jueves, 17 de mayo de 2012

RETOMA

Economía Hoy, Caracas, 15 de Diciembre de 1999
Guerrilla y conspiración militar
Luis Barragán


No importa tanto reescribir el pasado inmediato, sino hurgar en la geología de un proceso sujeto a múltiples interpretaciones, aún las más triviales. El discurso oficial puede centrarse en las grandes fechas,  pintar de epopeyas el calendario, inyectarle nuevas significaciones (ex post facto) a las intentonas de 1992, pero es en el campo de las indagaciones históricas y politológicas donde el taladro puede llegar lejos, si hay sobriedad, objetividad y consistencia.

Las aproximaciones marxista de Miguel Acosta Saignes o  kissingeriana de Aníbal Romero, en los extremos que intentan a Bolívar, no se compadecen con  el anecdotario en boga, tanto como la caracterización de Elías Pino Iturrieta deja muy atrás la visión de quienes, favorecidos, dibujan los días que corren  con los más cómodos adjetivos. Ejemplo contundente de un asombro, el de las ideas, las que se dicen enarbolar y las que urgen desesperadamente,  en el tránsito de una victoria de poder quizá imposibilitada de hacerse histórica, dado su orígen electoral;  esto es, el respeto que recibió de los adversarios, enemigos o extraños, en uno de los  inevitables balances de legitimidad a ensayar.

“Guerrilla y conspiración militar en Venezuela” de Alberto Garrido, en su primera edición completa (SIC), con prólogo de Jesús Sanoja Hernández, recientemente editado por José Agustín Catalá (Fondo Editorial Nacional y/o Fondo Bibliográfico Nacional),  nos ha decepcionado.  Decidimos adquirirlo con las dudas del primer vistazo, en la grata y muy bien aprovisionada librería  “Historia” que, junto a la “Suma” ,  “Lectura”, la Monte Avila del “Teresa Carreño”  y el remate del puente de las Fuerzas Armadas, constituyen referencias importantes de la Caracas bibliográfica. Luego, confirmamos nuestras sospechas.

Desfilan con prontitud los entrevistados, rasgando los temas. Douglas Bravo repite la crónica, señala indicios sin delatar al oficial de la Armada, enuncia la nueva espirtualidad y religiosidad devenida cultura nacional. Francisco Prada recuerda, aunque las categorías estorben. El testimonio de William Izarra, victimario y víctima, llama poderosamente la atención, pero deja al lector frustrado: hay capas que merecían toda una estrategia del entrevistador, ausentes las preguntas previa y habilidosamente estructuradas. Sobre todo porque me resistía (y, a lo mejor, todavía lo hago), a creer en una conspiración de vieja data en el seno de las Fuerzas Armadas y cuyos actores, oficiales subalternos, no sólo sobrevivieran a los servicios de inteligencia, sino al intenso, largo y sobrecondicionador proceso y esfuerzo doctrinario y de formación de la institución,  en el parto de las hipótesis de la Venezuela violenta y dineraria que ha cabalgado la democracia como experiencia y promesa.

Luce insuficiente y hasta anacrónica la invocación de aquellos oficiales que se comprometieron con la insurgencia leninista a principios de los sesenta, provenientes de la derecha,  para dar cuenta de las transformaciones y el papel de las Fuerzas Armadas en la actualidad. Acá,  resulta indispensable el aporte de los científicos sociales que, en América Latina, superaron las ya consabidas nociones de un Samuel Huntington, pero aún no brindan una (quizá) definitiva, (quizá) novedosa y (quizá) provechosa interpretación de la dramática relación entre el sector militar y la sociedad (no sector) civil.

El libro de Garrido es de una brevedad impresionante, pues de las 279 páginas que lo conforman, 110 pertenecen a las entrevistas con un elevado punto de letra que contrasta con el resto: un largo apéndice de materiales conocidos, de letra diminuta, que tiende a sustituir, no complementar, la tentativa de diálogo. Como siempre, el prologuista destaca.


Post-data (17/05/12)
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Inevitable, habrá que retomar la obra del autor para darle continuidad a una cierta reflexión que nos compromete sobre la naturaleza del régimen. Sin embargo, apenas leídos dos o tres títulos, perdimos interés en el autor que, significó, perder la ocasión de adentrarnos en sus títulos más recientes.

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