domingo, 30 de diciembre de 2012

FOTOTUTEANDO (1)

EL NACIONAL - DOMINGO 12 DE SEPTIEMBRE DE 1999 / PAPEL LITERARIO
Los paraísos no existen, se inventan
FRANCISMAR RAMIREZ BARRETO

Pocas personas tienen la suerte de Laura Barrón: ver desde el quinto piso de su edificio el horizonte de la ciudad. "Donde yo vivo, cerca del centro, veo las luces del D.F. Nunca veo cuando se acaba el norte porque vivo en una ciudad-mar. Tal vez tiene fin pero creo que nunca lo voy a ver, nunca lo quisiera ver". Desde ese quinto piso, el D.F. mexicano no sabe que está siendo espiado para convertirse en otra cosa. No sabe que a partir del ojo de Laura Barrón pasará a ser el Rito para un mar N° 30, un Paradeíso, un depósito de Lugares y muertos, el terreno de uno que otro Palacio de metal, una de las urbes soñadas por Italo Calvino en Las ciudades invisibles (Fedora) o un plaza llamada L'Orangerie, todo compactado en unos cuantos metros cuadrados.
Pero no hay fraccionamientos en este trabajo. La primera parada fue en la Galería Nina Menocal, en México, durante el mes de abril de 1998. La segunda, en el Centro de Fotografía del Conac, a partir del pasado 04 de septiembre. "Estos son los paisajes de mis últimos seis años, es una especie de nostalgia. No hablo específicamente de Ciudad de México sino de grandes ciudades en las que te pierdes, en las que realmente no eres nadie".
Aunque sus imágenes no remiten a un lugar específico, la amplitud de la capital azteca (20 millones de habitantes aproximadamente) es el escenario ideal para la sensación de infinitud. "Mis lugares son grandes, caóticos, atemporales. No existen, son laberínticos, te pierdes. La ciudad nunca termina y de ahí sale todo esto".
El paisaje es su centro. La nostalgia, su periferia. La intención primigenia, hace seis años, consistía en la experimentación con retratos de rincones olvidados. De allí las 16 imágenes que conforman Paradeísos, un vocablo griego que proviene de la cultura persa (paraidaeza) y significa "lugar creado". Laura Barrón se vale entonces de aquella fórmula que reza "los paraísos no existen, se inventan" para decirle a sus observadores: "Bienvenidos a mi realidad, a mi interpretación del paraíso".
Para promover el juego entre la imaginación y la realidad, la fotógrafa especifica en las etiquetas de sus imágenes: "Plata sobre gelatina virada". Lo que en un principio fueron documentos, testimonios, se convierten en sueños gracias a los químicos de laboratorio: "La manipulación física se hace con un blanqueador, Ferrocianuro de Potasio, que luego viramos con Selenio. La idea es cambiar un poco la atmósfera, así quisiera yo que se vieran los lugares", complementa la joven de 32 años. Aunque sus influencias no saltan de los marcos, la ganadora del Primer Premio del Concurso de la revista Punto de Partida en 1990, promovido por la Universidad Nacional Autónoma de México, fue apresada en el transcurso de su experiencia universitaria por el encanto de las pinturas renacentistas y medievales: "Antes de dedicarme por completo a la fotografía estuve mucho tiempo pintando y grabando en metal. Un día dejé todo lo demás y me dediqué sólo a lo primero, como una curiosidad. Empecé trabajando con las sensaciones de lugares que no existen y eso ocasionó que se perdiera el documento como testigo de algo tangible. Entonces construí documentos personales e intenté reflejar los lugares que a mí me gustaría ver", comentó la autora de las individuales De-ciertos mares (1996), Entre humo y el silencio (1993) y De fierro y polvo, de agua y viento (1991).
De la mexicana dice el museógrafo José Antonio Rodríguez, también curador de Paradeísos: "Más que una crítica de la civilización sobre el entorno, las imágenes de Barrón son deseos de quietud, alejamiento, de silencio, y eso sólo se encuentra en la infinita vastedad". Bosques deshabitados, muros circulares, monumentos del olvido, "cielos dramáticos en sus contrastes, cielos cálidos en su luminosidad, cielos fantasmales en su levedad, cielos tristes en su grisura", prosigue Rodríguez. Y si al cúmulo de miradas y la experiencia con el huecograbado se añade la necesidad espacial del gran angular, la suma da un resultado muy amable: "La implementación del ojo de pescado me sitúa en el infinito, fuera de la Tierra. Bueno, supongo que así se ven las cosas cuando sales del planeta".

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