viernes, 22 de junio de 2012

INCURSIÓN

El Nacional - Jueves 23 de Marzo de 2006     A/8
Autoritarismo del siglo XXI
Julio Pacheco Rivas

El ajetreado curso de nuestra historia patria debería habernos acostumbrado ya —hasta el hartazgo— a los drásticos cambios de elenco, libreto y escenografía del poder. “Nuevos Hombres, Nuevos Ideales Nuevos Procedimientos”, rezaba la consigna inaugural de Cipriano Castro; y habría podido resumir en sus escasas palabras, el verdadero “asunto”, el auténtico “nudo” de nuestro recurrente sainete republicano.
Cuántas constituciones confeccionadas a la medida del actor estelar de turno; cuánto manoseo de los símbolos patrios; cuántas rebuscadas fórmulas innovadoras para nombrarnos como país; cuánta retórica, cuánta sangre ha sido necesario derramar en el enfermizo afán de partir de cero para siempre llegar a cero, construyendo la “gran obra” que nuevos actores vendrán inevitablemente a demoler.
Tal vez el generoso período de 40 años que Venezuela acordó a la alternancia adecocopeyana nos hizo creer que el pasado era un animal manso y que la historia podía pasearse por allí, despreocupada y a sus anchas.
Aquellos gobernantes, confortados en un sistema de reparto de cuotas de poder ya no necesitaban mirar atrás o lo hacían sin temor.
Hoy el nuevo guión, la voracidad estelarizante de los nuevos actores, reclama la imposición de la vieja rutina de la tabla rasa, la abolición del pasado y su conveniente reescritura.
Las instituciones culturales solían escapar a la vorágine. La valoración meramente ornamental que el poder les concedía las amparaba, por puro desinterés, permitiéndoles una continuidad de ejercicio envidiable en un país re-fundacional como el nuestro. Ya no es así, y el ministro Farruco Sexto se ha esmerado en probar que la manipulación política no debe dejar cabos sueltos: el control (su control directo y personal) debe ser absoluto.
Debe abarcar no solo el presente sino también la memoria, hasta en el detalle de los logotipos mediante los cuales nos habíamos habituado a identificar las instituciones culturales, a fin de borrar cualquier rastro que las vincule a logros del execrable pasado. Y uno se pregunta el origen de tanta inseguridad agazapada a duras penas tras el parapeto de una gestión autoritaria, para la cual la política y administración cultural ya no es el asunto de un ministerio y sus instituciones sino la obra exclusiva y excluyente de un ministro que no admite el concurso de otros talentos, ni siquiera su preexistencia.
Llevándolo al plano del arte, con perdón del posible ultraje comparativo, nos recuerda a Chaplin, quien producía, dirigía, estelarizaba, diseñaba el vestuario y componía la música de sus películas. Farruco Sexto pareciera querer imprimir a su gestión ministerial el mismo celo apasionado, subyugando personalmente todas y cada una de las instancias y mínimas facetas. Pero Charles Chaplin, claro está, era un artista genial.
Lamentablemente, Sexto no es el primero en estas lides de desdibujar y borrar símbolos con la finalidad de apropiarse y negar logros precedentes. Más temprano, en la acera política de enfrente, Leopoldo López decide por cuenta propia eliminar la imagen independiente y la discreta autonomía de funciones de la Fundación Cultural Chacao, anexándola o disolviéndola en la Dirección de Cultura de la Alcaldía. El actual logotipo porta el uniforme anaranjado que es insignia de su gestión personal.
He allí nuestra desgracia. Carecemos de referentes políticos actuales que nos permitan avizorar un futuro mejor para nuestro país y hemos recaído gravemente en nuestro antiguo mal del caudillismo. Como es arriba es abajo, reza la espantosa simetría de nuestra desesperanza.
La voracidad estelarizante de los nuevos actores, reclama la imposición de la vieja rutina de la tabla rasa, la abolición del pasado y su conveniente re-escritura.


Fotografías: Tomadas del perfil de JPR (Facebook)

Nota LB:

Incursión del arte, incursionándolo. Un par de fotografías de San Blas. Y nuestro derecho al optimismo, a pesar de las saturaciones reales y ficticias de la maquinaria gubernamental.

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