martes, 17 de abril de 2012

AUTOFILMACIÓN


EL NACIONAL - Lunes 16 de Abril de 2012 Cultura/3
El foro del lunes
MIGUELÁNGEL LANDA El símbolo vivo del boom del cine venezolano ante la era del multiplex
«Me encantaría hacer una película sobre lo que pasa desde 1998»
Situado hoy en un punto lejano en más de un sentido con respecto al director que le hizo su fetiche, Román Chalbaud, el protagonista de La quema de Judas es un nostálgico que defiende la pasión por un rito
ALEXIS CORREIA

Salir al baño en plena función de cine es para Miguelángel Landa la única violación concebible de un rito que le resulta sagrado.

Le pasó que, al abandonar momentáneamente un recinto del Trasnocho Cultural durante una proyección de La dama de hierro, escuchó aplausos en una sala contigua: eran para el final de El manzano azul, la película venezolana que le devolvió del destierro de una pantalla donde ha alcanzado estatura arquetípica.

"Siempre ha sido muy extraño ver a la gente aplaudir en una sala de cine", recuerda el actor de El pez que fuma, porque en este caso prácticamente los realizadores de la obra de arte nunca están presentes para escuchar el tributo. Landa, que se confiesa un hombre emocionalmente mil veces más frágil que la estampa viril de sus filmes, planea dirigir y protagonizar pronto la cinta policial Mi amigo Juan, su segunda experiencia como realizador luego de Los años del miedo (1987).

--Un sobreviviente en primera línea del boom del cine venezolano de los años setenta y ochenta... ¿Cómo vive la era del DVD quemadito? --En La Pastora, donde yo nací, había cuatro cines: el Pastora, el Granada, el Plaza y el Roma. Estaban relativamente cerca y eran la gran diversión semanal. No existía la televisión. Podías salir a las 11:00 de la noche del cine, irte caminando a tu casa 10 o 12 cuadras y no te pasaba nada. El precio era muy bajo.

Ahora, para ir al cine, lo piensas. Es "cariñoso". Incluso ha habido casos de atracos dentro de algunas salas. Ver una película hoy significa ir al Tolón, al Sambil, al Trasnocho, al Concresa, al Líder. Todos están en centros comerciales.

No hay salas como el Olimpo o el Broadway, a las que me encantaba ir. Entonces se ha perdido un poco esa magia que ocurre cuando se apagan las luces, todo queda oscuro y aquella pantalla blanca de 40 metros se prende. Hay gente que tiene una televisión con 70 canales que le ofrecen no sé cuantas películas diarias.

Compras un DVD en plena vía en cualquier autopista, lo ves y lo detienes cuando quieras.

Pero los que somos cinéfilos no dejamos de ir al cine. Me emociono cuando hay un festival español, francés o estadounidense independiente.

Muchísima gente ha luchado y sigue luchando por nuestro cine venezolano. Entre ellos, yo pongo mi granito de arena.

--Como espectador, ¿le gustaría ver una película venezolana que interpretara lo que ha ocurrido desde 1998 en Venezuela? ¿O no estamos preparados aún? --Me encantaría. En la vida, llegaste en el momento justo, o llegaste atrasado o, ¡coño!, te adelantaste. Eso no lo sabe nadie. El día que lo sepas te haces multimillonario. Eso que tú me estás preguntando me parece que todavía no es. Pero sí hay que hacerlo. A mí me encantaría. A mí me gustaría tener años, que creo que no los voy a tener, para poder plasmar en el cine lo que yo viví en estos 14 años.

¿Por qué sucedió? ¿Dónde está el hilito conductor? ¿Por qué empezó a pasar? ¿Por qué llegamos a esto? Pero hay que esperar un tiempo. En este momento no te lo permiten.

No lo puedes hacer. Se han filmado películas sobre lo que ha pasado en Cuba, pero afuera, en Estados Unidos, como La ciudad perdida, que me parece hermosísima.

Cuando hice cine con Román Chalbaud, a nosotros nadie del Gobierno nos decía nada.

Todas las cintas nuestras tenían una crítica bien dura al sistema. A mí encantaría hacerlo. Me haría feliz. Y mira que tiene carne. Y mira que hay de dónde sacarle. Sería una gran película. ¿Pero cómo la haces? --¿Para quién hacer cine en Venezuela? ¿Para las clases populares, para el público de los centros comerciales o para la autosatisfacción artística del director? --La palabra "comercial" siempre me ha parecido un poco peyorativa. Tú vienes y me dices: "¡Bah, esa es una película comercial!". ¡Pero sería sensacional que la gente fuera al cine! Yo estoy feliz porque hay un gentío yendo a ver El manzano azul. ¿Qué gano yo con una película que ven 10 personas? Pero cuando me siento a escribir Mi amigo Juan, esa es la película que yo quiero hacer como autor: la historia de un policía viejo que no se quiere jubilar porque le mataron a su mujer y su hijo. ¡Ojalá sea comercial! ¡Ojalá vaya muchísima gente! ¿Que le guste a los críticos? Tal vez no. Afortunadamente mi trabajo en El manzano azul ha sido bien recibido. Si me pongo a leer lo que dicen en Twitter, creo que me gano el Oscar (risas). ¿Industria o arte? Las dos cosas, viejo. Tú le dices a un estadounidense que tú vas a hacer una película con 1 millón de dólares y te dice: eso lo gastamos nosotros solamente en papelería. Pero hay una que hicimos con ese dinero: El manzano azul. Aunque vayan todas las personas que van al cine en Venezuela, no se cubren los gastos. El cine aquí no es para hacerse rico. Yo sueño con un Oscar pero no para mí, sino para un venezolano. Que se hagan 100 películas y 100 temas distintos, unas con groserías y con barrios, y otras sin una sola grosería como El manzano azul.

--¿El éxito de El manzano azul tiene que ver con la necesidad de volver a los valores que representa el abuelo? --No te quepa la menor duda.

La gente sale del cine deseosa de que esos valores retornen, de que ese abuelo exista de nuevo. Ese abuelo paterno, querendón, que trabaja la tierra. Y por eso gusta la película.

Y por eso quizás guste mi papel. Seguramente ni siquiera lo interpreté bien. Hay fallas mías como actor. A veces se me iba de las manos el viejo.

Yo ya soy viejo, pero todavía me pongo de pie y no me doblo como ese abuelo. La gente incluso llora, no por dolor, sino de la emoción. Quieren que eso vuelva. Yo sueño con aquel mundo que yo viví en La Pastora: no teníamos televisión, iPod, celulares, motos que vuelan o Internet. Y éramos superfelices.

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