miércoles, 30 de mayo de 2012

ENTRE LAS GRIETAS, LA NOSTALGIA

EL NACIONAL - Miércoles 30 de Mayo de 2012     Opinión/7
Postales de Roca Tarpeya
LEOPOLDO TABLANTE

A un viejo amigo arquitecto, expatriado y de paso por Caracas, se le ocurrió un buen día armarse con una camarita digital y, como Federico Vegas (o Emeterio Gómez), salió a ejercer de flâneur por las accidentadas aceras de la ciudad: fotografió el Pasaje Zingg, sede de las primeras escaleras mecánicas de Venezuela; el edificio de Seguros Orinoco, con sus cajones de ladrillos salientes; el exterior e interior de Casa de Italia, con sus persianas verticales externas, su bajorrelieve imperial y su piso de lajas pulidas; las quintas aéreas de la urbanización El Paraíso, con sus pretensiones de autosuficiencia; el techo paraboloide de Fruto Vivas en el Club Táchira, de acero y machihembrado... Mi amigo debía estar preparando sin saberlo sus láminas de power point para mostrarles a sus colegas de otra parte esos vestigios a lo Le Corbusier que nos permitieron jurar en nombre de la modernidad.

Poco dado a resentimientos, mi amigo prefirió distraerse de la conexión entre la mayoría de las estructuras que fotografiaba y la voluntad dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. La Caracas supersónica quedaba registrada en su cámara Panasonic en forma de planos generales que borroneaban los apliques ingenuos de sus habitantes: las columnas panzudas Graveuca, los toldos bicolores con laminas de latón azules y blancas o los armatostes de aire acondicionado instalados en los años setenta, que arruinaban las fachadas proyectadas por los mejores arquitectos nacionales o importados.

Todo sucedía de un modo excesivamente normal hasta que se le ocurrió arriesgar el pellejo por los lados de Roca Tarpeya. Cogió su carrito por puesto en la esquina de la avenida Oeste 2, frente al edificio Seguros Orinoco (hoy Corporación Venezolana de Alimentos), y enfiló hacia ese Xanadú perezjimenista volcado hacia el mambo y el consumo diseñado por los arquitectos Dirk Bornhorst, Pedro Neuberger y Jorge Romero Gutiérrez. La espiral de El Helicoide describe una calzada para vehículos de cuatro kilómetros de largo frente a la que debían disponerse locales comerciales: parafraseando a Camilo Pino, si uno se estacionaba en la terraza número dos porque ahí quedaba el barbero, tenía, si deseaba comerse una pizza, que volver a prender el carro para girar hacia otro puesto de la terraza número cinco.

Desde el mejor ángulo que encontró sobre el viaducto de la avenida Fuerzas Armadas, mi amigo tomó varias fotos de ese coloso que nunca llegó a ser la meca turística venezolana ­con su hotel cinco estrellas, su helipuerto, su cúpula geodésica y su bulimia automotriz­ y que el despeñadero democrático transformó en la sede de la Disip, nuestra particular estrella de la muerte. Cuando menos se lo esperaba, una patrulla se detuvo en seco y lo embarcó: "Entregue la tarjeta de la cámara", fue la frase que anticipó la consignación del chip donde se confundían encuadres de edificios caraqueños venidos a menos y gráficas casuales de los pocos amigos que le quedaban en la ciudad, la mayoría a punto de esfumarse en la corriente del éxodo.

La Venezuela de alcabala le había confiscado su derecho a guardar su recuerdo personal del país idealizado, así como hoy el Inavi bolivariano quiere cobrarle a la Alcaldía de Baruta la Concha Acústica de Bello Monte. Sin embargo, lo que para mi amigo fue un secuestro de su memoria, para la alcaldía es un arrebato menos simbólico: la concha acústica de Bello Monte, instalada en terrenos cedidos a comienzos de los años cincuenta por el doctor Inocente Palacios, otra obra perezjimenista del arquitecto Julio César Volante que alberga cuatro coloritmos del artista cinético Alejandro Otero, es la sede de la Orquesta Sinfónica Municipal de Baruta, adscrita al Sistema Nacional de Orquesta Juveniles e Infantiles de Venezuela.

Sus grietas, su oscuridad y su herrumbre albergan todavía una actividad comunitaria que, aun cuando de ritmo vacilante, es un gesto de voluntad: el de los que, en este presente de pesadilla, prefieren pisar sobre los restos del país mítico para atravesar el túnel hacia un futuro con vista.


Fotografía: http://encontrarte.aporrea.org/efemerides/e881.html

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