martes, 31 de julio de 2012

TABLA DE MULTIPLICACIÓN

EL NACIONAL, Caracas, 7 de Septiembre de 2002 / Papel Literario
Los aforismos de Morin
Recientemente editado por la Universidad Central de Venezuela y la Unesco, el libro Los siete saberes necesarios a la educación del futuro ha sentado un precedente tanto para los seguidores de Edgar Morin, su autor, como para sus detractores. En esta publicación, el filósofo francés, nacido en París en 1921, se arriesga a exponer sus reflexiones sobre la ciencia de la enseñanza con marcado tono opinático. En las líneas que siguen, el investigador venezolano explica los posibles efectos de esfuerzos interpretativos poco argumentados
Orlando Albornoz
sociólogo

Quienes abordamos el análisis de los elementos mediante los cuales una sociedad entrena a sus nuevos miembros y reentrena a los antiguos, tratamos de recuperar hechos, eventos, datos, fechas y otros renglones del trabajo empírico. Esto, con el fin de construir juicios que no se hallen vacíos de contenido, sino que permitan la reconstrucción de aquello que analizamos a fin de permitir juicios de terceros que, a su vez, tengan cierta carga de objetividad.
Enmarcado todo ello en el espacio de las ciencias sociales, debemos considerar otros terrenos en donde se analizan los procesos que, institucionalmente, denominamos educación, escolaridad y cultura. Sin mencionar el cognomento del deporte, incluido en nuestra administración pública (por razones no bien explicadas) junto con la educación y con la cultura.
Retomando el análisis del entrenamiento generacional, hallamos los científicos sociales un enfoque opinático que refuerza lo contrario de lo que nos proponemos. Es lo que se percibe cuando se lee a autores que manejan con destreza un discurso que podemos llamar “de aforismos”, autores como Fernando Savater, Carlos Monsiváis y Edgard Morin, pensadores europeos o norteamericanos que se ocupan en sus “análisis” de estas latitudes tropicales.
Útil para el café
El caso de Morin es interesante porque su vacuidad es excepcional, pero más lo es el impacto que ha tenido en América Latina y el Caribe. Impacto que no logran sino los académicos que transitan los pasillos del glamour, bien por su “carisma” personal, bien por el atractivo de ideas que, al simplificar, hacen accesibles a las personas que se acercan a lo académico con criterios de diletante, sin profundizar mucho, sin mayor esfuerzo y sin nivel alguno de exigencia y rigor.
Morin ha logrado en nuestra región un impacto que se mide por el número copioso de citas que merece su obra. Pero la de impacto no ha sido su obra seria, por así decirlo, sino su obra de simplificación, de vulgarización. Me refiero a Los siete saberes necesarios a la educación del futuro, un librillo que por razones difíciles de comprender ha tomado por asalto el vacío del “pensamiento” educativo.
Presentada en 1999 durante la 30º sesión de la Conferencia General de la Unesco, la publicación se preparó como documento central de la Comisión de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas. Ha tenido un éxito y distribución extraordinarias. Ha sido traducida a los idiomas oficiales de la organización. Y, en Venezuela, ha sido citada profusamente, sobre todo por quienes se encantan con este discurso fácil que requiere escaso esfuerzo interpretativo porque es estrictamente opinático, útil para la conversa de café e inútil para el pensamiento académico.
Balandronada intelectual
La relación antedicha entre rigor y banalidad, define el libro de Morin, con ánimo aparente de baladronada intelectual. En esta oportunidad deseo aludir a las características de una publicación que ha disfrutado un enorme éxito, injustificado en términos académicos. No se trata de comparar el documento escrito por encargo con textos clásicos del análisis educativo como la Paideia de Werner Jaeger o las Conditions of Knowledge de Israel Scheffler.
El libro de Morin es la antievidencia. Son emblemáticas su banalidad y superficialidad, algo improbable de demostrar en un escrito breve como éste, pero sobre el que al menos se puede abrir una discusión. El pensador francés termina con una frase símbolo: “Este texto de proposición y de reflexión no incluye bibliografía”. En la introducción, Rigoberto Lanz advierte que “el medio educativo es altamente propenso a la trivialización de las teorías, a la pragmatización de los debates, a la simplificación de casi todo”, aun cuando en ese “casi todo” no incluye a Morin, probablemente uno de los mejores ejemplos del “casi todo” que banaliza el saber.
Desde su perspectiva neocolonial, Morin comenta: “Hay siete saberes ‘fundamentales’ que la educación del futuro debería tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna ni rechazo según los usos y las reglas propias de cada sociedad de cada cultura”. No señala por qué estos saberes “fundamentales” no son ocho o nueve, pero el siete recuerda los siete pilares de la sabiduría. Lo más interesante es cómo dice que su texto se apoya en el “saber científico”, sin evidencias de ningún género, dato esencial de las explicaciones científicas.
También enfatiza en cuestiones que llaman la atención aun del lector más desprevenido: “La educación del futuro deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en la condición humana”. Genial, sin duda, porque probablemente en el pasado no era así. Jaeger dice lo mismo de los griegos cuando, hace miles de años, encaraban la educación como un paso esencial en la formación del “humanismo pedagógico”. Pero no nos identificamos con un pensamiento clásico en el documento de Morin, sino con, por ejemplo, el astrónomo norteamericano Carl Sagan. Dice, en efecto: “Hacemos parte del destino cósmico, pero estamos marginados: nuestra Tierra es el tercer satélite de un sol destronado de su puesto central, convertido en pigmeo errante entre miles de millones de estrellas en una galaxia periférica de un universo en expansión”.
Morin entra de lleno en una serie de observaciones históricas que sorprende no hayan sido sometidas a discusión (excepto que a los europeos se les disculpen estos errores y omisiones). En alguna ocasión dice: “El Imperio de los Incas y el Imperio Azteca reinan en las Américas, Cuzco y Tenochtitlán exceden en población a las monumentales y esplendorosas Madrid, Lisboa, París, Londres”. El concepto de “imperio” es una licencia que no corresponde con los hechos de estos grupos prehispánicos. Y así prosigue con párrafos que parecen sacados de comentarios de autores como Eduardo Galeano quien, en su conocido libro sobre las venas abiertas de nuestros países, le “carga” la mano a factores externos que explican nuestra miseria y atraso.
¿Dónde están los saberes?
En ninguna parte del ya famoso librillo. Pero debo admitir que muchos los habrán visto y celebrado. La única vez que le escuché fue en Guadalajara. En esos días Morin aceptaba con cierto aire de condescendencia un doctorado Honoris Causa otorgado por dicha casa de estudios. Pero no es el único honor de este género que ha recibido. Algunas universidades se adelantaron a la institución mexicana: Peruggia, Palermo, Ginebra, Bruselas, Natal, João Pessoa y Porto Alegre. Otras habrán seguido, puesto que estos honores suelen tener poco que ver con la calidad académica de una obra y mucho con la reputación de aquellos a quienes se asignan.
La conclusión que se puede elaborar sobre este documento de Morin es cómo la educación –para decirlo en palabras de Ortega– “da para todo”. Morin enumera todos los lugares comunes acerca del “deber ser” de la educación, sin decir “cómo es” y mediante qué categorías analíticas elabora sus juicios. Expresa que “la educación debería mostrar e ilustrar el Destino con las múltiples facetas del humano” y señala que “la conciencia de nuestra humanidad en esta era planetaria nos debería conducir a una solidaridad y a una conmiseración recíproca del uno para el otro, de todos para todos. Cabe preguntarse, ¿qué hacer para alcanzar los objetivos intrínsecos e implícitos de sus afirmaciones? Estos son los aforismos de Morin, entendiendo por “aforismo” el conjunto de sentencias subjetivas que le permiten construir un libro sobre la educación del futuro, sin decir “cómo es” la educación actual, excepto por las acusaciones gratuitas y falsificaciones argumentales de nivel banal y a menudo inexacto. Que la Unesco haya patrocinado este documento no extraña. Las burocracias internacionales parecen disfrutar hasta la agonía este tipo de pensamientos que, por intentar decirlo todo, terminan como en el caso de “los siete saberes”, por decir nada.

