martes, 24 de julio de 2012

AGENCIA DE FESTEJOS

Golpe de Estado en la Sociedad Bolivariana
Luis Barragán


Festejamos al Bolívar de nuestra intensa e incólume escolaridad, sobreviviente el concebido y explotado por Guzmán Blanco y López Contreras a todas las vicisitudes del pensamiento y de la  práctica política venezolanas, hasta llegar exhausto a las manos del más insigne de sus caletreros. En clave telenovelística, es el héroe incomprendido y rechazado de todos los manuales, compendios, guías y disertaciones del aula que, junto a un celebérrimo álbum de barajitas de los sesenta, lo retrataron como la víctima privilegiada de toda nuestra maldad e ingratitud, proyectada y viviente a lo largo de una historia que él mismo, obviamente, desconoció.

El sentido y sentimiento de identidad, desde un primer instante, se hizo de su nombre como el demiurgo de todas las cosas habidas y por haber, incluyendo nuestra existencia sobre la misma faz de la tierra.  Atascados en el período natural e inicial de formación, prolongamos de tal manera el culto que nos equipó de este maniqueísmo radical para juzgar el pasado  y sus actores, legitimándolo con el presente, como si todo fuese obra de las incontenibles perfidias personales o del bajo cabotaje de los instintos.

Lo peor es que, impregnado del romanticismo que hace trizas Jacinto Pérez Arcay, criminalmente descontextualizado, el discurso del poder establecido ha anegado todas las calles de nuestra consciencia colectiva, para convertir a Bolívar en un generoso dispositivo preventivo: nadie debe atreverse a impugnar a Chávez Frías, porque lo haría con el propio Bolívar, y viceversa. Vale decir, opera un descomunal chantaje que suele caricaturizar el debate actual sobre las realidades que nos agobian, por obra de una inescrupulosa maquinaria propagandística y publicitaria, quedando intacta la retórica decimonónica que lo ha sepultado como a Martí en Cuba.

Calculada jugada, espectaculariza al caraqueño y, después de hurgar en sus restos mortales, nos brinda el tubazo de un rostro que antes pudo entretener a la academia, al igual que un mausoleo aceleradamente construido, indiferente a los entornos, presto a la no menos jugosa  y desconocida transformación revolucionaria de la ciudad. Sin dudas, es parte del librero de la campaña electoral que, curiosamente, fuerza a la búsqueda de la mayor semejanza posible del candidato opositor, añadida la sangre, con el hijo de María de la Concepción.

Digamos que, por lo menos, Luis Villalba Villalba promovía sus actividades, conjugaba su devoción, enfatizaba el culto, sin hacerle daño a nadie. Y es que, en última instancia, relegada y absorbida, careciendo de un objeto que le fuese exclusivamente reconocido, a la postre, el golpe de Estado lo ha dado Chávez Frías a la Sociedad Bolivariana de Venezuela, convirtiéndose en su mandamás como nunca lo soñaron propios y extraños.

Prefiero celebrar al Bolívar de nuestra profunda admiración de infancia, descubierto a mediados de los ochenta a través de Gehard Masur, por ejemplo, y las razones que lo llevaron a abandonar a Puerto Cabello en las agonías de la primera república; al que trabajó Miguel Acosta Saignes, Aníbal Romero, y maduró desde su juventud José Rodríguez Iturbe;   al más reciente, surcando las páginas de Giovanni Mesa sobre Miranda;  o al que subraya Frédéric Encel como un gran táctico militar. Lejos de demeritarlo, lo explican a través de las realidades de su tiempo, como deseamos hacerlo con el nuestro, sin presumirlo precursor de internet, de la biotecnología, del PSUV, COPEI, AD u otras entidades que se nos antojen.

En fin, celebramos al Bolívar que jamás proyectó que los ascensos militares fuesen de única incumbencia del comandante en jefe de la institución armada, como tampoco querría que sus intimidades fuesen objeto de un culto que casi convierte a Manuelita, ocultando a Pepita, en un capítulo adicional de Master y Johnson. Ha sido tan grande la mezcla, como estrambótica la mirada,  manipulado hasta el hartazgo, que el régimen reduce al absurdo todo lo que concierne al inevitable político que fue, por oficio y vocación, aunque permitiéndonos también contar con los Germán Carrera Damas, Yolanda Salas o Luis Castro Leiva de los tormentos presidenciales de la hora.


Ilustración:  LB

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