sábado, 15 de diciembre de 2012

UNA Y OTRA CRISIS

SOL DE MARGARITA, 15 de Diciembre de 2012
Las crisis sucesorales
Sea como fuere y bajo la unción de la palabra presidencial se ha designado un sucesor, en circunstancias por lo menos inéditas en Venezuela desde la época del general Juan Vicente Gómez.
Walter Castro Salerno 

La grave enfermedad  padecida por el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez y la secuela que la acompaña ha sumido al país, al subcontinente americano y en cierto modo a otras áreas del planeta en situación de pesar, crisis e incertidumbre. Pero además la singular forma en que se originó, tomó cuerpo y desarrolló el liderazgo presidencial, a lo largo de una década y media de ejercicio del poder, hace compleja  o riesgosa para los politólogos la determinación del futuro. En los experimentos, avatares e indagaciones, en los ejercicios de fuerte imaginación que supone la actividad de  esa extraña ciencia como lo es, en política, la adivinación del porvenir, nada está escrito ni sabido. Si ignoramos lo que ocurrirá en hipótesis cortoplacistas, fíjense como será entonces la situación a largo plazo. Y, como dijese el gran economista Lord Keynes, el largo plazo siempre es el corto plazo.
En economía, pero también, o incluso más, en política. Sea como fuere y bajo la unción de la palabra presidencial se ha designado un sucesor, en circunstancias por lo menos inéditas en Venezuela desde  la época del general Juan Vicente Gómez. Cuando este dictador fallece el 17 de diciembre de 1935, en Maracay, nada se ha dispuesto sobre su sucesión. A punto de estallar una lucha armada entre el clan familiar de los Gómez, acaudillados por  Eustoquio Gómez, secundado por Tarazona, y los estamentos cercanos al ministro de Guerra y Marina, general López Contreras, es este último quien se acomoda de prisa en el poder tras ser designado por el Consejo de Ministros como presidente para el mandato del sexenio 1936-1941. Suerte distinta correrá, en 1945, el designado sucesor del general Medina Angarita, Dr. Diógenes Escalante, embajador en Washington, avalado por AD, y quien al sufrir colapso mental, su reemplazo por Biaggini precipitará al régimen en su perdición con el golpe de estado de octubre del 45.
El escritor margariteño Francisco Suniaga ha descrito la interesante tragicomedia política en “El pasajero de Truman”. Tenemos ahora, con la deplorable enfermedad presidencial y lo que pudiese desembocar en una falta temporal o absoluta en el ejercicio del cargo, con una crisis política. Pero no en stricto sensu, una crisis sucesoral, por lo menos en lo que respecta a las fuerzas del chavismo, especial o únicamente del PSUV, por cuanto estas ya cuentan para el futuro, sea cual él fuese, con un heredero del caudillo.

Fotografía: La Esfera, sábado 25/06/60.

Nota LB: Momentáneo dilema, entr e una fotografía de Diógenes Escalante, visitante de Caracas hacia 1943 o 1944, o la que ofecemos. Optamos por el de la recia serenidad de una reunión de gabinete, en la que destaca Ramón J. Velásquez, secretario general de la Presidencia de la República, hacia 1960. El medio, al ofrecerla, subraya la ausencia del presidente Betancourt. ¿Qué había ocurrido? Simplemente, el día anterior, un bombazo trató de sacarlo del camino.

LLama poderosamente la atención, el sensato y corajudo manejo de la crisis. Recordemos, la conspiración de los extremos estuvo permanentemente en la agenda de esos difíciles y complejos años. Esa bomba, por encargo del trujillato, no era muy distinta a los continuos afanes subversivos que adquieron toda su franqueza en los meses siguientes, cuando estaba vigente la Constitución de 1953 a la espera de otra, estrenada - no por casualidad - bajo el decreto de un Estado de Excepción, el 23/01/61.  No eran - precisamente - juegos florales, como señaló en sus memorias Pompeyo Márquez.

Sobrevivió Betancourt al magnicidio intentado, y con las manos quemadas volvió a palacio. En el orden institucional, no tenía un vicepresidente ejecutivo. Sin embargo, funcionaron plenamente los mecanismos o dispositivos jurídicos y políticos del caso, probando el básico consenso: no otro que el de Punto Fijo.

Luce inevitable una mínima comparación: allá no hubo esa suerte de inescrupuloso dramatismo, en clave de telenovela, que caracteriza al poder hoy en Venezuela, dando lugar a absurdas confusiones. Por lo pronto, por una parte, hay quienes reclaman un inequívoco respeto a la humanidad de Chávez Frías, propiciando el diálogo, como si estuviese en duda.  El problema es que ese necesarísimo diálogo ( y su consecuente reconciliación nacional), no puede fundarse en la unilateral y manipulada versión oficial que irrespeta - precisamente - la humanidad presidencial, agotando el inaceptable e interesado culto en un país que - ahora - se vanagloria por orbitar un par de satélites artificiales. Esto es, que dice saludar al siglo XXI.  De modo, que no basta una respuesta política silenciando la insinceridad de una de las partes, la que induce a ese diálogo como medida de precaución.

Por lo demás, una legítima solución requiere de autoridad moral. O, por lo menos, siendo realistas, hasta dónde sea posible. Todos lamentamos la situación personal de Chávez Frías y, sí, con una honestidad que contrasta con la de los fanáticos opositores del cómodo y seguro cafetín digital, deseamos que sobreviva (existen los muy piadosos cristianos que desean los contrario, por citar un caso entre varios), pero también importa señalar lo que ocurrió con Franklin Brito, lo que ocurre con Simonovis y el resto de los prisioneros políticos, la indecible experiencia carcelaria de Afiuni, a los caídos y familiares del 11- A (http://www.marthacolmenares.com/2012/04/07/lista-de-las-victimas-del-11-de-abril-2002-a-10-anos/) que esperan justicia, mientras que todavía los pistoleros de LLaguno son glorificados, después de la caprichosa amnistía de la que gozaron. Empero, convengamos, no es un problema enteramente político ni enteramente moral, los otros extremos en juego, sino - ciertamente - el de conciliar lo político y lo moral para una distinta realidad con un dferente sentido del realismo que tenga como fundamento la dignidad de la persona humana.

Finalmente, se dirá , los venezolanos no merecemos una coyuntura como la actual. Y no porque seamos un fiel testimonio de perfecciones, sino porque la compulsión autoritaria y totalitaria no debe tener tan elevadísimo costo. O, también se dirá, lo merecemos por carecer de un profundo e insobornable convencimiento ético tan necesario de alcanzar. En otras palabras, ese arraigado rentismo sociológico apunta al verdadero drama de una disyuntiva.

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