremo. Pero ese estremecimiento la experiencia estética siempre es estremecedora, o no lo es­ debe tocar la tecla de la reflexión sobre lo que realmente hacemos y hemos hecho desde hace dos siglos. A Bolívar nos hemos acercado, sí, para el bien y para el mal. Hemos dicho tanto de él, hemos alegado tanto sobre él, hemos afirmado tanto que lo amamos. A Bolívar lo hemos baboseado. Deborah Castillo es la primera que nos hace de eso una representación.
También hemos baboseado las botas de los gendarmes necesarios" y los "hombres fuertes". Acaso demostrando la fijación oral de una sociedad que no en vano se deja seducir tanto por la palabra: recuérdese que la oralidad puede tener varias rutas de realización­ Deborah vuelve a lamer, ahora unas botas castrenses. Como con todo en la instalación, como en especial con el juego de palabras que titula obra, Lamezuela, las posibilidades de interpretación están abiertas. ¿Qué diría un junguiano de esto? Para el historiador que escribe es inicialmente el retrato de la civilidad humillada. De los intelectuales lambiscones ­y nunca la palabra se ha empleado mejor­ que no han dudado en enmendarles la plana a los mandones de turno, de los magistrados que les han cosido las constituciones como trajes a la medida, de los escritores que les han justificando con poemas los zarpazos, echándole perfumes a sus detritus. Pero cuidado: los ha habido tarifados, pero muchos lo han sido con sinceridad, lo que tal vez sea peor. El punto es que en 2013 no es el caso denostar de los que, golpeados por la desesperación, escribieron teorías a principios del siglo pasado buscándole un camino a su sociedad. Nuestro caso es el de ver a muchos que hoy no serían capaces de sostenerlas, que no creen en ellas, que incluso sostienen tesis contrarias, pero que actúan igual. Ver a Deborah es acordarse de ellos.
Siquiera para quien escribe estas palabras. Ver a Deborah es acordarse de tantas cosas, de uno mismo, a veces para ponerse a llorar, a veces para sentir indignación (no por la obra que representa, sino por el fenómeno representado), pero siempre para temblar.
Llevarle una serenata ­otra prueba de amor y de oralidad­ a la estatua del Libertador en la Glorieta de Bolívar, en Ciudad de México; poner a un mesonero chino a cantar el Himno Nacional en momentos en los que el país ha hipotecado parte de su futuro a China, mientras proclama intensamente su nacionalismo y su antimperialismo; construir y reconstruir el Libertador a cincelazos, como lo han hecho todas las iglesias bolivarianas que se consideran sus auténticas herederas, son obras que apuntalan la resemantización de la historia patria y su correlato visual, la pintura heroica, que ensaya Deborah. Todas nos invitan a recorrer nuestro sino de hoy y de ayer. Todas son una advertencia para que no sea nuestro sino del futuro. Pero además todas son una oportunidad para evidenciar la cercanía de la reverencia y la irreverencia, la ironía como palanca para reflexionar, y el arte como goce como emoción­ pero también como pensamiento sobre el hombre y la sociedad.

2 comentarios:

  1. Por dios el amor que le tenemos al Libertador jamas puede estar representado por el amor que le tengamos a un marido!

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  2. He acá otra versión del asunto: http://laiguana.tv/noticias/2013/03/28/4668/VEA-COMO-EN-EXPOSICION-DEL-CENTRO-CULTURAL-DE-CHACAO-LE-PASAN-LA-LENGUA-A-ESTATUA-DE-BOLIVAR.html

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