jueves, 21 de junio de 2012

ERGONOMÍA

EL NACIONAL - Lunes 18 de Junio de 2012     Opinión/11
Libros: Janet Malcolm
NELSON RIVERA

Frases que se levantan en el aire, como si estuvieran construidas de pequeños motores e instrumentos de disección. Frases que saltan gráciles y vuelan como delgadas flechas a su punto. Frases impecables, livianas, mínimos látigos cuyos estallidos ocupan, de principio a fin, la psique del lector. Por cinco horas, como si hubiese perdido la capacidad de escuchar mi propia respiración, he leído sin parar Ifigenia en Forest Hill. Anatomía de un asesinato (Random House Mondadori, España, 2012), el más reciente título traducido al español de Janet Malcolm (1934).
Antes de seguir diré algo sobre ella: es de esos autores con los que se establece una relación adictiva. Uno la lee y se rinde ante esto: su afinidad, su regocijo, su disposición a cada tema. Malcolm no es tanto una polemista como se ha escrito, sino alguien que mira el mundo desde una segunda lectura. En la honda visita que hace a las vidas de Silvia Plath y Ted Hugues; en su brillante requisitoria de la profesión del periodista (El periodista y el asesino), que supera con creces los amargos dicterios de Karl Kraus; en el sutil interrogatorio que formula al psicoanálisis (Psicoanálisis: una profesión imposible), se expresan dos talentos exacerbados: la periodista y la biógrafa.
Maestra, no sólo del arte de escenificar la realidad, sino de hacerse cargo de la condición humana. Porque su genio es este: tres o cuatro frases suyas le bastan para revelar al lector quién es su personaje en toda su elocuente complejidad (me atrevo a decir que Malcolm ha reinventado a Chejov; de hecho ella tiene un libro dedicado a Chejov, ensayo que teje lo biográfico con lo literario).
El crimen ocurrió el 28 de octubre de 2007. Daniel Malakov lleva a su hija Michelle, de 4 años de edad, a un parque en Nueva York.
Allí se encuentran con Mazoltuv Bujorova, la madre, de quien está separado. Ya en el parque, aparece un hombre que mata a tiros a Malakov.
Durante varias semanas de 2009, Malcolm asiste a diario al juicio como reportera de The New Yorker. De su pertinaz seguimiento a la historia y a los actores del juicio, surge Ifigenia en Forest Hill, relato brillante donde los haya.
Dos corrientes se entrelazan: de una parte, la que narra los avatares de Michelle, la pequeña disputada por sus padres, sometida también a la inadecuación esencial de las instituciones y sus burocracias, que actúan bajo criterios ajenos a las necesidades emocionales de la víctima; otra, la que descubre los elementos y los pretendientes del juicio oral, cada uno motivado y articulado en una compleja interacción, que no siempre responde al objetivo de la justicia como fin último. Esto digo al lector: si usted se hace de Ifigenia en Forest Hill, Janet Malcolm se convertirá en una sección de su biblioteca.

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