domingo, 22 de abril de 2012

TABLERO

EL SOL DE MARGARITA, Porlamar, 21 de Abril de 2012
La guerra por la sucesión
WALTER CASTRO SALERNO 

Se ha iniciado la lucha por la sucesión. No es tema, como  algunos pudieran pensar, de las sucesiones de las personas cuyo ámbito es regulado por el contenido del Libro III, Título II, capítulos 807 y siguientes del Código Civil. Sino de las sucesiones políticas. Se trata de las sucesiones y legados para alcanzar y controlar el poder. En nuestro país, en el pasado siglo XX los mismos generaron no pocas crisis políticas e institucionales. Muchas de ellas violentas. Muerto el general Juan Vicente Gómez en su lecho de Las Delicias de Maracay, (17/12/1935) tras lenta agonía, el gomecismo se parte en dos trozos hostiles. Bandos separados por diferencias tanto de fondo, como de estilo.

Irreconciliables. Alrededor del siniestro “pariente” Eustoquio Gómez, del “indio” Eloy Tarazona y fieles áulicos del “Benemérito”, se agrupan, con intenciones de apoderarse del gobierno, los sectores más oscuros y reaccionarios del régimen. Designado por el Consejo de Ministros, el Ministro de Guerra y Marina, General Eleazar López Contreras, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, en torno a él se juntan viejos generales, Pérez Soto, Velasco, Tellería, León Jurado y otros, con algunos personeros civiles que buscan estabilizar las instituciones e inaugurar la era”post-gomecista”. En 1945, con el golpe octubrista se cierra la hegemonía andina, nacida al calor de las jornadas de 1899, con la revolución armada y victoriosa en Tocuyito, de Cipriano Castro, y el grupo llamado de los “60”. Más tarde vendrán también otras luchas por otras sucesiones. A las ideas, banderas, símbolos e himnos de los partidos y los viejos líderes de la “generación del 28”.

Venezuela no ha escapado a ninguna de las luchas sucesorales que marcan la historia política del continente, y acaso del mundo entero. Y es que lo que está en juego, lo que prevalece, es el control del poder. No sólo del político. Sino todo lo que mueve, agita, y domina el que lo detenta y representa. Los corredores palaciegos aquí y en cualquier parte del planeta, desde los tiempos más lejanos, han estado siempre sobrecargados  de ésa atmósfera de murmullos y susurros que sofoca y angustia. ¿Quién será capaz? ¿Quién podrá asumir la carga de afanes y tareas, el disfrute de honores y privilegios que depara el mando? Pero además: ¿Quién es el ungido? ¿Quién será el elegido, y por medio de cuál señal milagrosa, recibirá en su persona, la herencia del monarca, del líder, del jefe?

En un viaje secreto, casi clandestino, muy cerca al “corazón de las tinieblas” del que nos hablaba Conrad, allá en Boswana, mientras cazaba algunos elefantes de los pocos que todavía quedan por esa comarca, sufrió Su Majestad, el rey Don Juan Carlos II, un accidente. Se ha abierto así en España, un debate sobre la sucesión de la corona española. En el pasado,(siglos XVII y XVIII), con la agonía de Carlos II, el “Rey infecundo”, y la permanente tensión y rivalidad entre las casas de Habsburgo y de Borbón y extinguirse la línea primogénita de los primeros se desata  la guerra por la sucesión de España. Hoy, después de la cacería de paquidermos en África, animales en vía de extinción acaso como los mismos reyes, y sin disponer de una “Ley Orgánica para el Estatuto del Heredero”, surge allá en España el viejo y siempre actual tema de las herencias y sucesiones políticas.

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