EL NACIONAL, Caracas, 14 de Septiembre de 2002
Lectores / Cartas
Albornoz...

Orlando Albornoz da una lección de buen gusto y valentía, reseña el libro de Edgar Morin sobre educación (El Nacional, sábado 7 de septiembre) y fortalece el alicaído género con puntualizaciones capaces de honrar nuestra mejor tradición intelectual. Señala la tendencia a sacralizar cualquier expresión de un autor consagrado por el sólo hecho de serlo, pone en evidencia la ausencia de lecturas de los consagradores y la burocracia inocua de la academia cuando se limita a acoger aquello precedido del puro ruido.
Morin es una figura relevante y distinguida pero resulta que Albornoz es un estudioso de alto nivel, intelectual reconocido en medios internacionales en su área y miembro de un selecto grupo de especialistas mundiales en sociología de la educación. Tal vez sea el venezolano más destacado del siglo XX en la disciplina de ciencias sociales, al menos el más ecuménico. Me entusiasman estas salidas al ruedo que ponen en su lugar a los adulantes de oficio vengan de donde vengan, que reafirman un estilo y una disciplina con vigor y criterio propios de quien sabe lo que hace.
Felicitaciones a quien estudió, ya hace mucho años, las actitudes políticas de los estudiantes norteamericanos en un libro prologado por David Riesman, investigación pionera.
Miguel Ángel Campos
mcampos@iamnet.com

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